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Mensajes Selectos Tomo 1

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    Un trasunto del carácter de Cristo

    Pablo no presentó ni la ley moral ni la ceremonial como los ministros de hoy se atreven a hacer. Algunos fomentan tal antipatía por la ley de Dios, que están dispuestos a hacer cualquier cosa para atacarla y estigmatizarla. Así ellos desprecian y desdeñan la majestad y gloria de Dios.1MS 282.1

    La ley moral nunca fue un símbolo o una sombra. Existía antes de la creación del hombre y durará mientras permanezca el trono de Dios. Dios no podía cambiar ni alterar un solo precepto de su ley a fin de salvar al hombre, pues la ley es el fundamento de su gobierno. Es inmutable, inalterable, infinita y eterna. A fin de que el hombre fuera salvado y se mantuviera el honor de la ley, fue necesario que el Hijo de Dios se ofreciera a sí mismo como sacrificio por los pecados. El que no conoció pecado se hizo pecado por nosotros. Murió por nosotros en el Calvario. Su muerte muestra el admirable amor de Dios por el hombre y la inmutabilidad de su ley.1MS 282.2

    Cristo declaró en el Sermón del Monte: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. Mateo 5:17, 18.1MS 282.3

    Cristo llevó la maldición de la ley sufriendo su castigo, completando el plan mediante el cual el hombre había de ser colocado donde pudiera guardar la ley de Dios y ser aceptado mediante los méritos del Redentor, y por su sacrificio se cubrió de gloria la ley. Entonces la gloria de lo que no ha de ser abolido—la ley de Dios de los Diez Mandamientos, su norma de justicia—fue vista claramente por todos los que vieron en su totalidad lo que fue abolido.1MS 282.4

    “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. 2 Corintios 3:18. Cristo es el abogado del pecador. Los que aceptan su Evangelio, lo contemplan a cara descubierta. Ven la relación de su misión con la ley, y reconocen la sabiduría y gloria de Dios como son reveladas por el Salvador. La gloria de Cristo es revelada en la ley, que es un trasunto de su carácter, y su eficacia transformadora se ejerce sobre el alma hasta que los hombres se transforman a la semejanza divina. Se hacen participantes de la naturaleza divina y se asemejan más y más a su Salvador, avanzando paso tras paso en conformidad con la voluntad de Dios hasta que alcanzan la perfección.1MS 283.1

    La ley y el Evangelio están en perfecta armonía. Se sostienen mutuamente. La ley se presenta con toda su majestad ante la conciencia, haciendo que el pecador sienta su necesidad de Cristo como la propiciación de los pecados. El Evangelio reconoce el poder e inmutabilidad de la ley. “Yo no conocí el pecado sino por la ley”, declara Pablo. Romanos 7:7. La convicción del pecado, implantada por la ley, impele al pecador hacia el Salvador. En su necesidad, el hombre puede presentar el poderoso argumento suministrado por la cruz del Calvario. Puede demandar la justicia de Cristo, pues es impartida a todo pecador arrepentido. Dios declara: “Al que a mí viene, no le echo fuera”. Juan 6:37. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:9.1MS 283.2

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