Capítulo 44—El salvador resucitado
Cristo, Creador y Dador de la Vida
“Yo SOY la resurrección y la vida”. Juan 11:25. El que había dicho: “Yo pongo mi vida, para volverla a tomar” (Juan 10:17), salió de la tumba a la vida que estaba en él mismo. Murió la humanidad, no murió la divinidad. En su divinidad, Cristo poseía el poder de romper las ataduras de la muerte. Declara que tiene vida en sí mismo para resucitar a quien quiera.1MS 354.1
Todos los seres creados viven por la voluntad y el poder de Dios. Son recipientes de la vida del Hijo de Dios. No importa cuán capaces y talentosos sean, no importa cuán amplias sean sus capacidades, son provistos con la vida que procede de la Fuente de toda vida. El es el manantial, la fuente de vida. Sólo el único que tiene inmortalidad, que mora en luz y vida, podía decir: “Tengo poder para ponerla [mi vida], y tengo poder para volverla a tomar”. Juan 10:18.1MS 354.2
Las palabras de Cristo “yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25), fueron oídas claramente por los guardias romanos. Todo el ejército de Satanás las oyó. Y nosotros las entendemos cuando las oímos. Cristo había venido a dar su vida en rescate por muchos. Como buen Pastor, había puesto su vida por las ovejas. La justicia de Dios era mantener su ley, infligiendo el castigo. Esta era la única forma en la cual podía mantenerse la ley y proclamársela santa, justa y buena. Era la única forma en la cual el pecado podía ser hecho aparecer como excesivamente pecaminoso, y así se podían mantener el honor y la majestad de la autoridad divina.1MS 354.3
La ley del gobierno de Dios había de ser magnificada con la muerte del unigénito Hijo de Dios. Cristo llevó la culpa de los pecados del mundo. Nuestra suficiencia se encuentra únicamente en la encarnación y muerte del Hijo de Dios. El pudo sufrir porque era sostenido por la divinidad. Pudo soportar porque estaba sin mácula de deslealtad o pecado. Cristo triunfó en favor del hombre, llevando así la justicia del castigo. Consiguió vida eterna para los hombres al paso que exaltó la ley y la hizo honorable.1MS 355.1
Cristo fue investido con el derecho de dar inmortalidad. La vida que había depuesto en su humanidad, la tomó de nuevo y la dio a la humanidad. Dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”. Juan 6:54. “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4:14.1MS 355.2
Todos los que son uno con Cristo mediante la fe en él, obtienen una experiencia que es vida para vida eterna. “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí”. Juan 6:57. El “en mí permanece, y yo en él”. Juan 6:56. “Yo le resucitaré en el día postrero”. Juan 6:54. “Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Juan 14:19.1MS 355.3
Cristo llegó a ser uno con la humanidad, para que la humanidad pudiera llegar a ser una en espíritu y en vida con él. En virtud de esa unión, en obediencia a la Palabra de Dios, la vida de Cristo llega a ser la vida de la humanidad. El dice al penitente: “Yo soy la resurrección y la vida”. Juan 11:25. La muerte es considerada por Cristo como un sueño: silencioso y oscuro sueño. Habla de ella como si fuera de poca importancia. “Todo aquel que vive y cree en mí—dice él—, no morirá eternamente”. Juan 11:26. “El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte”. Juan 8:52. “Nunca verá muerte”. Juan 8:51. Y para el creyente la muerte reviste poca importancia. Para él morir no es sino dormir. “También traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él”. 1 Tesalonicenses 4:14.1MS 355.4
Mientras las mujeres divulgaban su mensaje como testigos del Salvador resucitado, y mientras Jesús estaba preparándose para revelarse a un gran número de sus seguidores, se estaba realizando otra escena. Los guardias romanos habían podido ver al poderoso ángel que cantó el canto de triunfo en el nacimiento de Cristo y oír a los ángeles que cantaban ahora el canto del amor redentor. Ante la maravillosa escena que se les permitía contemplar, se habían desmayado y quedado como muertos. Cuando el cortejo celestial fue ocultado de su vista, se pusieron de pie y se encaminaron hasta la puerta del huerto tan prestamente como se lo permitían sus miembros vacilantes. Tambaleándose como ciegos o ebrios, con sus rostros pálidos como la muerte, contaban a los que veían las maravillosas escenas de que habían sido testigos. Hubo mensajeros que los precedieron yendo rápidamente a los principales sacerdotes y gobernantes para declararles, de la mejor manera que pudieron, los notables incidentes que habían sucedido.1MS 356.1
Los guardias se dirigían en primer lugar a la residencia de Pilato, pero los sacerdotes y magistrados los mandaron llamar a su presencia. Esos endurecidos soldados presentaban una extraña apariencia al dar testimonio de la resurrección de Cristo y también de la multitud que él había resucitado consigo. Contaron a los principales sacerdotes lo que habían visto en el sepulcro. No tenían tiempo para pensar en otra cosa ni hablar de otra cosa sino de la verdad. Pero los magistrados se desagradaron con el informe. Sabían que se había dado mucha publicidad al juicio de Cristo, por haber sido celebrado en tiempo de la Pascua. Sabían que los acontecimientos maravillosos que habían sucedido, las tinieblas sobrenaturales, el gran terremoto, no podían quedar sin efecto, e inmediatamente hicieron planes para ver cómo podían engañar a la gente. Los soldados fueron sobornados para que informaran una falsedad.1MS 356.2