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Elena G. de White en Europa

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    Una visita a Suecia

    La tierra de los niños predicadores

    En Malmo, Elena G. de White, junto con Guillermo, Sara y el pastor Matteson, tomaron un tren que los llevó a Estocolmo, después de viajar toda la noche. Para dar la bienvenida al grupo que iba a pasar un tiempo muy activo en Suecia, los esperaba aquel viernes de mañana C. Norlin, un consagrado colportor que los llevó a su flamante departamento de la calle Westmannagaten 34. Elena G. de White llegó a sentir gran respeto por estos abnegados colportores, a los que calificó de “gente pobre pero excelente”. Norlin iba a pie de un lugar a otro, vendiendo libros en idioma sueco editados en Norteamérica. La ganancia que producían estos pequeños libros era ínfima, ya que los costos de producción en Norteamérica eran elevados, y los gastos de embarque podaban aún más sus magros ingresos. Con algunos libros, Norlin no obtenía más de tres centavos. Felizmente, en el congreso de la Asociación General que se celebró posteriormente ese mismo año, la Asociación Adventista de Publicaciones acordó proveer publicaciones al costo para las misiones en el extranjero. Guillermo C. White, que estuvo presente en dicho congreso, probablemente influyó para tal decisión.EGWE 115.1

    La familia Norlin acababa de mudarse a un departamento nuevo, de ladrillos, y los albañiles y carpinteros no habían concluido aún su obra. Después de subir con esfuerzo los cuatro pisos de escalones de piedra, la Sra. de White descubrió, al entrar en una de las habitaciones, que el revoque estaba todavía húmedo. “Nos parecía estar rodeados de hielo”, se lamentó. Quizá podrían haber ido a un hotel, pero como ni ella ni Sara hablaban sueco, les hubiera causado más problemas que beneficio.EGWE 116.1

    Precisamente cuando se preguntaban adónde podrían ir, llegó la hermana L. P. Johanneson y las invitó a su casa. Esta mujer, que había pasado algunos años en Norteamérica, no sólo hablaba inglés sino que tenía una casita muy agradable en Perlmetergaten 15, sobre una colina en los suburbios de la ciudad. Su esposo, un vendedor, no había aceptado todavía el sábado, pero creía que era la verdad y no se oponía a los adventistas. El matrimonio se mostró muy amable y atento al suplir las necesidades de Sara y la Sra. de White. Condujeron a ambas hasta una sala reservada para ellas en el tercer piso, y con agrado la encontraron seca y abrigada.EGWE 116.2

    “Nos sorprendió agradablemente ver que la comida se parecía mucho a la de nuestro sanatorio en Battle Creek—escribió la Sra. de White—. Los platos eran sencillos y saludables, y estaban preparados con tanta habilidad y buen aspecto que resultaban tentadores y apetitosos”.—Historical Sketches of the Foreign Missions of the Seventh Day Adventist, 190.EGWE 116.3

    Su espíritu misionero se conmovió cuando escribió lo siguiente:EGWE 116.4

    “Hay gran necesidad de que se conozca más la ciencia de la cocina saludable. Se abre un gran campo de servicio ante las cocineras inteligentes y de experiencia, para que enseñen a las jóvenes a preparar alimentos sencillos de manera sabrosa y saludable”.—Ibid.EGWE 116.5

    Otros aspectos de este agradable hogar sueco impresionaron a Elena G. de White:EGWE 117.1

    “Los niños escandinavos parecen notablemente tranquilos y bien educados. Dondequiera vamos, se adelantan uno por uno y nos estrechan la mano, mientras hacen una reverencia según su costumbre. Los cuatro niños de la hermana Johanneson, la mayor de ocho años y el menor de tres, nos saludaron de esta manera al llegar; y siempre que nos veían, a la mañana, el mediodía y la noche, repetían el saludo. En otro lugar que visitamos, hasta una niñita de dos años y medio pasó airosa por esa ceremonia.EGWE 117.2

    “El Señor Johanneson enseñaba a sus hijos a cantar, y disfrutamos la música de sus vocecitas que entonaban al unísono canciones sagradas”.—Ibid.EGWE 117.3

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