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Mensajes para los Jóvenes

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    Capítulo 136—La sociabilidad como medio para salvar a otros

    El ejemplo de Cristo, al vincularse con los intereses de la humanidad, debe ser seguido por todos los que predican su Palabra y por todos los que han recibido el evangelio de su gracia. No hemos de renunciar a la comunión social. No debemos apartarnos de los demás. Con el propósito de alcanzar a todas las clases, debemos tratarlas donde se encuentren. Rara vez nos buscarán por su propia iniciativa. Los corazones humanos no deben ser conmovidos por la verdad divina solamente desde el púlpito. Hay otro campo de trabajo, más humilde tal vez, pero igualmente prometedor. Se halla en el hogar de los humildes y en la mansión de los encumbrados; junto a la mesa hospitalaria y en las reuniones de inocente placer social.MJ 286.1

    Como discípulos de Cristo no nos mezclaremos con el mundo simplemente por amor al placer, o para participar de sus locuras. Un trato tal no puede sino traer perjuicios. Nunca debemos sancionar el pecado por medio de nuestras palabras o nuestros hechos, nuestro silencio o nuestra presencia. Dondequiera que vayamos, debemos llevar a Jesús con nosotros, y revelar a otros cuán precioso es nuestro Salvador. Pero los que procuran conservar su religión ocultándola entre paredes pierden preciosas oportunidades de hacer el bien. Mediante las relaciones sociales, el cristianismo se pone en contacto con el mundo. Todo aquel que ha recibido la iluminación divina debe alumbrar la senda de quienes no conocen la Luz de la vida.MJ 286.2

    Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social, santificado por la gracia de Cristo debe ser aprovechado para ganar almas para el Salvador. El mundo debe ver que no estamos egoístamente absortos en nuestros propios intereses, sino que deseamos que otros participen de nuestras bendiciones y nuestros privilegios. Dejémosle ver que nuestra religión no nos hace insensibles ni exigentes. Sirvan como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos los que profesan haberle hallado.MJ 286.3

    Nunca debemos dar al mundo la falsa impresión de que los cristianos son un pueblo lóbrego y triste. Si nuestros ojos están fijos en Jesús, veremos a un Redentor compasivo y percibiremos luz de su rostro. Dondequiera que reine su espíritu, morará la paz. Y habrá también gozo, porque habrá una serena y santa confianza en Dios.MJ 286.4

    Los que siguen a Jesús le agradan cuando muestran que, aunque humanos, son partícipes de la naturaleza divina. No son estatuas, sino hombres y mujeres vivientes. Su corazón, refrigerado por los rocíos de la gracia divina, se abre y expande bajo la influencia del Sol de justicia. Reflejan sobre otros, en obras iluminadas por el amor de Cristo, la luz que resplandece sobre ellos mismos.—El Deseado de Todas las Gentes, 126, 127.MJ 287.1

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