El Evangelio encuentra ahora oposición por todos lados. Nunca fué la confederación del mal más fuerte que actualmente. Los espíritus del mal están combinándose con los agentes humanos para hacer guerra contra los mandamientos de Dios. La tradición y la mentira quedan ensalzadas por encima de las Escrituras; la razón y la ciencia por encima de la revelación; el talento humano por encima de la enseñanza del Espíritu; las formas y ceremonias por encima del poder vital de la piedad. Graves pecados han separado de Dios a la gente. La incredulidad se está poniendo rápidamente de moda. “No queremos que éste reine sobre nosotros,” es el lenguaje de millares. Los ministros de Dios deben hacer resonar la voz como el sonido de una trompeta, y mostrar al pueblo sus transgresiones. Los sermones halagadores que tan a menudo se predican no producen impresión duradera, y después de oírlos, los hombres no quedan con el corazón contrito, porque no les han sido declaradas las claras y agudas verdades de la Palabra de Dios. OE 155.1
Muchos de aquellos que profesan creer la verdad dirían, si expresasen sus verdaderos sentimientos: ¿Qué necesidad hay de hablar tan claramente? Con igual razón podrían preguntar: ¿Qué necesidad tenía Juan el Bautista de decir a los fariseos: “Generación de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que vendrá?”5Mateo 3:7. ¿Qué necesidad tenía de provocar la ira de Herodías diciendo a Herodes que no le era lícito vivir con la esposa de su hermano? Perdió la vida por haber hablado tan claramente. ¿Por qué no podría haber seguido adelante sin incurrir en la ira de Herodías? OE 155.2
Así han venido arguyendo los hombres, hasta que por fin la política reemplazó a la fidelidad. Se tolera el pecado sin reprenderlo. ¿Cuándo se volverá a oír en la iglesia la voz de fiel reprensión: “Tú eres aquel hombre”?6Véase 2 Samuel 12:7. Si estas palabras no fuesen tan escasas, veríamos más del poder de Dios. Los mensajeros del Señor no deben quejarse de que sus esfuerzos sean infructuosos antes de haberse arrepentido de su amor por la aprobación, su deseo de agradar a los hombres, que los induce a suprimir la verdad, y a clamar: Paz, cuando Dios no ha hablado de paz. OE 156.1
¡Ojalá que todo ministro de Dios se diese cuenta de la santidad de su obra y del carácter sagrado de su vocación! Como mensajeros divinamente señalados, los predicadores se hallan en una posición de terrible responsabilidad. Han de trabajar en lugar de Cristo como mayordomos de los misterios del cielo, animando a los obedientes y amonestando a los desobedientes. Las normas de conducta mundanas no han de influir en su proceder. Nunca han de desviarse de la senda en que Jesús les ordenó que anduviesen. Han de salir con fe, recordando que están rodeados de una nube de testigos. No han de hablar sus propias palabras, sino las palabras que Uno que es mayor que los potentados de la tierra les ha ordenado hablar. Su mensaje ha de ser: “Así dice Jehová.” OE 156.2
Dios llama a hombres que, como Natán, Elías y Juan, proclamen intrépidamente su mensaje, sin reparar en las consecuencias; que digan la verdad, aun a costa del sacrificio de cuanto tengan. OE 157.1