Loading...
Larger font
Smaller font
Copy
Print
Contents
  • Results
  • Related
  • Featured
No results found for: "".
  • Weighted Relevancy
  • Content Sequence
  • Relevancy
  • Earliest First
  • Latest First
    Larger font
    Smaller font
    Copy
    Print
    Contents

    Capítulo 8

    Llegada a casa – Viaje a Europa – Una roca singular en el océano – Comienzo repentino del invierno – El viaje terminó – Otro viaje – Situación peligrosa en la bahía de Chesapeake – Criterio en emergencia – Naufragio en una tormenta de nieve – Visita a Baltimore – A bordo otra vez del –Criterio – Se salvó la carga – Otro viaje – Huracán – Terminó el viaje – Casado – Otro viaje – El capitán ajusta velas en su sueño

    El sobrecargo del barco contratado nos dio a cada uno provisiones como para una semana para nuestro viaje. Fuimos muy favorecidos con buen tiempo, y llegamos a Boston al tercer día desde New London, cuando vendimos lo que nos quedaba de provisiones para tener lo suficiente como para pagar nuestro pasaje y recuperar nuestra ropa. Un amigo y vecino de mi padre (el capitán T. Nye), que estaba en Boston por negocios, me prestó treinta dólares de la cuenta de mi padre, lo que me permitió comprar un poco de ropa decente para presentarme entre mis amigos. La noche siguiente, el 14 o 15 de junio de 1815, tuve el indescriptible placer de estar en mi casa paterna (Fairhaven, Massachusetts) rodeado por mi madre, hermanos, hermanas y amigos, todos muy contentos de verme una vez más en el círculo familiar; y todos ellos excesivamente ansiosos de escuchar un recuento de mis sufrimientos y pruebas durante los seis años y tres meses que había estado ausente; porque mi trabajo a bordo de barcos de guerra británicos, y en prisión los últimos cinco años, había hecho extremadamente difícil, como mostré antes, que alguna de mis cartas les llegara. Era bien sabido que por mis seis años y cuarto de sufrimientos y tareas, no tenía nada que mostrar sino unas pocas ropas viejas y gastadas, y un pequeño bolso de lona que nunca usé, por no haber podido escaparme nadando del barco-prisión en 1814, excepto mi experiencia, el relato de lo cual hizo que las lágrimas fluyeran tan copiosamente a mi alrededor, que cambiamos el tema por ese momento.AJB 71.1

    Los que pensaban que sabían, le habían dicho a mi padre que si alguna vez regresaba al hogar sería igual que otros marineros borrachos provenientes de buques de guerra. Él no estaba en casa por negocios cuando llegué, pero volvió en pocos días. Nuestro encuentro casi lo abruma. Finalmente se recuperó y me preguntó si mi salud se había perjudicado. “No, padre”, contesté, “me disgustaron los hábitos de la gente con la que estaba asociado. No tengo ningún deseo de bebidas fuertes”, o palabras similares, que lo aliviaron mucho en ese momento. Pronto renové mi relación con mi presente compañera de la vida, la que había comenzado a una edad temprana.AJB 71.2

    Pocas semanas después de mi regreso un viejo compañero mío de escuela llegó a New Bedford en un barco nuevo, y me contrató de nuevo como su segundo maestre para hacer con él un viaje a Europa. Nuestro viaje fue de Alexandria, D. C., en dirección a Bremen, en Europa, y de regreso a Alexandria. En nuestro viaje navegamos alrededor del norte de Inglaterra e Irlanda. Los marineros lo llaman “ir al norte y alrededor”. A menudo se prefiere este pasaje en vez de ir al sur de estas islas y luego por el Canal Británico. En este viaje, al noroeste de Irlanda, a algo más de trescientos setenta kilómetros [doscientas millas] de la tierra, hay una roca solitaria que se levanta unos quince metros [cincuenta pies] sobre el nivel del mar, que los navegantes llaman “Rockal”. Su forma es cónica, y de lejos tiene la apariencia de un pan de azúcar, o un faro. Habíamos estado procurando llegar a ella, y cuando hicimos nuestra observación en el meridiano, estábamos acercándonos a esta roca singular en el océano. Como nuestro barco avanzaba bien, con una brisa suave y estable, nuestro capitán se aventuró a acercarse a ella. El mar estaba golpeando su vidrioso costado, como probablemente lo había hecho siempre desde el diluvio, lo que daba la apariencia de tener un barniz brillante a todo su alrededor. Esta roca siempre había sido el terror de los marineros que se encontraban en su cercanía durante una tormenta. ¡Que historias trágicas podía haber contado, si pudiera comunicarse, de diez mil terribles tempestades, y de diez mil veces diez mil olas rugientes por todos sus lados; y de cómo centenares de barcos, pesadamente cargados, inevitablemente eran destrozados en una furiosa tempestad, y de los pobres marineros, con el corazón quebrantado, sin advertencia y sin preparación, que fueron sepultados en su base, y su triste y trágica historia nunca se conocerá hasta la resurrección de los muertos! Y sin embargo allí está, inamovible e imperturbable como cuando fue modelada por su Creador.AJB 72.1

    Después de un viaje próspero anclamos en el río Weser, a unos cincuenta kilómetros [treinta millas] de Bremen. El invierno comenzó antes de que termináramos de descargar toda nuestra carga, de modo que fuimos detenidos allí hasta la primavera. Estos ríos se cierran, a menudo, en una noche, y comienza un largo invierno. Es asombroso también ver cuán rápidamente el hielo aumenta en espesor en el breve espacio de una marea creciente de seis horas, aun de cuatro a seis metros de espesor a lo largo de sus riberas. Hasta ese momento no habíamos visto hielo. Estábamos gozando un día muy agradable; el viento había rotado al este con un sol poniente claro. Nuestro capitán y un piloto vinieron a bordo para atracar el barco, y ponerlo en los “slangs”, una especie de muelle que va desde la escollera hasta el agua profunda con el propósito de romper el hielo y formar un canal hasta los barcos que se refugian allá. Los habitantes del lugar habían predicho hielo en el río antes de la mañana. Unas pocas horas después de anochecer, el hielo comenzó a formarse, y aumentó tan rápidamente que con todas nuestras grandes velas llenas con un fuerte viento, y todos los tripulantes en el molinete, el barco no se movió hacia su anclaje durante la marea alta, en contra del hielo que corría. Al salir el sol la mañana siguiente, se estimó aconsejable cortar el cable en el molinete y apretar el barco entre los “slangs” para prevenir que fuese roto en pedazos por el hielo, y a nosotros librarnos de una muerte inevitable. Afortunadamente el barco aguantó el apretón, y en pocos momentos la marea y el hielo lo llevaron a estar entre los slangs junto al dique. Estos diques son terraplenes levantados para evitar que el mar entre a los terrenos más bajos. Un extremo de nuestros cables fue llevado inmediatamente a la pradera y asegurado a un tronco enterrado para mantenernos lejos del hielo con el subir y bajar de la marea. En este momento calculamos que el hielo tenía seis metros [veinte pies] de altura junto a nosotros en la orilla, y se había acumulado durante la noche. Nuestro barco quedó muy averiado por el hielo durante el invierno. Después de repararlo cabalmente, volvimos a Alexandria en el verano de 1816.AJB 72.2

    Me embarqué nuevamente desde Alexandria, como maestre principal de la fragata Criterion, desde Boston, Massachusetts. De allí cargamos y navegamos a Baltimore, donde dejamos nuestra carga y cargamos otra vez y navegamos hacia Nueva Orleans, en enero de 1817. En este mes comenzó uno de los inviernos más severos y fríos en muchos años. Relataré aquí un incidente para probarlo. Un barco de Europa con una carga de pasajeros ancló en la bahía de Chesapeake, a unos 74 kilómetros [cuarenta millas] al sur de Baltimore. Sus pasajeros viajaron sobre hielo al puerto y ciudad de Annapolis, distante unos tres kilómetros [unas dos millas]. Yo estaba en la ciudad de Annapolis en ese momento, tratando de conseguir cables y anclas para aliviar el Criterion de su peligrosa situación, como mostraré enseguida.AJB 73.1

    Al darnos a la vela para salir del puerto y bajar por el río en la tarde, vimos que el hielo alrededor de nosotros se formaba tan rápidamente, que estábamos en peligro de resultar seriamente averiados por él. Al llegar a la boca del río, el piloto dio órdenes de prepararse para anclar hasta la luz del día. El capitán y yo mismo objetamos, procurando persuadirlo a seguir viaje y salir de entre el hielo. Pero él opinó de otro modo, y anclamos en el Chesapeake, en la desembocadura del río Patapsco, a unos treinta kilómetros [16 millas] al sur de Baltimore. La marea estaba tan baja que quedamos varados. En esta situación, el hielo alcanzó nuestra rampa antes del ascenso de la marea. Toda la tripulación se esforzó desde la mañana temprano levando anclas y levantando el barco por sobre el banco. En el momento más alto de la marea decidimos intentar navegar por encima del banco si podíamos rescatar nuestra ancla. Mientras estábamos izando el ancla en la chalupa, la marea cambió, y el hielo comenzó a presionar sobre nosotros tan fuertemente que la dejamos caer otra vez y regresamos al barco. Al llegar al lado de sotavento, estando en el acto de alcanzar el barco, el hielo repentinamente se rompió de donde había estado retenido por unos momentos del lado de barlovento, y nos rodeó alejándonos del buque en un pequeño espacio de agua sin hielo, que se había formado al quebrarse el hielo contra el costado de la nave, y pasar por frente a la proa y la popa. Para cuando pudimos sacar nuestros remos para acercarnos al barco, nos habíamos deslizado varias decenas de metros hacia sotavento, y el lugar de agua sin hielo se había estrechado tanto que los remos golpeaban el hielo, haciéndolos inútiles. Entonces nos aferramos a las salientes del hielo, para hacer avanzar el bote, pero el hielo se rompía en nuestras manos tan rápidamente que no podíamos agarrarnos de él. El capitán y el piloto hacían lo que podían, tirando hacia nosotros remos y otras cosas flotantes, y sogas, pero éramos arrastrados tan rápidamente como aquellas cosas, de modo que en unos pocos momentos estábamos encerrados en un vasto campo de hielo que nos alejaba de nuestro barco por la Bahía de Chesapeake tan rápidamente como la resaca y un fuerte viento noroeste podía empujarnos.AJB 73.2

    Estábamos vestidos con ropa de trabajo liviana, y teníamos muy poco espacio para movernos y evitar congelarnos. Habíamos estado en el bote desde las dos de la tarde. Al ponerse el sol miramos en todas direcciones para saber cómo orientarnos, si es que el mar rompía el hielo que nos encerraba. Opinamos que estábamos entre veinte y veinticinco kilómetros [doce a quince millas] de distancia de nuestro barco, que iba desapareciendo de nuestra vista. La orilla distante hacia sotavento parecía inalcanzable por causa del hielo. La perspectiva de liberación antes del día siguiente parecía desesperada, si es que alguno de nosotros podía sobre vivir el frío punzante y desagradable de la noche que se avecinaba. Unas pocas luces esparcidas hacia el lado de barlovento (de donde soplaba el viento) en la orilla occidental de Maryland, a unos once o doce kilómetros [siete u ocho millas] de distancia, todavía nos daba un rayo de esperanza, aunque en ese momento eran inalcanzables. A eso de las nueve de la noche el hielo comenzó a romperse alejándose de nosotros, y pronto nos dejó en mar abierto. Comenzamos a remar y enfilamos en dirección de algunas de las luces mencionadas en la orilla del lado del viento, todas las cuales se apagaron en pocas horas.AJB 74.1

    Después de unas seis horas de incesante remar contra el viento y el mar, el bote tocó fondo a unos doscientos metros [un octavo de milla] de la orilla, tan cargados con hielo que se había hecho con el agua que había entrado, que se llenó de agua pronto después que lo dejamos, y se congeló dejando la forma de su borde al mismo nivel del hielo.AJB 75.1

    El segundo maestre fue vadeando por el agua y el hielo hasta la orilla para buscar una casa, mientras nosotros nos preparábamos para asegurar el bote. Pronto regresó con la alegre noticia de que no muy lejos había una, y que la familia estaba preparando un fuego para nosotros. Eran ahora las tres de la mañana, y habíamos estado en el bote unas trece horas, trabajando casi sin descanso y moviéndonos para no congelarnos, excepto en los últimos quince o veinte minutos.AJB 75.2

    Ahora pedí a todos que salieran del bote. El dolor agudo de entrar al agua, que tenía casi un metro de profundidad [tres pies], era indescriptible, mientras la helada que estaba dentro de nosotros salía a la superficie de nuestros cuerpos. Llamé de nuevo para que todos salieran del bote cuando vi que “Tom”, mi mejor hombre, estaba a un costado del bote tan profundamente dormido, o muriendo helado, que no podía despertarlo. Lo arrastré fuera del bote al agua, manteniendo su cabeza fuera de ella, hasta que gritó: “¿Dónde estoy?” y se aferró al bote. Vi a uno todavía dentro del bote. “¡Stone!” le dije, “¿por qué no sales del bote?” “Lo haré”, dijo, “¡tan pronto como pueda sacarme mis zapatos y mis medias!” Estaba tan confundido que no se había dado cuenta de que sus pies (así como los del resto de nosotros) habían estado empapados en agua y hielo toda la noche. Conseguimos sacarlo, y todos comenzamos a caminar. Para cuando pudimos abrirnos camino a través del hielo nuevo hasta la orilla, estábamos tan ateridos que no podíamos subir la barranca. Indiqué a los marineros que siguieran la orilla hasta encontrar la primera apertura, y yo vendría detrás con Stone tan pronto como pudiera ponerle sus zapatos.AJB 75.3

    Al entrar a la casa percibí que había un gran fuego, y que los hombres estaban acostados con los pies hacia el fuego, retorciéndose en agonía por sus extremidades hinchadas y el agudo dolor. Les pedí que se alejaran del fuego. Como en la buena providencia de Dios estábamos ahora en un lugar seguro, y sentí alivio de mi casi abrumadora ansiedad y suspenso, me fui al rincón opuesto de la sala, y caí exhausto. Tan pronto como me atendieron nuestro huésped y su compañera, sintiéndome todavía débil, salí de la casa a la nieve profunda, donde me parecía que difícilmente podría sobrevivir el penosísimo dolor que parecía sacudir todo mi cuerpo, y especialmente mi cabeza, causado por la congelación que abandonaba mi cuerpo. De este modo el Señor me libró y me salvó. Gracias a su nombre.AJB 76.1

    Al mantenerme lejos del ardiente fuego hasta que el hielo salió de mi cuerpo, yo fui el único que se libró de extremidades heladas y una larga enfermedad. Muchos años después me encontré con “Tom”, en Sudamérica. Él me dijo cuánto había sufrido, y todavía sufría, desde aquella peligrosa noche.AJB 76.2

    El capitán Merica y su compañera (porque este era el nombre de nuestros bondadosos amigos), nos proveyeron de una comida caliente, y muy bondadosamente nos dieron la bienvenida a su mesa y su hogar. Después de la salida del sol, con la ayuda de un catalejo, vimos que el Criterion estaba a flote, a la deriva en el hielo por la bahía, en dirección a nosotros, mostrando la bandera de socorro a media asta. Sin embargo, no era posible que ningún ser humano pudiera acercarse a ellos mientras estuvieran en medio del hielo flotante. Suponíamos que estaban en peligro de hundirse, ya que el barco ya estaba averiado por el hielo antes de habernos separado de él. Cuando el Criterion pasó a unos siete kilómetros [cuatro millas] de la orilla donde estábamos, pudimos ver al capitán y al piloto caminar en cubierta de un lado a otro, contemplando cuál sería su destino. Levantamos una señal sobre la barranca, pero aparentemente no la vieron. Vimos que el Criterion estaba inclinado hacia estribor, lo que mantenía los boquetes hechos por el hielo en el lado de babor fuera del agua. Antes de la noche, el Criterion pasó frente a nosotros otra vez, a la deriva por la bahía con la marea creciente, y siguió a la deriva por otros dos días, hasta que en una violenta tormenta de nieve del noreste, el barco fue impulsado a su destino final y su tumba.AJB 76.3

    Cuando amainó la tormenta, con la ayuda de un catalejo vimos al Criterion, varado en Love Point, en la parte oriental de la Bahía de Chesapeake, distante unos veinte kilómetros [12 millas]. Como no había comunicación con los que sufrían sino por vía de Baltimore, y de allí alrededor del fondo de la bahía, cruzando el río Sussquehanna, decidí ir a Baltimore, e informar a los consignatarios y despachantes de la situación del barco. El capitán Merica dijo que eran unos cincuenta kilómetros [treinta millas] de distancia, buena parte a través de bosques y con malos caminos, especialmente en ese entonces, pues la nieve tenía una profundidad de treinta centímetros [un pie]. Me dijo: “Si decide ir, le prestaré mi caballo”. Dijo su compañera: “Le prestaré un dólar para sus gastos”. Después de un cansador viaje desde la mañana hasta alrededor de las nueve de la noche llegué a Baltimore. Los consignatarios me proveyeron con dinero para pagar nuestra estadía en tierra mientras estuviéramos obligados a quedarnos, y nos dieron órdenes de compra para los comerciantes en Annapolis, de cables y anclas, si tuviéramos necesidad de ellos, para conseguir reflotar el Criterion.AJB 76.4

    Unas dos semanas desde el momento en que nos separamos del Criterion, el clima se moderó y llegó a ser más tibio, y el hielo mucho más quebrado. El capitán Merica, con algunos de sus esclavos, me ayudó a sacar nuestro bote del hielo, y a repararlo. Con nuestra tripulación algo recuperada, y dos fuertes esclavos del capitán Merica, empujamos nuestro bote sobre el hielo hasta que llegamos al agua profunda, y nos subimos a él. Con nuestros remos y una vela prestada navegamos entre el hielo en pedazos hacia el Criterion. Al llegar cerca del barco, vimos que estaba inclinado hacia la orilla, y que una corriente fuerte nos impulsaba más allá del barco hacia un lugar peligroso, a menos que pudiéramos aferrarnos a una soga que nos retuviera. Llamamos, pero nadie respondió. Le dije a mis hombres: “¡Griten fuerte para que los oigan!” Dos esclavos, temiendo que estuviéramos en peligro de quedar atrapados en el hielo, hicieron tanto ruido que el cocinero se asomó por la cubierta principal, del lado de la tormenta, y desapareció de inmediato. Alcanzamos una soga que colgaba mientras pasábamos cerca de la proa, la que nos sujetó bien. El capitán y el piloto, consternados, vinieron corriendo hacia nosotros, mientras yo saltaba a la cubierta del Criterion para encontrarme con ellos. “¡Pero!” dijo el Capitán Coffin mientras nos dábamos la mano, “¿de dónde viene, Sr. Bates?” “De la orilla occidental de Maryland”, le contesté. “Pues bien”, dijo él, “¡yo pensé que todos ustedes estarían en el fondo de la Bahía de Chesapeake! Los enterré la noche en que desaparecieron de nuestra vista; no suponía que fuera posible que sobrevivieran esa noche”.AJB 77.1

    El Criterion se había separado de sus cables y perdido el ancla en la violenta tormenta que los empujó hacia la orilla. La carga no había sufrido todavía ningún daño. El capitán y el piloto consintieron en que tomara parte de la tripulación y volviera a buscar cables y anclas en la ciudad de Annapolis, lo que hicimos, pero no pudimos regresar por varios días, debido a otra fuerte tormenta, en la que el Criterion se desfondó y llenó de agua, y los que estaban a bordo lo abandonaron a tiempo para salvar sus vidas.AJB 77.2

    Durante el invierno, con un grupo de esclavos contratados (nuestros hombres estaban en la lista de los enfermos), salvamos casi toda la carga, con algunos daños. Los hombres elegidos para inspeccionar el Criterion, juzgaron que había unas ciento setenta toneladas de hielo en su casco y velamen, causadas por el paso del agua por sobre el barco y esta haberse solidificado de inmediato. Después de ser desmantelado en la primavera, fue vendido por ¡veinte dólares!AJB 78.1

    Regresé a Baltimore y comencé otro viaje como principal maestre del bergantín Frances F. Johnson, de Baltimore, hacia Sudamérica. Nuestros tripulantes eran todos de color, la elección singular del capitán. A menudo lamenté que nosotros dos fuéramos los únicos blancos a bordo, porque a veces nos encontramos en circunstancias especiales, como consecuencia de ser la minoría.AJB 78.2

    Con la excepción de alguna mercadería general, entregamos nuestra carga en Maranhão y Pará. Este último lugar está a unos ciento ochenta kilómetros [cien millas] río arriba de la desembocadura del río Amazonas¸ que se encuentra sobre el Ecuador. Aquí tomamos carga para la vuelta a Baltimore. En nuestro viaje de retorno paramos en la isla francesa de Martinica. Después de ocupar nuestro lugar entre los barcos cerca de la orilla, y permanecer allí unos días, inesperadamente el comodoro nos llamó al capitán y a mí a bordo, y nos reprendió porque habíamos dejado de obedecer una minucia en sus órdenes, y nos ordenó a irnos en la mañana. Consideramos que esto era poco generoso y severo, y sin precedentes; pero obedecimos y apenas nos habíamos separado de la isla cuando comenzó un tremendo huracán (que es común en las Indias Occidentales cerca del equinoccio de otoño), el que causó tal devastación entre los barcos y marinos, que unos cien navíos fueron hechos pedazos en unas pocas horas y se hundieron con sus tripulaciones y sus amarras, y algunos fueron empujados al mar en condiciones desesperadas; ¡no quedaron más que dos navíos en el puerto por la mañana!AJB 78.3

    Fue con mucha dificultad que pudimos alejarnos de la isla durante el día, por causa de los repentinos cambios de viento que soplaban de todos los puntos de la brújula. Estábamos bastante convencidos de que se acercaba una tormenta violenta en ese momento, e hicimos los preparativos necesarios para afrontarla. Afortunadamente escapamos de lo peor, con solo pocos daños, y llegamos con seguridad a Santo Domingo. Un balandro de la ciudad de Nueva York entró unos pocos días después de nosotros, y su capitán nos contó lo que ya relaté respecto de la tormenta y desastre en Martinica. Nos dijo: “Llegamos cerca del puerto de Martinica al comienzo del huracán, y fuimos llevados a merced de la tormenta, en la oscuridad de la noche; mientras procurábamos aferrarnos en la cubierta alrededor de nuestro bote [salvavidas], que estaba al revés, fuertemente atado a argollas en la cubierta, éste fue arrancado por la violencia del viento de en medio de nosotros, y ninguno supo cuándo, cómo o dónde se había ido”. Para ellos, el milagro fue sobrevivir a la tormenta. Pero todavía más maravilloso para nosotros fue que mientras atendíamos nuestros negocios legítimos, de una manera tan inesperada y sin precedentes fuimos alejados del lugar en el que nadie, sino el ojo omnisciente de Jehová pudo saber de la terrible destrucción que en pocas horas hubiera venido sobre nosotros si nos hubiéramos quedado allí. Ciertamente por medio de su gracia salvadora y su cuidado providencial, pudimos salir apresuradamente del puerto justo a tiempo para quedar entre los que siguen viviendo.AJB 78.4

    “Dios se mueve de manera misteriosaAJB 79.1

    para realizar sus maravillas”.AJB 79.2

    El capitán Sylvester aquí me dio el comando del F. F. Johnson, para seguir a Baltimore con la carga de regreso, mientras él se quedó en Santo Domingo para vender el resto de la carga que llevamos. En el momento de zarpar yo estaba enfermo, y temía que fuera fiebre amarilla, así que hice traer mi cama al puente de mando, y me quedé expuesto al aire libre de día y de noche, y pronto recuperé mi salud. Llegamos con toda seguridad a Baltimore, a comienzos de enero de 1818. Desde allí volví a la casa de mi padre en Fairhaven, Massachusetts, habiendo estado ausente unos dos años y medio. El 15 de febrero de 1818, me uní en matrimonio con la Srta. Prudence M., hija del capitán Obed Nye, mi esposa actual.AJB 79.3

    Seis semanas después de esto zarpé en otro viaje, como maestre principal del barco Frances, con el capitán Hitch, de New Bedford. Procedimos a Baltimore, Maryland, donde cargados con tabaco salimos para Bremen, en Europa. De allí fuimos a Gotemburgo, en Suecia, donde cargamos barras de hierro para New Bedford, Massachusetts.AJB 79.4

    Relataré aquí un incidente que nos ocurrió en nuestro viaje de Bremen a Gotemburgo, para mostrar cómo algunas personas son muy conmovidas, a veces, en su sueño. Estábamos pasando lo que se llama el “Scaw”, en medio del Kattegat, un lugar no muy seguro en una tormenta, en compañía de un gran convoy de comerciantes británicos que iban al mar Báltico. El capitán Hitch, inusual en él, quedó en cubierta hasta la medianoche, momento en que llamó al turno de babor. La noche era desusadamente agradable, luminosa y placentera, con una buena brisa estable, y todo el convoy navegaba hacia adelante en un orden regular. El capitán me pidió que siguiera a cierto barco grande, y que específicamente me mantuviera a cierta distancia detrás de él, para que si lo veíamos en dificultades, pudiéramos alterar nuestro curso a tiempo para evitar lo mismo. Antes de que mi guardia de cuatro horas terminara, el capitán vino por el pasillo diciendo: “Sr. Bates, ¿en qué está pensando, llevando las velas de esta manera? ¡Enrolle y recoja las velas! ¿Dónde está ese barco?” “Por allá”, le dije, “más o menos a la misma distancia a la que estaba cuando bajó”. Vi que sus ojos estaban bien abiertos, pero no podía creer que estuviera en su sano juicio al hablarme de esa manera perentoria. Yo le dije: “¡Capitán Hitch, usted está dormido!”. “¿Dormido?”, dijo él, “¡nunca estuve más despierto en mi vida! ¡Enrolle las velas superiores y enróllelas!” Me sentí insultado por este tratamiento inusual y arbitrario sin la menor causa, y le grité con todas mis fuerzas: “¿Hacia adelante? ¡Llame a todos los tripulantes para enrollar las velas superiores!” Esto despertó al capitán, quien preguntó: “¿Qué pasa?” Yo le dije: “¡Usted me ordenó que recoja las velas superiores!” “¿Yo dije eso? No me di cuenta. Deténgalos para que no lo hagan, y yo bajaré para no estorbar más”.AJB 79.5

    Como el capitán Hitch era dueño en parte del barco, con la perspectiva de ganarse unos pocos miles de dólares con una carga de hierro, cargó mucho el navío, pero no pareció percibir ningún peligro especial hasta que nos encontramos una tormenta de nieve al entrar en el Mar del Norte, que nos hizo decidir hacer un rodeo, y nos llevó a la cercanía del “Rockal” en una tormenta nocturna violenta, que despertó nuestras emociones y produjo mucha ansiedad hasta que estuvimos convencidos de que habíamos superado el peligro que representaba.AJB 80.1

    Larger font
    Smaller font
    Copy
    Print
    Contents