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Sermones Escogidos Tomo 1

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    Libres de pecado

    Nuestro gran Salvador ha muerto para llevarnos a Dios. Ha sufrido como nuestro sacrificio y todo esto fue para que pudiésemos quedar libres de pecado, limpios de toda iniquidad. La sangre purificadora de Cristo es suficiente para que hablemos desde la mañana hasta la noche, si permitimos que nuestras mentes se mantengan en esa dirección. Queremos una fe inteligente. Deseamos entender cuánto podemos reclamar de la bendición de Dios. Escuchemos la Palabra de Dios al respecto: Si él nos ha dado a su Hijo, «¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Rom. 8: 32).SE1 49.4

    A través del Hijo de Dios podemos reclamar las promesas que él ha dejado registradas a favor nuestro. Aquí hemos actuado, y guardamos sus mandamientos, porque vemos que Dios lo requiere. Nos distinguimos del mundo en este sentido y al seguir la mejor luz que tenemos al guardar sus mandamientos. Es nuestro privilegio reclamar su bendición y luego poner toda nuestra carga sobre Jesucristo, y reclamar por fe la riqueza de su salvación. Aunque Satanás lanzará su oscuridad sobre sus almas y les dirá que ustedes no pueden salvarse, díganle: «Jesús murió por mí, fue un sacrificio perfecto hecho en mi favor, y yo reclamo esa salvación plena. El Maestro me quiere gozoso, porque lo ha dicho (Juan 15). La Palabra de Dios declara enfáticamente y firmemente: «En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis así mis discípulos. [...] Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo» (Juan 15: 8, 11).SE1 50.1

    No era que ellos debían sentir que estaban bajo la esclavitud de la ley. «Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado” (Juan 15: 12). Debemos creer las palabras de Cristo, porque son espíritu y son vida. Debemos aferramos a lo que él ha dicho. Debemos caminar directamente en el camino angosto de la fe. Debemos servir a Dios con todo el corazón, poder, mente y fuerzas, y es nuestro privilegio reclamar ser hijos de Dios.SE1 50.2

    Dios quiere derramar sobre ustedes la luz y la gloria de su presencia. Él quiere que su gozo permanezca en ustedes y que sea completo, que cuando se reúnan con sus hermanos y hermanas puedan decir: «Escuchen lo que el Señor ha hecho por mí. Me ha dado una rica experiencia, y si lo busco por su bendición, esta llegará». Luego ustedes comenzarán a hablar de la venida de Cristo, que el fin de todas las cosas se acerca y cómo nos estamos preparando para su regreso. Después hablarán de esa ciudad celestial, del árbol de la vida en medio del paraíso de Dios, del Rey en su hermosura, con su corona real y de las riquezas que se darán a los hijos de Dios, hablarán de ese río que proviene del trono de Dios y entonces dirán: «¡Alaba al Señor, oh alma mía, y todo lo que está dentro de mí le dé gloria».SE1 50.3

    Si ahora fuéramos así, ¡qué impresiones causaríamos en el mundo! Dirían que tenemos algo que ellos no tienen, y empezarían a preguntar: «¿Qué puedo hacer para ser tan feliz como lo son ustedes?». Mis hermanos y hermanas, Dios es su fortaleza. Él no desea que vayan cojeando a lo largo de esta vida. Cuando entren por la puerta de la nueva Jerusalén, ustedes leerán que está escrito en la puerta: «Bienaventurados los que guardan sus mandamientos”.SE1 50.4

    Jesús les dará la bienvenida y con su propia mano colocará la corona sobre la frente de todos los que entren allí. Luego cantan el cántico de Moisés y del Cordero en el reino de gloria. Bien, ¿será que Dios no ha puesto ante nosotros suficientes razones para que meditemos en las cosas celestiales? Lo mejor de todo es que no entramos en la ciudad como convictos, sino como hijos e hijas del Dios Altísimo. El Padre está en la puerta y da la bienvenida a todos a su seno. Allí manifestaremos el encanto inigualable de nuestro Redentor. Y el himno repercutirá a través de los atrios celestiales: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (Apoc. 5: 13).SE1 51.1

    Yo les pregunto, ¿no es acaso esto suficiente para que hablemos de ello? ¿Iremos de luto, como si la ira de Dios estuviera a punto de caer sobre nosotros, o acaso no hablaremos de ese amor inagotable que se nos ha dado por el sacrificio infinito del Hijo de Dios? Cuando ustedes reflexionen en estas cosas, y en el amor de Jesús, no podrán evitar amarse mutuamente.SE1 51.2

    Cristo ha manifestado su interés en los seres humanos. Él dice: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Al tratar con sus santos estamos tratando con Jesús. Por tanto, tengan mucho cuidado de no herir el corazón de sus hermanos y hermanas. Estamos casi en casa, seremos peregrinos y extranjeros un poquito más. Todo el cielo está interesado en la salvación de los hombres, y, en armonía con ellos, nos deberíamos interesar por quienes nos rodean. Deberíamos estar preparándonos para entrar a la ciudad celestial.SE1 51.3

    ¡Oh, doy gracias a Dios con toda mi alma, porque Jesús murió por nosotros, y obró en nuestro favor un cada vez más excelente y eterno peso de gloria que tendremos en ese día! Entonces, hermanos y hermanas, prepárense para la traslación. Mantengan su atención en la patria mejor, la celestial. Aprendan a cantar el himno aquí en esta tierra. El mejor himno que se puede aprender es aprender a tratarse mutuamente con amabilidad, porque en el cielo la ocupación de sus habitantes es agradarse los unos a los otros. Traigan todo lo que puedan del cielo a esta vida. Tenemos un Jesús vivo, nuestro triunfo está en ese Salvador vivo. Él nos salva con una salvación eterna.SE1 51.4

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