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    Capítulo 9

    Racionamiento del agua – Arrojar carga al agua – Racionamiento de provisiones – Tormenta terrible – Corriente del Golfo – Calma Chicha y huracán rugiente – Agonía silenciosa – En vaivén entre mares – Coincidencia singular en relación con la oración – Más con respecto a un vendaval – Aumenta la filtración – Abastecimiento de provisiones y agua – Concilio – Rumbo a las Indias Occidentales – Notificado – Llegada a salvo a las Indias Occidentales

    Nuestra pesada carga de hierro, y vendavales persistentes del oeste, hicieron que nuestro barco cabeceara innecesariamente hasta que empezó a hacer agua muy libremente. Subimos unas veinte toneladas de hierro y las aseguramos en la cubierta superior. Esto disminuyó su cabeceo un tanto, pero todavía prevalecían vendavales del oeste, y avanzábamos muy lentamente hacia occidente. Al fin dijo el capitán Hitch: “Tendremos que racionar el agua”; y me preguntó con cuánto debíamos comenzar. Le respondí: “Dos cuartos de galón [casi un litro] por día”. “¡Dos cuartos de galón por día!”, dijo él, “Pues, yo nunca bebí dos cuartos de galón por día en mi vida. Yo bebo dos tazas de café por la mañana, y dos tazas de té por la noche, y dos o tres vasos de ron durante el día [en ese tiempo no se conocían las sociedades de temperancia], y eso es todo lo que bebo”. Él dijo: “He estado por el mar por unos treinta años, y nunca me han racionado”. Yo no había sido tan afortunado, pero había estado con racionamiento de comida durante cinco años, y varios meses con una ración mínima de agua. Le dije al capitán Hitch, “La misma idea de racionar el agua hará aumentar su deseo de beber más”. Él tenía sus dudas al respecto, pero dijo, “¡Esperaremos un poco más, porque no creo que nunca bebí dos cuartos de galón en un día!”AJB 81.1

    Como todavía estábamos estorbados en nuestro progreso, y al barco le entraba más agua, el capitán Hitch dijo: “Mañana de mañana le toca la guardia, y creo que sería bueno que midiera el agua, y asegure los barriles”. “Muy bien, señor”, le dije, “¿pero cuánto debo medir para cada hombre?” “Bueno, comienza con dos cuartos”. Esto se hizo, y los dos cuartos del capitán fueron llevados a su camarote. Mientras caminaba por la cubierta como a las 7 de la noche, estando abierta la escotilla de popa, escuché al capitán Hitch, en la oscuridad, decir en un susurro audible: “¡Lem! ¿Tienes algo de agua?” (Lemuel T. era sobrino del capitán Hitch, y trabajaba en el almacén del barco.) “Sí, señor”. “Dame un trago, ¿quieres?” Pocos momentos después escuché el gorgoteo del capitán tomando el agua de la botella de “Lem” como si estuviera muy sediento, y no hacía más de doce horas desde que se le habían dado sus dos cuartos de galón. En la mesa del desayuno a la mañana siguiente le dije: “Capitán Hitch, ¿cómo le fue con el agua anoche?” Él sonrió, y reconoció que estaba equivocado. “La idea del racionamiento (según usted dijo) hace que uno se sienta sediento. Nunca lo había experimentado antes”.AJB 81.2

    Después de enfrentar otro vendaval fuerte, el capitán Hitch se alarmó seriamente, temiendo que el Frances estaba demasiado cargado para cruzar el Atlántico con seguridad. Se mantuvo un concilio, que decidió aliviar el navío de parte de su carga, y arrojar las veinte toneladas de hierro por la borda. En unas pocas horas este trabajo se realizó, y las largas barras de hierro estaban deslizándose rápidamente a su lugar de descanso a unos nueve kilómetros [cinco millas] o más debajo de nosotros, en lo que los marineros llaman el “armario de Davy Jones”.AJB 82.1

    Veinte toneladas más fueron llevadas a la cubierta. Este cambio alivió al barco muy perceptiblemente, y le permitió avanzar mejor. Pero el capitán todavía estaba temeroso de desplegar las velas al máximo por temor a que la grieta aumentara, y nos llevara a todos al fondo.AJB 82.2

    Nuestra provisión de alimentos estaba disminuyendo, así que llegamos a establecer una ración de carne y pan, habiéndose casi agotado nuestros pequeños depósitos. Todos comenzamos a sentirnos ansiosos de llegar a nuestro puerto deseado. Cuando el capitán dormía, nos aventurábamos a veces a aumentar un poco las velas. Después de una tormenta del oeste, el viento había dado vuelta al este durante la noche. Para aprovechar este viento favorable, para cuando se llamó a la guardia de la mañana, habíamos soltado las velas superiores, las del mástil principal y de las más bajas, fijadas con un viento muy agradable, pero con un mar algo encrespado de frente. El capitán Hitch vino a la cubierta y miró alrededor por unos momentos, y dijo: “Sr. Bates, sería mejor que recogiera la vela principal, y también algunas de las velas rastreras. Entonces vamos a asegurar doblemente las velas más altas”. Habiendo hecho esto, él llegó a la conclusión de que el navío avanzaría más fácilmente, y casi tan velozmente como antes.AJB 82.3

    Al fin, los vientos nos favorecieron, y estábamos avanzando rápidamente. Los últimos tres días el viento había estado aumentando desde el sureste, y de acuerdo con nuestros cálculos, si seguía así, alcanzaríamos New Bedford en tres días más, haciendo que nuestro viaje fuera de setenta días desde Gotemburgo. En esto, fuimos tristemente chasqueados, porque para el tercer día, a medianoche, el vendaval había aumentado hasta un nivel temible. Los elementos furiosos parecían desafiar a toda criatura viviente que se moviera por la superficie del mar. En toda mi experiencia nunca había presenciado tales señales portentosas de una tormenta temible y devastadora en los cielos. Las olas subían a alturas increíbles, y parecía que a veces pasarían por encima del tope de los mástiles antes de que nuestro barco, pesadamente cargado, se levantara para recibir su cumbre elevada y espumosa, y el viento ululante y furioso sobre él, tensando cada puntada de vela que nos atrevíamos a mostrar, y luego nos arrojara de cabeza otra vez contra el espantoso valle allá abajo. Toda la vela que nos atrevíamos a mostrar era una vela superior bastante recogida y una delantera muy recogida también. Necesitábamos apurar el barco para salir de este mar espumante, pero teníamos mucho miedo de que las violentas ráfagas las arrancaran de las sogas que las ataban, y nos dejaran a merced del mar para ser abrumados, y para hundirnos con la carga de hierro al fondo del mar.AJB 83.1

    Le encargamos a la guardia que se retiraba que no se sacaran la ropa, sino que estuvieran listos ante cualquier llamada. Creíamos que estábamos en el borde oriental de la Corriente del Golfo, uno de los lugares más temidos por sus tormentas continuas en la costa norteamericana, o en cualquier costa del mundo. En alguna parte teníamos que cruzarla para llegar a casa.AJB 83.2

    Entré en la cabina por un momento para informar al capitán Hitch acerca de la tormenta creciente. Él no estaba dispuesto a verla, pero dijo: “Sr. Bates, ¡mantenga el barco quieto frente a las olas!” Esa era nuestra única esperanza. La caña del timón se había quebrado poco tiempo antes, dejando menos de un metro de la cabeza, por causa de un mar violento que nos golpeó en la proa. La habíamos empatado, y ahora con sogas y aparejos de alivio se necesitaban cuatro hombres experimentados, con nuestra máxima habilidad en manipularlos, para dirigir el timón; para mantener el barco directamente en frente de las olas montañosas y espumantes. Nuestro trabajo continuo era algo como lo siguiente: “¡El timón hacia estribor!” “¡Hacia estribor, señor!”, era la respuesta. “¡Estable, aquí viene otra ola terrible!” “¡Estable, señor!” era la respuesta. “¿Hacia dónde ponemos el rumbo?” “Noroeste”, era la respuesta. “¡Estable, manténganlo así! ¡Muy bien hecho!” Si el barco no hubiera respondido al timón como lo hizo, probablemente aquellas violentas olas habrían pasado sobre nosotros, y nos barrido a todos por la borda. “¡Vire el timón a babor! ¡Aquí viene otra del lado de babor! ¡Estable ahora, las olas están directamente en nuestra popa!”, etc.AJB 83.3

    Con el amanecer vino la lluvia sobre nosotros en tales torrentes que fue con mucha dificultad que podíamos ver la forma de las olas, antes que estuvieran sobre nosotros. Esta lluvia era presagio de un cambio más temible (si fuera posible) que nuestra situación actual. Mi corta experiencia me había enseñado que la Corriente del Golfo1La Corriente del Golfo es causada por una gran masa de agua que sale del Golfo de México, y que fluye hacia el noreste desde el extremo sureste de la costa de Florida, en algunos lugares pasa cerca de la tierra, ampliándose a medida que fluye por nuestra costa norte, donde se divide hacia los bancos de Terranova, donde a veces se encuentra que tiene varios centenares de millas de ancho, estrechándose y ensanchándose influida por vientos fuertes. Esta corriente barre nuestra cosa sur a veces a la velocidad de tres millas [casi cinco kilómetros] por hora. Al pasar o acercarse a la costa de los Estados Unidos, los marineros siempre encuentran el agua más cálida en esta corriente que a sus costados. Además, tiene tiempos tormentosos, variables y tempestuosos, como no se encuentran en otra parte. era más peligrosa para los navegantes por esta causa que cualquier otro mar navegable.AJB 84.1

    Entre las siete y las ocho de la mañana, sin ninguna advertencia, el viento de repente nos golpeó del lado opuesto, y nuestras velas golpearon contra el mástil. Se oyó el grito simultáneo: “¡El barco está escorado!” “¡Timón fuerte a babor!” “¡Rápido, rápido!” Parecía como si hubiera tocado la cubierta solo dos veces al correr unos nueve metros [treinta pies] hacia el mástil principal, donde estaban atadas las sogas que sostienen las vergas y las giré de sus ganchos, y grité: “¡Todos los tripulantes en cubierta, ahora!” Bajando de la cresta de la ola, el barco respondió a su timón; su frente dio vuelta hacia el noreste. La vela delantera se llenó otra vez, de otra manera nos hubiéramos ido con la popa al frente, por el impulso abrumador de la siguiente ola. El viento vino furiosamente del oeste por unos pocos momentos, y de repente se detuvo, dejándonos en “calma chicha”. “¡Mueva el timón hacia estribor!” “¡Tú, llama al capitán!” “¡Enrolla la vela superior principal!” “¡Iza la vela delantera!” “¡Todos los tripulantes arriba, ahora, y enrollen la vela superior principal!” “¡Apúrense, hombres, y afírmenla contra la verga tan rápido como puedan!”AJB 84.2

    El barco ahora era inmanejable. Las olas que acabamos de describir, estaban ahora contra nuestro costado de sotavento, y parecía como si pasarían por encima de los topes de los mástiles, o nos volcarían con la quilla para arriba hacia el viento. Cuando el capitán subió de la cabina y vio nuestra situación, gritó. “¡Santo cielo!”, y por un momento quedó en silencio. El barco ahora se estaba retorciendo y contorsionando como una persona en perfecta agonía. Saltaba de manera tan violenta y tumultuosa que hacía difícil que los hombres pudieran subir. Antes de alcanzar la verga de la vela más alta, el viento venía sobre nosotros como un tornado, desde el sudoeste. Esto era lo que temíamos, y por ello nos apurábamos para salvar nuestras velas, si podíamos. Pasó algún tiempo hasta que los hombres pudieron asegurar las velas. Después de hacer esto, y que el barco se aquietara un tanto, la tripulación estaba toda apiñada en cubierta, excepto Lemuel T. y George Hitch, el sobrino y el hijo del capitán, quienes, por orden del capitán estaban encerrados abajo por temor de que fueran barridos de la cubierta; junto con un pasajero. Dijo el capitán: “Cocinero, ¿podría orar con nosotros?” El cocinero se arrodilló donde pudo afirmarse, y el resto de nosotros manteniéndonos de pie, oró muy fervientemente pidiendo a Dios que nos protegiera y salvara de la temible y furiosa tormenta. Esa fue la primera oración que alguna vez escuché pronunciada en una tormenta sobre el mar. Pecadores como éramos, creo que fue recordada por Aquel cuyo oído no está cerrado al clamor de un marino desesperado; porque las Escrituras testifican que “porque habló, e hizo levantar un viento tempestuoso que encrespa las olas. Suben a los cielos, descienden a los abismos; sus almas se derriten con el mal. Tiemblan y titubean como ebrios, y toda su ciencia es inútil. Entonces claman a Jehová en su angustia y los libra de sus aflicciones” (Salmos 107:25-28).AJB 85.1

    Parecíamos estar ubicados en la posición exacta de la que habla el salmista. Después que hicimos todo lo que podíamos para salvar nuestras vidas de los elementos enfurecidos de la noche pasada, hasta que nuestro barco quedó inmanejable, nuestras velas aseguradas y el timón atado hacia sotavento, no sabíamos qué hacer y oramos al Señor pidiendo ayuda; Nos amarramos al andamiaje y a la sobrecubierta en profunda contemplación y total silencio, esperando la solución de nuestro caso. El capitán Hitch sin duda sintió que él había descuidado su deber de encomendarnos diariamente a Dios, durante nuestro largo viaje, y ahora, en esta hora de peligro, cuando no sabíamos qué hacer, su confianza le falló. Él y el cocinero eran los únicos profesantes de religión a bordo. Ambos pertenecían a la Iglesia Bautista de la Comunión Estrecha, en New Bedford, Massachusetts. El cocinero era el único hombre de color a bordo. Siempre he creído que Dios consideró su oración en forma especial. Solo una vez durante el viaje oí que el capitán oraba. Yo había quedado casi exhausto del trabajo extremo en algunas de las tormentas que mencioné antes, y estaba perdiendo dos horas de mi guardia nocturna para conseguir algún descanso, cuando escuché al capitán Hitch, en una parte oscura de la cabina, orando al Señor para que me devolviera la salud y fuerzas. Al decir esto no lo hago con falta de respeto al Capitán Hitch, porque él era un hombre caballeroso y de buen corazón, y trataba a sus oficiales y a sus hombres con bondad y respeto.AJB 85.2

    Después de la oración del cocinero, me aseguré a la mesana delantera, para observar la tormenta furiosa. El capitán Hitch estaba directamente detrás de mí, el segundo maestre y la tripulación todos a lo largo del costado protegido de la sobrecubierta, esperando en silencio la resolución de nuestro pedido. El viento era tan inclemente en su furia que retorcía la cresta de las olas que pasaban por sobre nosotros, y nos empapaba como una fuerte lluvia de las nubes. El esfuerzo que sufría el barco parecía más de lo que podía soportar por más tiempo. La maravilla era que todavía se mantenía entero por tanto tiempo. A veces parecía, cuando pasaba sobre la cresta de una de esas olas como montañas, con frecuencia de costado, que, o se daría vuelta o bajaría con tal impetuosidad que nunca se levantaría otra vez. Después de un tiempo el mar se enfureció del oeste, y las oleadas chocaban como enemigas luchando por la victoria. Habíamos quedado en silencio como unas tres horas, cuando dije: “Nuestro barco solo puede resistir un poco más de tiempo”. “Así creo yo”, replicó el capitán. Dije: “Me parece que nuestra única esperanza es levar las alas de la vela delantera, y dirigirlo entre las dos olas en un rumbo noreste”. “Probémoslo”, dijo el Capitán Hitch.AJB 86.1

    Pronto nuestro viejo navío estaba navegando entre esas dos montañas que se derrumbaban, siendo golpeado muy severamente, primero por la derecha y luego por la izquierda. Y cuando nuestros corazones casi fallecían por temor a que el barco fuera volcado, parecía que se levantaba otra vez por sobre todo, y se sacudía como si una mano invisible lo estuviera circundando desde abajo, y con sus dos pequeñas alas extendidas llenadas hasta rebalsar con el rugiente y furioso viento, parecía avanzar otra vez con energía más que humana. De este modo, revolcándose, siguió hasta la medianoche entre esas olas que se tumbaban, temblaban, se retorcían y se quejaban, con esa carga de hierro y preciosas almas vivientes que estaba luchando por conservarse, en respuesta a la oración del pobre marinero negro, que había pasado desde la cubierta superior, subiendo de en medio del huracán molestoso y la temible tempestad, a las mansiones pacíficas del Gobernador del Cielo, la tierra y los mares.AJB 86.2

    Mi esposa estaba en casa de uno de nuestros parientes, a unos pocos kilómetros de nuestra casa, cuando un ministro metodista vino a visitar a la familia. Éste preguntó por qué ella parecía estar tan seria. Se le dijo que el barco en que navegaba su esposo estaba atrasado, y que había mucho temor por su seguridad, y específicamente en ese momento, ya que había una tormenta violenta y furiosa. Dijo el ministro: “Quiero orar por el grupo en el barco”. Su oración fue tan ferviente, e hizo una impresión tan profunda sobre mi esposa, que ella anotó la hora. Cuando el barco llegó a puerto, se examinó su cuaderno de bitácora, lo que demostró que era la misma tormenta.AJB 87.1

    Alrededor de medianoche, cuando el viento giró hacia el norte y el oeste, y las olas furiosas de ese cuadrante se habían tornado peligrosas, y seguían dominando a las que habían sido tan peligrosas del sureste, consideramos que era mejor para nuestra seguridad mantener el rumbo del barco hacia las olas del sureste y darle toda la vela delantera aparejada para alejar el barco de esas olas entrecruzadas e irregulares que rugían desde el oeste. Así, por cuatro días, fuimos impulsados por el furioso huracán hacia adelante para salvarnos de lo que considerábamos una posición más peligrosa, pero mejor que habernos quedado con mástiles desnudos, exponiendo al barco a las olas irregulares que lo habrían dejado inmanejable, y hecho pedazos. Primero nos dirigimos hacia el noroeste ante un vendaval muy violento del sureste, poco después nuestras velas fueron llenadas al revés por un vendaval del noroeste, y luego de unos momentos de calma total, por unos quince minutos, en que el barco se tornó inmanejable; y luego un huracán rugiente del sudoeste, desviados en cuatro días por el norte hacia el este, nuestro rumbo era noreste entre las olas; luego este y sureste, sur y sudoeste. De este modo, en cuatro días recorrimos tres cuartos de vuelta a la brújula, varios centenares de millas más lejos de casa que cuando estábamos en medio de la tormenta misma. Esta fue la tormenta más peculiar y angustiosa de toda mi experiencia; tampoco he leído de algo parecido en su naturaleza y duración. La maravilla para nosotros fue que nuestro viejo barco había soportado este tiempo tan difícil. Sin embargo, la cantidad de agua que le entraba había aumentado a doce mil cilindradas de la bomba en veinticuatro horas.AJB 87.2

    Otra vez, por decisión unánime, arrojamos otras veinte toneladas de nuestra carga de hierro al mar. Procuramos dirigir el barco a un puerto del sur, pero los vientos occidentales siguieron frenando nuestro progreso hacia el oeste. El invierno todavía no había comenzado del todo, y nuestras provisiones de agua y alimentos estaban tan bajas que estábamos por reducir nuestras raciones, a la vez que nuestro trabajo con las bombas también estaba reduciendo nuestras energías. Vimos barcos ocasionalmente, pero a demasiada distancia como para acercarnos a ellos. Hicimos un esfuerzo extra, y navegamos hacia uno de ellos hasta la caída de la noche, y entonces, para inducirlo que se acercara, pusimos una pértiga sobre nuestra proa, a la que atamos un barril con asfalto y lo encendimos, para hacerles creer que teníamos un incendio, y animarlos a venir en nuestro auxilio, pero no sirvió de nada.AJB 87.3

    Pronto después de esto, cuando las cosas comenzaron a verse más dudosas, justo al final de un vendaval, a eso de la medianoche, vimos un navío directamente delante que giraba hacia nosotros. Pronto respondió a nuestra señal, izando su “linterna”, y pronto nos encontramos a una distancia en que podíamos hablarnos. “¿De dónde son ustedes?” “Nueva York”, fue la respuesta. “¿Hacia dónde van?” “Sudamérica”. “¿Pueden ustedes ayudarnos con algunas provisiones?” “Sí, tantas como quieran; estamos cargados de ellas”. “Queden cerca de nosotros, y enviaremos nuestro bote”. “Muy bien”.AJB 88.1

    El corazón del capitán Hitch comenzó a fallarle al comenzar a bajar nuestro pequeño bote. Dijo: “Las olas son tan altas que el bote quedará inundado, y no me atrevo a que vaya usted, Sr. Bates. Perder a alguien de la tripulación ahora sería muy desalentador, y ¿cómo podría salvarse el barco en su condición de hundirse pronto por la filtración?” “Pero, capitán Hitch, no tenemos provisiones, y ahora podemos conseguir algunas”. Todavía se declaró no dispuesto a mandar a alguien para intentarlo. Yo dije: “Permítame pedir voluntarios”. Siguió sin decidirse. Temiendo que perdiéramos la oportunidad, yo pregunté: “¿Quiénes de ustedes se ofrecen voluntariamente para ir conmigo en el bote?” “Yo voy, señor”. “Yo voy”; “y yo también”, dijeron otros. “Eso es suficiente” dije yo, “tres son suficientes”. En pocos momentos casi no veíamos nuestro barco, navegando hacia la luz de señales. Una ola nos abordó, y llenó casi la mitad del bote. Un tripulante sacaba el agua y los otros con los remos alcanzamos el bergantín. Por causa del mar encrespado pudimos llevar solo unos pocos barriles de pan y harina. Le di al capitán un cheque contra nuestros dueños en New Bedford. “¿Su nombre es Bates?” dijo él; “¿es usted pariente del Dr. Bates, de Barre, Massachusetts?” “Él es mi hermano”. “Bueno, yo soy su vecino cercano; salí de allí hace unas pocas semanas. ¿No quiere algo más?” “No, señor. Solo si usted nos orienta y nos arrastra hasta el lado protegido de nuestro barco, estaré muy agradecido”. Hecho esto, alcanzamos nuestro barco con toda seguridad, y pronto teníamos nuestras provisiones de pan y harina sobre cubierta. Guardamos nuestro bote, y cada navío siguió su curso. El capitán Hitch estaba casi abrumado por la alegría por nuestro regreso feliz con una cantidad de provisiones que nos llevarían hasta el puerto. Sin embargo, los vientos del oeste seguían prevaleciendo, y el vientre de nuestro barco se había llenado con algas y percebes de modo que se movía muy lentamente. Preparamos un raspador, con el que pudimos en momentos de calma, raspar lo que podíamos. Baldes de percebes, grandes como dedales, y algas verdes de sesenta centímetros [dos pies] de largo aparecían bajo nuestra popa cuando pasábamos el rascador por debajo del barco, todo lo que se había acumulado durante nuestro viaje. Otra vez nos encontramos con un navío de las Indias Occidentales, que nos suministró tres barriles de agua; después de lo cual, un barco de Portland nos suministró papas de su carga. Estas eran bastante aceptables, no solo como un cambio en la dieta, sino también para controlar el escorbuto, que es común en los marinos que están obligados a subsistir con provisiones saladas. En pocas semanas obtuvimos otra pequeña provisión, y nos animó la esperanza de llegar a algún puerto en la costa en pocos días. Pero nuestras vigorosas esperanzas se hundirían otra vez con los vendavales crecientes del oeste, y deseamos que hubiéramos tomado más provisiones. De este modo continuamos luchando, ganando una considerable distancia hacia el oeste, y luego con un vendaval perdíamos casi tanta distancia como la que habíamos ganado en una semana.AJB 88.2

    Tres veces después de esto conseguimos provisiones de lo que podían darnos de las suyas diversos barcos con los que nos encontrábamos, lo que hicieron siete en total. Y entre nosotros era común el dicho que, en el momento en que necesitábamos alivio, nos llegó. Malos como todavía éramos, solo podíamos reconocer la mano de un Dios misericordioso en todo esto. Finalmente, comenzamos a desesperar, luchando con los casi continuos vientos occidentales en nuestra condición e incapacidad, y llamamos a toda la tripulación al “concilio”, para determinar si, en nuestra posición peligrosa para conservar nuestras vidas, deberíamos cambiar el viaje y dirigirnos a un puerto por auxilio. Por unanimidad decidimos que debíamos apuntar a las Indias Occidentales. Después de andar dos días rumbo al sur, el viento comenzó a soplar de ese cuadrante. Como el barco ahora iba rumbo al oeste, el capitán Hitch llegó a la conclusión que debía alcanzar algún puerto del sur de los Estados Unidos. Pero el viento cambió otra vez, lo que cortó esa posibilidad. El capitán Hitch ahora lamentaba que hubiera tomado sobre sí mismo el desviarse de la decisión del concilio, y deseaba que yo convocara otro, y viera si se decidiría otra vez ir hacia las Indias Occidentales. Toda la tripulación se expresó en favor de adherirse a nuestra decisión previa, de tomar rumbo a las Indias Occidentales, pero ¿de qué servía tomar una decisión? El capitán Hitch la cambiaría tan pronto como el viento favoreciera dirigirnos hacia el oeste. Yo declaré que me opondría si él lo hacía, e insistiría en seguir la decisión hecha en el concilio. Fue un voto unánime de seguir a las Indias Occidentales por auxilio. El Capitán Hitch no estuvo presente.2Cuando se hace un desvío de la póliza del seguro en el viaje de un navío, se requiere que se haga por la mayoría o la totalidad de la tripulación, de que lo hacen así para la conservación de las vidas, del barco y de la carga. Esta acción debe ser registrada en el cuaderno de bitácora del navío en cuestión, para que los dueños puedan legalmente recuperar su seguro, de ocurrir una pérdida después del desvío. Lo mismo se requiere cuando se echa carga por la borda para preservar vidas.AJB 89.1

    Poco después de que cambiamos el rumbo nos encontramos con una goleta de las Indias Occidentales, con rumbo a Nueva York. Les pedimos que informaran del barco Frances, de Hitch, en apuros, a ciento veintidós días desde Gotemburgo, en Suecia, con destino a St. Thomas, en las Indias Occidentales. Como a nuestros amigos les habían llegado cartas, informándolos de nuestra partida de Gottenberg hacia New Bedford, unos cuatro meses antes, cuando una travesía normal habría requerido un tercio del tiempo, diversas conjeturas se hacían con respecto a nuestro destino. Pocos, si algunos, creían que estábamos entre los vivos.AJB 90.1

    Cuando el buque correo estaba abandonando el muelle, hacia New Bedford y Fairhaven, la goleta llegó y dio el informe acerca de nosotros. Unas 24 horas después el buque correo de Nueva York tocó el muelle de Fairhaven con el informe, un día antes que el correo. Mi esposa, padre, madre y hermanas estaban en una visita social en la casa de una de mis hermanas, cerca del muelle. El Sr. B., el esposo de mi hermana, los dejó unos momentos y estaba parado en el muelle con otros ciudadanos de Fairhaven, cuando el primer ítem de noticias del buque correo al llegar al muelle de Fairhaven, era que una goleta había llegado a Nueva York de las Indias Occidentales, que se había encontrado con el barco Frances, de Hitch, en la latitud… y longitud…, ciento veintidós días desde la salida de Gotemburgo con destino a las Indias Occidentales, en apuros. Con esta noticia inesperada, el Sr. B. se apuró a regresar al círculo familiar, declarando que el barco Frances todavía estaba a flote, destinado a las Indias Occidentales En un momento cambió la escena, y la noticia se esparció por toda la población para alegrar otros corazones, porque había otros esposos e hijos a bordo del barco perdido por tanto tiempo. Al llegar el correo al día siguiente, la noticia fue confirmada. Ninguna noticia por varios años había causado tal gozo universal en Fairhaven. El principal dueño del barco y de la carga (William Roach, de New Bedford), dijo que le daba más gozo saber que la tripulación vivía, que todos sus intereses en el barco y su carga. Los dueños y los amigos estaban sumamente ansiosos de escuchar los detalles de cómo se habían sostenido tanto tiempo con solo las provisiones y el agua para más o menos la mitad de dicho tiempo; además qué había producido nuestra tardanza.AJB 90.2

    Tuvimos un viaje exitoso a St. Thomas, una de las Islas Vírgenes en las Indias Occidentales, que pertenece a Dinamarca. La noche que precedió a nuestra llegada, una goleta nos acompañó, destinada al mismo puerto. Por pedido del capitán Hitch, consintió en acompañarnos durante la noche, ya que él profesaba estar bien familiarizado con esa región. La noche fue deliciosa, con viento favorable. La goleta recogió todas las velas excepto la más alta. Nosotros estábamos bajo una nube de velas, las bajas, las de más arriba, y las velas para guiar el barco, todas llenas con un viento delicioso. El capitán de la goleta parecía haber perdido toda su paciencia hacia nosotros, porque no navegábamos lo suficientemente rápido para mantenernos cerca de ellos. Como a la medianoche, se acercó como para hablar, y gritó: “¡Oigan los del barco!” “Hola” replicó el capitán Hitch “¿Sabe lo que yo haría con ese barco si lo comandara?” “No”, fue la respuesta. “Bueno, señor”, dijo él, “¡si estuviera a cargo de ese barco lo barrenaría y lo enviaría al fondo con toda la tripulación a bordo!” El fondo de nuestro navío estaba tan lleno de algas y percebes que navegaba a solo la mitad de su velocidad si hubiera tenida un fondo limpio.AJB 91.1

    Sin embargo, llegamos al día siguiente, y nos sentimos muy agradecidos a Dios por preservarnos y sostenernos a través de las escenas peligrosas que habíamos experimentado. Aun cuando nuestro barco estaba anclado con toda seguridad y nuestras velas todas recogidas, por un tiempo difícilmente podíamos darnos cuenta de cuán seguro es el puerto de St. Thomas. Al ladear el barco para limpiar el fondo, era maravilloso ver la cantidad de algas verdes, de sesenta a noventa centímetros [dos a tres pies], y los grandes percebes que estaban pegados al fondo. La “inspección” decidió que el barco podía ser reparado para proceder a los Estados Unidos.AJB 91.2

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