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Testimonios Selectos Tomo 1

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    Escribiendo y viajando

    Teníamos compromisos de asistir a diversas reuniones durante un período de dos meses, y en diferentes lugares entre Rochester (Nueva York) y Bangor (Maine). Habíamos de realizar este viaje en nuestro carruaje cubierto, y con nuestro buen caballo Charlie, que nos habían regalado los hermanos de Vermont. No nos atrevíamos a dejar al niño en tan crítico estado; pero resolvimos marcharnos, a menos que empeorase. Debíamos emprender el viaje a los dos días, si queríamos llegar a tiempo a nuestra primera cita ya señalada. Presentamos el caso ante el Señor, aceptando que si el niño recobraba el apetito, era prueba de que podíamos emprender el viaje. El primer día no se notó mejoría ni quiso Edson tomar alimento; pero al día siguiente pidió caldo, y le sentó bien.1TS 144.1

    Aquella misma tarde emprendimos el viaje a eso de las cuatro. Puse al pequeñuelo sobre una almohada y anduvimos como seis leguas. Se mostró muy nervioso por la noche, sin poder dormir, y hube de tenerlo casi constantemente en brazos.1TS 144.2

    A la mañana siguiente, consultamos sobre si convendría regresar a Rochester o proseguir el viaje. La familia que nos había hospedado dijo que si seguíamos adelante enterraríamos al niño por el camino, pues todas las señas así lo indicaban. Pero yo no osaba regresar a Rochester. Creíamos que el malestar del niño era obra de Satanás para estorbar nuestro viaje y no queríamos ceder. Le dije a mi esposo: “Si nos volvemos atrás, temo que se muera el niño. Si seguimos adelante, lo peor que puede ocurrir es que muera. Continuemos el viaje confiando en el Señor.”1TS 144.3

    Habíamos de recorrer en dos días cerca de ciento sesenta kilómetros, y sin embargo, creíamos que el Señor nos protegería en aquellas angustiosas circunstancias. Yo estaba agotada y temía que al dormirme dejaría caer al niño de los brazos, por lo que me lo puse en la falda, atándolo a mi jubón, y así pudimos dormir los dos aquel día durante largo trecho del camino. El niño se reanimó y fué ganando fuerzas en el trayecto hasta que al llegar de regreso a nuestro hogar se hallaba ya robustecido.1TS 145.1

    El Señor nos favoreció grandemente en nuestro largo viaje. Mi esposo tuvo muchos cuidados y trabajo. En las diferentes conferencias hizo la mayor parte de la obra de predicar, vendía libros y se esforzaba en extender la circulación del periódico, Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos para ir a celebrar la siguiente. Al mediodía dejábamos pacer al caballo a orillas del camino y nosotros almorzábamos. Después, mi esposo escribía artículos para la Review y el Instructor, con las cuartillas apoyadas en la tapa del cesto de provisiones o en la copa de su sombrero.1TS 145.2

    En el verano de 1853, visitamos por vez primera Míchigan. Poco después de regresar a Rochester, mi esposo se puso a escribir el libro titulado: “Señales de los Tiempos.” Estaba todavía débil y podía dormir muy poco, pero el Señor fué su sostén. Cuando la mente se le ponía en confusión y sufrimiento, nos postrábamos ante Dios clamando a él en nuestra angustia. El escuchaba nuestras fervorosas plegarias y a menudo bendecía a mi esposo de suerte que con renovado ánimo reanudaba el trabajo. Muchas veces al día nos postrábamos así ante el Señor en ferviente oración. Aquel libro no lo escribió mi esposo con sus propias fuerzas.1TS 145.3

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