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Servicio Cristiano

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    La cultura del habla

    La debida cultura y el uso de la facultad del habla es parte de todo ramo de servicio cristiano: entra en la vida familiar y en toda nuestra relación mutua. Hemos de acostumbrarnos a hablar en tonos agradables, a usar un lenguaje puro y correcto, y palabras bondadosas y corteses.—Lecciones Prácticas del Gran Maestro, 307.SC 276.4

    Todo ministro y todo maestro debe recordar que está dando a la gente un mensaje que encierra intereses eternos. La verdad que prediquen los juzgará en el gran día de ajuste final de cuentas. Y en el caso de algunas almas, el modo en que se presente el mensaje, determinará su recepción o rechazamiento. Entonces, háblese la palabra de tal manera que despierte el entendimiento e impresione el corazón. Lenta, distinta y solemnemente debiera hablarse la palabra, y con todo el fervor que su importancia requiere.—Lecciones Prácticas del Gran Maestro, 307.SC 276.5

    Al procurar atraer a otros dentro del círculo del amor de Cristo, que la pureza de vuestro lenguaje, el desprendimiento de vuestro servicio, y vuestro comportamiento gozoso, den testimonio del poder de su gracia.—El Ministerio de Curación, 146.SC 277.1

    Todo cristiano está llamado a dar a conocer a otros las inescrutables riquezas de Cristo; por lo tanto debiera procurar la perfección en el habla. Debiera presentar la Palabra de Dios de un modo que la recomiende a sus oyentes. Dios no desea que sus intermediarios humanos sean incultos. No es su voluntad que el hombre rebaje o degrade la corriente celestial que fluye por medio de él al mundo.—Lecciones Prácticas del Gran Maestro, 307.SC 277.2

    Se educarán en paciencia, bondad, afabilidad y utilidad voluntaria. Pondrán en práctica la verdadera cortesía cristiana, teniendo presente que Cristo, su compañero, no puede aprobar las palabras o los sentimientos duros y carentes de bondad. Sus palabras serán purificadas. Considerarán el don de la palabra como talento precioso, a ellos prestado para hacer una obra elevada y santa.—Obreros Evangélicos, 101.SC 277.3

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