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Testimonios Selectos Tomo 2

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    Capítulo 46—La recompensa de los santos

    Despues vi gran número de ángeles que de la ciudad traían brillantes coronas, una para cada santo, y cuyo nombre estaba inscripto en ella. Cuando Jesús preguntó por las coronas, los ángeles se las presentaron, y con su propia mano derecha ciñólas en la cabeza de los santos. Y de la misma manera trajeron los ángeles arpas, y se las presentó a los santos. Los ángeles caudillos preludiaban la nota del cántico entonado por todas las voces en agradecida y dichosa alabanza. Todas las manos pulsaron hábilmente las cuerdas del arpa, dejando oir melodiosa música en fuertes y perfectos acordes. Después vi que Jesús conducía a los redimidos a la puerta de la ciudad; y al llegar a ella, la hizo girar sobre sus goznes, y mandó que entraran cuantas gentes hubiesen guardado la verdad. Dentro de la ciudad había todo lo que puede agradar a la vista. Los redimidos contemplaban abundante gloria por doquiera. Después miró Jesús a sus redimidos santos, cuyo aspecto irradiaba esplendor, y fijando en ellos sus cariñosos ojos, dijo con su armoniosa y celeste voz: “Contemplo el trabajo de mi alma, y estoy satisfecho. Vuestra es esta excelsa gloria para disfrutarla eternamente. Terminaron vuestras tristezas. No habrá más muerte ni llanto ni clamor ni dolor.” Vi que la hueste de los redimidos se postraba y arrojaba sus brillantes coronas a los pies de Jesús; y cuando su bondadosa mano los alzó del suelo, pulsaron sus áureas arpas y llenaron el cielo con su deleitosa música y cánticos al Cordero.2TS 239.1

    Después vi que Jesús conducía a su pueblo al árbol de vida, y nuevamente oímos su hermosa voz, más dulce que cuantas melodías escucharon jamás los mortales, decir: “Las hojas de este árbol son para la sanidad de las naciones. Comed todos de ellas.” El árbol de vida daba hermosísimos frutos, de que los santos podían participar libremente. En la ciudad había un brillantísimo trono, del que manaba un puro río de agua de vida, clara como el cristal. A uno y otro lado de este río estaba el árbol de vida, y en las márgenes había otros hermosos árboles que llevaban fruto bueno para comer.2TS 239.2

    Las palabras son demasiado pobres para intentar una descripción del cielo. Siempre que se vuelve a presentar ante mi vista, el espectáculo me anonada de admiración. Transportada por el insuperable esplendor y la excelsa gloria, dejo caer la pluma, exclamando: “¡Oh! ¡qué amor, qué maravilloso amor!” El más enfático lenguaje sería incapaz de describir la gloria del cielo ni las incomparables profundidades del amor del Salvador.2TS 240.1

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