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    Capítulo 15

    Convicción de pecado – Enfermedad y muerte de un marinero – Funeral en el mar – Oración – Pacto con Dios – Un sueño – Llegada a Pernambuco – Su apariencia – Bajar a una dama norteamericana – Vino en una cena – Vendo mi carga – Otro viaje – Conceptos religiosos – Ballenero – Harina brasileña – Llegada a Sta. Catalina – También Paraiba – Vendo mi carga – Tercer viaje

    Las líneas mencionadas en el capítulo anterior atrajeron mi atención. Las leí una y otra vez. Mi interés en leer novelas y aventuras cesó desde ese momento. Entre los muchos libros, elegí Surgimiento y progreso de la religión en el alma, de Doddridge. Este y la Biblia ahora me interesaron más que todos los otros libros.AJB 137.1

    Christopher Christopherson, de Noruega, uno de mis tripulantes, cayó enfermo poco después de nuestra partida del Cabo Henry. Su caso parecía más y más dudoso. El primer verso de La hora de la muerte, particularmente la cuarta línea, estaba casi continuamente en mi mente:AJB 137.2

    “Tú tienes todas las estaciones para ti misma, ¡oh Muerte!AJB 137.3

    Anhelaba ser cristiano; pero el orgullo de mi corazón y las vanas atracciones del mundo malvado, todavía me retenían en su poderosa mano. Sufría intensamente en mi mente, antes de decidirme a orar. Parecía como si hubiera postergado esta tarea demasiado tiempo. También temía que mis oficiales y hombres supieran que estaba bajo convicción. Además, no tenía un lugar secreto para orar. Cuando miraba hacia atrás, a algunos de los incidentes de mi vida pasada, cómo Dios había interpuesto su brazo para salvarme, cuando la muerte me estuvo mirando a los ojos una y otra vez, y cuán pronto había olvidado todas estas muestras de su misericordia, sentí en ese momento que tenía que ceder. Finalmente, decidí probar la fuerza de la oración, y confesar todos mis pecados. Abrí la escotilla debajo de la mesa, donde me preparé un lugar de modo que pudiera estar fuera de la vista de mis oficiales, si entraran a la cabina durante mi momento de oración. La primera vez que doblé mis rodillas en oración, me pareció que los cabellos de mi cabeza estaban parados, por presumir de abrir mi boca en oración al Dios grande y santo. Pero decidí perseverar hasta que encontrara el perdón y la paz para mi mente turbada. No tenía ningún amigo cristiano cerca para que me dijera cómo, o cuánto tiempo debía estar convicto antes de la conversión. Pero recordé que cuando era un muchacho, durante la gran reforma de 1807, en New Bedford y Fairhaven, había oído a los conversos cuando relataban su experiencia, decir que habían estado entristecidos por sus pecados unas dos o tres semanas, hasta que el Señor les dio paz a sus mentes. Supuse que mi caso sería algo similar.AJB 137.4

    Pasó una quincena, y ninguna luz brilló sobre mi mente. Una semana más, y todavía mi mente era como un mar embravecido. Por ese tiempo, yo estaba caminando por la cubierta de noche, y estuve fuertemente tentado a saltar por la borda y poner fin a mi vida. Pensé que esa era una tentación del diablo, e inmediatamente abandoné la cubierta, y no me permití salir de mi cabina hasta la mañana.AJB 138.1

    Christopher estaba muy enfermo y débil. Y se me ocurrió que si él moría, debería ser doblemente ferviente acerca de mi salvación. Ahora lo traje a la cabina, y lo puse en una litera junto a la mía, donde pudiera darle más atención, y encargué a los oficiales mientras lo cuidaban durante las guardias nocturnas, que si veían algún cambio en él, me llamaran. Desperté en la mañana poco después que aclaró. Mi primer pensamiento fue: ¿Cómo está Christopher? Me acerqué a su cama y puse mi mano en su frente; la sentí fría. Estaba muerto. Llamé al oficial de la guardia matutina: “¿Qué pasó, Sr. Haffards?” dije yo, “¡Christopher está muerto!” Haffards respondió: “Estuve con él hace media hora, y le di su medicina, y no vi alteración entonces”. El pobre Christopher fue acostado en cubierta, y finalmente cosido en una hamaca, con una pesada bolsa de arena a sus pies. Después que fijamos el momento de sepultarlo, estuve muy perturbado en relación con mi deber. Sentía que era un pecador a la vista de Dios, y no me atrevía a orar en público. Y sin embargo no podía consentir en arrojar al pobre hombre al océano sin alguna ceremonia religiosa. Mientras estaba resolviendo lo que debía hacer, el mayordomo me preguntó si no querría tener un Libro de Oración de la Iglesia de Inglaterra. “Sí”, le dije, “¿tiene uno?” “Sí, señor”. “¿Quiere traérmelo?”AJB 138.2

    Era justo el libro que yo quería, porque cuando estaba en el servicio británico, había oído al secretario del barco leyendo oraciones de ese libro, cuando nuestros marineros eran sepultados. Pero este era el primer sepelio en el mar en ocurrir bajo mi mando.AJB 138.3

    Abrí el libro y encontré una oración adecuada para la ocasión. Prepararon un tablón, sobre el cual pusieron su cuerpo, con un extremo sobre la baranda del barco y los pies hacia el mar, de modo que al levantar el otro extremo del tablón, el cuerpo se deslizaría con los pies hacia adelante al océano. Todos menos el timonel estuvieron alrededor del pobre Christopher, para decirle el último adiós, y entregar su cuerpo a lo profundo tan pronto como se diera la orden. La idea de intentar realizar un servicio religioso sobre el muerto, siendo un inconverso, me turbaba mucho. Había pedido al maestre jefe que me llamara cuando los preparativos estuvieran completados¸ y me fui a la cabina. Cuando el oficial informó que todo estaba listo, subí temblando, con el libro abierto en la mano. La tripulación, respetuosamente, descubrió sus cabezas. Al comenzar a leer, mi voz vaciló, y estaba tan agitado que encontré difícil leer claramente. En realidad sentí que yo era un pecador ante Dios. Cuando terminé la última frase, avisé con la mano que inclinaran el tablón, y me volví a la cabina. Al pasar por la escalera, oí al pobre Christopher caer al agua. Seguí bajando hasta mi lugar de oración y ventilé mis sentimientos en oración por el perdón de todos mis pecados, y los del pobre hombre que se estaba hundiendo más y más debajo de las ondulantes olas.AJB 139.1

    Esto ocurría el 30 de septiembre, 26 días desde los cabos de Virginia. Desde entonces sentí que me adentraba en la voluntad de Dios, resolviendo de allí en adelante renunciar a las infructíferas obras del enemigo, y procurar cuidadosamente la vida eterna. Creo ahora que todos mis pecados fueron perdonados por ese tiempo. Entonces también hice el siguiente pacto con Dios, que encontré en Surgimiento y progreso de la religión en el alma de Doddrige:AJB 139.2

    UN SOLEMNE PACTO CON DIOSAJB 139.3

    “Eterno y siempre bendito Dios: Deseo presentarme delante de ti con la más profunda humildad y humillación de alma. Siento cuán indigno es un gusano pecador como para aparecer ante la Santa Majestad del Cielo, el Rey de reyes y Señor de señores… Vengo por lo tanto, reconociéndome un gran ofensor. Golpeando mi pecho y diciendo con el humilde publicano, ‘Dios sé misericordioso a mí, pecador’… este día con la máxima solemnidad me rindo a ti. Renuncio a todos los anteriores señores que han tenido dominio sobre mí, y consagro a ti todo lo que soy, y todo lo que tengo… Úsame, Señor, te ruego, como un instrumento a tu servicio, cuéntame entre tu pueblo peculiar. Lávame en la sangre de tu amado Hijo. A quien, junto contigo, oh Padre, se asignen alabanzas eternas, por todos los millones que así son salvados por ti. Amen”AJB 139.4

    Hecho a bordo del bergantín Empress, New Bedford, en alta mar, 4 de octubre de 1824, en la latitud 19º 50’ norte, y longitud 34º 50’ oeste, con rumbo a Brasil.

    JOSÉ BATES, H.

    Desearía que siempre pudiera tener la entrega a la voluntad de Dios que sentí la mañana en que firmé este pacto. No obstante no podía creer entonces, ni por muchos meses después de esto, que sentía otra cosa que no fuera una profunda convicción de pecado. Estoy seguro de que no siempre consideré este pacto en la luz solemne en la que ahora lo comprendo. Pero estoy contento de haberlo hecho, y que Dios preservó mi vida para permitirme todavía hacer todo lo que en él había prometido hacer.AJB 140.1

    Después de firmar el mencionado pacto, tuve un sueño notable sobre algunas comunicaciones desde la oficina de correos. Una parecía ser un rollo de papel escrito, otra una larga carta que comenzaba con espacios como los siguientes:AJB 140.2

    ¡EXAMINA! ¡EXAMINA! ¡EXAMINA!

    ¡EXPERIMENTA! ¡EXPERIMENTA¡ ¡EXPERIMENTA!

    ¡TÚ MISMO! ¡TÚ MISMO! ¡TÚ MISMO!

    Luego seguía una larga carta que comenzaba con instrucción religiosa, apretadamente escrita, de la cual leí unas pocas líneas, y desperté. Luego la escribí sobre papel y la archivé con otros papeles, pero ahora se me han perdido. Había mucho más que me he olvidado, pero creo que el sueño, de ese modo puesto sobre papel en forma peculiar, fue para convencerme de que mis pecados estaban perdonados. Pero no vi eso en ese momento, porque me había convencido de que Dios se manifestaría de tal modo que nunca dudaría de mi conversión después de esto. No había aprendido todavía la sencillez de la obra de Dios, llena de gracia, sobre el corazón del pecador.AJB 140.3

    Hubiera sido de gran alivio para mí si hubiese podido liberarme de las pesadas responsabilidades de mi viaje comercial, considerando cómo mi mente estaba entonces preocupada. Pero nuestro viaje continuó, y llegamos a Pernambuco el 30 de octubre. Allí encontramos que el estado del comercio estaba muy lejos de ser próspero en relación con nuestro viaje. Pero estábamos en el mejor mercado para vender; por lo tanto, vendimos nuestra carga. Al mismo tiempo me chasqueé mucho al no encontrar un profesante de religión para conversar con él, entre los miles de personas allí, pero estaba plenamente resuelto a perseverar para una salvación completa y gratuita.AJB 140.4

    Pernambuco, en Brasil, está ubicado a orillas del mar. Al acercarse a ella desde el océano, tiene una apariencia impresionante y hermosa. Pero los navíos tienen que anclar en el mar abierto a cierta distancia de tierra, y por causa del oleaje en la costa, es difícil bajar a tierra con seguridad.AJB 141.1

    El capitán Barret, de Nantucket, Massachusetts, llegó a este puerto poco después de nosotros. Decidió vender aquí también, así que envió su bote para llevar a su esposa a la orilla. Cuando el bote de la Sra. Barret estaba entrando a la orilla, un buen grupo de nosotros nos reunimos cerca del lugar de desembarco con el capitán para recibirla. Una cantidad de esclavos negros también esperaban, cuya tarea era vadear hasta los botes y cargar en sus espaldas la carga y los pasajeros, y si era posible llevarlos con seguridad a través de los rompientes hasta el puerto. La tarifa a través de los rompientes por cada pasajero, sin tropezar, era de “un real”, o doce centavos y medio. Pronto se decidió quién debía tener el honor de llevar a la dama norteamericana a través de los rompientes. El capitán Barret le pidió a su esposa que se sentara sobre los hombros del hombre negro que ahora la estaba esperando. Esta era una manera de viajar que la dama no conocía; además, para ella era muy dudoso si el hombre podría pasar los rompientes sin ser tumbado por las olas. Por lo tanto, ella vacilaba, y guardaba silencio. El capitán Barret y sus amigos la instaban, declarando que no había otro modo de transporte. Finalmente ella se sentó sobre los hombros y se aferró a su cabeza con ambas manos, mientras él, varonilmente y en forma firme la llevaba a los brazos de su esposo en nuestro medio, mientras sus compañeros elevaban un grito alegre felicitándolo por la forma sólida y varonil con que había realizado el acto de llevar a tierra a la dama norteamericana.AJB 141.2

    Aquí también, como en otros lugares, mis asociados me abrumaron por rehusar beber vino o bebidas embriagantes con ellos, especialmente vino en la mesa de la cena, que era muy común en Sudamérica. Daré un ejemplo. Un grupo grande de nosotros estábamos cenando con el cónsul norteamericano, el Sr. Bennet. Su esposa a la cabecera llenó su vaso y dijo: “Capitán Bates, ¿tendré el placer de un vaso de vino con usted?” Yo respondí, y llené mi vaso con agua. La Sra. Bennet declinó, a menos que llenara mi vaso con vino. Ella sabía por nuestros encuentros anteriores que yo no bebía vino, pero se sintió dispuesta a inducirme a pasar por alto mis resoluciones anteriores. Como nuestra posición de espera atrajo la atención del grupo, uno de ellos dijo: “Bueno, Sr. Bates, ¿rehúsa usted beber a la salud de la Sra. Bennet un vaso de vino?” Yo contesté que no bebo vino en ninguna ocasión, y le rogué a la Sra. Bennet que aceptara mi ofrecimiento. Ella sin dificultad condescendió, y bebió a mi salud en el vaso de vino, y yo a la de ella en un vaso de agua. El tema de la conversación ahora se volvió hacia el consumo de vino, y mi posición al respecto. Algunos llegaron a la conclusión de que un vaso de vino no le hacía daño a nadie. Es cierto, pero la persona que bebió un vaso es probable que beba otro, y otro, hasta que no haya esperanza de reforma. Uno dijo: “Desearía poder hacer como hace el capitán Bates; estaría mucho mejor”. Otro supuso que yo era un borracho reformado. Ciertamente no había daño en beber moderadamente. Procuré convencerlos de que la mejor manera de arreglar el asunto es no usarlo de ningún modo. En otra ocasión un capitán me dijo: “Ud. es como el viejo Sr.----- de Nantucket; ¡él no bebía ni agua endulzada!”AJB 141.3

    Después de una estadía de seis semanas, habiendo vendido la mayor parte de nuestra carga en Pernambuco, zarpamos en otro viaje a Sta. Catalina, en la latitud 27º 30’ sur. Me di cuenta que las preocupaciones y la atención del negocio, me habían privado, en cierta medida, del gozo espiritual que tenía al llegar a Pernambuco. Ahora tenía más tiempo libre para escudriñar las Escrituras, y leía otros libros sobre el tema de la religión. Aquí comencé un diario de mis ideas y sentimientos, que me fue de gran ayuda. Este lo envié a mi esposa tan a menudo como le escribía. Estas hojas fueron enrolladas y atadas, y no fueron leídas por unos treinta y cinco años. Supongo que este era uno de los rollos de papel que vi en el peculiar sueño que tuve en relación con mi experiencia en el viaje de salida. Pensé qué gran privilegio sería tener un solo cristiano profeso para comparar mis ideas y mis sentimientos sobre este tema tan absorbente, o estar en reunión de oración por una hora o algo así de modo que pudiera ventilar los sentimientos que estaban encerrados dentro de mí.AJB 142.1

    Llegamos a Sta. Catalina como el primero de enero de 1825, donde compramos una carga de provisiones para la costa norte del Brasil. Esta isla está separada del continente por un canal angosto para los barcos. Sta. Catalina es el único puerto marítimo comercial por centenares de millas en la costa. Su extremo norte es una montaña alta, donde los vigías, con su equipo de banderas de señales, estaban observando si había ballenas en la vecindad. Cuando se daba la señal de que había ballenas a la vista, los botes de la pesquera, a unos dieciocho o veinte kilómetros [diez o doce millas] de distancia, remarían hacia ellas, y si tenían la suerte de arponear y matar alguna, las remolcarían hasta donde las faenaban, y las transformaban en aceite. Hace cincuenta años este negocio era muy floreciente allí, pero las ballenas ahora las visitan muy rara vez, así que este negocio casi se acabó.AJB 142.2

    Cuando dejé Pernambuco, la provincia estaba en un estado de revolución, y tenían gran necesidad de fariña. Se esperaba que el gobierno brasileño permitiera a los navíos extranjeros comerciar en este artículo en sus costas, si la demanda continuaba en aumento como había ocurrido en los últimos meses. En previsión de eso, seguí a Sta. Catalina y cargué para Pernambuco.AJB 143.1

    Como muchos de mis lectores pueden no conocer este producto alimenticio, indicaré que primero se cultiva en forma muy parecida a las batatas o papas dulces de Carolina, y se parece a ellas, solo que son mucho más largas. Maduran entre nueve y dieciocho meses, si no las destruyó la helada, y se llaman “mandioca”. El proceso de transformarla en harina en sus cobertizos o galpones era como sigue: Una vaca uncida al extremo de una barra, caminaba en círculo y movía una rueda cubierta con cobre, en la que había perforaciones como de un rallador. Un hombre con su recipiente lleno de mandioca la presionaba contra la rueda moledora, que la molía hasta volverla una masa, trozo tras trozo. Esta masa esponjosa la ponían en una máquina como una prensa de queso, y le sacaban todo el jugo. Entonces era arrojada en grandes pailas de hierro, poco profundas, sobre un fuego encendido, donde en unos veinte minutos, se secaban dos o tres “bushells” [cada bushell equivale a un volumen de más o menos 35 litros], los sacaban y los enviaban al mercado, y se me dijo que se podía guardar hasta tres años. Esto lo llaman “fariña”, o harina brasileña. La forma general de prepararla para la mesa era meramente escaldarla con una sopa caliente en platos, y pasarla como si fuera pan. Las clases más pobres y los esclavos la recogen con las puntas de los dedos, y la arrojan a la boca en trozos de unos quince gramos [media onza], y la bajan con agua. En este tiempo se la importa a los Estados Unidos y es vendida en los almacenes.AJB 143.2

    A mi llegada a Pernambuco, la fariña tenía una buena demanda, pero el gobierno no me permitía entrar porque era ilegal que los navíos entraran para comerciar en la costa. En unos pocos días, vino un mensaje por tierra del presidente de una de las provincias norteñas, invitándome a ir al puerto de Paraíba y negociar mi carga. Aquí vendí toda mi carga a un precio subido, el gobierno compró una buena parte para sus tropas. Como la sequía seguía, y mi barco navegaba velozmente, el presidente me otorgó el permiso para importar otra carga de inmediato, y me dio una carta de presentación para el presidente de Sta. Catalina para que me ayudara a avanzar. A mi llegada a Sta. Catalina, los comerciantes, sabiendo de la demanda de comida en el norte, procuraron impedirme de comprar hasta que estuvieran listos para despachar navíos propios. Después de una detención de unas pocas semanas, usé un intérprete y seguí con mi bote un poco más adelante por la costa. Dejando nuestro bote para volverse y que nos buscara al día siguiente, subimos las montañas para comprar fariña de los granjeros. En algunas granjas la encontramos llenando toda una habitación, dormitorios, o salas, en todo lugar que tuvieran para protegerla de la lluvia, para su uso y para la venta. Algunas de sus habitaciones estaban atestadas y repletas con este artículo.AJB 143.3

    Los comerciantes en Sta. Catalina, oyendo de nuestro éxito en la compra del producto de los granjeros y su transporte en bote hasta nuestro barco, procuraron levantar sus prejuicios contra nosotros. Pero nuestros “patacones” de cuarenta, ochenta y ciento veinte centavos cada uno, con los cuales les pagábamos su fariña al precio más alto del mercado, era muy superior a su tráfico de permuta, y prefirieron aceptarlo. La primera noche que pasé en la montaña fue difícil, y sin dormir. Tenía dos bolsas pesadas de plata, y la noche nos había alcanzado en una casa donde habíamos hecho una compra, para ser entregada en la mañana. Le dije al hombre, por medio de mi intérprete: “Aquí tengo dos bolsas de plata que tenemos para comprar fariña; quiero que me las guarde en lugar seguro hasta la mañana”. “Oh sí”, replicó, y las guardó en un cajón.AJB 144.1

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