El servicio del santuario
No sólo el Santuario mismo, sino también el ministerio de los sacerdotes, debía servir “de figura y sombra de las cosas celestiales”. Hebreos 8:5. Por eso era de suma importancia; y el Señor, por medio de Moisés, dio las más definidas y precisas instrucciones acerca de cada uno de los puntos de este culto simbólico. El ministerio del Santuario consistía en dos partes: un servicio diario y otro anual. El servicio diario se efectuaba en el altar del holocausto en el atrio del tabernáculo, y en el Lugar Santo; mientras que el servicio anual se realizaba en el Lugar Santísimo.CES 33.2
Ningún ojo mortal, salvo el del sumo sacerdote, debía mirar el interior del Lugar Santísimo. Sólo una vez al año, y después de la preparación más solemne y cuidadosa, podía entrar allí el sumo sacerdote. Temblando entraba para presentarse ante Dios, y el pueblo en reverente silencio esperaba su regreso, con el corazón elevado en ferviente oración por bendición divina. Ante el propiciatorio, el sumo sacerdote hacía expiación por Israel; y en la nube de gloria, Dios se encontraba con él. Si su permanencia en dicho sitio duraba más del tiempo acostumbrado, el pueblo sentía temor de que, a causa de los pecados de ellos o de él mismo, hubiese sido muerto por la gloria del Señor.CES 33.3
El servicio diario consistía en el holocausto matutino y el vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el altar de oro y en los sacrificios especiales por los pecados individuales. Además, había sacrificios para los sábados, las lunas nuevas y las fiestas especiales.CES 33.4
Cada mañana y cada tarde se ofrecían sobre el altar un cordero de un año, con las oblaciones apropiadas de presentes, para simbolizar la diaria consagración de la nación a Jehová y su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo. Dios les indicó expresamente que toda ofrenda presentada para el servicio del Santuario debía ser “sin defecto”. Éxodo 12:5. Los sacerdotes debían examinar todos los animales que se traían como sacrificio, y rechazar los defectuosos. Sólo una ofrenda “sin defecto” podía simbolizar la perfecta pureza de Aquel que habría de ofrecerse como “cordero sin mancha y sin contaminación”. 1 Pedro 1:19. El apóstol Pablo señala estos sacrificios como una ilustración de lo que los seguidores de Cristo han de llegar a ser. Dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12:1. Hemos de entregarnos al servicio de Dios, y debiéramos tratar de hacer esa ofrenda tan perfecta como sea posible. Dios no quedará satisfecho sino con lo mejor que podamos ofrecerle. Los que le aman de todo corazón, desearán darle el mejor servicio de su vida, y constantemente tratarán de poner todas las facultades de su ser en perfecta armonía con las leyes que nos habilitan para hacer la voluntad de Dios.CES 34.1
Al presentar la ofrenda del incienso, el sacerdote se acercaba más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los servicios diarios. Como el velo interior del Santuario no llegaba hasta el techo del edificio, la gloria de Dios, que se manifestaba sobre el propiciatorio, era parcialmente visible desde el Lugar Santo. Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante el Señor, miraba hacia el arca; y mientras ascendía la nube de incienso, la gloria divina descendía sobre el propiciatorio y henchía el Lugar Santísimo, y a menudo llenaba tanto las dos divisiones del Santuario, que el sacerdote se veía obligado a retirarse hasta la puerta del tabernáculo. Así como en ese servicio simbólico el sacerdote miraba por medio de la fe el propiciatorio que no podía ver, así ahora el pueblo de Dios ha de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote, quien, invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el Santuario celestial.CES 34.2
El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo único que puede hacer el culto de los seres humanos aceptable a Dios. Delante del velo del Lugar Santísimo había un altar de intercesión perpetua; y delante del Lugar Santo, un altar de expiación continua. Había que acercarse a Dios mediante la sangre y el incienso, símbolos que señalaban al gran Mediador, a través de quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y a través de quien únicamente puede otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente.CES 35.1
Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en el Lugar Santo a la hora del incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser ofrecido sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una hora de intenso interés para los adoradores que se congregaban ante el tabernáculo. Antes de allegarse a la presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente examen de su corazón y confesión de sus pecados. Se unían en oración silenciosa, con los rostros vueltos hacia el Lugar Santo. Así sus peticiones ascendían con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido al que simbolizaba el sacrificio expiatorio. Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos posteriores los judíos fueron esparcidos como cautivos en distintos países, aun entonces a la hora indicada dirigían el rostro hacía Jerusalén y ofrecían sus peticiones al Dios de Israel. En esta costumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan del espíritu de adoración, mira con gran satisfacción a quienes lo aman y se postran mañana y tarde para pedir perdón por los pecados cometidos y las bendiciones necesarias.CES 35.2
El pan de la proposición se conservaba siempre ante el Señor como una ofrenda perpetua. De manera que formaba parte del sacrificio diario, y se llamaba “el pan de la proposición”, o el pan de la presencia, porque estaba siempre ante el rostro del Señor Éxodo 25:30. Era un reconocimiento de que el hombre depende de Dios tanto para su alimento temporal como para el espiritual, y de que se lo recibe únicamente en virtud de la mediación de Cristo. En el desierto Dios había alimentado a Israel con el pan del cielo, y el pueblo aun dependía de su generosidad tanto para las bendiciones del alimento temporal como las del espiritual. El maná, así como el pan de la proposición, simbolizaba a Cristo, el Pan viviente, quien está siempre en la presencia de Dios para interceder por nosotros. Él mismo dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo”. Juan 6:48-51. Sobre los panes se ponía incienso. Cuando se cambiaba cada sábado, para reemplazarlo por panes frescos, el incienso se quemaba sobre el altar como un recordatorio delante de Dios.CES 35.3
La parte más importante del servicio diario era la que se realizaba en favor de los individuos. El pecador arrepentido traía su ofrenda a la puerta del tabernáculo, y colocando la mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba sus pecados; así, en un sentido figurado, los trasladaba de su propia persona a la víctima inocente. Luego mataba al animal con su propia mano, y el sacerdote llevaba la sangre al Lugar Santo y la rociaba ante el velo, detrás del cual estaba el arca que contenía la ley que el pecador había violado. Con esta ceremonia, y en un sentido simbólico, el pecado era trasladado al Santuario por medio de la sangre. En algunos casos no se llevaba la sangre al Lugar Santo; pero el sacerdote debía comer la carne, tal como Moisés ordenó a los hijos de Aarón, diciendo: “La dio él a vosotros para llevar la iniquidad de la congregación”. Levítico 10:17. Las dos ceremonias simbolizaban por igual el traslado del pecado del hombre arrepentido al Santuario.CES 36.1
Tal era la obra que se hacía diariamente durante todo el año. Con el traslado de los pecados de Israel al Santuario, los lugares santos quedaban manchados, y se hacía necesaria una obra especial para quitar de allí los pecados. Dios ordenó que se hiciera expiación para cada una de las sagradas divisiones lo mismo que para el altar. Así “lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel”. Levítico 16:19.CES 37.1