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Manuscritos Inéditos Tomo 3 (Contiene los manuscritos 162-209)

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    Andar en la luz

    Texto: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Juan 14: 21).3MI 72.4

    Aquí se define nuestro deber, y se nos dice que si guardamos los Mandamientos seremos amados por el Padre. Cuando los que afirman amar a Dios no guardan los Diez Preceptos, ello es prueba de que el amor de Dios no mora en su interior.3MI 72.5

    Se permite que brille la luz de la verdad para que podamos conocer nuestro deber. La duda está en si seguiremos la luz o caminaremos en la oscuridad. Cristo nos ha dicho que si seguimos al mundo no somos suyos. ¿Por qué no amamos la verdad? Porque corta nuestro camino.3MI 72.6

    Nuestro precioso Salvador vino a este mundo a traernos bendición. Dejó su trono en la gloria para elevar al hombre de su condición caída. ¡Ay, si apreciáramos su gran sacrificio! Mientras estuvo aquí, sufrió el enfrentamiento del archienemigo, el adversario de las almas, y resistió sus tentaciones. Cristo no dejó su trono de gloria para alternar con los ricos y los grandes hombres de la tierra, porque ellos no querían recibir sus instrucciones, sino que escogió a los pobres que estaban dispuestos a recibirlo. Hubo algunos ricos que sí creyeron, pero no estuvieron dispuestos a reconocer a Cristo abiertamente. Encontramos en nuestra época a hombres de riqueza, hombres a los que el mundo llama grandes, que, si el mensaje para este tiempo les fuera presentado, se apartarían de él a causa de la cruz. Dios no se propone dejarnos en el error, sino que nos envía mensajes de misericordia para que podamos tener vida eterna. ¿Los aceptaremos o los rechazaremos?3MI 73.1

    En los días de Cristo, ¡muy pocos se dieron cuenta del gran privilegio del que podrían haber gozado! El Dios infinito dio a su Hijo, el don más exaltado que podía darse, pero no fue apreciado aquel día, y aunque nuestro Salvador intentó lograr la entrada a los corazones, no lo dejaron entrar. No sabían que tenían a la Majestad del cielo en medio de ellos. Cuando él vio la terquedad de su corazón, lloró por Jerusalén, diciendo: «¡Si también tú conocieras, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está encubierto a tus ojos» (Luc. 19: 42). La razón por la que rechazaron a Cristo fue porque las costumbres y las prácticas tenían más peso para ellos que la bendición preciosa que Cristo vino a traerles.3MI 73.2

    Pasa lo mismo en nuestra época. Se nos envía luz desde el cielo. ¿La rechazaremos o la recibiremos? Es nuestro privilegio juntar los rayos de luz, y cuanto más la busquemos, más aumentará la luz. Si nuestros ojos pudieran abrirse, podríamos ver al adversario de las almas esparciendo oscuridad. Todo el cielo está interesado en los hijos de los hombres. Los ángeles nos observan y llevan al cielo noticias de nuestros peligros, y nos acercan constantemente a Cristo. Nuestra seguridad está en cumplir con nuestro deber y juntar los rayos de luz.3MI 73.3

    La admonición de nuestro texto es andar en armonía con la santa ley de Dios. Obedeciéndola, podemos formar caracteres que nos permitan mantenernos de pie. Si rechazamos la gran luz que Dios nos da ahora, quedaremos en las tinieblas.3MI 73.4

    Precisamente el amor por las almas me trajo de mi lejano hogar en Estados Unidos. Si no tuviera un mensaje especial, me habría quedado en casa, porque no es agradable trasladarse de un sitio a otro ni soportar las dificultades de viajar. No oso hacer mi propia voluntad, sino que sigo la luz del cielo; debo darla a la gente. El fin de todas las cosas está cerca, y, dado que la gente pisotea la ley de Dios, debe ser advertida de su transgresión.3MI 73.5

    Juan, echando su mirada hacia el futuro a través del tiempo, vio un remanente que se juntaría separándose del mundo y que estaría en armonía con los preceptos de Jehová; y exclama: «Aquí está la perseverancia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14: 12). «El templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se dejó ver en el templo» (Apoc. 11: 19). ¿Qué contenía el arca? Contenía la ley de Dios, que señala nuestro deber. Juan vio que se llamaba la atención de la gente sobre esos diez preceptos, y cuando se vea la luz, seremos tenidos por responsables si la rechazamos.3MI 74.1

    La verdad de Dios está siendo revelada a los hombres, pero en esta época hay muchos falsos maestros que apartan los oídos de la gente de los mandamientos de Dios. Pero deberíamos preguntar: ¿Qué es la verdad? ¿Qué dice la Palabra? Y nuestra preocupación debería ser: ¿Qué puedo hacer para salvar almas? Se atribuye mucho valor a las almas de los hombres por los que Cristo murió, y si descuidamos recibir e impartir el conocimiento dado, lo hacemos a riesgo de nuestra vida.3MI 74.2

    La obediencia a la voluntad de Dios implicará una cruz. Cristo dice: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada» (Mat. 10: 34). Y descubrimos que la verdad para esta época, si se la vive, pondrá «en enemistad al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. Así que los enemigos del hombre serán los de su casa» (vers. 35, 36).3MI 74.3

    Cristo vendrá pronto por segunda vez con poder y gran gloria, no como apareció la primera vez, cuando lloró sobre Jerusalén cuando se ponía el sol por occidente. Cristo fue un Sol y una Luz para aquel pueblo, pero esa Luz estaba a punto de retirarse por la terquedad de aquellos a los que Cristo había venido a redimir. Los discípulos esperaban ver a Jesús regocijarse por la ciudad al acercarse a ella, pero, ¡qué desengaño cuando vieron la angustia de su alma y sus lágrimas, y oyeron sus declaraciones entrecortadas cuando pronunció estas solemnes palabras: «¡Si también tú conocieras [...] lo que es para tu paz!» (Luc. 19: 42)!3MI 74.4

    Allí había una nación que iba a ser abandonada por su iniquidad. Un alma es de gran valor, pero, ¿qué es eso comparado con toda una nación que estaba a punto de ser desechada por no querer recibir la luz? Esto precisamente provocó las lágrimas del Hijo de Dios. Cristo conocía perfectamente el resultado de rechazar la luz. Podía mirar al futuro y ver los aguerridos ejércitos de la tierra rodeando la otrora favorecida ciudad, y la destrucción de sus habitantes. ¿Qué más podría haber hecho Cristo por su viña? ¿Por qué no supo Jerusalén lo que era para su bien? Cristo había llamado a la puerta de su corazón, pero rechazaron la misericordia ofrecida.3MI 74.5

    Hay un límite a la misericordia de Dios, porque no contiende con los hombres para siempre. Se mantiene un registro de todas las bendiciones ofrecidas y de cómo son tratadas esas bendiciones; y, si descuidamos nuestro deber, pronto veremos, como vieron los judíos, que la ira de Dios no se retiene, sino que seremos entregados al poder de Satanás. Aunque nos parezca asombroso que los judíos rechazaran a Cristo, a nosotros mismos nos pasará lo mismo si rechazamos la luz para este tiempo.3MI 75.1

    El mensaje que ahora hay que dar a este mundo seguirá hasta el fin del tiempo, y relucirá en todas las partes de la tierra. Las tinieblas morales han cubierto la tierra como una mortaja, y seguirán aumentando a medida que se rechace la luz. «Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre, pues como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre» (Mat. 24: 37-39).3MI 75.2

    Ahora bien, no hay ningún pecado en comer y beber, sino en el exceso. La bendición de la comida ha sido convertida en una maldición por los hábitos intemperantes, y esto lo encontramos en nuestra propia época. Los mismos hábitos de intemperancia absorben la mente, por lo que no son discernibles las bendiciones espirituales. Debemos desechar cualquier obstáculo a nuestro desarrollo espiritual. Cuando se haga esto, brillará la verdadera luz.3MI 75.3

    Dios acepta a los humildes. Cuando Cristo vino desde su hogar en la gloria, no acudió a los hombres de talento ni a los grandes de la tierra para escoger maestros, porque sabía que no podría educarlos. Seleccionó a pobres pescadores como compañeros y alumnos suyos. A estos les dio lecciones de instrucción que los capacitarían para sus deberes futuros, y estas lecciones están consignadas en la Palabra de Dios y tendrán su peso hasta el fin del tiempo. Judas no fue un aprendiz del calibre de Juan. No dejaba que las lecciones dadas tuvieran una influencia santificadora en su corazón; su disposición natural no fue puesta bajo disciplina, y acabó llevando a la traición de Cristo. Pero Juan no solo aprendió las lecciones, sino que las puso en práctica, y, después de la muerte de su Maestro, cuando fue atacado por los enemigos de la verdad, permaneció firme a los principios que había aprendido.3MI 75.4

    Cristo no permaneció mucho tiempo callado en la tumba, porque un ángel amado acudió a remover la piedra (que la cerraba) y Jesús salió victorioso del sepulcro. Tras su ascenso a su Padre, volvió a revelarse a sus discípulos. Después de esto, los que crucificaron a Cristo quedaron asombrados al ver la audacia de los discípulos y al oír la excelente instrucción que daban a la gente, sabedores de que eran hombres ignorantes; pero habían estado con Jesús y habían aprendido de él. Estas lecciones de los apóstoles nos han sido legadas, y, cuando estemos conectados con Dios, la luz dada a los apóstoles nos será impartida.3MI 76.1

    Debemos tener más de la bondad de Dios y más del cielo. Debemos trabajar por la eternidad. La venida de Cristo está cerca, y queremos ser como él, porque queremos verlo como es. No vendrá como varón de dolores, para ser insultado y ridiculizado, sino que, en vez del antiguo ropaje real, llevará una túnica de una blancura tal que ningún jabón de lavador puede igualar. En lugar de una corona de espinas llevará una corona dentro de otra corona, y su semblante brillará más que el sol al mediodía. ¿Seremos reconocidos entonces por él? ¿Seremos purificados y hechos inmortales? En tal caso, ahora es el momento de formar el carácter y ponernos ropa de justicia. Ahora hemos de hacer las paces con Dios guardando sus mandamientos, y eso nos garantizará entrada a través de las puertas que dan acceso a la ciudad.3MI 76.2

    Anhelo la ciudad de Dios con gran gozo. En mi juventud brilló luz sobre mi senda, y la gloria del cielo fue abierta ante mí. Me entregué a Cristo y es un placer servirlo. Ninguna atracción terrenal eclipsará mi mente de mi deber de servir a Dios. Si pudieran correrse las cortinas del cielo y pudiéramos ver las glorias del mismo, este mundo no tendría para nosotros encanto alguno. A Dios gracias, se impartirá fortaleza a toda alma que ponga su confianza en Dios. Que Dios nos ayude a vencer para que podamos recibir la corona de la vida que está reservada a los fieles es mi oración.— Manuscrito 41, 1886, pp. 1-6 («Walk in the Light” [Andar en la luz], sermón en Nimes, Francia, 18 de octubre de 1886).3MI 76.3

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