Con rumbo a la patria
Caminemos con destino a la patria. El que nos amó hasta el extremo de morir por nosotros ha edificado una ciudad para nosotros. La Nueva Jerusalén es nuestro lugar de descanso. No habrá tristeza en la ciudad de Dios. Jamás se escucharán en ella lamentos de aflicción ni endechas de malogradas esperanzas ni de afectos desvanecidos. Pronto se mudarán las pesadas vestiduras de tristeza por las galas de boda. Pronto presenciaremos la coronación de nuestro Rey. Aquellos cuyas vidas estuvieron ocultas en Cristo, los que en este mundo pelearon la buena batalla de la fe, resplandecerán con la gloria del Redentor en el reino de Dios. No tardaremos mucho en ver a Aquel en quien se cifran nuestras esperanzas de vida eterna. Y en su presencia tendremos como nada todas las pruebas y sufrimientos de esta vida. “No perdáis pues vuestra confianza, que tiene grande remuneración de galardón: porque la paciencia os es necesaria; para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aun un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.” Hebreos 10:35-37. Mirad arriba, mirad a lo alto, y vuestra fe aumente sin cesar. Que la fe os guíe a lo largo del angosto sendero que conduce a las puertas de la ciudad de Dios, al grandioso más allá, al amplio e ilimitado porvenir de gloria que espera a los redimidos. “Pues, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia, hasta que reciba la lluvia temprana y tardía. Tened también vosotros paciencia; confirmad vuestros corazones: porque la venida del Señor se acerca.” Santiago 5:7, 8.1TS 234.1