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    Capítulo 13

    La casa de moneda – Troquelando monedas – Iglesias católicas y fiestas – Cómo recordar a Dios – La Inquisición española – Viaje a Truxillo [Trujillo] – Venta del Chatsworth – Modo de contrabandear – Caballos españoles – Método indígena de contrabandear – Entrega del Chatsworth – Viaje al Callao – Problemas con el capitán – Fiesta

    Luego visitamos la casa de moneda peruana, para ver cómo hacían y troquelaban sus monedas. En el centro del salón donde las estampaban, había un hueco, de como un metro ochenta [seis pies] de profundidad, y de un metro cincuenta [cinco pies] de diámetro. En el centro del piso de este hueco estaba el fundamento sobre el cual estaba la “pata inferior” de la columna sobre la cual se ponía la moneda para ser troquelada. La máquina de troquelar estaba hecha en la parte alta como un malacate común¸ con agujeros para recibir dos palancas o barras largas, de más de seis metros [veinte pies] de largo, con un hombre en cada extremo de la barra. Desde la cabeza del malacate se achicaba hasta terminar en un punto en el cual se ponía el troquel. Un hombre en el hueco, con un recipiente lleno de trozos de plata para ser estampados como medio dólar o un cuarto, como fuera el caso, sostiene cada pieza entre su pulgar e índice en la pata inferior. El troquel estaba en la parte baja del malacate, a unos treinta centímetros [un pie] por encima de sus dedos. Los hombres tomaban los extremos de las barras y hacían girar el malacate media vuelta, momento en el cual estampaba la pieza de plata con un ruido fuerte, y volvían con un resorte a su lugar, donde los cuatro hombres tomaban de nuevo las barras, las hacían girar, y otra pieza de plata quedaba acuñada. De este modo estampaban varias piezas en un minuto. Se nos dijo que el troquel caía cada vez con un peso de siete toneladas. El troquel estaba ahora preparado para acuñar monedas de seis peniques. Observé al hombre en el hueco para ver cómo podía sostener estas pequeñas piezas a un pelo de distancia de la estampadora que caía con siete toneladas de peso varias veces por minuto, o tan rápido como él podía poner una pieza nueva bajo el troquel. El hombre parecía perfectamente cómodo en esta tarea, y realizaba su labor con tanta facilidad como una costurera cosía una prenda de vestir. Uno dijo: “Porque está acostumbrado”. Pero si hubiera perdido el pulgar y el índice antes de acostumbrarse, ¿qué pasaría? Para mí era una maravilla cómo un hombre podía acostumbrarse a una tarea tan peligrosa sin lastimarse los dedos.AJB 119.1

    Los peruanos eran católico romanos, y tenían unas sesenta iglesias católicas dentro de los muros de su ciudad, mayormente construidas con piedras y ladrillos. Muchas de ellas eran muy costosas, cubriendo acres de tierra, con hermosos jardines en las porciones centrales, con tantos departamentos que era necesario que los extranjeros emplearan un guía para evitar perderse en el camino. Pinturas espléndidas y costosas imágenes de los santos se pueden ver en diversos apartamentos, con seres vivientes arrodillados delante de ellas y moviendo sus labios como en un acto de oración. En muchas de sus iglesias, particularmente en el lugar asignado para la adoración pública, las columnas que sostenían los pesados arcos superiores estaban cubiertas de plata. Sus altares, ricamente adornados estaban salpicados con detalles de oro. Pero los patriotas estaban les estaban quitando el oro y la plata, y transformándolos en monedas en su casa de moneda para pagar a sus ejércitos.AJB 120.1

    Sus días de fiesta eran numerosos. Tenían el día de los santos y de Todos los santos; pero la fiesta más importante que presencié, en la iglesia, fue la imitación de Jesús y sus discípulos en la Última Cena de Pascua. Se podía ver una gran mesa en el centro de la iglesia cargada con platos de plata, jarras, bandejas de plata, cuchillos, tenedores, etc. Luego Jesús y los doce apóstoles, de manera impresionante, se sentaban todos en orden alrededor de la mesa, exquisitamente vestidos con sombreros de plata en punta sobre sus cabezas. La gente al apiñarse caía de rodillas alrededor de ellos, aparentemente con gran reverencia por la imponente vista. Mientras ellos adoraban en su actitud acostumbrada, los oficiales nos vigilaban, a estos extranjeros protestantes, pidiéndonos que también nos arrodilláramos. Estábamos tan ansiosos por ver cómo se realizaba esta fiesta que seguíamos avanzando y cambiando nuestra posición, hasta que fuimos seguidos tan de cerca y se nos pidió tanto que nos arrodillásemos, que salimos, y visitamos otras iglesias, que también estaban abiertas en esta ocasión.AJB 120.2

    Algunas de sus iglesias están provistas de muchas campanas, y cuando la ocasión lo requiere y todas tañen al mismo tiempo, es difícil poder escuchar otra cosa. Después de mi llegada a la ciudad estaba parado en la calle conversando con amigos, cuando las campanas comenzar a tañer en un tono fúnebre, lento; todos los comercios se detuvieron en un instante. Todos los carruajes y vehículos en movimiento, se detuvieron. Los hombres, las mujeres y los niños, no importa qué estaban haciendo, o cuán interesante fuera su conversación, dejaron de hablar. Los hombres que iban a caballo desmontaron, y todo hombre, con su cabeza descubierta, respetuosamente esperaron uno o dos minutos, cuando el tono solemne de las campanas cambió a un ritmo alegre, y entonces las transacciones de todas clases reanudaron, y la gente se movió de nuevo con sus cabezas cubiertas, como estaban antes de que sonara la campana. Eso fue a la puesta del sol. Pregunté a mi amigo español (que pareció sumamente devoto durante la ceremonia) el significado de esto. “Bueno”, dijo, “es para que toda la gente pueda recordar a Dios al final del día”. Yo pensé que ciertamente esta era una ceremonia muy respetuosa, digna de imitación universal. No obstante, el caso es que esta gente vivía en violación continua del segundo mandamiento de Dios. Sus sacerdotes no vacilaban en concurrir a los salones de juego y a jugar al billar el domingo, así como en otros días.AJB 120.3

    Cuando los católicos romanos suprimieron la Inquisición, ésta se practicaba muy notablemente en la ciudad de Lima y ocupaba un gran espacio de terreno. Los peruanos no solo suprimieron esa diabólica institución en ese momento, sino que demolieron la enorme pila de edificios, y los dejaron como un montón de ruinas, excepto una de las salas del tribunal, donde se habían dispuesto los instrumentos de tortura para la cruel tarea de torturar a los herejes. Vimos una cantidad de lugares donde las paredes se habían quebrado en esta sala, y se nos dijo que esos lugares eran donde los elementos de tortura habían sido eliminados. Algunos tinteros antiguos, de plomo, fueron dejados sobre las mesas por la turba. También nos mostraron algunas de las mazmorras horribles que había debajo de las ruinas bajo tierra. En un rincón notamos una cama de tierra cubierta de piedras a unos pocos pies sobre el piso mojado para la cama de los prisioneros. Se nos mostraron también algunos recesos [pequeñas celdas] que todavía estaban en pie. Estos eran para torturar a los herejes, y construidos apenas lo suficientemente grandes como para que una persona estuviera en pie, con sus manos abajo, y con una puerta afirmada contra ella, una posición que una persona puede soportar solo muy poco tiempo. Pero renunciamos a hablar más en esta ocasión de estas así llamadas instituciones cristianas de la iglesia católica romana, instituida y alimentada durante siglos por el papado, otorgando poder a sus obispos y sacerdotes para castigar y dar muerte a los que ellos llamaban herejes, con toda clase de torturas que el fanatismo en forma humana podía inventar.AJB 121.1

    Tomamos a bordo un cierto número de pasajeros en el Callao, para llevarlos a Truxillo [Trujillo], a la latitud de ocho grados sur. Aquí vendimos el Chatsworth por diez mil dólares a un comerciante español. Siete mil dólares en terrones y piezas de plata, y plata virgen a ser pagada aquí. Como el gobierno peruano había prohibido exportar esto, y todas las monedas de oro y plata, los extranjeros y sus navíos inventaron diversas medidas. Como el acuerdo conmigo era que la plata me fuera entregada fuera del puerto, a bordo del Chatsworth, cuando llegó el tiempo para que dejara Lima, pregunté cómo me entregarían mi dinero. Dijo el comerciante: “Le llegará a usted esta noche como a la medianoche”. “¿Pero cómo?” dije yo. “Se lo enviaremos por medio de algunos indígenas” (aborígenes). Pregunté si el dinero debía ser contado antes de dejar la orilla, para que pudiera identificarlo, y el número de piezas según la factura entregada cuando me fueran traídas. El comerciante contestó que él había puesto la cantidad de plata especificada en la factura, en las manos de varios indios muchas semanas antes, sujetas a su orden. Dije yo: “¿Qué hicieron ellos con el dinero?” “Oh, lo enterraron en el suelo en algún lugar”. “¿Sabe usted dónde?” “No”. “¿Qué seguridad tiene usted de que lo guardarán para usted?” “Ninguna”, dijo él. “¿Cómo sabe usted que ellos me lo entregarán esta noche?” Dijo él: “Los he empleado desde hace mucho tiempo, y he puesto en sus manos miles de dólares de esta manera, y les he pagado bien por su trabajo cuando entregaron lo que les había confiado, y nunca hubo ninguna falta de parte de ellos, por lo que no tengo ningún temor. Son las personas más honestas del mundo, particularmente cuando viven por su cuenta, ellos solos”.AJB 121.2

    El Chatsworth estaba a unos tres kilómetros y medio [dos millas] de la costa. Los rompientes que estaban hacia la orilla desde nosotros, eran demasiado peligrosos para que las pasaran los botes de los barcos. El gobierno usaba un bote grande impulsado con dieciséis remos, manejados por indígenas adiestrados para este trabajo, y cuando la ocasión requería que pasaran hacia donde estaban los barcos, o volver pasando esas peligrosas rompientes del mar, otro grupo de indígenas parados en la orilla, tan pronto como el bote se acercaba a los rompientes en su camino hacia afuera, y notaban que las olas subían para caer sobre éste, daban un grito espantoso. Los remeros instantáneamente dirigían su bote hacia los rompientes, y tomaban una posición con sus remos listos a obedecer las órdenes del timonel para mantener su bote en dirección de las olas, mientras era violentamente sacudido por el rompiente; y entonces hacían fuerza para pasar el banco de arena antes que llegara otra ola. Cuando el bote volvía, y ellos oían el grito de los vigías, el timonel guiaba el bote para ponerlo en la dirección correcta delante de los rompientes, y los remeros tiraban con todas sus fuerzas. Después de dos o tres esfuerzos, el peligro había pasado. Los vigías en la orilla daban un fuerte grito de alegría, al que se unían los remeros, anunciando a todos alrededor: “¡Todo está bien!”AJB 122.1

    La gente aquí, y en otros lugares de la costa, tiene otra clase de botes que ellos llaman “caballos”, en los que ellos viajan como si estuvieran a caballo. Estos caballos están hechos de largos juncos, seguramente atados, de unos tres metros [diez pies] de largo, la parte más ancha de unos sesenta centímetros [dos pies], terminando en las puntas de cinco centímetros [dos pulgadas]. Este extremo lo levantan como el cabezal de un barco para que esté bien fuera del agua y corte a través de las olas. La parte ancha es donde se “cabalga”. Nadie fuera de los que estaban bien adiestrados podían andar en esa clase de caballos, ni mantenerlos erectos, sino solo unos pocos momentos. La gente, y en especial los indígenas, podían moverse en el agua de una manera magistral, incluso mucho más velozmente que un bote común, con un remo doble, o un remo plano en los dos extremos, sentados como si estuvieran cabalgando. Era interesante verlos remar alternadamente a cada lado de los rompientes, y cuando estaban listos para pasarlos, acostarse sobre su caballo mientras las olas pasaban sobre él, y luego remar antes que llegara la siguiente ola. Me dijeron que esta clase de caballos era de gran importancia en algunas partes de la costa, donde los rompientes no admitían que un bote del barco se acercara. Las comunicaciones y despachos eran hechos por medio de estos caballos, o caballos españoles.AJB 123.1

    Los indígenas que debían entregarnos la plata tenían que pasar a través de esos lugares peligrosos en la oscuridad de la noche, mientras sus vigías en la orilla esperaban en suspenso y con gran ansiedad su retorno sin problemas. Cuando nosotros pusimos la guardia de noche, le pedí a mi hermano, el maestre jefe, que estuviera en cubierta hasta la medianoche, y si veía alguna cosa que flotara en el agua, acercándose a nosotros, me llamara. Como a la medianoche me llamó, diciendo: “¡Hay dos hombres junto al barco, sentados en el agua!” Bajamos dos baldes vacíos, y una linterna encendida, entonces los indígenas desataron las bolsas de plata que estaban seguramente colgadas con cuerdas debajo de sus caballos, y las pusieron en los baldes para que los levantáramos a cubierta. Cuando todo estuvo a salvo a bordo, ellos parecieron muy complacidos por la realización de su trabajo. Me pareció a esa hora de la noche como una imposibilidad de que pasaran por esos rompientes peligrosos. Les dimos algún refrigerio mientras estaban sentados sobre sus caballos de agua, porque no se atrevían a dejarlos, pero pronto se alejaron tan rápido como era posible para aliviar a sus compañeros en la orilla, y para recibir la compensación que su empleador les había prometido. Como su empleador había afirmado, cada partícula me fue entregada según la factura.AJB 123.2

    Ahora entregué el Chatsworth al comprador, me despedí de mis oficiales y tripulación, mi hermano quedó como mi sucesor en la dirección del Chatsworth, y el segundo oficial tomó su lugar como maestre jefe, para permanecer en el empleo de los nuevos dueños para comerciar en el Océano Pacífico. Entonces saqué un pasaje para Lima a bordo de una goleta peruana. Percibía que estaba arriesgando mucho en las manos de este extraño y su tripulación, que podrían pensar que la gran cantidad de dinero puesto en sus manos era de más valor para ellos que mi vida; pero no tenía otro medio para viajar a Lima. Procuré no manifestar ningún temor, ni falta de confianza en él como caballero, pero lo observaba muy estrechamente, y procuraba mantenerme al día del manejo de su navío y su rumbo. Anclamos en la Bahía del Callao después de una navegación de siete días. Aquí él rehusó entregarme los siete mil dólares en plata, que había puesto bajo su cuidado hasta nuestra llegada al Callao, alegando que el gobierno del Perú no le permitía entregármelo. Esto lo había entendido bien cuando lo puse a su cuidado para entregármelo a nuestra llegada al Callao. Él también sabía que si informaba que tenía a bordo alguna especie perteneciente a un extranjero, sin importar cuán honestamente lo hubiera conseguido, el gobierno lo tomaría para su propio uso. Como estaba el asunto, él no me lo daría, ni permitiría que el gobierno supiera que había plata a bordo de su navío. Entonces de inmediato arregló para ir a otro país, levó su ancla, y salió al mar. Pronto supe de sus intenciones deshonestas y malvadas. En ese momento estaba a bordo de un ballenero de New Bedford, y lo vi salir. El capitán H. tripuló su bote ballenero, y pronto lo alcanzamos. Todavía rehusaba entregarme la plata, hasta que vio que la resistencia era en vano. Entonces, muy a desgano me permitió recibirlo, y siguió su viaje. Transferimos la plata al barco Franklin, 74, de los Estados Unidos, comandado por el Comodoro Stewart, en depósito hasta que estuviéramos listos para el mar, como otros norteamericanos tenían que hacerlo para guardarlo a salvo.AJB 124.1

    El Sr. Swinegar, nuestro comerciante peruano, dio una gran fiesta a los capitanes y sobrecargos del Escuadrón Norteamericano, el 22 de febrero, en honor del cumpleaños del General Washington. Como yo era la única persona a la mesa que había decidido no beber vino ni bebidas fuertes por causa de sus propiedades embriagantes, el Sr. Swinegar declaró a algunos de sus amigos que estaban con él en la mesa que influiría sobre mí para que bebiera vino con él. Respondí llenando mi vaso con ¡agua! El rehusó beber a menos que yo llenara mi vaso con vino. Le dije: “Sr. Swinegar, no puedo hacerlo, porque he decidido definitivamente nunca beber vino”. Para este tiempo, todos estaban mirándonos. El Sr. Swinegar todavía esperaba que llenara mi vaso con vino. Varios me instaron a cumplir con su pedido. Uno de los tenientes del escuadrón, a cierta distancia en la mesa, dijo: “Bates, ciertamente no objetarás el tomar un vaso de vino con el Sr. Swinegar”. Repliqué que no podía hacerlo. Me sentí avergonzado y triste de que tan alegre grupo estuviera con tanto interés en que yo bebiera un vaso de vino, que casi olvidaron la buena comida que estaba delante de ellos. El Sr. Swinegar, al ver que no podía hacerme beber vino, no me presionó más.AJB 124.2

    En ese tiempo mis profundas convicciones respecto al fumar tabacos me permitió decidir también que desde esa tarde y en adelante nunca fumaría tabaco de ninguna forma. Esta victoria elevó mis sentimientos y mi mente por sobre la bruma del humo del tabaco, que en gran medida había nublado mi mente, y me liberó de un ídolo que había aprendido a adorar entre los marineros.AJB 125.1

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