No debe cesar el progreso
Nunca debemos descansar satisfechos de nuestra condición y cesar de progresar diciendo: “Estoy salvado”. Cuando se fomenta esta idea, cesan de existir los motivos para velar, para orar, para realizar fervientes esfuerzos a fin de avanzar hacia logros más elevados. Ninguna lengua santificada pronunciará esas palabras hasta que venga Cristo y entremos por las puertas de la ciudad de Dios. Entonces, con plena razón, podremos dar gloria a Dios y al Cordero por la liberación eterna. Mientras el hombre esté lleno de debilidades—pues por sí mismo no puede salvar su alma—, nunca debería atreverse a decir: “Soy salvo”.1MS 369.1
No puede jactarse de la victoria el que se reviste de la armadura, pues tiene todavía que pelear la batalla y ganar la victoria. El que soporte hasta el fin, es el que será salvo. Dice el Señor: “Si retrocediere, no agradará a mi alma”. Hebreos 10:38. Si no avanzamos de victoria en victoria, el alma retrogradará para la perdición. No debiéramos erigir normas humanas por las cuales medir el carácter. Hemos visto suficiente de lo que los hombres llaman perfección aquí abajo. La santa ley de Dios es la única cosa por la cual podemos determinar si estamos caminando de acuerdo con él, o no. Si somos desobedientes, nuestros caracteres no están en armonía con la norma de gobierno moral de Dios, y es una falsedad que digamos: “Estoy salvado”. No está salvado ningún transgresor de la ley de Dios, la cual es el fundamento del gobierno divino en el cielo y en la tierra.1MS 369.2
Los que ignorantemente se unen a las filas del enemigo y se hacen eco de las palabras que en el púlpito pronuncian sus maestros religiosos, es a saber que la ley de Dios no está más en vigencia para la familia humana, dispondrán de luz para descubrir sus errores, si aceptan la evidencia de la Palabra de Dios. Jesús fue el ángel oculto en la columna de nube de día y en la columna de fuego de noche, y dio instrucciones especiales para que los hebreos enseñaran la ley de Dios, dada cuando se estableció el fundamento de la tierra, cuando cantaron juntas las estrellas de la mañana, y clamaron de gozo todos los hijos de Dios.1MS 370.1
La misma ley fue proclamada grandiosamente por la propia voz de Dios en el Sinaí. El dijo: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos”. Deuteronomio 6:6-8. ¡Cómo se impacientan los transgresores de la ley de Dios cuando se les menciona la ley! Se irritan de que se les hable de ella.1MS 370.2
La Palabra de Dios es invalidada por falsedades y tradiciones. Satanás ha presentado al mundo su versión de la ley de Dios, y ésta ha sido aceptada sin tomar en cuenta un claro “así dice Jehová”. La controversia que comenzó en el cielo a causa de la ley de Dios, se ha mantenido en la tierra permanentemente desde la expulsión de Satanás del cielo.1MS 370.3
Siempre debemos comprender mejor nuestra gran necesidad, a fin de apreciar a nuestro Salvador y hacerlo conocer por otros. Podemos conocer las profundidades de nuestra transgresión únicamente por la longitud de la cadena que se hizo descender para elevarnos. Debiéramos dedicar nuestras facultades mentales a comprender la terrible ruina que nos ha provocado el pecado, y debiéramos procurar entender el plan divino por el cual podemos ser restaurados al favor de Dios. Siempre debiera humillar nuestro orgulloso corazón el que el amado Hijo de Dios tuviera que venir a nuestro mundo a reñir nuestras batallas por nosotros a fin de que pudiéramos tener fortaleza para vencer en su nombre. Si contemplamos la cruz del Calvario, toda jactancia morirá en nuestros labios y clamaremos: “Inmundo, indigno de tan grande sufrimiento, de tan elevado precio pagado por mi redención”.1MS 370.4
Van lado a lado la ignorancia y la suficiencia propia. La ley de Dios ha sido dada para regular nuestra conducta, y es muy abarcante en sus principios. No hay ningún pecado, ninguna obra de injusticia, que escape a la condenación de la ley. La verdad es el gran código, y la verdad solamente, pues delinea con exactitud inequívoca la historia del engaño de Satanás y la ruina de sus seguidores. Satanás pretendía poder dar leyes mejores que los estatutos y juicios de Dios, y fue expulsado del cielo. Ha intentado algo similar en la tierra. Desde su caída, siempre ha realizado esfuerzos para engañar al mundo, para inducir a los hombres a la ruina, a fin de que pudiera vengarse de Dios por haberlo vencido y expulsado del cielo. Sus esfuerzos para colocarse y colocar sus maquinaciones donde debiera estar Dios, son muy perseverantes y persistentes. Ha cautivado al mundo en sus trampas, y aun entre el pueblo de Dios hay muchos que ignoran sus maquinaciones y le dan toda la oportunidad que pide para realizar la ruina de las almas. No manifiestan un celo ardiente para exaltar a Jesús y proclamarlo, ante la multitud que perece, como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29.1MS 371.1
Los que no conocen las leyes del gobierno de Dios tal como fueron expuestas en el monte, no conocen la verdad tal como es en Jesús. Cristo reveló los abarcantes principios de la ley; expuso cada precepto, y con su ejemplo puso de manifiesto cada demanda de ella. El que conoce la verdad tal como está en la ley, conoce la verdad tal como está en Jesús; y si mediante la fe en Cristo presta obediencia a los mandamientos de Dios, su vida está oculta con Cristo en Dios.1MS 371.2
El conocimiento de las demandas de la ley aplastaría hasta el último rayo de esperanza del alma si no hubiera sido dado un Salvador para el hombre. Pero la verdad, tal como es en Jesús, es un sabor de vida para vida. El amado Hijo de Dios murió para que pudiera imputar al hombre su propia justicia, y no para que éste estuviera en libertad de quebrantar la santa ley de Dios, tal como Satanás se esfuerza porque crea el hombre. Mediante la fe en Cristo, el hombre puede poseer poder moral para resistir el mal.1MS 372.1