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Elena G. de White en Europa

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    El fenómeno de los niños predicadores

    Durante más de un año, entre el otoño de 1842 y el invierno de 1843, ocurrió otro milagro espiritual: El ministerio de los niños predicadores. Al respecto, la Sra. de White escribe lo siguiente:EGWE 121.5

    “En muchos lugares donde el clero ejerció su poder para evitar la predicación de la verdad del advenimiento, al Señor le agradó enviar el mensaje por medio de niñitos [algunos de apenas 6 a 8 años de edad]. Como eran menores, la ley del estado no podía coartarlos, y se les permitió hablar libremente sin ser molestados. De este modo la gente recibió la amonestación de la proximidad del juicio divino”.—Ibid.EGWE 122.1

    Al recordar el caso de los niños predicadores, Elena G. de White comentó:EGWE 122.2

    “Hace años, me fue presentada la obra del primer mensaje en estos países, y se me mostraron circunstancias similares a las que he relatado. La voluntad divina era que en Suecia se dieran las nuevas de la venida del Salvador, y cuando fueron silenciadas las voces de sus siervos, Dios puso su Espíritu sobre los niños, para que se cumpliera esta obra”.—Ibid. 206.EGWE 122.3

    La historia registra estos milagrosos sucesos que acontecieron en Suecia para que los recordaran las generaciones venideras, en caso de que los adventistas olvidaran o negaran el hecho de que la Omnipotencia obró en la proclamación adventista desde 1840, y el significado del juicio que comenzó en el lugar Santísimo del santuario celestial el 22 de octubre de 1844.EGWE 122.4

    El miércoles, después de pasar cinco días en Estocolmo, Elena G. de White y sus acompañantes partieron. Sus anfitriones, los esposos Johanneson, la condujeron hasta la estación en un coche de alquiler, y allí hallaron a muchos adventistas de Estocolmo que se habían reunido para despedirla. “Sentí que mi corazón y el de estos queridos amigos estaban ligados con los lazos del amor—escribió ella afectuosamente—, y lamenté mucho que la mayoría de ellos no me comprendieran, ni yo a ellos, a menos que tuviéramos un traductor”.—Manuscrito 26, 1885.EGWE 122.5

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