Dios es amor—“Dios es amor”. 1 Juan 4:16. Su naturaleza y su ley son amor. Lo han sido siempre, y lo serán para siempre. “El Alto y Sublime, el que habita la eternidad” (Isaías 57:15), cuyos “caminos son eternos” (Habacuc 3:6), no cambia. En él “no hay mudanza, ni sombra de variación”. Santiago 1:17. 1MCP89 253.1
Cada manifestación del poder creador es una expresión del amor infinito. La soberanía de Dios encierra plenitud de bendiciones para todos los seres creados... 1MCP89 253.2
La historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que principió en el cielo hasta el final abatimiento de la rebelión y la total extirpación del pecado, es también una demostración del inmutable amor de Dios.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 11 (1890). 1MCP89 253.3
El amor de Dios se muestra en la naturaleza—La naturaleza y la revelación a una dan testimonio del amor de Dios. Nuestro Padre celestial es la fuente de vida, de sabiduría y de gozo. Mira las maravillas y bellezas de la naturaleza. Piensa en su prodigiosa adaptación a las necesidades y a la felicidad, no solamente del hombre, sino de todas las criaturas vivientes... 1MCP89 253.4
“Dios es amor” está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los elevados árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor, todo da testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos.—El Camino a Cristo, 7, 8 (1892). 1MCP89 254.1
Los mandamientos se basan en el principio del amor—Los preceptos del Decálogo se adaptan a toda la humanidad, y se dieron para la instrucción y el gobierno de todos. Son diez preceptos, breves, abarcantes, y autorizados, que incluyen los deberes del hombre hacia Dios y hacia sus semejantes; y todos se basan en el gran principio fundamental del amor.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 312 (1890). 1MCP89 254.2
Jesús y la ley del amor benévolo—La ley de Dios es inmutable en su carácter y, por lo tanto, Cristo se entregó como sacrificio en favor de la humanidad caída, y Adán perdió el Edén y fue puesto a prueba con toda su posteridad. 1MCP89 254.3
Si la ley de Dios hubiera sido cambiada en uno solo de sus preceptos después de la expulsión de Satanás, él hubiera conseguido en la tierra después de su caída aquello que no pudo obtener en el cielo antes de ella. Habría recibido todo lo que había pedido. Sabemos que no ocurrió... La ley... permanece inmutable como el trono de Dios, y la salvación de cada alma queda decidida por la obediencia o la desobediencia... 1MCP89 254.4
[Jesús, por la ley del amor benévolo, llevó nuestros pecados, cargó nuestro castigo, y bebió la copa de la ira de Dios que correspondía al transgresor...] Jesús llevó la cruz de la abnegación y el sacrificio por amor a nosotros, para que tengamos vida, vida eterna. [¿Llevaremos nosotros la cruz por Jesús?]—A Fin de Conocerle, 291 (1896). 1MCP89 254.5
La naturaleza sensible y amante de Cristo—Su vida, desde su comienzo hasta su final, estuvo señalada por la abnegación y el sacrificio. En la cruz del Calvario, realizó el gran sacrificio de sí mismo en beneficio de la humanidad, para que todo el mundo tuviera salvación si así lo quería. Cristo estaba oculto en Dios, y Dios fue revelado al mundo en el carácter de su Hijo... 1MCP89 254.6
Cada día, en cada acto de su vida, se manifestaba su amor por el mundo perdido. Los que están imbuidos de su Espíritu trabajarán en la misma forma como trabajó Cristo. En Cristo, la luz y el amor de Dios se manifestaron en la naturaleza humana. Ningún ser humano ha poseído una naturaleza tan sensible como la del Santo de Dios, que fue el prototipo de lo que la humanidad puede llegar a ser si recibe la naturaleza divina.—The Youth’s Instructor, 16 de agosto de 1894; A Fin de Conocerle, 290. 1MCP89 255.1
El amor de Dios es un manantial vivo—El amor de Dios es algo más que una simple negación; es un principio positivo y eficaz, una fuente viva que corre eternamente para beneficiar a otros. Si el amor de Cristo mora en nosotros, no sólo no abrigaremos odio alguno hacia nuestros semejantes, sino que trataremos de manifestarles nuestro amor de toda manera posible.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 53 (1896). 1MCP89 255.2
El universo expresa el amor de Dios—Ojalá todos estimaran correctamente el precioso don que nuestro Padre celestial hizo a nuestro mundo. Los discípulos sintieron que no podían expresar el amor de Cristo. Sólo pudieron decir: “En esto consiste el amor”. El universo entero expresa este amor y la ilimitada benevolencia de Dios. 1MCP89 255.3
Dios podría haber enviado a su Hijo al mundo para condenarlo. Pero, ¡maravillosa gracia! Cristo vino para salvar, no para destruir. Los apóstoles nunca tocaron este tema sin que sus corazones ardieran con la inspiración del incomparable amor del Salvador. El apóstol Juan no puede encontrar palabras para expresar sus sentimientos. Exclama: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”. 1 Juan 3:1. Nunca podremos calcular cuánto nos amó el Padre. No hay medida con que compararlo.—Carta 27, 1901. 1MCP89 255.4
Satanás originó la idea de un Dios duro y severo—Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es una justicia inexorable, como un juez severo, un duro y estricto acreedor. Pintó al Creador como un ser que está velando con ojo celoso por discernir los errores y faltas de los hombres, para visitarlos con juicios. Jesús vino a vivir entre los hombres para disipar esa densa sombra, revelando al mundo el amor infinito de Dios.—El Camino a Cristo, 9 (1892). 1MCP89 256.1
El amor entre el Padre y el Hijo es un símbolo—Por mucho que un pastor pueda amar a sus ovejas, Jesús ama aún más a sus hijos e hijas. No es solamente nuestro pastor; es nuestro “Padre eterno”. Y el dice: “Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre”. Juan 10:14, 15. ¡Qué declaración! Es el Hijo unigénito, el que está en el seno del Padre, a quien Dios ha declarado ser “el hombre compañero mío” (Zacarías 13:7), y presenta la comunión que hay entre él y el Padre como figura de la que existe entre él y sus hijos en la tierra.—El Deseado de Todas las Gentes, 447 (1898). 1MCP89 256.2
Dios ama a los seguidores de Cristo como ama a su Hijo unigénito.—Manuscrito 67, 1894. 1MCP89 256.3
El amor de Cristo es una energía vitalizadora y sanadora—El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra el alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida.—El Ministerio de Curación, 78 (1905). 1MCP89 256.4
Recordemos el amor de Dios—Gracias a Dios que nos ha presentado hermosísimas imágenes. Reunamos las benditas pruebas de su amor, para recordarlas continuamente. El Hijo de Dios que deja el trono de su Padre y reviste su divinidad con la humanidad para poder rescatar al hombre del poder de Satanás; su triunfo en nuestro favor, que abre el cielo a los pecadores y revela a la vista humana la morada donde la Divinidad descubre su gloria; la raza caída, levantada de lo profundo de la ruina en que Satanás la había sumergido, puesta de nuevo en relación con el Dios infinito, vestida de la justicia de Cristo y exaltada hasta su trono después de sufrir la prueba divina por la fe en nuestro Redentor: tales son las imágenes que Dios quiere que contemplemos.—El Camino a Cristo, 119 (1892). 1MCP89 257.1
El amor constituye nuestro cielo—El amor de Cristo constituye nuestro cielo. Pero cuando procuramos hablar de este amor, el lenguaje nos falta. Pensamos en su vida sobre la tierra, en su sacrificio por nosotros; pensamos en su obra en los cielos como nuestro abogado, en las mansiones que está preparando para los que le aman; y no podemos menos que exclamar: “¡Qué altura y qué profundidad del amor de Cristo!” Al detenernos al pie de la cruz captamos una leve idea del amor de Dios, y decimos: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. 1 Juan 4:10. Pero al contemplar a Jesús apenas estamos tocando el borde de un amor que es inmensurable. Su amor es como un vasto océano, sin fondo ni orillas.—The Review and Herald, 6 de mayo de 1902. 1MCP89 257.2
El amor infinito e inagotable de Dios—Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a generación por medio de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres, son tan sólo como una gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede describir. Podéis meditan en él cada día de vuestra vida; podéis escudriñar las Escrituras diligentemente a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facultad y capacidad que Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión del Padre celestial; y aún queda su infinidad. Podéis estudiar este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo para que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plenamente. Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia y meditemos en la vida de Cristo y el plan de redención, estos grandes temas se revelarán más y más a nuestro entendimiento.—Joyas de los Testimonios 2:337 (1889). 1MCP89 257.3
El amor de Dios es progresivo—A medida que los años de la eternidad transcurran, traerán consigo revelaciones más ricas y aún más gloriosas respecto de Dios y de Cristo. Así como el conocimiento es progresivo, así también el amor, la reverencia y la dicha irán en aumento. Cuanto más sepan los hombres acerca de Dios, tanto más admirarán su carácter.—El Conflicto de los Siglos, 736 (1911). 1MCP89 258.1