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El Ministerio de Curación

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    Salvados para servir

    Era el amanecer, a orillas del mar de Galilea. Jesús y sus discípulos habían llegado allí después de pasar una noche tempestuosa sobre las aguas, y la luz del sol naciente esparcía sobre el mar y la tierra como una bendición de paz. Pero apenas habían tocado la orilla cuando sus ojos fueron heridos por una escena más terrible que la furia de la tempestad. De algún escondedero entre las tumbas, dos locos echaron a correr hacia ellos como si quisieran despedazarlos. De sus cuerpos colgaban trozos de cadenas que habían roto al escapar de sus prisiones. Sus carnes estaban desgarradas y sangrientas y por entre sus cabellos sueltos y enmarañados, les brillaban los ojos; la misma apariencia humana parecía borrada de su semblante. Se asemejaban más a fieras que a hombres.MC 64.1

    Los discípulos y sus compañeros huyeron aterrorizados; pero al rato notaron que Jesús no estaba con ellos y se volvieron para buscarle. Allí estaba donde le habían dejado. El que había calmado la tempestad, y antes había arrostrado y vencido a Satanás, no huyó delante de esos demonios. Cuando los hombres, crujiendo los dientes y echando espuma por la boca, se acercaron a él, Jesús levantó aquella mano que había ordenado a las olas que se calmasen, y los hombres no pudieron acercarse más. Estaban de pie, furiosos, pero impotentes delante de él.MC 64.2

    Con autoridad ordenó a los espíritus inmundos que salieran de esos hombres. Los desafortunados se dieron cuenta de que estaban cerca de alguien que podía salvarlos de los atormentadores demonios. Cayeron a los pies del Salvador para pedirle misericordia; pero cuando sus labios se abrieron, los demonios hablaron por su medio clamando: “¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a molestarnos antes de tiempo?” Mateo 8:29.MC 64.3

    Los espíritus malos se vieron obligados a soltar sus víctimas, y ¡qué cambio admirable se produjo en los endemoniados! Había amanecido en sus mentes. Sus ojos brillaban de inteligencia. Sus rostros, durante tanto tiempo deformados a la imagen de Satanás, se volvieron repentinamente benignos. Se aquietaron las manos manchadas de sangre y los hombres elevaron alegremente sus voces en alabanza a Dios.MC 65.1

    Mientras tanto, los demonios, echados de su habitación humana, habían entrado en una piara de cerdos y la habían arrastrado a la destrucción. Los guardianes de los cerdos corrieron a difundir la noticia, y el pueblo entero se agolpó alrededor de Jesús. Los dos endemoniados habían aterrorizado la comarca. Ahora están vestidos y en su sano juicio, sentados a los pies de Jesús, escuchando sus palabras y glorificando el nombre de Aquel que los ha sanado. Pero la gente que presencia esta maravillosa escena no se regocija. La pérdida de los cerdos le parece de mayor importancia que la liberación de estos cautivos de Satanás. Aterrorizada, rodea a Jesús para instarle a que se aparte de allí; y él, cediendo a sus ruegos, se embarca en seguida para la ribera opuesta.MC 65.2

    El sentimiento de los endemoniados curados es muy diferente. Ellos desean la compañía de su Libertador. Con él se sienten seguros de los demonios que atormentaron su vida y agostaron su virilidad. Cuando Jesús está por subir al barco, se mantienen a su lado, y arrodillándose, le ruegan que los guarde cerca de él, donde puedan escuchar siempre sus palabras. Pero Jesús les recomienda que vayan a sus casas y cuenten cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ellos.MC 65.3

    Tienen una obra que hacer: ir a hogares paganos y hablar de la bendición que recibieron de Jesús. Les resulta duro separarse del Salvador. Les asediarán seguramente grandes dificultades en su trato con sus compatriotas paganos. Y su largo aislamiento de la sociedad parece haberlos inhabilitado para la obra que él les ha indicado. Pero tan pronto como Jesús les señala su deber, están listos para obedecer.MC 65.4

    No sólo hablaron de Jesús a sus familias y vecinos, sino que fueron por toda Decápolis, declarando por doquiera su poder salvador, y describiendo cómo los había librado de los demonios.MC 66.1

    Aunque los habitantes de Gádara no habían recibido a Jesús, él no los dejó en las tinieblas que habían preferido. Cuando le pidieron que se apartase de ellos, no habían oído sus palabras. Ignoraban lo que rechazaban. Por lo tanto, les mandó luz por medio de personas a quienes no se negarían a escuchar.MC 66.2

    Al ocasionar la destrucción de los cerdos, Satanás se proponía apartar a la gente del Salvador e impedir la predicación del Evangelio en esa región. Pero este mismo incidente despertó a toda la comarca como no podría haberlo hecho otra cosa alguna y dirigió su atención a Cristo. Aunque el Salvador mismo se fué, los hombres a quienes había sanado permanecieron como testigos de su poder. Los que habían sido agentes del príncipe de las tinieblas vinieron a ser conductos de luz, mensajeros del Hijo de Dios. Cuando Jesús volvió a Decápolis, la gente acudió a él, y durante tres días miles de habitantes de toda la región circundante oyeron el mensaje de salvación.MC 66.3

    Los dos endemoniados curados fueron los primeros misioneros a quienes Cristo envió a predicar el Evangelio en la región de Decápolis. Esos hombres habían tenido oportunidad de oír las enseñanzas de Cristo durante unos momentos solamente. Sus oídos no habían percibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como habrían podido hacerlo los discípulos que habían estado diariamente con Jesús; pero podían contar lo que sabían, lo que ellos mismos habían visto, oído y experimentado del poder del Salvador. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios. Tal es el testimonio que nuestro Señor requiere y por falta del cual el mundo está pereciendo.MC 66.4

    El Evangelio se ha de presentar, no como una teoría inerte, sino como una fuerza viva capaz de transformar la conducta. Dios quiere que sus siervos den testimonio de que por medio de la gracia divina los hombres pueden poseer un carácter semejante al de Cristo y regocijarse en la seguridad de su gran amor. Quiere que atestigüemos que él no puede darse por satisfecho mientras todos los que acepten su salvación no hayan sido transformados y reintegrados en sus santos privilegios de hijos de Dios.MC 67.1

    Aun a aquellos cuya conducta más le haya ofendido les da franca acogida. Cuando se arrepienten, les otorga su Espíritu divino, y los manda al campo de los desleales a proclamar su misericordia. Las almas que han sido degradadas en instrumentos de Satanás siguen todavía, mediante el poder de Cristo, siendo transformadas en mensajeras de justicia, y se las envía a contar cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ellas y cuánta compasión les tuvo.MC 67.2

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