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    Capítulo 18

    Alcanzados por un corsario o pirata de Buenos Aires – Siete horas de detención – Saqueo – Pasajeros tomados prisioneros – En busca de dinero – Doblones hirvieron con carne salada – Tripulación y pasajeros liberados – Momentos de oración – Llegada a Río de Janeiro – Reunión en Betel – Río Grande – Peligros en la costa – Con respecto a agua fresca - Conceptos religiosos – Navío perdido – Carta – Zarpamos y llegamos a Sta. Catalina –Zarpamos para Nueva York – Fenómeno singular

    Al llegar a Sta. Catalina, tocamos tierra, vendimos nuestra carga, y cargamos de nuevo arroz y fariña, y zarpamos hacia Río de Janeiro. Varios días después que salimos de Sta. Catalina, se descubrió una vela extraña a cierta distancia a nuestro costado, dirigiéndose a nosotros, temprano en la mañana. Pronto comenzó a disparar cañonazos, pero le prestamos muy poca atención, y nos mantuvimos en nuestro rumbo bajo una brisa muy suave. El Pan de Azúcar, y otros montes altos a la entrada del puerto de Río de Janeiro asomaban ahora a la distancia, a unos ciento cincuenta kilómetros [ochenta millas] delante de nosotros. Vimos que las velas extrañas nos estaban alcanzando rápidamente, y con la ayuda de mi catalejo descubrimos que estaba avanzando con grandes remos, y ocasionalmente lanzando unos cañonazos. Izamos la bandera norteamericana de franjas y estrellas, y pronto descubrimos que era un bergantín con la bandera de Buenos Aires al tope. Teníamos ocho pasajeros varones a bordo, seis de ellos comerciantes brasileños que iban a Río de Janeiro para aumentar sus reservas de bienes. Estos estaban sumamente agitados y nerviosos, al saber que su enemigo se acercaba. Les dije: “Si ustedes creen que lo mejor es que icemos todas las velas, y si la brisa las llena, pronto podremos alejarnos de ellos, pero si no, caerán sobre nosotros, y en el caso de que nos alcancen para ustedes puede ser difícil. Personalmente no tengo miedo de ellos, mientras esté bajo la bandera de los Estados Unidos. Pero si nos quedamos quietos, ellos cesarán de disparar y nos tratarán más bondadosamente. Haré cualquiera de las dos cosas: elijan ustedes cuál”. Pronto decidieron que era mejor quedarnos quietos y dejarlos que vengan hacia nosotros. Así lo hicimos, y con calma esperamos la aproximación del enemigo.AJB 161.1

    En la hora siguiente nos alcanzaron, dieron la vuelta a nuestro alrededor y se pusieron a nuestro lado, y gritaron: “¡Bergantín aló! ¡Hola! ¡Baje su bote, señor, y venga a bordo inmediatamente!” “¡Sí, señor!” Ellos gritaron otra vez: “Apúrese, señor, y traiga sus papeles consigo”. “¡Sí, señor!” Le indiqué al segundo maestre que tomara a cargo el bote, para impedir que se averiara mientras estuviera junto al barco del corsario. Al llegar a la cubierta, me vinieron al encuentro dos hombres con apariencia de rufianes, con pistolas al cinto, y el capitán en pie en el pasillo a la cabina quien dijo: “¿Por qué no se detuvo, señor, cuando abrí fuego contra usted? ¡Tengo el ánimo de volarle los sesos ahora mismo!” seguido por una andanada de imprecaciones blasfemas. Le contesté: “Estoy en sus manos, señor; puede hacer lo que le plazca”, y luego agregué: “Detuve mi navío tan pronto que determiné quién era usted”; y señalé a nuestros colores que flameaban y repliqué: “Esa es una bandera norteamericana, y espero que usted la respete”. Entonces vino otra andanada de juramentos con una amenaza de hundir mi barco, y gritó: “¡Vaya atrás, allí, señor, sobre el alcázar! Aquí me tomó mis papeles. Cuando llegué atrás vi que toda mi tripulación estaba conmigo. Dije: “Sr. Browne, ¿por qué no se quedó en el bote?” “Pues, señor, ellos nos ordenaron a todos a venir a cubierta, y pusieron tripulantes propios; allá van a bordo del Empress”. El maestre del corsario entonces preguntó: “Capitán, ¿cuál es su carga?” “Arroz y fariña”, fue la respuesta. “Usted tiene municiones para el enemigo debajo de su fariña”. “No, señor; no tengo tal cosa en mi carga. Ustedes tienen mis facturas e información de embarque”. Él dijo que sabía que yo les estaba ayudando a los brasileños, y que él me llevaría a Montevideo como un trofeo. Yo dije: “Si lo hace, encontraré amigos allá”. “¿Qué dice?”, dijo él, “¿ha estado alguna vez allí?” “Sí”, contesté. Él dijo: “Quemaré su barco, y lo hundiré”, y llamó a su oficial y le ordenó que abriera las escotillas, y con varas revisara el fondo de la carga.AJB 162.1

    En esto llegó su tripulación en nuestro bote para descargar lo que habían saqueado de nuestro barco. Le dije: “Capitán, ¿saqueará mi barco?” “Sí”, me contestó, “yo les prometí a estos hombres que saquearan el barco si lo alcanzábamos”. Mi reclamo solo lo hizo maldecir y jurar acerca de lo que nos haría a todos. Mis papeles y cartas fueron esparcidos en el alcázar. Le pregunté qué quería hacer con mis papeles y cartas privadas. Me contestó que quería descubrir mi correspondencia con el enemigo, los brasileños. Le dije: “Usted tiene allí las cartas de mi esposa de los Estados Unidos”. Él dijo: “Usted puede tenerlas, y también su propiedad privada. El bote estaba descargando el saqueo, y le dije: “Sus hombres acaban de pasar mi catalejo; ¿me permitiría tenerlo?” “No”, dijo él, le prometí a mi tripulación que saquearan el barco si los alcanzábamos, y no puedo detenerlos”.AJB 162.2

    Mientras examinaba la factura, de repente preguntó: “¿Dónde está su dinero?” Le contesté: “Usted tiene mis papeles con la factura de mi carga; si encuentra alguna cuenta de dinero, tómelo”. Entonces ordenó a sus oficiales que buscaran cuidadosamente el dinero en el barco. Como no encontraron nada le dijo al mayordomo que lo colgaría si no decía dónde estaba el dinero del capitán. Él declaró que no tenía conocimiento de ningún dinero. Nuestro dinero estaba en monedas de plata; nadie sabía dónde estaba, sino solo yo. Lo había escondido en bolsas donde yo tenía muy poco temor de que los piratas lo encontraran. Este capitán era inglés, y tenía una tripulación mixta, de apariencia salvaje, que aparentemente estaban listos para cualquier tipo de asesinato. Dos o tres veces él movió su barco tan cerca del nuestro que temí que chocaran estropeándose y hundiéndose, y como yo hablaba acerca de tener cuidado, él derramó sus epítetos abusivos sin restricciones. Después de una hora o algo así, su excitación comenzó a bajar, cuando me invitó a bajar a la cabina con él y beber un vaso de ron con agua. “Gracias, señor” le dije, “yo no bebo nada”. Pues él sí, y bajó por unos momentos para tragarse otra mortal copita.AJB 163.1

    Justo antes de que volviera, les dije a los comerciantes brasileños: “No me digan nada acerca de su dinero; asegúrenlo de la mejor manera que puedan. Sin duda me preguntará por ello, y si no sé nada, puedo afirmarlo”. Les dieron sus relojes de oro a los marineros, quienes los guardaron sobre sus personas fuera de la vista. Más tarde me dijeron que arrojaron una cantidad de sus doblones de oro en los “cobres” del cocinero, donde la carne de res y de cerdo estaba hirviendo en agua salada para nuestra cena. Estos comerciantes estaban bien provistos con ropa de verano y de lino, que estos codiciosos hombres tomaron, sacándoles todo menos las camisas y los pantalones.AJB 163.2

    Después de un tiempo, la tripulación insaciable que registraba nuestro barco en busca dinero, sintiendo los retortijones del hambre, se apoderaron de la carne y el puerco que estaban cocinándose en los calderos. Pareció que una Providencia misericordiosa les impidió descubrir el dorado tesoro en el fondo de los calderos de cobre; porque si lo hubieran descubierto, habrían sospechado que había más de lo mismo en otros lugares, y muy probablemente algunos de nosotros habríamos sido colgados o fusilados antes de que terminara la búsqueda.AJB 163.3

    Durante esta abusiva detención de siete u ocho horas, o de las once de la mañana hasta la puesta del sol, la tripulación de mi barco y yo mismo estuvimos apretadamente de pie en la parte posterior del alcázar¸ sin comer nada. A última hora de esa tarde, los comerciantes brasileños fueron traídos a bordo del corsario como prisioneros de guerra, y se les ordenó pararse delante del tablado de carga del lado de sotavento, o como lo llaman los marineros “los desagües de sotavento”. Los pobres hombres daban mucha lástima. Sus perspectivas parecían muy oscuras y dudosas. Había oído que ellos dijeron, hablando entre ellos poco después de salir de Sta. Catalina, que por causa de nuestras oraciones con ellos y nuestros marineros cada mañana y cada tarde, no habría peligro, sino que tendrían un viaje seguro a Río de Janeiro. Su fe ahora estaba puesta a prueba. Allí estaban parados, con sus ojos fijos en el capitán corsario y nuestro pequeño grupo.AJB 164.1

    Un poco antes de la puesta del sol, el capitán ordenó que todos sus hombres a bordo del Empress volvieran. Mientras nuestro bote regresaba con ellos, él me dijo: “Ahora puede tomar sus papeles y su bote y volver a bordo de su barco”. “Muchas gracias, señor”, le contesté. “¿Dejará que mis pasajeros vuelvan conmigo?” “¡No!” dijo, “son mis prisioneros”. “Yo sé eso, señor, pero le estaré sumamente agradecido si me permitiera tenerlos de vuelta”. Me dijo que él deseaba que yo comprendiera su propio negocio. Yo estaba en libertad de ir a bordo cuando quisiera, pero que no tendría a sus prisioneros. Mis hombres habían entrado al bote, y me estaban esperando.AJB 164.2

    Estos pobres hombres no entendían inglés, pero les era muy claro¸ por sus miradas agónicas y perturbadas, que sabían que su suerte se estaba sellando. Todo para ellos parecía pender de unos pocos momentos. Yo apelaba a sus sentimientos ingleses y humanos con respecto a su tratamiento de prisioneros que no estaban en armas contra ellos, y le dije: “Estos hombres se han comportado como caballeros a bordo de mi barco; me pagaron cincuenta dólares cada uno por su pasaje antes de salir de Sta. Catalina; estaban atendiendo tranquilamente sus propios asuntos. En cuanto a intereses mundanos, yo no ganaré nada, pues ya me pagaron; pero quiero cumplir mi compromiso con ellos, y dejarlos en tierra con toda seguridad en Río de Janeiro. No le han hecho ningún daño a usted, y aquí le estarán estorbando. Ahora, capitán, ¿por qué no me permite tenerlos?” “Llévelos”, dijo en un tono suave. “Gracias, señor, por su bondad”. La forma en que estos hombres pasaron sobre el costado del barco corsario a nuestro bote, cuando les señalamos que vinieran, era prueba muy clara de que habían entendido todo lo que dije de ellos. El capitán procuró darme una disculpa por su trato no bondadoso conmigo. Le dije adiós, y una vez más estábamos a bordo del Empress a la puesta del sol.AJB 164.3

    Aquí encontramos las cosas en gran confusión; nuestra chalupa estaba desamarrada, las escotillas estaban todas abiertas, la carga estaba expuesta a la primera ola que viniera a nuestra cubierta. Los pasajeros y la tripulación trabajaron diligentemente para poner el Empress en forma para seguir viaje, y al cerrarse la noche sobre nosotros, ya estábamos fuera del alcance de los cañones del corsario, bajo una buena brisa, y los pasajeros se felicitaban unos a otros por su liberación sin daños de una muerte cruel. Cuando se restauró el orden, nos reunimos como de costumbre en la cabina para agradecer a Dios por sus misericordias diarias, y especialmente por su manifiesta intervención en librarnos del poder de esa tripulación pirata temeraria de alta mar. ¡Gracias a su santo nombre! Los marineros entregaron los relojes a los pasajeros y todo lo demás que les habían dado para guardarlo a salvo. Sus doblones también estaban a salvo en los calderos. El enemigo no obtuvo nada de su dinero; pero habían saqueado sus baúles, y los habían dejado en una condición deplorable para encontrarse con sus amigos en Río. A la tarde del día siguiente anclamos en el puerto de Río de Janeiro. Cuando el informe del asunto llegó a la ciudad, el gobierno despachó una fragata en persecución del corsario, pero no lo encontraron.AJB 165.1

    El domingo la bandera de Betel se vio flameando a bordo de un bergantín inglés en el puerto. [Betel es el nombre del lugar donde funciona una capilla para marineros.] Con la tripulación de mi barco nos unimos a ellos. No había muchos presentes, y la manera formal y monótona en que manejaron la reunión pareció quitarle todo interés espiritual. Después que terminó la reunión, los oficiales de los diferentes barcos presentes fueron invitados a la cabina, donde había una mesa cubierta con diversas clases de licores, a las cuales nos invitaron a servirnos a gusto. Decliné participar en esta parte de los ejercicios, y volví a mi navío muy chasqueado por perder la bendición que había esperado. Antes de dejar el puerto, sin embargo, algunos amigos vinieron a encontrarse con nosotros a bordo del Empress, y tuvimos una interesante reunión de oración, con la bendición del Cielo.AJB 165.2

    Como las autoridades de la aduana rehusaron otorgarme la libertad de vender mi carga en Río de Janeiro, arreglamos los papeles y zarpamos otra vez para Sta. Catalina. A nuestra llegada allá, el presidente de la provincia, habiendo justo recibido una comunicación de la provincia de Río Grande por dos cargas de fariña para las tropas en el sur, me otorgó el primer privilegio, y me dio una carta para las autoridades de Río Grande. Preparados así, nos dimos a la vela otra vez, y llegamos a la barra del Río Grande el último día del año 1827. Los marinos que se acercan a esta costa no pueden ser demasiado cuidadosos, y los bancos de arena, tanto arriba como debajo de las olas, están continuamente cambiando de posición. Al acercarnos a la costa al final del día, el agua disminuía de profundidad tan rápidamente que anclamos en el mar abierto, y quedamos allí hasta la mañana, cuando descubrimos que estábamos a casi cincuenta y cinco kilómetros [unas treinta millas] de la costa. Los bancos de arena en la orilla son de un metro cincuenta a unos siete metros y medio [cinco a veinticinco pies] de altura, y a veces hacían sumamente ver el faro antes de estar en peligro de chocar con los bancos de arena. Los restos de navíos, en el proceso de ser enterrados en la arena por el empuje de las olas a lo largo de la costa a pocas millas de la entrada al puerto, es evidencia suficiente para el observador, de que se requiere la mejor atención y destreza de los navegantes al acercarse al lugar, para entrar sin daños.AJB 165.3

    Es singular cómo se obtiene el agua dulce para los navíos en el puerto. Los barriles de agua son remolcados a la orilla, y los marineros cavan pequeños huecos en la arena, a unos seis a nueve metros [veinte o treinta pies] del borde del océano. En unos dos o tres minutos, estos huecos se llenan con agua dulce pura, que es fácilmente sacada con palas o cucharones y puesta en los barriles. El agua así obtenida está a menudo más de medio metro [dos pies] por encima del agua del mar. En tiempo agradable, las mujeres estaban con frecuencia entre las dunas cerca del agua salada, cavando huecos en la arena para obtener agua dulce y blanda, suficientemente grandes como para lavar sus ropas finas y blancas. Cuando éstas se extienden sobre la arena, con la brillante luz del sol, se secan en más o menos una hora. Cuando están secas, con una sacudida la arena cae, y sus ropas no quedan sucias, porque la arena está libre de polvo.AJB 166.1

    Mientras estuvimos en este puerto, tuvimos reuniones a bordo de nuestro barco cada domingo; pero ninguno de nuestros vecinos, que estaban anclados cerca y alrededor de nosotros, vino para unirse a nosotros, sino que prefirieron pasar sus horas de ocio en tierra. Sus hombres volvían a la noche, generalmente en una condición turbulenta y bochinchera. Nuestros principios religiosos y de temperancia a bordo del barco eran nuevos, y por supuesto, objetables a todos los que nos rodeaban; sin embargo, tuvieron que admitir que gozábamos de paz y quietud a bordo de nuestro navío a la que ellos en general eran extraños, especialmente los domingos de noche. El sobrecargo de un bergantín de Filadelfia, que estaba anclado cerca de nosotros, solía con frecuencia ridiculizarnos y maldecir acerca de mis ideas religiosas de una manera violenta, cuando me encontraba con él. Aprovechó la ocasión para hacer esto especialmente en los grupos con los que realizábamos nuestras transacciones. Algunas veces él se enfriaba y me felicitaba por mi paciencia, y prometía que no maldeciría más en mi presencia. Pero siempre olvidaba sus promesas muy pronto.AJB 166.2

    Cuando su barco estaba saliendo rumbo a casa, le escribí una carta, rogándole que se volviera de sus malvados caminos y sirviera al Señor, y le hablé de las consecuencias que cosecharía si continuaba en el camino que estaba siguiendo, y se la di para que la leyera cuando tuviera más tiempo. Él siguió con su viaje, y se estaba acercando a su puerto de destino, cuando un día, mientras los oficiales y tripulación estaban abajo comiendo, de repente e inesperadamente una violenta turbonada golpeó el barco y le dio vuelta. La tripulación apenas escapó con sus vidas. Fueron recogidos por otro navío, y el sobrecargo llegó a Nueva York. Allí se encontró con un antiguo conocido mío, a quien le relató las circunstancias de llegar a conocerme en Río Grande, y le refirió la instrucción religiosa que le di en la carta antes mencionada, y me maldijo e insultó por ser la causa de su desgracia y sufrimiento actual. Este castigo que Dios permitió que lo alcanzara de una manera tan repentina e irrevocable, sin duda le hizo sentir que era por sus acciones blasfemas que había realizado y todavía practicaba. Al buscar de algún modo tranquilizar su agitada conciencia y justificarse a sí mismo, sin duda encontró algo de alivio en achacarme todo a mí.AJB 167.1

    Después de alguna demora vendimos nuestra carga al gobierno, e invertimos la mayor parte de nuestros recursos en cueros secos, e hicimos los papeles para Sta. Catalina. Después de navegar unos quince kilómetros [ocho millas] desde nuestro lugar de anclaje hasta el faro a la entrada del puerto, fuimos impulsados a anclar para la noche y esperar la luz del día y un viento regular para pasar por sobre los bancos de arena.AJB 167.2

    Al recibir mi cuenta corriente del Sr. Carroll, el comerciante brasileño a quien yo empleaba para realizar mis negocios extranjeros, lo repasé sin encontrar ningún error. Pero todavía me parecía que yo había recibido más dinero efectivo de lo que me correspondía. Pero muchas otras cosas, en ese momento necesarias, ocuparon mi mente (como ocurre cuando se levan anclas para seguir con un viaje), hasta que fuimos obligados a anclar cerca del faro. Descubrí que el comerciante se había equivocado en el balance de mi cuenta, a mi favor. Esto, por supuesto, no era culpa mía; pero él me había pagado quinientos dólares de más en doblones de oro. Delante de mí había solo un camino para comunicarme con él, y eso era enviándole mi bote. Nuestra situación arriesgada cerca de los bancos de arena y los rompientes parecieron demandar que no solo nuestro bote, sino también nuestra tripulación debieran quedar a la mano, en caso de que nuestras anclas dejaran de sujetarnos durante la noche. Pero el dinero no era mío, y sentía que no sería bendecido por Dios si intentaba seguir mi viaje sin esfuerzos de mi parte por devolverlo. Mi barco podría desaparecer, y también el dinero del Sr. C.; entonces, por supuesto, la culpa me sería cargada a mí. Por lo tanto, despaché mi bote con la siguiente carta:AJB 167.3

    “SR. CARROLL: Apreciado señor. Desde que me separé de usted me preguntaba cómo era que tenía tanto dinero. Una vez repasé mis cuentas y concluí que estaban bien. Esta noche, estando más tranquilo y libre de preocupaciones, y no satisfecho, puse delante de mí, y preparé un recordativo de las ventas y las compras, que me llevaron a descubrir el error: quinientos dólares y treinta y cuatro centavos. He estado pensando la mejor manera de alcanzarle su dinero con seguridad; ya que es tarde, y con la perspectiva de un viento aceptable temprano en la mañana, decidí enviar mi bote. Para aumentar la diligencia de mis hombres, le he prometido 960 “reis” a cada uno. No sé de ninguna otra manera que sería segura”.AJB 168.1

    JOSEPH BATES

    “Bergantín Empress, en los bancos de arena del Río Grande,
    8 de marzo de 1828”.

    Por la bendición de Dios nuestro bote volvió con seguridad, con las gracias del comerciante, a tiempo para hacernos a la mar temprano en la mañana, con un viento favorable. Fuimos prosperados con un viaje seguro a Sta. Catalina donde terminamos de cargar cueros y café, e hicimos los papeles para Nueva York. El gobierno brasileño estaba en un estado muy inestable, debido a la guerra con Buenos Aires, y su comercio estaba muy deprimido.AJB 168.2

    Nuestro viaje a casa fue agradable y próspero. Nos alegramos una vez más al ver la bien conocida estrella polar, al avanzar un poco al norte del ecuador, saliendo del Océano Meridional. Después de pasar el extremo noreste de Sudamérica, al dirigirnos hacia el noroeste, pronto estuvimos bajo la influencia alentadora de los vientos alisios del noreste y del este, que nos hicieron volar hacia adelante, hacia nuestro hogar y nuestros amigos, a veces a la velocidad de trescientos setenta kilómetros [doscientas millas] en veinticuatro horas. Los marineros calculan sus días como lo hacen los astrónomos, de medio día a medio día. Cada noche la aparición de la estrella polar, su ascenso en el hemisferio norte era muy perceptible, y también animador, demostrando que navegábamos hacia adelante y al norte.AJB 168.3

    Al avanzar en nuestro camino hacia barlovento [el lado de donde viene el viento] de las islas de las Indias Occidentales, al llegar a cubierta una mañana, observé que las velas se veían rojas. Llamé a uno de nuestros marineros, que estaba en lo alto, y le dije que pasara su mano por la vela más alta y me dijera qué había allí. Él respondió: “¡Es arena!” Le pedí que raspara un poco la vela con la mano y bajara con ella. Trajo todo lo que pudo encerrar en su mano, de una arena roja y gris. Tan pronto como las velas se secaron, por el resplandor del sol, se cayó la arena, y nuestras velas quedaron otra vez blancas como el día anterior. Un examen minucioso y completo de nuestras cartas de navegación y libro de direcciones, me ayudó a determinar que la tierra más cercana por el lado del este, de donde estaba soplando continuamente el viento, era la costa occidental de África, a unos dos mil ochocientos kilómetros de distancia [mil quinientas millas]. Los océanos del norte y del sur estaban expuestos delante y detrás de nosotros. Extendiéndose a lo largo del lado de sotavento [contrario al viento], a muchos centenares de millas al oeste de nosotros, estaban las costas del norte de Sudamérica. Por lo tanto era claro que la cantidad de arena en nuestras velas, que se había adherido a ésta por causa de la extrema humedad, no vino del oeste, ni del norte ni del sur, sino de nubes volantes que pasaban sobre nosotros de los desiertos de Arabia, donde los viajeros nos cuentan que las arenas de esos desiertos con frecuencia son llevadas como pesadas columnas a las nubes por los remolinos de viento. Lo mismo lo dice Isaías, el profeta, en el capítulo 21:1.AJB 169.1

    De acuerdo con la velocidad de las nubes que vuelan delante de un vendaval fuerte, éstas pasaron por encima de nosotros unas cuarenta y ocho horas después de abandonar las costas de África, y cernieron su cargas de arena a unas mil quinientas millas por sobre el Atlántico Norte, y muy probablemente también sobre las costas del norte de Sudamérica hasta el Pacífico.AJB 169.2

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