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Testimonios Selectos Tomo 1

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    Capítulo 30—El zarandeo

    Vi que algunos, con robusta fe y acongojados gritos, clamaban ante Dios. Estaban pálidos y su rostro demostraba la profunda ansiedad resultante de su lucha interna. Gruesas gotas de sudor bañaban su frente; pero con todo, su aspecto manifestaba firmeza y gravedad. De cuando en cuando brillaba en sus semblantes la señal de la aprobación de Dios, y después volvían a quedar en severa, grave y anhelante actitud.1TS 173.1

    Los ángeles malos los rodeaban, oprimiéndolos con tinieblas para ocultarles la vista de Jesús y para que sus ojos se fijaran en la obscuridad que los rodeaba, a fin de inducirlos a desconfiar de Dios y murmurar contra él. Su única salvaguardia estaba en mantener los ojos alzados al cielo, pues los ángeles de Dios estaban encargados del pueblo escogido, y, mientras que la ponzoñosa atmósfera de los malos ángeles circundaba y oprimía a las ansiosas almas, los ángeles celestiales batían sin cesar las alas para disipar las densas tinieblas.1TS 173.2

    De cuando en cuando Jesús enviaba un rayo de luz a los que angustiosamente clamaban, para iluminar su rostro y alentar su corazón. Vi que algunos no participaban en esta obra de acongojada demanda, sino que se mostraban indiferentes y negligentes, sin cuidarse de resistir a las tinieblas que los envolvían, y éstas los encerraban como una espesa nube. Los ángeles de Dios se apartaron de ellos y acudieron en auxilio de los que anhelosamente oraban. Vi ángeles de Dios que se apresuraban en auxiliar a cuantos se empeñaban en resistir con todas sus fuerzas a los ángeles malos y procuraban ayudarse a sí mismos, clamando perseverantemente a Dios. Pero los ángeles nada hicieron por quienes no procuraban ayudarse a sí mismos y los perdí de vista.1TS 173.3

    Pregunté cuál era el significado del zarandeo que yo había visto, y se me respondió que lo motivaría el directo testimonio que exige el consejo que el Testigo fiel dió a la iglesia de Laodicea. Moverá este consejo el corazón de quien lo reciba y le conducirá a ensalzar el estandarte de la recta verdad y a difundirla. Algunos no soportarán este testimonio directo, sino que se levantarán contra él, y esto es lo que causará un zarandeo en el pueblo de Dios.1TS 173.4

    Vi que el testimonio del Testigo fiel apenas había sido escuchado. El solemne testimonio, del cual depende el destino de la iglesia, se tiene en poca estima, cuando no está por completo menospreciado. Este testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento. Todos los que sinceramente lo reciban, lo obedecerán y quedarán purificados.1TS 174.1

    Dijo el ángel: “Escuchad.” Oí una voz que resonaba dulce y armoniosa como concertada sinfonía. Era incomparablemente más melodiosa que cuantas músicas oyera hasta entonces y parecía henchida de misericordia, compasión y gozo santo y enaltecedor. Conmovió todo mi ser. El ángel dijo: “Mirad.” Mi atención se fijó entonces en la hueste que antes había visto y que estaba fuertemente sacudida. Vi a los que antes gemían y oraban con aflicción de espíritu. Doble número de ángeles custodios los rodeaba, y los cubría de pies a cabeza una armdura. Marchaban en perfecto orden como una compañía de soldados. En su semblante expresaban el tremendo conflicto que habían sobrellevado y la congojosa batalla que acababan de reñir; pero los rostros antes arrugados por la angustia, resplandecían ahora, iluminados por la gloriosa luz del cielo. Habían logrado la victoria, y esto despertaba en ellos profunda gratitud y un gozo santo y sagrado.1TS 174.2

    El número de esta hueste había disminuido. En el zarandeo, algunos se quedaron fuera del camino. Los descuidados e indiferentes que no se unieron con quienes apreciaban la victoria y la salvación lo bastante para perseverar en anhelarlas clamando angustiosamente por ellas, no las obtuvieron y quedaron rezagados en tinieblas, y sus sitios fueron ocupados en seguida por otros, que se afiliaron a la hueste que había aceptado la verdad. Los ángeles malignos todavía se agrupaban a su alrededor pero ningún poder tenían sobre ellos.1TS 174.3

    Oí que los revestidos de la armadura proclamaban poderosamente la verdad, con fructuosos resultados. Muchas personas habían estado ligadas; algunas esposas por sus consortes, y algunos hijos por sus padres. Las gentes sinceras, que hasta entonces habían sido impedidas de oir la verdad, se adhirieron ardientemente a ella. Desvanecióse todo temor a los parientes y la verdad tan sólo les parecía sublime. Habían tenido hambre y sed de verdad, y ésta les era más preciosa que la vida. Pregunté por la causa de tan profunda mudanza y un ángel me respondió: “Es la lluvia tardía; el refrigerio de la presencia del Señor; el potente pregón del tercer ángel.”1TS 175.1

    Formidable poder tenían aquellos escogidos. Dijo el ángel: “Mirad.” Vi a los impíos, malvados e incrédulos. Estaban todos en gran excitación. El celo y potencia del pueblo de Dios los había enfurecido. Por doquiera dominaba en ellos la confusión. Vi que tomaban medidas contra la hueste que tenía la luz y el poder de Dios. Pero esta hueste, aunque rodeada por densas tinieblas, se mantenía firme con la aprobación de Dios y su confianza en él. Los vi perplejos; luego los oí clamar a Dios ardientemente, sin cesar día y noche en su angustioso grito: “¡Hágase Señor tu voluntad! Si ha de servir para gloria de tu nombre, dale a tu pueblo el medio de escapar. Líbranos de los paganos que nos rodean. Nos han sentenciado a muerte; pero tu brazo puede salvarnos.” Tales son las palabras que puedo recordar. Todos mostraban honda convicción de su insuficiencia y manifestaban completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin embargo, todos sin excepción, como Jacob, oraban y luchaban fervorosamente por su liberación.1TS 175.2

    Poco después de haber comenzado estos humanos su anhelante clamor, los ángeles, movidos a compasión, quisieron ir a librarlos; pero un ángel mayor, que a los otros mandaba, no lo consintió, y dijo: “Todavía no está cumplida la voluntad de Dios. Han de beber del cáliz. Han de ser bautizados con el bautismo.”1TS 176.1

    Después oí la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. Sobrevino un horrendo terremoto. Por doquiera se derrumbaban los edificios. Entonces oí un triunfante cántico de victoria, un cántico potente, armonioso y claro. Miré a la hueste que poco antes estaba en tan angustiosa esclavitud y vi que su cautividad había cesado. Los iluminaba una refulgente luz. ¡Cuán hermosos parecían entonces! Se había desvanecido toda muestra de inquietud y fatiga, y cada rostro rebosaba de salud y belleza. Sus enemigos, los paganos que los rodeaban, cayeron como muertos, porque no les era posible resistir la luz que iluminaba a los redimidos santos. Esta luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta aparecer Jesús en las nubes del cielo, y la fiel y probada hueste fué transformada en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria a gloria. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los santos, revestidos de inmortalidad, exclamando: “¡Victoria sobre la muerte y el sepulcro!” Y junto con los santos vivientes, fueron arrebatados para encontrar a su Señor en el aire, mientras que hermosos y armónicos gritos de gloria y victoria salían de todo labio inmortal.1TS 176.2

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