La retención de los recursos
La bendición de Dios descansará sobre aquellos de X .. que aprecian la causa de Cristo. Las ofrendas voluntarias de nuestros hermanos y hermanas, hechas con fe y amor hacia el Redentor crucificado, les reportarán bendiciones; porque Dios toma nota de todo acto de generosidad de parte de sus santos, y lo recuerda. Al preparar una casa de culto, debe ejercerse grandemente la fe y confianza en Dios. En los negocios, los que no aventuran nada adelantan poco; ¿por qué no tener también fe en una empresa para Dios, e invertir recursos en su causa?3TS 241.2
Algunos, cuando están en pobreza, son generosos con lo poco que tienen; pero a medida que adquieren propiedades, se vuelven avarientos. Tienen tan poca fe, porque no siguen adelantando a medida que prosperan, y no dan a la causa de Dios aun hasta el sacrificio.3TS 242.1
En el sistema judaico se requería que la beneficencia se manifestase primero hacia el Señor. En la cosecha y la vendimia, las primicias del campo—el grano, el vino y el aceite,—habían de ser consagradas como ofrenda a Jehová. Las espigas caídas y los rincones de los campos eran reservados para los pobres. Nuestro misericordioso Padre celestial no descuidó las necesidades de los pobres. Las primicias de la lana cuando se esquilaban las ovejas, del grano cuando se trillaba el trigo, habían de ser ofrecidas a Jehová; y él ordenaba que los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros fuesen invitados a los festines. Al final de cada año se requería de todos que jurasen solemnemente si habían obrado o no de acuerdo con el mandato de Dios.3TS 242.2
Este arreglo era ordenado por el Señor para convencer a los israelitas de que en todo asunto él venía en primer lugar. Por este sistema de benevolencia habían de tener presente que su misericordioso Maestro era el verdadero propietario de sus campos y rebaños; que el Dios del cielo les mandaba el sol y la lluvia para la siembra y la cosecha, y que todo lo que poseían era creado por él. Todo era del Señor, y él los había hecho administradores de sus bienes.3TS 242.3
La generosidad de los judíos en la construcción del tabernáculo y del templo, ilustra un espíritu de benevolencia que no ha sido igualado por los cristianos de ninguna fecha posterior. Acababan de ser libertados de su larga esclavitud en Egipto y erraban por el desierto; sin embargo, apenas librados de los ejércitos de los egipcios que los perseguían en su apresurado viaje, llegó la palabra del Señor a Moisés diciendo: “Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda: de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda.”3TS 242.4
El pueblo tenía pocas riquezas, y ninguna halagüeña perspectiva de aumentarlas; pero tenía delante de sí un objeto: construir un tabernáculo para Dios. El Señor había hablado, y sus hijos debían obedecer su voz. No retuvieron nada. Todo lo dieron con mano voluntaria, no cierta cantidad de sus ingresos, sino gran parte de lo que poseían. La consagraron gozosa y cordialmente al Señor, y le agradaron al hacerlo. ¿No le pertenecía acaso todo? ¿No les había dado él todo lo que poseían? Si él lo pedía, ¿no era su deber devolver al Prestamista lo suyo?3TS 243.1
No hubo necesidad de rogarles. El pueblo trajo aún más de lo requerido, y se le dijo que cesara de traer sus ofrendas porque había ya más de lo que se podía usar. Igualmente, al construirse el templo, el pedido de recursos recibió cordial respuesta. La gente no dió de mala gana. Se regocijaba con la perspectiva de que fuese construído un edificio para el culto de Dios, y dió más de lo suficiente para ese fin. David bendijo al Señor delante de toda la congregación y dijo: “Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer de nuestra voluntad cosas semejantes? porque todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos.” Además, en su oración, David dió gracias en estas palabras: “Oh Jehová, Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos aprestado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo.”3TS 243.2
David comprendía perfectamente de quién provenían todas sus bendiciones. ¡Ojalá que aquellos que en este tiempo se regocijan en el amor del Salvador se dieran cuenta de que su plata y oro son del Señor y deben ser empleados para fomentar su gloria y no retenerse ávidamente para enriquecimiento y complacencia propia! El tiene indisputable derecho a todo lo que ha prestado a sus criaturas. Todo lo que ellas poseen le pertenece.3TS 243.3
Hay objetos elevados y santos que requieren recursos, y el dinero así invertido proporcionará al dador más gozo abundante y permanente de lo que le concedería si lo gastase en la complacencia personal o lo acumulase egoístamente por la codicia de ganancia. Cuando Dios nos pide nuestro tesoro, cualquiera que sea la cantidad, la respuesta voluntaria hace del don una ofrenda consagrada a él, y acumula para el dador un tesoro en el cielo donde la polilla no puede corromper, donde el fuego no puede consumir, ni los ladrones hurtar. La inversión queda segura. El dinero es puesto en sacos sin agujeros; está seguro.3TS 244.1
¿Pueden los cristianos, que se precian de tener mayor luz que los hebreos, dar menos de lo que daban ellos? ¿Pueden los cristianos, que viven cerca del tiempo del fin, quedar satisfechos con sus ofrendas que no alcanzan ni a la mitad de lo que eran las de los judíos? Su generosidad tendía a beneficiar a su propia nación; en estos postreros días la obra se extiende al mundo entero. El mensaje de verdad ha de ir a todas las naciones, lenguas y pueblos; sus publicaciones, impresas en muchas lenguas diferentes, han de ser esparcidas como las hojas en el otoño.3TS 244.2
Escrito está: “Pues que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también estad armados del mismo pensamiento.” Y además: “El que dice que está en él, debe andar como él anduvo.” Preguntémonos: ¿Qué habría hecho nuestro Salvador en nuestras circunstancias? ¿Cuáles habrían sido sus esfuerzos para la salvación de las almas? Esta pregunta queda contestada por el ejemplo de Cristo. Dejó su realeza, puso a un lado su gloria, sacrificó sus riquezas y revistió su divinidad de humanidad, a fin de alcanzar a los hombres donde estaban. Su ejemplo demuestra que depuso la vida por los pecadores.3TS 244.3
Satanás dijo a Eva que podía alcanzarse un alto estado de felicidad por medio de la complacencia del apetito irrefrenado; pero la promesa de Dios al hombre se realiza por medio de la abnegación. Cuando, sobre la ignominiosa cruz, Cristo sufría en agonía por la redención del hombre, la naturaleza humana fué exaltada. Únicamente por la cruz puede la familia humana ser elevada a relacionarse con el Cielo. La abnegación y las cruces se nos presentan a cada paso en nuestro viaje hacia el cielo.3TS 245.1
El espíritu de generosidad es el espíritu del Cielo; el espíritu de egoísmo es el espíritu de Satanás. El amor abnegado de Cristo se revela en la cruz. El dió todo lo que tenía, y luego se dió a sí mismo para que el hombre fuese salvo. La cruz de Cristo apela a la benevolencia de todo aquel que sigue al bienaventurado Salvador. El principio en ella ilustrado es el de dar, dar. Este, realizado mediante la benevolencia real y las buenas obras, es el verdadero fruto de la vida cristiana. El principio de los mundanos es de conseguir, conseguir, y así esperan obtener felicidad; pero llevado a cabo con todas sus consecuencias, su fruto es el sufrimiento y la muerte.3TS 245.2
Llevar la verdad a los habitantes de la tierra, rescatarlos de su culpa e indiferencia, es la misión de los que siguen a Cristo. Los hombres deben tener la verdad a fin de ser santificados por ella, y nosotros somos los conductos de la luz de Dios. Nuestros talentos, nuestros recursos, nuestro conocimiento, no están destinados meramente a beneficiarnos a nosotros mismos; han de ser usados para la salvación de las almas, para elevar al hombre de su vida de pecado y traerle, por medio de Cristo, al Dios infinito.3TS 245.3
Debemos trabajar celosamente en esta causa, tratando de conducir a los pecadores, arrepentidos y creyentes, a un Redentor divino, y de impresionarles con un sentimiento exaltado del amor de Dios hacia el hombre. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” ¡Qué amor incomparable es éste! Es tema para la más profunda meditación. ¡El asombroso amor de Dios por un mundo que no le amaba! El pensar en él ejerce un poder subyugador sobre el alma, y pone a la mente cautiva de la voluntad de Dios. Los hombres que están locos por la ganancia, y se sienten desilusionados y desgraciados en su búsqueda del mundo, necesitan el conocimiento de esta verdad para satisfacer la inquieta hambre y sed de sus almas.3TS 245.4
En vuestra gran ciudad se necesitan misioneros para Dios, que lleven la luz a los que están morando en sombras de muerte. Se necesitan manos expertas para que, en la mansedumbre de la sabiduría y la fuerza de la fe, eleven a las almas cansadas al seno de un Redentor compasivo. ¡Qué maldición es el egoísmo! Nos impide dedicarnos al servicio de Dios. Nos impide percibir las exigencias del deber, que debieran hacer arder nuestros corazones en celo ferviente. Todas nuestras energías debieran ser dedicadas a la obediencia de Cristo. El dividir nuestro interés con los caudillos del error, es ayudar al bando del mal y conceder ventajas a nuestros enemigos. La verdad de Dios no conoce compromiso con el pecado, ni relación con el artificio, ni unión con la transgresión. Se necesitan soldados que siempre contesten al llamado y estén listos para entrar en acción inmediatamente, no aquellos que, cuando se necesitan, se encuentran ayudando al enemigo.3TS 246.1
La nuestra es una gran obra. Sin embargo, son muchos los que profesan creer estas verdades sagradas, pero están paralizados por los sofismas de Satanás y no hacen nada por la causa de Dios, sino que más bien la estorban. ¿Cuándo obrarán como quienes esperan al Señor? ¿Cuándo manifestarán un celo de acuerdo con su fe? Muchos retienen egoístamente sus recursos y tranquilizan su conciencia con la idea de hacer algo grande para la causa de Dios después de su muerte. Hacen un testamento por el cual legan una gran suma a la iglesia y sus diversos intereses, y luego se acomodan, con el sentimiento de que han hecho todo lo que se requería de ellos. ¿En qué se han negado a sí mismos por este acto? Por el contrario, han manifestado la misma esencia del egoísmo. Cuando ya no puedan usar el dinero, se proponen darlo a Dios. Pero lo retendrán durante tanto tiempo como puedan, hasta que estén obligados a abandonarlo por un mensajero que no puede ser despedido.3TS 246.2
Un testamento tal es con frecuencia una evidencia de verdadera avaricia. Dios nos ha hecho a todos administradores suyos, y en ningún caso nos ha autorizado a descuidar nuestro deber o a dejarlo para que otros lo hagan. El pedido de recursos para fomentar la causa de la verdad no será nunca más urgente que ahora. Nuestro dinero no hará nunca mayor cantidad de bien que actualmente. Cada día de demora en invertirlo debidamente, está limitando el período en el cual resultará benéfico en la salvación de las almas. Si dejamos que otros efectúen aquello que Dios nos ha asignado a nosotros, nos perjudicamos a nosotros mismos y a Aquel que nos dió todo lo que tenemos. ¿Cómo pueden los demás hacer nuestra obra de benevolencia mejor que nosotros? Dios quiere que cada uno sea durante su vida, el ejecutor de su propio testamento en este asunto. La adversidad, los accidentes o la intriga, pueden suprimir para siempre los propuestos actos de benevolencia, cuando el que acumuló una fortuna ya no está más para custodiarla. Es triste que tantos estén descuidando la actual áurea oportunidad de hacer bien, y aguarden hasta ser arrojados de su mayordomía antes de devolver al Señor los recursos que les prestó para que los empleasen para su gloria.3TS 247.1
Una notable característica de las enseñanzas de Cristo, es la frecuencia y el fervor con los cuales reprendía el pecado de la avaricia, y señalaba el peligro de las adquisiciones mundanales y el amor desordenado de la ganancia. En las mansiones de los ricos, en el templo y en las calles, amonestaba a aquellos que indagaban por la salvación: “Mirad, y guardaos de toda avaricia.” “No podéis servir a Dios y a las riquezas.”3TS 247.2
Es esta creciente devoción a ganar dinero, el egoísmo que engendra el deseo de ganancias, lo que priva a la iglesia del favor de Dios y embota la espiritualidad. Cuando la cabeza y las manos están constantemente ocupadas en hacer planes y trabajar para acumular riquezas, quedan olvidadas las exigencias de Dios y la humanidad. Si Dios nos ha bendecido con prosperidad, no es para que nuestro tiempo y nuestra atención sean apartados de él y dedicados a aquello que él nos prestó. El Dador es mayor que el don. No somos nuestros; hemos sido comprados con precio. ¿Hemos olvidado ese infinito precio pagado por nuestra redención? ¿Ha muerto la gratitud en nuestro corazón? ¿Acaso la cruz de Cristo no cubre de vergüenza una vida manchada de egoísta comodidad y complacencia propia?3TS 248.1
¿Qué habría sucedido si Cristo, cansándose de la ingratitud y los ultrajes que por todas partes recibía, hubiese abandonado su obra? ¿Qué habría sucedido si nunca hubiese llegado al momento en que dijo: “Consumado es”? ¿Qué habría sucedido si hubiese regresado al cielo, desalentado por la recepción que se le diera? ¿Qué habría sucedido si nunca hubiese pasado, en el huerto de Getsemaní, por aquella agonía de alma que hizo brotar grandes gotas de sangre de sus poros?3TS 248.2
En su trabajo por la redención de la especie humana, Cristo sentía la influencia de un amor sin parangón y de una devoción a la voluntad del Padre. Trabajó para beneficio del hombre hasta en la misma hora de su humillación. Pasó su vida en la pobreza y la abnegación por el degradado pecador. En un mundo que le pertenecía, no tuvo dónde reclinar la cabeza. Estamos recogiendo los frutos de su infinito sacrificio; y sin embargo, cuando se ha de trabajar, cuando se necesita nuestro dinero para ayudar en la obra del Redentor, en la salvación de las almas, rehuímos el deber y rogamos que se nos excuse. Una innoble pereza, una negligente indiferencia y un perverso egoísmo cierran nuestros sentidos a las exigencias de Dios.3TS 248.3
¡Oh! ¿debió Cristo, la Majestad del cielo, el Rey de gloria, llevar la pesada cruz, y la corona de espinas, y beber la amarga copa, mientras nosotros nos reclinamos cómodamente, glorificándonos a nosotros mismos y olvidando las almas por cuya redención murió derramando su preciosa sangre? No; demos mientras está en nuestro poder hacerlo. Obremos mientras tenemos fuerza. Trabajemos mientras es de día. Dediquemos nuestro tiempo y nuestros recursos al servicio de Dios, para obtener su aprobación y recibir su recompensa. 3TS 249.1
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El más elocuente sermón que pueda predicarse acerca de la ley de los diez mandamientos, consiste en ponerlos en práctica. La obediencia debe ser hecha un deber personal. La negligencia de este deber, es un pecado sagrado. No sólo nos impone Dios la obligación de obtener el cielo nosotros mismos, sino de sentir nuestro deber en cuanto a mostrar el camino a otros, y, por medio de nuestro cuidado y amor desinteresado, conducir a Cristo a aquellos que estén dentro de la esfera de nuestra influencia. La singular ausencia de principios que caracteriza la vida de muchos de los que profesan ser cristianos, es alarmante. Su desprecio por la ley de Dios descorazona a aquellos que reconocen sus sagrados derechos y tiende a apartar de la verdad a aquellos que de otra manera la aceptarían. ... Si queremos descollar en excelencia moral y espiritual, debemos vivir para ello. Tenemos para con la sociedad la obligación personal de hacer esto, a fin de ejercer continuamente influencia en favor de la ley de Dios.—Testimonies for the Church 4:58, 59.3TS 249.2