Cristo no reconocía distinción de nacionalidad, jerarquía o credo. Los escribas y fariseos querían acaparar todos los dones del cielo en favor de su nación, con exclusión del resto de la familia de Dios en el mundo entero. Pero Jesús vino para derribar toda barrera de separación. Vino a mostrar que el maravilloso don de su misericordia y de su amor, como el aire, la luz o la lluvia que refresca el suelo, no reconoce límites. 9TPI 153.3
Por su vida, Cristo estableció una religión sin casta, merced a la cual judíos y paganos, libres y esclavos quedan unidos por un vínculo fraternal de igualdad delante de Dios. Ningún exclusivismo influía en sus actos. No hacía ninguna diferencia entre prójimos y extraños, amigos o enemigos. Su corazón era atraído hacia toda alma que tuviese sed del agua de la vida. 9TPI 153.4
No menospreciaba a ser humano alguno, y procuraba aplicar a toda alma la virtud sanadora. En cualquier sociedad que estuviese, presentaba una lección apropiada al tiempo y a las circunstancias. Todo desprecio y todo ultraje que los hombres infligían a sus semejantes no hacían sino hacerle sentir tanto más hondamente la necesidad en que se hallaban de su simpatía divino-humana. Procuraba hacer nacer la esperanza en el más rústico de los hombres y en aquel que menos esperanza daba, asegurándoles que podían tomarse irreprensibles e inofensivos, y adquirir un carácter que les hiciera hijos de Dios. 9TPI 153.5