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El Ministerio Pastoral

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    Capítulo 36—La disciplina eclesiástica

    La necesidad de disciplina

    Los pastores que tienen poco valor para corregir lo malo son tenidos como responsables del mal que resulte—Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros por el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 625.MPa 239.1

    Siempre existirá un espíritu que se levante contra la reprensión—Siempre existirá un espíritu que se levante contra la reprensión del pecado y el mal. Pero la voz de reprensión no debe callar por causa de esto. Aquellos a quienes Dios ha apartado como ministros de justicia tienen una solemne responsabilidad sobre sus hombros de reprobar los pecados de la gente. Pablo mandó a Tito, “Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie” Siempre habrán aquellos que desprecien a los que se atreven a reprobar el pecado. Pero cuando sea necesario, la reprensión debe ser dada. Pablo dirige a Tito a reprender severamente a cierta clase, para que puedan estar firmes en la fe. ¿Y cómo se debe hacer la reprensión? Deje que el apóstol conteste: “Con toda paciencia y doctrina”. Se le debe mostrar al que está en el error que su conducta no está en armonía con la Palabra de Dios. Pero nunca se deben dejar pasar con indiferencia las equivocaciones de la gente. Aquellos que fielmente desempeñan sus deberes desagradables bajo un sentido de su responsabilidad ante Dios, recibirán su bendición.—The Signs of the Times, 16 de septiembre de 1880.MPa 239.2

    Aquellos que fallan en reprender no deben ser exaltados—Exaltar a un ministro como perfecto porque no ha desagradado a nadie al no reprobar los errores, no sólo es una trampa para el ministro, sino que trae un desastre sobre la gente. Aquel que no lastima la complacencia espiritual propia de la gente es casi deificado por ellos, mientras que un devoto, fiel siervo de Dios, que expone claramente los errores de los miembros de iglesia, es tenido como imperfecto, porque él no ve lo que ellos suponen son sus méritos personales. Reprueba errores que en realidad existen, y esto es considerado como una indignidad, y su autoridad e instrucción son echadas a un lado y pisoteadas por los hombres. Estas maneras extremas de catalogar a los ministros se hallan entre los profesos hijos de Dios; y ¿quién examinará ahora sus corazones, y tierna, fervorosa y fielmente pondrá estas cosas en orden?—The Review and Herald, 25 de julio de 1893.MPa 240.1

    Los pastores deben sentir una carga por las deficiencias de carácter en sus miembros—Aquí hemos presentado ante nosotros la obra del que ha de abrir las Escrituras ante otros. Es una obra solemne, y todos los que se comprometan a hacerla deben ser hombres de oración. No es suficiente para el ministro pararse detrás del púlpito y hacer una presentación de las Escrituras. Su obra apenas ha comenzado. Hay una obra pastoral que realizar, y esto significa la de reprender y exhortar con toda paciencia y doctrina; es decir, él debe presentar la Palabra de Dios, para mostrar en donde hay una deficiencia. Si hay algo en el carácter de los profesos seguidores de Cristo, la carga ciertamente debe pesar sobre el ministro, y no debe subyugar a los herederos de Dios. Tratar con la mente humana es el trabajo más delicado que jamás se le haya encomendado al hombre mortal.—Sermons and Talks, 61.MPa 240.2

    Dios no reconocerá como sus pastores a aquellos que hablan de cosas lisonjeras—En este tiempo terrible, justo antes que Cristo venga por segunda vez, los fieles predicadores de Dios tendrán que dar un testimonio aun más firme que el de Juan el Bautista. Una obra responsable e importante está ante ellos; y aquellos que hablen cosas lisonjeras, no serán reconocidos por Dios como pastores suyos. Una terrible maldición recae sobre ellos.—Testimonies for the Church 1:321.MPa 240.3

    La disciplina de la iglesia es una parte desagradable pero necesaria del ministerio—Pablo recomendó a Timoteo que “prediques la Palabra”, pero había aún algo más que hacer,—“redarguye, reprende y exhorta, con toda paciencia y doctrina”. Esta obra no puede ser descuidada sin riesgo. Los ministros deben instar a tiempo y fuera de tiempo, velando por las almas como quien tiene que dar cuenta. Deben ejercer gran cautela. Vigile todas las cosas, vele por los engaños de Satanás, no sea que usted mismo sea seducido para no hacer la parte desagradable de su trabajo. Las dificultades no lo deben intimidar o desanimar. Al tener mentes bien balanceadas y caracteres bien fundamentados, al encarar las dificultades, y al superarlas se gana una rica experiencia.—The Review and Herald, 28 de septiembre de 1897.MPa 240.4

    Aunque no sea compatible con las inclinaciones naturales del ministro, debe dar amonestaciones, reprender el pecado y corregir lo malo—El ministro tendrá muchas palabras directas y llanas para dirigirse a aquellos que las necesiten; porque cuando Dios comisiona al hombre para que haga su obra, le da la responsabilidad de vigilar a las almas como quien tendrá que rendir cuentas. Cuando haya que dar las amonestaciones necesarias, el pecado deberá ser reprendido, los errores y males han de ser corregidos, no sólo desde el púlpito sino mediante la labor personal. Esta es una labor divina, y aunque no sea compatible con las inclinaciones naturales, el ministro debe proclamar la verdad sin rodeos, lo cual hará que los oídos de los que escuchen tintineen; pues debe presentar ante quienes aman los placeres más que a Dios, los peligros y riegos que los rodean, y la fatalidad que espera a los impenitentes. Siendo que este mensaje no es agradable a su propensión, o bien recibida por aquellos que deben ser amonestados, ellos son solemnemente exhortados a ser fieles en su declaración.—The Review and Herald, 6 de septiembre de 1892.MPa 241.1

    Los ministros causan mucho daño al permitir que su indulgencia hacia los que yerran degenere en la tolerancia de sus pecados—A veces los ministros del Evangelio causan mucho daño al permitir que su indulgencia para con los que yerran degenere en tolerancia de pecados y hasta en su participación. De ese modo son llevados a mitigar y excusar lo que Dios condena; y después de algún tiempo, llegan a estar tan cegados que elogian a los mismos que Dios les ordenó reprender. [La única salvaguardia en contra de estos peligros es la de añadir a la paciencia el temor de Dios,—reverenciar a Dios, su carácter y su ley, y mantener su temor siempre en nuestra mente. Mediante la comunión con Dios, a través de la oración y la lectura de su Palabra, deberemos cultivar tal sentido de la santidad de su carácter que consideremos el pecado como él lo considera].—Los Hechos de los Apóstoles, 401.MPa 241.2

    Demasiados ministros dejan los asuntos delicados para ser tratados por otros ministros—Demasiados ministros descuidan tratar fielmente con quienes entran en contacto. Dejan que los asuntos delicados sean manejados por otros ministros, porque no quieren tomar el riesgo de perder la amistad de aquellos por quienes trabajan. Si los ministros trataran con aquellos que yerran en el momento preciso, prevendrían una acumulación del mal, y salvarían las almas de la muerte. Si el trabajo de reprensión es descuidado por un ministro y seguido por otro, aquellos que son reprendidos, reciben la impresión que el ministro que no les señaló sus errores era un buen ministro. Más éste no es el caso; él fue meramente un predicador, no un colaborador de Dios en la supresión del pecado. Con la mansedumbre de Cristo, usted deberá hacer el trabajo que dé una prueba completa de su ministerio. Debe mostrar pena por el pecado, pero no mostrar una pasión no santificada al reprender el error. Todos sus esfuerzos deben ser hechos con paciencia y doctrina; y si usted ve sólo resultados pobres de su trabajo, no se desaliente. Esta experiencia engendrará la manifestación de tolerancia y paciencia. Continúe trabajando, sea discreto, juicioso, sepa cuando hablar y cuando guardar silencio.—The Review and Herald, 28 de septiembre de 1897.MPa 241.3

    La gente que tiene una simpatía pervertida por aquellos que están bajo disciplina no los están ayudando—Vi que algunos estaban muy preocupados por usted, temiendo que no lo tratarían correctamente, y que sus hermanos ministros no le harían justicia. Estos deberían quitarse del camino, y ser fieles en confesar sus propios errores, y permitir que toda la censura y el peso de los errores suyos caiga sobre usted mismo. Dios ha designado que sus errores se queden allí hasta que usted los quite completamente con arrepentimiento y sincera confesión. Aquellos que sienten una simpatía pervertida por usted no lo podrán ayudar. Que manifiesten celo en arrepentirse de sus propias apostasías, y lo dejen levantarse por si mismo. Usted ha estado totalmente fuera del camino, y a menos que haga un trabajo bien hecho, confiese sus pecados sin censurar a sus hermanos, y esté dispuesto a ser instruido, usted no podrá tener una parte con el pueblo de Dios.—Testimonies for the Church 1:319.MPa 242.1

    Hay peligro en hacer demasiado por sanar dificultades—Los que creen sinceramente en la verdad son entristecidos y ven sus pruebas y pesares muy acrecentados por causa de los elementos que están entre ellos y que los molestan, los desalientan y los descorazonan en sus esfuerzos. Pero el Señor quiere enseñarles a sus siervos una lección de gran cuidado en todos sus movimientos. “Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro”. No arranquéis por la fuerza la cizaña, no sea que al desarraigarla, se desarraiguen también las preciosas plantas. Tanto los ministros como los miembros de la iglesia deben ser cautelosos, no sea que manifiesten un celo que no esté de acuerdo con el conocimiento. Hay peligro de hacer demasiado para curar en la iglesia dificultades que, si se las dejara en paz, con frecuencia se solucionarían solas. Es una conducta equivocada intervenir prematuramente en cualquier iglesia. Debemos ejercer el mayor cuidado, paciencia y dominio propio para soportar estas cosas, y no dedicarnos a ponerlas en orden, trabajando con nuestro propio espíritu.—Joyas de los Testimonios 1:310, 311.MPa 242.2

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