Aliento recibido de los hermanos
El grupo de fieles de Portland ignoraba las torturas mentales que me habían puesto en tal estado de desaliento; pero no obstante, echaban de ver que por uno u otro motivo tenía deprimido el ánimo, y, al considerar la misericordiosa manera en que el Señor se me había manifestado, opinaban que dicho desaliento era pecaminoso de mi parte. Se celebraron reuniones en casa de mi padre; pero era tanta la angustia de mi ánimo que durante algún tiempo no pude asistir a ellas. La carga se me iba haciendo cada día más pesada, hasta que la agonía de mi espíritu pareció exceder a lo que yo podía soportar.1TS 65.2
Por fin me indujeron a asistir a una de las reuniones que se celebraban en mi propia casa, y los miembros de la iglesia tomaron cuanto me sucedía por tema especial de sus oraciones. El Hno. Pearson, quien en mi primera experiencia había negado que el poder de Dios obrase en mí, oró fervorosamente ahora por mí y me aconsejó que sometiese mi voluntad a la del Señor. Con paternal solicitud procuró animarme y consolarme, y me invitó a creer que el Amigo de los pecadores no me había desamparado.1TS 65.3
Me sentía yo demasiado débil y desalentada para intentar esfuerzo alguno por mí misma, pero mi corazón se unía a los ruegos de mis hermanos. Ya no me inquietaba la hostilidad del mundo y estaba deseosa de hacer cualquier sacrificio con tal de recobrar el favor de Dios.1TS 66.1
Mientras se oraba por mí, para que el Señor me diese fortaleza y valentía para difundir el mensaje, disipóse la espesa obscuridad que me había rodeado y me iluminó repentina luz. Una especie de bola de fuego me dió en el pecho, sobre el corazón, y caí desfallecida al suelo. Me pareció entonces hallarme en presencia de los ángeles, y uno de estos santos seres repetía las palabras: “Comunica a los demás lo que te he revelado.”1TS 66.2
El Hno. Pearson, que no podía arrodillarse porque padecía de reumatismo, presenció este suceso. Cuando recobré el sentido, levantóse el Hno. Pearson de su silla y dijo: “He visto algo como jamás esperaba ver. Una bola de fuego descendió del cielo e hirió a la Hna. Elena Harmon en medio del corazón. ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! Nunca podré olvidarlo. Esto ha transmutado todo mi ser. Hna. Elena, tenga ánimo en el Señor. Desde esta noche yo no volveré a dudar. Nosotros le ayudaremos en adelante sin desanimarla jamás.”1TS 66.3