El poder de un ejército se mide mayormente mediante la eficacia de sus soldados. Un general sabio instruye a sus oficiales a que entrenen a cada soldado para el servicio activo, porque desea desarrollar la mayor eficacia posible en todos ellos. Si tuviera que depender únicamente de sus oficiales, no podría esperar llevar a cabo una campaña de éxito. Cuenta con el servicio leal e incansable de todos los hombres que componen su ejército. La responsabilidad descansa mayormente sobre los hombres que integran las filas. 9TPI 94.4
Lo mismo sucede en el ejército del Príncipe Emanuel. Nuestro General, quien jamás ha perdido una batalla, espera un servicio fiel y voluntario de todos los que se han alistado bajo su estandarte. En el conflicto final que actualmente se libra entre las fuerzas del bien y las huestes del malo, él espera que todos, laicos y ministros, hagan su parte. Todos los que se han alistado como sus soldados deben prestarle servicio fiel, con un agudo sentido de su responsabilidad individual. 9TPI 94.5
Los que tienen a su cargo la responsabilidad de velar por la salud espiritual de la iglesia, debieran inventar medios y recursos a fin de dar a cada miembro de la iglesia la oportunidad de realizar una parte en la obra de Dios. No se ha hecho esto en el pasado con mucha frecuencia. No se han trazado planes definidos para utilizar en el servicio activo los talentos de todos. Hay tan sólo pocas personas que comprenden cuánto se ha perdido a causa de esto. 9TPI 94.6
Los dirigentes de la causa de Dios, como sabios generales, deben trazar planes para llevar a cabo acciones de avanzada a lo largo de toda la línea. En sus planes deben tomar en cuenta especialmente la obra que los laicos pueden llevar a cabo en beneficio de sus amigos y vecinos. La obra de Dios en este mundo no podrá terminarse hasta que los hombres y las mujeres que componen la feligresía de nuestra iglesia se interesen en la obra y unan sus esfuerzos con los de los ministros y dirigentes de la iglesia. 9TPI 95.1
La salvación de los pecadores requiere trabajo personal decidido. Tenemos que presentarles la palabra de vida sin esperar que ellos vengan a nosotros. ¡Quisiera poder hablar a hombres y mujeres palabras que los despierten a la acción diligente! Los momentos que ahora se nos han concedido son escasos. Nos encontramos en el umbral mismo del mundo eterno. No tenemos tiempo que perder. Cada momento es de oro y demasiado valioso para dedicarlo únicamente a nuestro servicio personal. ¿Quiénes buscarán fervientemente a Dios para obtener de él poder y gracia para ser sus obreros fieles en el campo misionero? 9TPI 95.2