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A Fin de Conocerle

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    La apariencia engañosa del pecado, 6 de septiembre

    Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Hebreos 3:13.AFC64 257.1

    “Porque la paga del pecado es muerte”. Romanos 6:23. El pecado, no importa cuán pequeño se piense que es, puede acariciarse únicamente a costa de la vida eterna.AFC64 257.2

    Adán y Eva se persuadieron a sí mismos de que un acto tan insignificante como comer de la fruta prohibida no podía producir como resultado consecuencias tan terribles como las que Dios les había anunciado. Pero ese pequeño acto era pecado, la transgresión de la ley inmutable y santa de Dios, y abrió las compuertas de la muerte y de indecible calamidad para nuestro mundo. Siglo tras siglo han ascendido del mundo continuas exclamaciones de duelo, y toda la creación gime y se retuerce de dolor como consecuencia de la desobediencia del hombre. El cielo mismo ha sentido los efectos de su rebelión contra Dios. El Calvario se yergue como un monumento del asombroso sacrificio requerido como propiciación por la transgresión de la ley divina. No estimemos el pecado como una cosa trivial. Las manos, los pies y el costado del Hijo del Dios infinito, ¿no constituyen un testimonio eterno ante el universo de la malignidad y maldición del pecado?AFC64 257.3

    ¡Ojalá que en la mente de jóvenes y ancianos se forme una impresión correcta acerca de la tremenda pecaminosidad del pecado! ...AFC64 257.4

    Dios no es engañado por apariencias de piedad. No se equivoca en la estimación del carácter. Los hombres pueden ser engañados por los que tienen el corazón corrompido, pero Dios penetra todos los disfraces y lee la vida interior. El valor moral de cada alma es pesado en la balanza del santuario celestial. ¿No influirán sobre nosotros estos pensamientos para que dejemos de hacer el mal y aprendamos a hacer el bien? No se gana nada con una vida de pecado, sino desesperación. ... Dejemos que la fe se apropie de las promesas de Dios.—The Review and Herald, 27 de marzo de 1888.AFC64 257.5

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