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    Capítulo 6

    Pasaje subterráneo – Un traidor – Ratificación de la paz – El cónsul norteamericano colgado en efigie – Retención del pan durante dos días – Los prisioneros demandan y obtienen su pan – Masacre inhumana de prisioneros – Liberación de un soldado británico – Tribunal de investigación – Llegada de un cartel – Liberados de la prisión – Exhibición de banderas respecto de la masacre

    Por este tiempo los prisioneros de una de las prisiones habían comenzado la hercúlea tarea de abrir un pasaje subterráneo hacia afuera de los muros de la cárcel, para obtener su libertad. Para realizar esto, levantaron una de las pesadas losas de piedra de la planta baja, y comenzaron el trabajo de raspar la tierra y ponerla en pequeñas bolsas, y echarla cuidadosamente bajo los peldaños de la escalera de piedra que subía hasta el tercer piso, por la parte de atrás, y que estaba cerrada con tablones. Para hacer esto, tenían que sacar uno de los tablones, pero reponerlo cuidadosamente, lo mismo que la losa de piedra, antes de la mañana, sujetos a la inspección crítica de los llaveros después que todos los prisioneros eran contados.AJB 55.1

    La longitud del pasaje desde debajo del fundamento de la cárcel hasta el primer muro al otro lado del patio de la prisión (en lo que recuerdo), era de unos treinta metros [unos cien pies]; desde allí hasta el muro exterior unos seis metros [unos veinte pies] más. Se nos dijo que estos muros tenían cuatro metros veinte centímetros [catorce pies] de alto, más sesenta centímetros [dos pies] bajo la superficie de la tierra; eran anchos, lo suficiente para que los soldados de guardia pasaran en ambas direcciones en su superficie.AJB 55.2

    Un amigo mío, el capitán L. Wood, de Fairhaven, Massachusetts, que vivía en esta prisión, con quien conversaba a menudo, me informó acerca del trabajo y de cuán difícil era entrar en esa excavación sofocante después que hubieron progresado cierta distancia, y volver con una bolsa pequeña de tierra. Él dijo: “Sus rostros están casi negros, y están casi exhaustos por la falta de aire”; sin embargo, otro se adelanta, entra y vuelve con una bolsita llena. De esta forma continúan su trabajo nocturno, sin ser descubiertos, hasta que alcanzaron y excavaron debajo del fundamento del primer muro, y luego del segundo muro, o el exterior. Muchos se prepararon con cuchillos y otras armas letales para poder defenderse, decididos a arriesgar sus vidas peleando para abrirse camino hasta la orilla del mar, y tomar el primer barco o bote, y dirigirse a la costa de Francia.AJB 55.3

    Antes de romper el suelo a las afueras del muro exterior, para todos los que querían salir, uno tras otro en la noche oscura, uno de los prisioneros, conocedor de los hechos, informó a las autoridades. De repente, soldados y oficiales armados entraron al patio de la prisión con su informante en medio de ellos, que señaló el lugar sobre el pasaje oscuro, al que pronto entraron y en pocos momentos lo llenaron con piedras y tierra del patio pavimentado de piedras, y el traidor fue cuidadosamente llevado bajo custodia por miedo de que los prisioneros lo tomaran y lo hicieran pedazos. “¿Cómo se llama?” “¿Quién es?” “¿De qué Estado proviene?” eran las preguntas. Los que lo conocían contestaron que pertenecía a New Hampshire. El gobernador le dio su libertad, y no supimos más nada de él.AJB 56.1

    A la llegada de la fragata desde los Estados Unidos, trayendo el tratado de paz ratificado entre nosotros y Gran Bretaña, supimos que el Sr. Beasly había reanudado sus funciones como cónsul de los Estados Unidos en Londres, y nuestro gobierno le dio instrucciones para buscar barcos adecuados para trasladar a los prisioneros norteamericanos de Inglaterra a los Estados Unidos. Después de esperar un tiempo adecuado, el Sr. Beasley fue consultado en favor de los presos en Dartmoor, para saber por qué los barcos no habían llegado. Su respuesta fue muy insatisfactoria. Otra vez expresamos nuestra sorpresa por este aparente descuido de nosotros, cuando casi habían pasado dos meses desde que el tratado de paz había sido ratificado, y no había habido ninguna pausa en nuestros sufrimientos. Su respuesta estuvo lejos de aliviarnos. Al fin, los prisioneros se exasperaron tanto por este descuido voluntario, que levantaron una horca en el patio de la prisión, y colgaron en efigie al Sr. Beasley, y luego lo quemaron. Cuando los diarios ingleses comenzaron a publicar lo ocurrido, el Sr. Beasley. comenzó a despertarse y a protestar porque nos habíamos atrevido a tomar tales libertades con su carácter. Le dimos a entender que él había recibido instrucciones para aliviarnos y librarnos de la prisión, y todavía estábamos esperando tal evento.AJB 56.2

    Nuestro gobernador, que ostentaba una comisión de capitán de correo en la marina británica, también se ocupó de aprovecharse de nosotros, al ordenar que los prisioneros consumieran el pan duro de la marina, que él había conservado para ellos en el invierno, en caso de que el pan blando no se pudiera conseguir. No se hicieron objeciones a esto, siempre que nos diera tantas onzas del duro como las que recibíamos del pan blando. A eso puso objeciones el gobernador Shortland, y dijo que no debíamos recibir un descuento de un tercio. Esto era lo mismo que el comandante del barco prisión había intentado hacer el año anterior, y fracasó, como ya hemos visto. Sin vacilar objetamos la propuesta del gobernador. Él dijo que debíamos aceptar eso o nada. Reclamamos nuestra ración completa o nada. Continuamos así dos días sin pan, con una amenaza de que si no cedíamos, también se nos retendría el agua.AJB 56.3

    Ahora era el 4 de abril de 1815. El gobernador Shortland se fue en un viaje de unos pocos días, pensando que probablemente para cuando volviera estaríamos con suficiente hambre para aceptar sus términos. Pero antes de la puesta del sol, la hora en que nos encerraban para otra noche desesperante, una gran porción de los prisioneros estaba tan exasperada por su condición humillante y con hambre, que cuando los soldados y los llaveros vinieron para ordenarnos a fin de ser encerrados, rehusamos obedecer, hasta que nos dieran nuestro pan. “¡Vayan a sus celdas!” nos gritaban. “No, ¡no iremos hasta que tengamos nuestro pan!” Los soldados fueron alistados, y con su coronel y su segundo en mando, se formaron en el muro sobre el portón de hierro con rejas, sobre la gran plaza pública que contenía el hospital y los almacenes donde se guardaba nuestro pan. En la parte baja de esta plaza había otro alambrado de hierro y portones de hierro cerrados con llave, que era la línea de demarcación entre nosotros y nuestros guardianes. Aquí había un angosto pasillo de tres metros [diez pies] de ancho y nueve metros [treinta pies] de largo, donde todos los prisioneros, cuando salían de sus celdas, continuamente pasaban en ambas direcciones entre los patios 1, 4 y 7, que contenían los siete edificios de celdas preparados para alojar unos diez mil prisioneros.AJB 57.1

    Al oscurecer, la excitación se había generalizado en los dos bandos, y el angosto pasadizo llegó a estar tan lleno que era difícil pasar. La presión a la larga llegó a ser tan grande que se quebró la cerradura del gran portón doble, y las puertas se abrieron de par en par. En unos pocos momentos, los prisioneros, desarmados y sin ningún plan preconcebido, estaban pisando tierra prohibida, llenando la plaza pública, y apiñándose ante el gran portón de hierro del otro lado de la plaza, detrás del cual estaba el coronel y comandante, con su regimiento de soldados armados, ordenando a los prisioneros que se retiraran o abriría fuego sobre ellos. “¡Disparen!” gritaron los prisioneros, mientras se apiñaban delante de los soldados, “estamos tan dispuestos a morir por la espada como por el hambre”. El coronel, ahora menos dispuesto a abrir fuego, deseaba saber qué queríamos. “Queremos nuestro pan, señor”. “Bueno, retírense en orden a sus celdas respectivas, y haremos algo al respecto”. “No, señor, no nos iremos hasta que tengamos nuestra ración completa de pan”. El coronel ordenó al concesionario que sirviera a los prisioneros la ración completa de pan blando. A eso de las nueve de la noche, todos los grupos habían recibido su pan. Los prisioneros entonces tranquilamente entraron en sus respectivas prisiones y comenzaron a saciar sus apetitos con los ásperos panes negros y agua fría, encomiando en los términos más elevados la forma calmada, valiente y caballerosa con la que el coronel nos había recibido y otorgado lo que pedíamos.AJB 57.2

    Dos días después, es decir, el 6 de abril de 1815, el gobernador volvió a su puesto. Al saber lo que había ocurrido en la noche del 4, declaró (como se nos dijo luego) que él se vengaría de nosotros. En este sexto día, de noche, algunos de los prisioneros estaban jugando a la pelota en el patio número 7. Varias veces la pelota pasó por sobre el muro, y a menudo era devuelta por los soldados cuando se les pedía bondadosamente que lo hicieran. En un momento, uno de los prisioneros gritó de manera autoritaria: “Soldados, devuélvannos esa pelota”. Y como no vino, algunos de los jugadores dijeron: “Haremos un agujero en la pared para buscarla”. Dos o tres de ellos comenzaron a extraer la masilla con unas piedras pequeñas. Un centinela sobre el muro les ordenó que dejaran de hacerlo, pero persistieron hasta que se les ordenó lo mismo por segunda vez. Yo estaba caminando, yendo y viniendo, durante ese tiempo, junto con otros, pero no supusimos que podrían hacer un boquete con las piedras que estaban usando, y que nada de esto tenía mucha importancia. Aparte de ese incidente trivial, los prisioneros se mostraban tan ordenados y obedientes como en cualquier momento anterior.AJB 58.1

    Al ponerse el sol, los llaveros, como siempre, ordenaron a los presos a entrar. Para lograr eso y llegar a sus respectivos edificios, el angosto pasillo estaba tan densamente lleno que el portón doble, que no había sido reparado después de los incidentes del día 4, y estaba apenas atado, se abrió de repente, y algunos necesariamente pero sin intención entraron en cantidad a la plaza. Parecía que el gobernador, con un regimiento de soldados armados, se había ubicado por encima de la plaza, esperando un pretexto para atacarnos. La apertura repentina del portón, aunque sin intención, pareció suficiente para sus propósitos; porque avanzó con sus soldados, y les ordenó abrir fuego. Sus órdenes fueron obedecidas al instante, los soldados corrieron entre los prisioneros que huían, y dispararon contra ellos en todas direcciones. Un pobre hombre cayó herido, y varios soldados lo rodearon. Se puso sobre las rodillas y suplicó que lo dejaran vivir, pero su respuesta fue: “¡No hay misericordia aquí!” Entonces descargaron sus mosquetes y lo dejaron hecho un cadáver desfigurado. Otros huían hacia las puertas de sus respectivos edificios, que siempre antes habían estado abiertas a la hora de entrar, las encontraron cerradas, y mientras procuraban llegar a la puerta opuesta, se encontraron en fuego cruzado de los soldados. Esto fue una prueba más de que esta actividad había sido premeditada.AJB 58.2

    Mientras trataba de avanzar contra la corriente para bajar la escalera de piedra y ver de qué se trataba el ruido y los tiros de los mosquetes, varios soldados vinieron corriendo hacia la puerta (mientras los que estaban afuera trataban de entrar) y descargaron contra nosotros sus mosquetes. Un hombre cayó muerto, otro cayó justo delante de mí con la pérdida de su pierna, y un soldado inglés, contra su voluntad, fue empujado hacia adentro, y la puerta se cerró contra aquellos soldados tan cobardes y asesinos que descargaban sus mosquetes sobre aquellos que no habían estado fuera de sus prisiones.AJB 59.1

    Ahora prevalecía la mayor confusión y excitación por todos los edificios. Todo lo que escuchamos de parte de algunos que venían huyendo de los asesinos, es que habían pasado a muertos y moribundos en camino al edificio de celdas. Les gritamos a los del edificio próximo, y nos dijeron que les faltaban unos doscientos. A nosotros nos pareció que nos faltaba un número similar. En base a esto, supusimos que una gran cantidad debió haber sido masacrada. Padres, hijos, hermanos faltaban, y había una excitación muy intensa en nuestra prisión. De repente, escuchamos el silbato del contramaestre en manos del pregonero de todos los días. Todo quedó en silencio en el piso superior. Entonces comenzó a leer algo así: “Hay un soldado inglés entre nosotros que se encontró en el piso inferior, y varios prisioneros le pusieron una soga alrededor del cuello, y el otro extremo por sobre una viga, rogándole que diga sus oraciones, porque están a punto de colgarlo. Dos de la comisión prevalecieron sobre ellos para que se detengan hasta que sepan el pensamiento de los prisioneros. “¿Qué haremos con él?” “¡Cuélguenlo! ¡Cuélguenlo! ¡Cuélguenlo! gritaban algunos; otros: “¡No, no; suéltenlo!” En el segundo piso y la planta baja, más o menos lo mismo. El pregonero informó que la mayoría estaba a favor de colgarlo. La comisión, con otros, les rogó que esperaran, hasta que se procurara obtener una votación nuevamente. Los prisioneros estaban demasiado excitados, y por lo tanto juzgaban demasiado apresuradamente. El pobre soldado todavía estaba rogando por su vida, anticipando que lo colgarían enseguida. Cuando el pregonero pasó por segunda vez, era difícil decidir, pero había muchos más en favor de perdonarle la vida a su enemigo. Esto abrió el camino para una tercera prueba, que estuvo decididamente en favor de liberarlo. Durante este intervalo, los muertos y moribundos habían sido reunidos en los patios, y llevados al hospital. Una guardia de soldados entonces vino a nuestra puerta por los prisioneros muertos y los heridos. “¿Tienen algunos aquí?” “Sí, aquí hay dos; y aquí también está uno de sus propios soldados, llévenselo”.AJB 59.2

    Cuando el tribunal de investigación que fue establecido para juzgar este acto homicida dictó sus conclusiones (a lo que nos referiremos en seguida), los periódicos ingleses aplaudieron mucho el acto honorable y misericordioso de los prisioneros de Dartmoor, quienes, bajo condiciones tan graves, perdonaron la vida al soldado inglés.AJB 60.1

    Fue tarde en la mañana cuando las puertas de nuestra prisión se abrieron; porque llevó algún tiempo lavar la sangre de nuestros compañeros asesinados, lo que nuestros enemigos no querían que viéramos. Cuando salimos al patio muchos encontraron a sus amigos perdidos; porque durante la masacre, para escapar al fuego de los soldados, varios huyeron al edificio más cercano, y quedaron en él hasta la mañana, mientras otros buscaron y encontraron a los suyos en el hospital, entre los asesinados y los heridos. Después de muchas preguntas, supimos que hubo siete muertos y sesenta heridos. Lo que hizo que esto fuera más irritante, es que los dos gobiernos estaban en los términos más amistosos, y muchos de nuestros barcos y compatriotas ya estaban haciendo sus negocios en Inglaterra, mientras, como ya mostramos, en lugar de relajar su rigor sobre nosotros, los ingleses nos habían apretado las cuerdas cada vez más fuerte, y habían hecho tal cosa hasta siete semanas después de la ratificación del tratado de paz entre Gran Bretaña y los Estados Unidos. Si el Sr. Beasley, nuestro cónsul en Londres, hubiera obedecido de inmediato las instrucciones de nuestro gobierno, él podría habernos ahorrado el problema de colgarlo y quemarlo en efigie, y también le habría negado al Gobernador Shortland la gratificación de asesinarnos de una manera tan inmerecida, al proveernos barcos, o informarnos que hacía todo lo posible para liberarnos de nuestro confinamiento miserable.AJB 60.2

    Se instituyó un tribunal de investigación para considerar este asunto. John Quincy Adams, ex secretario de la Legación Norteamericana en Gante, de parte de los Estados Unidos, y uno de los almirantes experimentados de Plymouth, de parte de Gran Bretaña, con su séquito.AJB 60.3

    Se preparó un lugar para el tribunal en la parte alta de los muros por encima del angosto pasadizo y lugar de demarcación entre prisioneros y sus guardias, de modo que el tribunal podía recibir observaciones de los prisioneros por la izquierda, y por sus guardias, por la derecha, estando los muros entre nosotros y ellos. La declaración del Gobernador Shortland y su grupo, respecto al intento de hacer un agujero en el muro, y la apertura violenta de portones ya rotos, para justificar su ataque sobre nosotros de la manera ya descrita, parecieron tener muy poco peso. Habíamos llegado a la conclusión en el momento de la masacre, que este plan había sido preconcebido. El almirante británico pareció que quería seriamente preguntar a los prisioneros respecto de su ración de alimentos, y si no se les había dado toda cantidad que se les debía dar, etc. La respuesta fue que nuestras quejas ahora no eran sobre nuestra ración de alimentos, sino sobre la manera inhumana en la que nuestros compatriotas habían sido masacrados. Finalmente, en el arreglo de este doloroso problema, la masacre en Dartmoor fue repudiada por el Gobierno Británico, y se hizo una compensación a las viudas de los sufrientes. (Ver La Historia Universal de Eventos Destacados, de D. Haskel.)AJB 61.1

    Tres semanas después de la masacre llegó la noticia por largo tiempo esperada, es decir, que había llegado un documento a Plymouth para una leva de prisioneros. Como yo estaba en ese tiempo entre los primeros de la lista de prisioneros, fui llamado y reunido con un grupo de unos doscientos cincuenta. Muchos de estos, cuando fuimos reunidos ante el gobernador Shortland y sus soldados armados, llevaban banderas blancas en palos largos con leyendas en grandes letras negras como las siguientes, es decir: “Masacre de prisioneros norteamericanos en la prisión de Dartmoor, 6 de abril de 1815”. “¡El sangriento 6 de abril!” Otros tenían banderas con el nombre de Shortland como el asesino de prisioneros norteamericanos. Algunos de los prisioneros declararon abiertamente que lo matarían si podían llegar cerca de él. Él parecía estar al tanto de estas amenazas, y se mantuvo a una distancia segura mientras nos reunían en el patio superior cerca de las casas de él y sus oficiales, preparándonos para nuestra partida definitiva. También esperábamos que él nos ordenaría bajar nuestras banderas mientras estábamos bajo su inspección, o que lo hiciera su regimiento de soldados armados que nos guardarían desde allí hasta el puerto de Plymouth (una distancia de unos veinticinco kilómetros [quince millas], pero no lo hizo, porque siguieron flameando hasta que pasamos por Plymouth hasta nuestro lugar de embarque.AJB 61.2

    Fuimos liberados de la prisión de Dartmoor en la mañana del 27 de abril de 1815, justo cinco años después del momento en que fui enrolado en Liverpool, en Inglaterra. Unos dos años y medio en servicio activo en la marina británica, y dos años y medio como su prisionero de guerra. La puerta occidental de nuestro deprimente y sangriento lugar de confinamiento al fin se abrió, y los soldados recibieron la orden de marchar afuera con los prisioneros. Al subir a las alturas de Dartmoor, nos dimos vuelta para mirar la oscura y enorme masa de edificios de piedra donde habíamos sufrido tantas privaciones, y luego hacia adelante, al horizonte occidental que ahora podíamos ver por primera vez desde nuestro confinamiento y verlo extenderse a la distancia hacia nuestro país natal, donde estaban nuestros hogares paternos y amigos queridos. Era más factible sentir que describir nuestras emociones inspiradas por los recuerdos de un cautiverio opresivo por un lado, y una libertad sin límites por el otro. Me agaché para atarme los cordones de mi viejo par de zapatos gastados, y me sentí competente para realizar lo que para nosotros, en nuestra condición debilitada, era un viaje tedioso. Pero la alegre sensación de libertad y la expectativa placentera de pronto saludar a nuestros queridos amigos, aunque nos separaba un océano de cuatro mil seiscientos kilómetros [tres mil millas] de ancho, nos animaba a seguir adelante a la vieja ciudad de Plymouth. La gente nos miraba, y no es de extrañar, porque supongo que nunca antes habían visto pasar por su ciudad a un grupo de hombres tan abigarrado con ondeantes banderas tan singulares.AJB 62.1

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