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Testimonios Selectos Tomo 2

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    Sumario

    Capítulo 1—Introducción: el espíritu de profecía

    Hubo un tiempo en que el hombre andaba con Dios en el Edén. Contemplaba abiertamente la gloria del Señor, y hablaba con Dios, con Cristo y los ángeles en el paraíso, sin interposición del más tenue velo. El hombre cayó de su rectitud moral e inocencia y fué expulsado del Edén, lejos de la vista del árbol de vida y de la directa presencia del Señor y sus santos ángeles. Desde entonces las tinieblas morales extendieron sus sombras por doquiera como un palio de muerte y se difundió por todas partes la mancha y corrupción del pecado. Entre la lobreguez general y miseria moral, el hombre ha peregrinado durante cerca de seis mil años desde las puertas del paraíso, sujeto a enfermedades, dolores, tristezas, lágrimas y muerte. También ha estado sujeto a las tentaciones y los engaños del demonio, hasta el punto de que durante todo el período de su estado de caída, reinó Satanás en casi universal dominio en la triste historia del hombre.2TS 9.1

    Cuando todo quedó perdido en Adán, y las sombras de la noche obscurecieron los cielos morales, no tardó en aparecer la estrella de la esperanza en Cristo, estableciéndose así un medio de comunicación entre Dios y el hombre. En su estado de caída, el hombre no podía conversar cara a cara con Dios ni con Cristo ni con los ángeles, como cuando era puro en el Edén. Pero gracias al ministerio de los santos ángeles, se dignó el eterno Dios hablarle en sueños y visiones. “Si tuviereis profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él.”1Números 12:6.2TS 9.2

    La manifestación del espíritu de profecía estaba prometida para todas las dispensaciones. La Sagrada Escritura no la restringe en pasaje alguno a determinado período de los comprendidos entre la caída y la restauración final. La Biblia reconoce la manifestación del espíritu profético, tanto en la época patriarcal, como en la judaica y la cristiana. Por este medio se comunicó Dios con los santos de la antigüedad. Enoc, el séptimo desde Adán, profetizó, y tan dilatado y minucioso fué el campo de su profética visión que abarcó muy lejanas épocas futuras, y describió la venida del Señor y la ejecución del juicio final sobre los impíos.2Judas 14, 15.2TS 10.1

    Durante la dispensación judaica, Dios habló a sus profetas en sueños y visiones, mostrándoles los grandes acontecimientos futuros, especialmente los relacionados con el primer advenimiento de Cristo para padecer por los pecadores, y con su segunda aparición en gloria para destruir a sus enemigos y completar la redención de su pueblo. A causa de la corrupción de los judíos, el espíritu de profecía casi desapareció de entre ellos durante unos cuantos siglos del período de decadencia, pero reapareció en los últimos años de la dispensación judaica para anunciar la llegada del Mesías. Zacarías, el padre de Juan el Bautista, “fué lleno de Espíritu Santo y profetizó.” Simeón, hombre justo y pío, “esperaba la consolación de Israel,” y vino al templo impulsado por el Espíritu y profetizó diciendo de Jesús que sería “luz para ser revelada a los gentiles,” y la gloria de Israel. La profetisa Ana “hablaba de él a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.”3Lucas 1:67; 2:25, 32, 38. Y no hubo mayor profeta que Juan, escogido por Dios para presentar a Israel “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” 4Juan 1:29.2TS 10.2

    La era cristiana comenzó con la efusión del Espíritu Santo y la manifestación de varios dones espirituales, entre ellos el de profecía. Después de encomendar a sus discípulos que fuesen a predicar el evangelio por todo el mundo, les dijo Jesús: “Y estas señales seguirán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.”5Marcos 16:17, 18. El día de Pentecostés, al comenzar abiertamente la dispensación cristiana, se manifestaron de maravillosa manera algunos de dichos dones.6Hechos 2:1-11.2TS 11.1

    Cuando ya había transcurrido un cuarto de siglo de la era cristiana, nos refiere Lucas al dar cuenta de sus viajes con Pablo y otros discípulos, que entró en casa del evangelista Felipe, y dice a este propósito: “Y éste tenía cuatro hijas, doncellas, que profetizaban. Y parando nosotros allí por muchos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo.”7Hechos 21:9, 10.2TS 11.2

    Posteriormente vemos también al amado Juan, en la isla de Patmos, henchido del espíritu de profecía en toda su plenitud. Le fué comunicada la maravillosa Revelación, cuando ya había transcurrido más de medio siglo de la era cristiana. Los textos del Nuevo Testamento no hacen ni la más ligera insinuación de que los dones del Espíritu se substraerían de la iglesia hasta que hubiera de alborear el día de gloria por la segunda aparición de Jesucristo.2TS 11.3

    Desde la gran apostasía, rara vez se han manifestado estos dones, y por esta razón los que se llaman cristianos suponen generalmente que estuvieron destinados solamente a la iglesia primitiva. Pero desde la era apostólica hasta hoy, hubo entre los más devotos discípulos de Jesús, manifestaciones que las principales iglesias cristianas reconocieron como dones del Espíritu Santo. Así pues, ¿no es más lógico atribuir a los errores e incredulidad de la iglesia la razón de que hayan sido tan raras esas manifestaciones, que suponer que Dios le haya retirado este favor a la iglesia? Cuando el pueblo de Dios vuelva a la fe y a las prácticas de la iglesia primitiva, como seguramente lo hará bajo la influencia del postrer mensaje, sobrevendrá la lluvia tardía y se reavivarán todos los dones. La lluvia temprana sobrevino al comienzo de la era cristiana, en la época de la sementera del evangelio, para que germinara y arraigara la semilla. Entonces la iglesia disfrutó los dones espirituales. Y cuando al final de la dispensación cristiana sobrevenga la lluvia tardía para madurar la áurea cosecha destinada a los alfolíes de Dios, entonces se volverán a manifestar en toda su plenitud los dones del Espíritu Santo.2TS 11.4

    Con esto concuerdan las palabras del profeta, citadas por Pedro: “Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones y vuestros viejos soñarán sueños. ... Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo. El sol se volverá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto.”8Hechos 2:17-20. Aquí vemos el espíritu de profecía entre las señales características de los últimos días. El reavivamiento del espíritu profético en los últimos días había de constituir una de las señales más notables del próximo fin. Esto es evidente, pues se incluye al espíritu de profecía entre las prodigiosas señales en el sol, la luna y las estrellas que se verían en el cielo, y entre las señales de la tierra, como sangre, fuego y vapor de humo.2TS 12.1

    De todos los beneficios que Dios ha concedido a su pueblo, dejando aparte la dádiva de su Hijo, ninguno hay tan sagrado ni tan eficaz para su bienestar como el don de su santa ley y de su Santo Espíritu. Y ninguno es tan a propósito como éstos para desbaratar los planes de Satanás y, en consecuencia, suscitar su ira. Y cuando en la última generación de hombres se levante el pueblo de Dios, observando los diez preceptos de la santa ley y reconociendo el renacimiento del espíritu de profecía, experimentará la acerba hostilidad de sus enemigos, suscitada exclusivamente por directa inspiración de Satanás. “Entonces el dragón fué airado contra la mujer; y se fué a hacer guerra contra los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo.” 9Apocalipsis 12:17. El ángel le dijo a Juan: “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.” 10Apocalipsis 19:10. La observancia de los mandamientos de Dios y el reconocimiento del espíritu de profecía por la iglesia remanente, o sean los cristianos de la última generación, excitan la ira del dragón.2TS 13.1

    A pesar de su apostasía, la era judaica se abrió y concluyó con especiales manifestaciones del Espíritu de Dios. Y no es razonable suponer que la era cristiana, cuya luz, comparada con la de la primera dispensación, es como la luz del sol respecto de los pálidos rayos de la luna, haya de comenzar con gloria y concluir en obscuridad. Y si a fin de preparar un pueblo para el primer advenimiento de Cristo fué necesaria una obra especial del Espíritu, mucho más necesaria habrá de ser para su segunda venida.2TS 13.2

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