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Maranata: El Señor Viene

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    Poned vuestra mira en las cosas de arriba, 10 de noviembre

    Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Colosenses 3:2.MSV 332.2

    Cuando el pueblo de Dios aparte sus ojos de las cosas de este mundo y los ponga en el cielo y en las cosas celestiales, será un pueblo peculiar, porque verá la misericordia, la bondad y la compasión que Dios ha manifestado por los hijos de los hombres. Su amor le exigirá una respuesta y su vida evidenciará a quienes lo rodean que el Espíritu de Dios lo domina, que está poniendo sus afectos en las cosas de arriba y no en las de la tierra.MSV 332.3

    Al pensar en el cielo, podemos llevar nuestra imaginación hasta el límite más amplio e idear los más elevados pensamientos de que seamos capaces, y nuestra mente se fatigará en el esfuerzo por comprender la anchura, la profundidad y la altura del asunto. Es imposible que nuestras mentes abarquen los grandes temas de la eternidad. Es imposible que nos esforcemos por comprender esas cosas sin que esto afecte todo nuestro carácter para el bien y recibamos una influencia elevadora en nuestra mente. Al pensar en que Cristo vino a nuestro mundo para morir por el hombre caído, comprendemos algo del precio que se pagó por nuestra redención, y que no existe verdadera bondad o grandeza sin Dios.MSV 332.4

    Solo por medio de la luz que irradia la cruz del Calvario sabemos a qué profundidad de pecado y degradación cayó la raza humana debido a la transgresión. Solo por la longitud de la cadena que desciende del cielo para levantarnos, podemos conocer las profundidades en las que estuvimos sumidos. Y solo teniendo presentes las realidades invisibles podemos comprender algo del maravilloso tema de la redención.MSV 333.1

    Estamos casi en el hogar; pronto oiremos la voz del Salvador, más hermosa que cualquier música, diciendo: “Tu lucha ha terminado. Entra en el gozo de tu Señor”. Bendita, bendita bendición; deseo escucharla de sus labios inmortales.—En Lugares Celestiales, 370.MSV 333.2

    Deseo alabarlo; deseo honrar al que está sentado en el trono. Deseo que mi voz suene y resuene en las cortes del cielo. ¿Estaréis vosotros allá?... Que Dios nos ayude... y que podamos gustar de las alegrías del mundo venidero.—Manuscrito 8, 1888.MSV 333.3

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