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El Ministerio Pastoral

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    La apariencia del pastor

    Ya sea en el púlpito o fuera del púlpito, su apariencia es importante—La obra en la que estamos comprometidos es una obra responsable y exaltada. Los que ministran la Palabra y la doctrina deben ser ejemplo de buenas obras. Deben ser ejemplo de santidad, limpieza y orden. La apariencia del siervo de Dios, en el púlpito y fuera de él, debe ser la de un ministro viviente. Puede lograr mucho más por su ejemplo fiel que meramente predicando desde el púlpito, permitiendo que su influencia fuera del púlpito no sea digna de ser imitada. Los que laboran en esta causa están presentando al mundo la verdad más elevada que jamás haya sido encomendada a los mortales.—Testimonies for the Church 1:446.MPa 74.1

    Su vestimenta le predica a la gente—El cuidado en el vestir es un punto importante. En esto los ministros que creen en la verdad presente han sido deficientes. El vestir de algunos ha sido desprolijo. No sólo hubo falta de gusto y de orden en el arreglo de la ropa, para que siente bien a la persona, del color conveniente y apropiado para un ministro de Cristo, sino que la vestimenta de algunos ha sido desaliñada. Algunos ministros usan un chaleco claro, con un pantalón oscuro o un chaleco oscuro con pantalón claro, sin gusto ni prolijidad en el vestir, cuando se presentan ante la gente. Estas cosas predican a la gente. El minstro les da un ejemplo de orden, y les brinda un modelo de apropiada prolijidad y gusto en el vestir, o les da lecciones de descuido y falta de gusto que ellos estarán en peligro de imitar.—Testimonios para la Iglesia 2:540.MPa 74.2

    Los ministros descuidados en su indumentaria ofenden a los de sensibilidad refinada—Un ministro que es descuidado en su indumentaria, con frecuencia ofende a las personas de buen gusto y de sensibilidad refinada. Los que están en falta en este sentido debieran corregir sus errores y ser más cuidadosos. Al final, se descubrirá que la pérdida de algunas almas será debido a la falta de pulcritud del pastor. La primera impresión que tuvieron de él los afectó desfavorablemente, porque de ninguna manera pudieron relacionar su apariencia con las verdades que presentaba. Su indumentaria hablaba contra él, y causó la impresión de que el pueblo a quien representaba era un conjunto de gente descuidada y que no se preocupaba de su vestimenta, de modo que sus oyentes no quisieron saber nada con esa clase de gente.—El Evangelismo, 486, 487.MPa 74.3

    La indumentaria inapropiada puede destruir su influencia—Algunas personas que ministran en las cosas sagradas disponen de tal manera su ropa sobre su persona que, por lo menos en cierta medida, eso destruye la influencia de su trabajo. Hay una evidente falta de gusto en la elección del color y de ajuste en la entalladura. ¿Qué impresión se causa con esta manera de vestir? Que la obra a la que se dedican no es considerada de carácter más sagrado o elevado que un trabajo común, como sería la tarea de arar el campo. El ministro mediante su ejemplo, rebaja las cosas sagradas al mismo nivel de las cosas comunes. La influencia de tales predicadores no agrada a Dios.—El Evangelismo, 487.MPa 74.4

    La negligencia de nuestro cuerpo no es la humildad que tiene el sabor del cielo—Pero esta humildad aparente, este culto a la voluntad y descuido del cuerpo, no es la humildad que tiene sabor de cielo. Esta humildad exige que la persona, las acciones y el vestido de todos los que predican la santa verdad de Dios, sean correctos y perfectamente adecuados, de manera que todo cuanto se relacione con nosotros recomiende nuestra santa religión. El vestido mismo será una recomendación de la verdad a los no creyentes. Será un sermón en sí mismo.—Mensajes Selectos 3:286.MPa 75.1

    Cultive la cortesía y una tranquila dignidad—El predicador debe recordar que su porte en el púlpito, su actitud, su manera de hablar, su traje, producen en sus oyentes impresiones favorables o desfavorables. Debe cultivar la cortesía y el refinamiento de los modales, y conducirse con una tranquila dignidad conveniente a su alta vocación. La solemnidad y cierta autoridad piadosa mezclada con mansedumbre, deben caracterizar su porte. La grosería y la tosquedad no se han de tolerar en la vida común, y mucho menos en la obra del ministerio. La actitud del predicador debe estar en armonía con las verdades santas que proclama. Sus palabras deben ser en todo respecto sinceras y bien elegidas.—Obreros Evangélicos, 181.MPa 75.2

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