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La predicación para los niños OE 220

En toda oportunidad adecuada repítase la historia de Jesús a los niños. En cada sermón, resérveseles un pequeño rincón. El siervo de Cristo puede hacerse amigos permanentes de estos pequeñuelos. No pierda él ninguna oportunidad de ayudarlos a hacerse más entendidos en el conocimiento de las Escrituras. Esto logrará más de lo que nos damos cuenta para cerrar el paso a las tretas de Satanás. Si los niños llegan a familiarizarse temprano con las verdades de la Palabra de Dios, ello erigirá una barrera contra la impiedad, y podrán hacer frente al enemigo con las palabras: “Escrito está.” OE 220.2

Los que instruyen a los niños y jóvenes deben evitar las observaciones tediosas. Las alocuciones cortas y directas tendrán una influencia feliz. Si hay mucho que decir, súplase la brevedad con la frecuencia. Unas pocas observaciones interesantes, hechas a menudo, serán más provechosas que el dar toda la instrucción a la vez. Los discursos largos cansan la mente de los jóvenes. El hablar demasiado los induce hasta a sentir repugnancia por la instrucción espiritual, así como el comer demasiado recarga el estómago, reduce el apetito, y crea repugnancia por la comida. Nuestra instrucción a la iglesia, y especialmente a los jóvenes, debe ser dada renglón tras renglón, precepto tras precepto, un poco aquí y otro poco allí. A los niños hay que atraerlos hacia el cielo con suavidad y no con dureza. OE 221.1