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Testimonios Selectos Tomo 1

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    Difundiendo el mensaje adventista

    Por entonces los adventistas celebraban reuniones en la sala Beethoven. Mi padre y su familia asistían a ellas con regularidad. Se creía que el segundo advenimiento iba a ocurrir en el año 1843. Parecía tan corto el tiempo en que se podían salvar las almas, que resolví hacer cuanto de mí dependiese para conducir a los pecadores a la luz de la verdad.1TS 37.5

    Tenía yo en casa dos hermanas: Sara, que me llevaba algunos años, y mi hermana gemela, Isabel. Hablamos las tres del asunto, y decidimos ganar cuanto dinero pudiéramos, para invertirlo en la compra de libros y folletos que distribuiríamos gratuitamente. Esto era lo mejor que podíamos hacer, y aunque era poco, lo hacíamos alegremente.1TS 38.1

    Nuestro padre era sombrerero, y la tarea que me correspondía, por ser la más fácil, era elaborar las copas de los sombreros. También hacía calcetines a veinticinco centavos el par. Mi corazón era tan débil que me veía obligada a quedar sentada y apoyada en la cama para realizar mi labor; pero día tras día me estuve allí, dichosa de que mis temblorosos dedos pudiesen contribuir en algo a la causa que tan tiernamente amaba. Veinticinco centavos diarios era cuanto podía ganar. ¡Cuán cuidadosamente guardaba las preciosas monedas de plata que recibía en pago de mi trabajo y que estaban destinadas a comprar literatura con que iluminar y despertar a los que estaban en tinieblas!1TS 38.2

    No sentía tentación alguna en cuanto a gastar mis ganancias en mi satisfacción personal. Mi traje era sencillo, y nada invertía en adornos superfluos, porque la vana ostentación me parecía pecaminosa. Así lograba tener siempre en reserva una pequeña suma con que comprar libros a propósito, que entregaba a personas expertas para que los enviasen a diferentes regiones.1TS 38.3

    Cada hoja impresa tenía mucho valor a mis ojos; porque era para el mundo un mensajero de luz, que le exhortaba a que se preparase para el gran acontecimiento cercano. La salvación de las almas era mi mayor preocupación, y mi corazón se dolía por quienes se lisonjeaban de vivir en seguridad mientras que se daba al mundo el mensaje de amonestación.1TS 38.4

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