Capítulo 49—El fin de la controversia
Satanás se precipita en medio de sus secuaces e intenta excitar a la multitud a la acción. Pero el fuego del Dios del cielo cae sobre ellos y consume conjuntamente al magnate, al noble, al poderoso, al pobre y al miserable. Vi que unos quedaban rápidamente aniquilados mientras que otros sufrían por más tiempo. A cada cual se le castigaba según las obras que hiciera en el cuerpo. Algunos tardaban muchos días en consumirse, y aunque parte de su cuerpo estaba ya consumido, el resto conservaba la plena sensibilidad para el sufrimiento. Dijo el ángel: “El gusano de vida nunca morirá ni su fuego se apagará en tanto haya una partícula que consumir.”2TS 246.1
Satanás y sus ángeles sufrieron largo tiempo. Sobre Satanás pesaba no sólo el castigo de sus propios pecados sino el de todos los de la redimida hueste que habían sido puestos sobre él. Además, debía sufrir por la ruina de las almas a quienes engañara. Después vi que Satanás con toda la malvada hueste estaban ya aniquilados y satisfecha la justicia de Dios. La cohorte angélica y los santos redimidos exclamaron en alta voz: “¡Amén!”2TS 246.2
Dijo el ángel: “Satanás es la raíz, y sus hijos son las ramas. Ya están consumidos raíz y ramas. Han muerto con muerte eterna. Nunca resucitarán y Dios tendrá limpio el universo.” Entonces miré y vi que el mismo fuego que había consumido a los malvados quemaba los escombros y purificaba la tierra. Volví a mirar, y vi la tierra purificada. No quedaba ni la más leve señal de maldición. La quebrada y desigual superficie de la tierra era ya una dilatada planicie. El universo de Dios estaba limpio y había terminado para siempre la gran controversia. Todo cuanto mirábamos y doquiera posábamos la vista era santo y hermoso. La hueste de redimidos, viejos y jóvenes, grandes y pequeños, arrojaron sus brillantes coronas a los pies del Redentor, y, postrándose reverentemente ante él, adoraron al que vive por siempre. La hermosa tierra nueva con toda su gloria era la eterna heredad de los santos. El reino y el señorío y la grandeza del reino bajo todo el cielo se dió entonces a los santos del Altísimo que habían de poseerlo por siempre jamás.2TS 246.3