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    Capítulo 11

    Quién era el extraño – Lista negra – Palear sal – Cima del pico – Termina el viaje. Visita a mi familia – Viaje a Sudamérica – Vientos alisios – Pez del mar – Río de Janeiro – Situación desesperada – Montevideo – Volviendo al norte – Conexión con una ballena – Resolución de nunca beber bebidas ardientes – Llegada a Alexandria – Preparativos para otro viaje – Visita a mi familia – Escape de un escenario. Navegación a Sudamérica – Pez singular – Llegada a Río de Janeiro – Navegación al Río de la Plata – Entregar mi mercadería en Buenos Aires – Huésped católico

    Este hombre era el cabo del barco en la guardia opuesta a la mía, y era el capitán de esos infortunados llamados “hombres de la lista negra”, sujetos a realizar el trabajo sucio del barco, y también de fregar el bronce, el cobre y el hierro, donde y cuando hiciera falta. En esta tarea él aparecía deleitado en honrar al rey. El látigo en su mano se parecía al mismo que usaba para azotar a aquellos infortunados hombres. Ya he contado antes, en parte, cómo el primer teniente (Campbell) me amenazó con una paliza sin misericordia si no me movía según su instrucciones, porque yo había intentado alejarme nadando del San Salvadore del Mondo, unos pocos días antes de que me presentaran a bordo del Rodney, como he mostrado antes. Después de observarme por más de un año para ejecutar su amenaza, un día le dijeron que había un par de pantalones cerca del mástil principal. Yo reconocí que los pantalones eran míos, ofensa por la cual me mantuvo en la “lista negra” por seis meses.AJB 101.1

    Teníamos unas dos horas por semana para fregar y lavar ropa en agua salada; a veces en unos pocos litros de agua dulce, si uno podía conseguirlos antes de que se cumplieran las dos horas. Y no se podía secar la ropa en ningún otro momento, excepto nuestras hamacas, cuando era necesario lavarla. Cada mañana en la temporada cálida se nos requería presentarnos con camisetas y pantalones limpios: si se informaba que no estaban limpios, el castigo era la “lista negra”. Si yo hubiera conseguido del sobrecargo que me diera del baúl de pacotilla las ropas que claramente necesitaba, nunca hubiera estado desesperado, como estaba, de evitar la “lista negra”. En diferentes ocasiones afirmé al oficial de nuestra división cuán carente yo era en comparación con otros, y le rogué que me diera una muda para poder presentarme bien. En esto fracasé, y porque mis viejas ropas estaban demasiado gastadas para ser decentes, sufrí mucho. Nunca supe de otra razón para exigirme, como fue, que “hiciera ladrillos sin paja”, que la de mi primera ofensa de escapar de su servicio nadando. Era un negocio para el gobierno darnos ropa, porque nos la cobraban al precio que querían, y deducían esa cantidad de nuestras escasas pagas. Tuve una oportunidad de saber que no era porque yo viviera ignorando mi deber, como muchos otros hacían, pues el mismo Sr. Campbell me promovió más de una vez a cargos más elevados, y se me dijo que mi salario aumentaría en proporción. Este cabo nunca usó su látigo conmigo, pero la forma en la que entonces me “honraba”, era sacándome de mi hamaca (si había sido tan afortunado de subir a ella después de mi tarea en cubierta a la medianoche), y poniéndome a trabajar con la cuadrilla de la “lista negra”, hasta que llegaba la hora en que tocaba mi guardia otra vez en cubierta, y no tenía más oportunidad de dormir hasta que terminara la guardia nocturna. De este modo, a veces tenía el privilegio de unas cinco horas de sueño diario, y más a menudo ¡apenas cuatro de las veinticuatro! Yo estaba seguro de que él podría haberme favorecido en este asunto, si hubiera querido; pero obedecíamos, sabiendo bien que si él informaba negligencia o desobediencia, nuestra tarea habría sido todavía más dura y más degradante. ¡Y todo esto por intentar secar un par de pantalones para que mi nombre apareciera en la lista de los limpios!AJB 101.2

    Sin satisfacer su curiosidad respecto de quién era yo, supe por él las andanzas de muchos de los oficiales y tripulantes, por muchos de los cuales yo sentía una fuerte conexión. Empleé a dos irlandeses de apariencia fornida para palear nuestra sal de los lanchones de sal a la escotilla de carga, una apertura en el costado del barco. Mientras avanzaban en su trabajo, los vi recostarse sobre sus palas para la sal. Les pregunté: “¿Cuál es el problema?” “Problema suficiente, señor, sus hombres no pueden palear la sal tan rápido como nosotros se la pasamos a ellos”. Unos siete u ocho hombres estaban paleando la sal hacia el interior del barco. Dije yo: ¿Cuál es el problema, hombres? ¿No son capaces de palear la sal tan rápido como estos dos hombres la echan en el barco? Respondieron que no podían. Dijo uno de los irlandeses que estaba escuchando junto a la escotilla de carga: Si nosotros tuviéramos tanta carne para comer como ustedes, entonces les daríamos tanto más sal”. “¿Por qué?” dijo uno de mis marineros, que parecía muy perturbado por esto, “¿no tienen ustedes suficiente carne?” “No”, dijeron ellos, “no hemos tenido nada esta quincena”. “Entonces, ¿qué comen ustedes?” dijo el marinero. “Papas, por cierto”, fue la respuesta. Mis marineros vivían entonces con todas las variedades de comida de las buenas pensiones disponibles en Liverpool. Muchos eran de la opinión de que la carne imparte fortaleza superior a la clase trabajadora. Ésta era entonces una prueba en contra de tal cosa.AJB 102.1

    Por causa de los vientos occidentales prevalentes en nuestro viaje de regreso, llegamos a la vecindad de las Islas Occidentales. Aquí vimos la elevada Cima del Pico mezclándose con las nubes. Por nuestras observaciones a mediodía supimos que estábamos a unos ciento cincuenta kilómetros [ochenta millas] al norte de la misma. Navegando hacia ella unos ciento diez kilómetros (sesenta millas) probablemente habríamos descubierto su base. Llegamos con seguridad a Alexandria, Distrito de Columbia, en el otoño de 1820. Como no se ofrecieron tareas para el barco, regresé a mi familia en Nueva Inglaterra, habiendo estado ausente unos 16 meses.AJB 103.1

    Temprano en la primavera de 1821, navegué otra vez hacia Alexandria, y tomé a mi cargo otra vez al Talbot, para realizar un viaje a Sudamérica. El grueso de nuestra carga era harina. Mi cargo era de más responsabilidad que antes, porque toda la carga, así como el barco, se me habían confiado para la venta y el regreso. Mi compensación por los servicios de este viaje era más del doble. Mi hermano F. era mi maestre principal. Nuestro destino era Río de Janeiro, en Brasil. Con un viento aceptable, a unas pocas horas de navegación desde Alexandria, estábamos pasando frente a la plantación del ex presidente Washington, en Mount Vernon. Los marineros dicen que era costumbre de algunos comandantes bajar sus velas más altas como señal de respeto cuando pasaban frente a su tumba silenciosa. A unos doscientos ochenta kilómetros [ciento cincuenta millas] de Washington, se pasan los variados y agradables paisajes del Potomac al entrar en la Bahía Chesapeake. Teníamos a un experimentado y hábil piloto; pero su sed por las bebidas fuertes exigían del mayordomo que le preparara ginebra y una mezcla de aguardiente con coñac, con tanta frecuencia, que despertó nuestros temores por la seguridad de la navegación de nuestro barco, de modo que consideramos necesario ponerlo en una ración de tres vasos de bebidas alcohólicas por día, hasta que hubiera piloteado el barco más allá de los cabos de Virginia.AJB 103.2

    Desde los cabos de Virginia dimos curso hacia el este sureste para el Cabo de las Islas Verdes (como es habitual), para encontrar los vientos alisios del noreste que nos llevaran directamente al promontorio noreste del Brasil, o Sudamérica, bajando hasta el ecuador de la tierra, donde encontramos los vientos alisios que soplan hacia el sur. Al seguir estos vientos alisios del noreste, llama la atención el brillo de la estela que deja el barco en su curso durante la oscuridad de la noche. La luz es tan brillante que he sido tentado a leer a la medianoche a su luz, sosteniendo mi libro abierto en dirección a la estela. De no ser por el cabeceo del barco por llenar el abismo que se abre ante la proa, lo que hace que las letras del libro se confundan, la luz de esta estela haría posible leer texto común en la noche más oscura. Algunos que han examinado este extraño fenómeno, nos dicen que es porque el mar, específicamente allí, está lleno de animales vivos, o pequeños peces luminosos, llamados animálculos. Indudablemente, éstos son alimentos para peces mayores. Más al sur nos encontramos con otra especie de pez de unos treinta centímetros [un pie], provisto de pequeñas alas. De repente un gran cardumen se levanta del mar, a veces recorren un trecho y luego caen otra vez a su elemento. La causa de estos vuelos cuando uno lo ve, es un delfín con todos los colores del arco iris, nadando de aquí para allá como un rayo de luz, en persecución de su presa que ha escapado de su alcance, saliendo de su elemento y tomando un camino diferente. En la noche con frecuencia vuelan hasta la cubierta del barco, proveyendo a los marineros un delicioso desayuno.AJB 103.3

    Al llegar a las afueras del espacioso puerto y ciudad de Río de Janeiro nos quedamos admirados, al ver las antiguas montañas ásperas, cubiertas por nubes, y especialmente el elevado Pan de Azúcar que forma un lado de la entrada al puerto. Aquí entregamos una gran parte de nuestra carga, y zarpamos para Montevideo, a la entrada del río de La Plata. Unos pocos días antes de nuestra llegada nos encontramos con un vendaval y tormenta terrible, al finalizar los cuales fuimos arrastrados hacia una costa deshabitada llena de rocas. El viento se detuvo y teníamos una “calma chicha”, las olas y la corriente nos empujaban hacia las rocas. Nuestra única salida era atar nuestros cables y bajar nuestras anclas. Afortunadamente para nosotros sostuvieron el barco. Con mi catalejo subí al tope del mástil para investigar la costa rocosa. Después de unos momentos, decidí que había un lugar en la orilla hacia el cual, si los cables y las anclas cedían, podíamos dirigir nuestro barco; donde podríamos vararlo, y si no nos abrumaba el oleaje podríamos llegar a la orilla. Después de decidir esto, hicimos todos los preparativos necesarios, en caso de que el viento volviera durante la noche, para cortar nuestros cables y hacer un esfuerzo desesperado para alejarnos de las rocas que estaban a nuestro lado. Después de unas treinta horas de ansioso suspenso, el viento comenzó a levantarse otra vez del mar; levamos las anclas, y antes de la medianoche nos consideramos fuera de peligro de esa zona.AJB 104.1

    Pronto después de ese evento llegamos a Monte Video [Montevideo], y descargamos el resto de nuestra carga, y volvimos a Río de Janeiro. Invertí mis recursos en cueros y café, y después de hacer los papeles necesarios zarpamos para Bahía o San Salvador. En los bancos Abrolhos nos encontramos con el barco Balena, del capitán Gardiner, de New Bedford, fundiendo la grasa de una ballena de esperma que habían arponeado el día anterior. El capitán Gardiner era recientemente de New Bedford, en un viaje ballenero por el Océano Pacífico.AJB 105.1

    Después de conseguir que estos enormes monstruos de lo profundo estén al lado del barco, con espadas agudas atadas a largos palos, les cortan la cabeza, y con unas “cucharas” de mangos largos sacan el aceite más puro y mejor, llamado “aceite principal”. Algunas de esas cabezas producen veinte barriles de este rico producto, que se vende a veces por cincuenta dólares el barril. Entonces con sus grandes “ganchos para la grasa” de hierro, enganchan una tira de su grasa, que son como grandes anzuelos atados a cordeles que se recogen con un molinete, y los marineros van halando mientras otros hombres con las espadas van separando la tira de grasa de la carne. Según la tira de grasa se va extrayendo, el cuerpo de la ballena va girando hasta que toda la grasa está a bordo del barco. El cadáver que queda es abandonado, y pronto los tiburones dan cuenta de él.AJB 105.2

    La grasa se troza en pequeños pedazos, y se arroja a unos grandes calderos de hierro para purificarla. Cuando las impurezas se tuestan, las tiran debajo de los calderos como combustible. El aceite caliente lo ponen luego en toneles, se los deja enfriar, y se los guarda para el mercado. Mientras este trabajo se va realizando, el cocinero y el mayordomo (si el capitán lo ve bien) trabajan en los barriles de harina, preparando montones de rosquillas (“doughnuts”) que se cocinan pronto en el aceite hirviendo como un bocadillo especial para todos los tripulantes. Los marineros llaman a esto tener una “comilona”. El aceite caliente es tan dulce como la grasa nueva de cerdo.AJB 105.3

    El capitán Gardner me entregó noticias recientes de mi casa, y dejó cartas conmigo para los Estados Unidos. En pocos días más, llegué a Bahía, y de allí navegamos a Alexandria, D. C.AJB 105.4

    Mientras íbamos rumbo a casa me convencí seriamente de un error tremendo que había cometido, al permitirme, como lo había hecho por más de un año, beber bebidas ardientes, después de haber practicado una abstinencia completa, por haber quedado disgustado por sus efectos degradantes y desmoralizadores, y convencido de que los hombres que bebían se estaban arruinando diariamente, y avanzando a paso rápido a la tumba de un borracho. Aunque había tomado medidas para asegurarme de no ir por el sendero de la ebriedad, al no permitirme en ningún caso beber sino solo un vaso de aguardiente por día, a lo que me adhería muy estrictamente, no obstante el fuerte deseo de ese solo vaso cuando llegaba la hora de cenar (el momento usual para ello), era más fuerte que mi apetito por comida, y me alarmó mucho. Mientras reflexionaba acerca de este asunto, resolví solemnemente que nunca bebería otro vaso de licores espirituosos mientras viviera. Ahora han pasado unos 46 años desde esa era importante en la historia de mi vida, y no tengo conocimiento de haber violado alguna vez ese voto, excepto con propósitos medicinales. Esta circunstancia le dio nuevas fuerzas a todo mi ser, y me hizo sentir como un hombre libre. Todavía se consideraba cortés beber vino en compañía elegante.AJB 105.5

    Tuvimos un viaje agradable desde Bahía hasta los cabos de Virginia, y llegamos a Alexandria a fines de noviembre de 1821. Me esperaba una carta de mi esposa, anunciando la muerte de nuestro único hijo. El Sr. Gardner, el dueño del Talbot, estaba tan satisfecho por el lucrativo viaje que compró un bergantín veloz, y una carga variada en Baltimore, para que yo hiciera un viaje comercial al Océano Pacífico, mientras el Talbot permanecía en Alexandria para someterse a reparaciones necesarias. Mientras se hacían los preparativos para este viaje contemplado, tomé un pasaje en la diligencia postal de Baltimore a Massachusetts para visitar a mi familia. Salimos de Baltimore un miércoles, y llegamos a Fairhaven, Massachusetts, el primer día por la tarde, después de una tediosa ruta de más de cuatro días, deteniéndonos solo para un cambio de caballos, y una comida apresurada hasta que llegamos a Rhode Island. Mientras pasábamos por Connecticut, por la noche, los caballos se asustaron y se desviaron del camino, donde había un banco elevado, volcando el vehículo. Un hombre muy pesado sentado junto a mí, se sostuvo de una correa hasta que ella cedió, y cayó sobre mí y me aplastó a través del costado de la diligencia contra el suelo helado. Si el conductor no hubiese saltado sobre el banco mientras la diligencia caía, y detuvo a sus caballos, habríamos muerto todos. Pasaron varias semanas hasta que me recuperé completamente. Sin embargo seguí adelante hasta que llegué a casa.AJB 106.1

    Después de permanecer con mi familia unas pocas semanas, en mi regreso a Baltimore, al entrar a Filadelfia cerca de medianoche, en un coche de invierno, cerrado, con una puerta, y siete pasajeros varones, al pasar por sobre una hondonada, las sogas del asiento de los conductores cedieron, y los dos conductores cayeron bajo las ruedas, sin que lo supiéramos los que estábamos arropados adentro. Me pregunté por qué los caballos iban a tanta velocidad. “Déjelos”, dijo otro, “me gusta ir rápido”. No quedé muy satisfecho, así que me saqué la manta, abrí la puerta y llamé al conductor; pero al no recibir respuesta, y percibir que los caballos seguían a toda velocidad por la calle tres, me asomé hacia adelante y noté que los conductores habían desaparecido, y las riendas estaban sueltas detrás de los caballos. Bajé el estribo, pisé sobre él, y tal vez a unos treinta centímetros [un pie] del suelo, y esperé una oportunidad para saltar sobre un banco de nieve, pero los caballos seguían sobre el pavimento donde la nieve había desaparecido. Los pasajeros detrás me urgían a que saltara, como deseaban hacerlo ellos también antes que la diligencia se hiciera pedazos.AJB 106.2

    Finalmente salté hacia adelante con la marcha de la diligencia con todas mis fuerzas, y justo vi cómo las ruedas de atrás pasaron junto a mí, cuando caí de cabeza, y no sé cuántas veces di tumbos antes de detenerme. Encontré que tenía una herida en la cabeza de la que salía sangre copiosamente. Oí que la diligencia iba a los saltos, furiosamente calle abajo. Con la ayuda de la luz de la luna encontré mi sombrero, y seguí detrás de la diligencia. Pronto llegué al Sr. Gardner, el hijo de mi patrón, que me acompañaba desde Boston. En su susto, saltó directamente desde la diligencia y estaba seriamente herido. Después de ponerlo al cuidado de un médico, comencé a saber de la suerte de los otros cinco, y nuestro equipaje. Encontré los caballos con un conductor, volviendo con la diligencia con las ruedas deterioradas. Cuatro otros pasajeros siguieron nuestro ejemplo, y no resultaron muy heridos. El último hombre era muy pesado, y saltó después que el coche dejó el pavimento, sobre la arena, sin heridas. Los caballos corrieron hasta el río y de repente giraron hasta pasar bajo un galpón bajo y aplastaron la diligencia sobre sus ruedas, lo que con toda probabilidad hubiera matado a todos los pasajeros que se hubieran atrevido a quedarse. Supimos por la mañana que los conductores apenas escaparon con sus vidas, las ruedas de la diligencia aplastaron los dedos de uno de ellos, y le sacaron el sombrero de la cabeza al otro. Después de unos días, pudimos seguir, y llegamos a Baltimore.AJB 107.1

    Pronto después de mi regreso a Baltimore, me pusieron al mando del bergantín Chatsworth, con una carga variada, adecuada para el viaje contemplado, con poder ilimitado de seguir comerciando mientras pudiera encontrar negocios rentables. También se nos dieron armas de fuego y municiones para defendernos en casos de piratería y motines. Mi hermano F. todavía era mi maestre jefe. Hicimos los papeles para Sudamérica y el Océano Pacífico, y zarpamos de Baltimore el 22 de enero de 1822. Después de pocas semanas estábamos pasando las Islas de Cabo Verde, girando nuestro rumbo hacia el Océano del Sur.AJB 107.2

    En la vecindad del Ecuador, con tiempo moderado y calma, nos encontramos con una especie singular de peces (más numerosos que en latitudes más altas) provistos de algo parecido a remos y velas. Los naturalistas a veces los llaman “Nautilus”. Son una especie de moluscos. Con sus largas patas como remos para estabilizarlos, se levantan y surgen por sobre el agua de diez a quince centímetros [cuatro a seis pulgadas] de largo, y más o menos lo mismo de alto, y se parecen mucho a un pequeño navío con todas las velas blancas. Navegan y se desvían alrededor del barco, caen sobre las olas, como si estuvieran volteadas por una ráfaga de viento, se ponen derechas otra vez, y se deslizan hacia adelante con su velocidad acostumbrada, al parecer para mostrar al marino que ellas también son barcos, y cómo pueden navegar mejor que ellos. Pero tan pronto como se levanta el viento, su valentía les falla; despliegan todas las velas y se esconden bajo el agua hasta que llega otra calma. Los marineros los llaman “medusas”. [Las medusas son hidrozoarios, y no tienen patas, sino tentáculos].AJB 108.1

    Como el 20 de marzo llegamos y anclamos en Río de Janeiro. Como no encontramos demanda para toda nuestra carga, zarpamos otra vez para el Río de la Plata. Al acercarnos a la entrada norte del río, en la tranquilidad de la noche, aunque a unos cinco kilómetros [tres millas] de la orilla, podíamos oír claramente los perros del mar (focas) que gruñían y ladraban desde la playa de arena, donde habían salido del mar para divertirse. Al día siguiente anclamos en Montevideo para preguntar por el estado de los mercados, y pronto supimos que nuestra carga era muy deseada río arriba en Buenos Aires. Al navegar en la noche este nuevo canal angosto, nuevo para nosotros, sin piloto, tocamos fondo, y fuimos obligados a aligerar nuestro barco arrojando algo de su carga al mar para que el barco pudiera flotar otra vez en el canal. A nuestra llegada a la ciudad de Buenos Aires, nuestra carga se vendió de inmediato con una gran utilidad.AJB 108.2

    Mientras estábamos en Buenos Aires, en espera de salir otra vez de navegación, un viento “norte” fuerte sopló toda el agua del río por muchas leguas. Era singular ver a los oficiales y las tripulaciones pasar de un barco a otro, y a la ciudad, sobre un fondo firme y seco, donde solo el día anterior sus barcos flotaban y se hamacaban fijos a sus anclas en cuatro metros y medio [quince pies] de agua. Pero era peligroso andar muchos kilómetros, porque si el viento paraba, o cambiaba de dirección en la boca del río, el agua volvía como una catarata rugiente, y hacía flotar los barcos muy rápidamente para otra vez balancearse sostenidos por sus anclas.AJB 108.3

    Hasta la supresión de la Inquisición en 1820, ninguna otra religión fuera de la Católica Romana era tolerada en Buenos Aires. Era singular notar, como teníamos oportunidades frecuentes de hacerlo, con qué respeto supersticioso la masa de sus habitantes consideraba las ceremonias de los sacerdotes, especialmente la administración del sacramento a los moribundos. El sonar de pequeñas campanillas de mesa anunciaba en las calles la venida de la Hostia, generalmente en el siguiente orden: Un poco antes del sacerdote se veía a un niño negro haciendo sonar la campanilla, y a veces dos soldados, uno a cada lado del sacerdote, con sus mosquetes al hombro, con bayonetas fijadas para reforzar la orden eclesiástica de que toda rodilla debía doblarse cuando la Hostia estuviera pasando, o se sometía a la punta de la bayoneta de los soldados. Se me dijo que un inglés, que rehusó hincar sus rodillas cuando la Hostia pasó delante de él, fue acuchillado con la bayoneta de un soldado. Las personas a caballo desmontaban para arrodillarse junto con los hombres, mujeres y niños en las calles, y en el umbral de sus casas, los almacenes y los despachos de bebidas, mientras la Hostia, o el sacerdote, estaba pasando con la hostia y el vino. Nosotros los extranjeros podíamos pararnos en las cuatro esquinas y presenciar la venida de la Hostia, e irnos por otro camino antes que nos alcanzara.AJB 109.1

    A unos 55 kilómetros [treinta millas] al sur de Buenos Aires hay un buen puerto para las embarcaciones, llamado Ensenada. En este lugar me dirigí con el Chatsworth, y lo preparé para un viaje de invierno alrededor del Cabo de Hornos.AJB 109.2

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