Capítulo 14—En cada lugar
Cristo fue el gran Médico misionero que vino a este mundo. Pide voluntarios que cooperen con él en la gran obra de sembrar el mundo con la verdad. Los obreros de Dios han de plantar los estandartes de la verdad en cada lugar al que puedan llegar. El mundo necesita ser restaurado. Yace en maldad y en el más grande de los peligros. Debiera ser ampliada y extendida la obra de Dios para los que están sin Cristo. Dios exhorta a su pueblo a que trabaje diligentemente para él, de modo que se difunda ampliamente la virtud del cristianismo. Ha de ensancharse su reino. Han de levantarse monumentos conmemorativos de Dios en Norteamérica y en los países extranjeros.1MS 132.1
La obra de la reforma pro salud, relacionada con la verdad presente para este tiempo, es un poder para el bien. Es la mano derecha del Evangelio y con frecuencia abre la entrada del Evangelio en nuevos campos. Pero recuérdese siempre que la obra debe seguir sólidamente y en completa armonía con el plan de organización de Dios. Han de organizarse iglesias, y en ningún caso deben divorciarse esas iglesias de la obra médico-misionera. Ni tampoco la obra médico-misionera ha de divorciarse del ministerio evangélico. Cuando se hace esto, ambas son unilaterales. Ninguna es un todo completo.1MS 132.2
La obra para este tiempo debe ser considerada por el cristiano como la obra más importante que se puede hacer. Se trata de cultivar la viña del Señor. En esa viña, cada hombre tiene un destino y un lugar que el Señor le ha asignado. Y el éxito de cada uno depende de su relación individual con Aquel que es la Cabeza divina.1MS 132.3
La gracia y el amor de nuestro Señor Jesucristo y su tierna relación con su iglesia en la tierra se han de revelar por el crecimiento de su obra y la evangelización de la gente en muchos lugares. Los principios celestiales de verdad y justicia se han de ver cada vez más claramente en las vidas de los seguidores de Cristo. Se han de ver más abnegación y desprendimiento en las transacciones comerciales de lo que se ha visto en las iglesias desde el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Ni un vestigio de la influencia de los egoístas monopolios mundanos ha de hacer la más mínima impresión en los que están velando, trabajando y orando por la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo en las nubes del cielo con poder y gran gloria.1MS 133.1
En conjunto no estamos listos para el aparecimiento del Señor. Si cerráramos las ventanas del alma hacia la tierra y las abriéramos hacia el cielo, cada institución establecida sería una luz brillante y resplandeciente en el mundo. Si cada miembro de la iglesia viviera las grandes, excelsas y ennoblecedoras verdades para este tiempo, sería una luz brillante y resplandeciente. El pueblo de Dios no puede agradarle a menos que esté henchido de la eficiencia del Espíritu Santo. Tan pura y leal ha de ser la relación mutua de sus miembros, que por sus palabras, sus inclinaciones, sus atributos, muestren que son uno con Cristo. Han de ser como señales y maravillas en nuestro mundo, que lleven adelante inteligentemente cada aspecto de la obra. Y las diferentes partes de la obra han de relacionarse tan armoniosamente entre sí, que todas se muevan como una maquinaria bien ajustada. Entonces se entenderá el gozo de la salvación de Cristo. Entonces no se verá nada de la impresión hecha por aquellos a quienes se ha dado la luz de la verdad para esparcirla, pero que no han revelado los principios de la verdad en su relación mutua, que no han efectuado la obra del Señor en una forma que glorifique a Dios...1MS 133.2
Después de que Cristo resucitó, proclamó sobre el sepulcro: “Yo soy la resurrección y la vida”. Cristo, el Salvador resucitado, es nuestra vida. Cuando Cristo llega a ser la vida del alma, se nota el cambio, pero el lenguaje no lo puede describir. Todas las pretensiones de conocimiento, influencia o poder no tienen valor sin el perfume del carácter de Cristo. Cristo debe ser la misma vida del alma, como la sangre es la vida del cuerpo...1MS 134.1