La incredulidad que evidenciaban las murmuraciones de los hijos de Israel ilustran la condición del pueblo de Dios que vive ahora sobre la tierra. Muchos repasan su historia, y se maravillan de su incredulidad y sus continuas murmuraciones, después que el Señor hizo tanto por ellos, y les dio tantas evidencias de su amor y su cuidado. Creen que ellos no hubieran sido desagradecidos. Pero algunos de los que piensan así murmuran y se quejan ante cosas de muy poca importancia. No se conocen a sí mismos. Dios frecuentemente prueba su fe en cosas pequeñas; y no las soportan mejor que los antiguos israelitas. HR 132.1
Muchos ven que son suplidas sus necesidades del momento, pero no confían en el Señor para el futuro. Manifiestan incredulidad y se entregan al abatimiento y el desánimo ante posibles necesidades. Algunos se preocupan constantemente por el temor de pasar necesidades y que sus hijos tengan que sufrir. Cuando surgen dificultades o se ven en aprietos -cuando se somete a prueba su amor y su fe en Dios- evitan la prueba y se quejan del procedimiento empleado por Dios para purificarlos. Se verifica que su amor no es puro ni perfecto; no es capaz de soportar todas las cosas. HR 132.2
La fe de los hijos del Dios del cielo debería ser fuerte, activa y perseverante: la certeza de lo que se espera. En ese caso se expresarán de este modo: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre”, porque ha obrado generosamente conmigo. HR 133.1
Algunos consideran que la abnegación es un verdadero sufrimiento. Se complace el apetito pervertido. Y el dominio de las apetencias malsanas induce incluso a muchos profesos cristianos a retroceder, como si la inanición fuese la consecuencia directa de un régimen alimentario sencillo. Y como los hijos de Israel prefieren la esclavitud, la enfermedad y hasta la muerte, antes que verse privados de las ollas de carne. Pan y agua es todo lo que se promete al remanente en el tiempo de angustia. HR 133.2