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Mensajes para los Jóvenes

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    La rudeza del lenguaje en el hogar

    Cuánto daño hace en el círculo de la familia el pronunciar palabras impacientes, pues la expresión impaciente de una persona induce a la otra a replicar con el mismo espíritu y de igual modo. Siguen luego las palabras de desquite, de justificación propia, y son ellas las que van formando sobre el cuello un yugo pesado e hiriente; porque todas estas palabras repercutirán como una funesta cosecha sobre el ser.MJ 231.4

    Los que emplean un lenguaje semejante experimentarán vergüenza, pérdida del respeto propio y de la confianza en sí mismos, y tendrán amargo remordimiento y pena por haber perdido el dominio propio y hablado de ese modo. ¡Cuánto mejor sería no pronunciar jamás palabras semejantes! ¡Cuánto mejor sería tener el aceite de la gracia en el corazón, ser capaces de resistir toda provocación y soportar todas las cosas con mansedumbre y tolerancia cristianas!MJ 232.1

    Si cumplen las condiciones de las promesas de Dios, estas se cumplirán para ustedes. Si sus mentes están firmes en Dios, no pasarán del estado de éxtasis al valle del desaliento cuando les sobrevengan la prueba y la tentación. No hablarán a otros de dudas y melancolía.MJ 232.2

    Satanás no puede leer nuestros pensamientos, pero puede ver nuestras acciones, oír nuestras palabras; y por su antiguo conocimiento de la familia humana, da a sus tentaciones la forma necesaria para sacar partido de los puntos débiles de nuestro carácter. Y con cuánta frecuencia le hacemos saber el secreto de cómo obtener mejor la victoria sobre nosotros. ¡Ojalá pudiéramos dominar nuestras palabras y acciones! Cuán fuertes seríamos si nuestras palabras fuesen tales que no tuviesemos que avergonzarnos de ellas cuando se nos presente su registro en el día del juicio. Y en el día de Dios, cuán diferentes parecerán de lo que parecen cuando las pronunciamos.—The Review and Herald, 27 de febrero de 1913.MJ 232.3

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