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Testimonios Selectos Tomo 3

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    Capítulo 48—La necesidad de la armonía

    El espíritu de Dios no habitará donde haya desunión y contención entre los creyentes en la verdad. Aun cuando no se expresen estos sentimientos, se posesionan del corazón y ahuyentan la paz y el amor que deben caracterizar a la iglesia cristiana. Son el resultado del egoísmo en su sentido más pleno. Este mal puede asumir la forma de una desordenada estima propia, o de un indebido anhelo de la aprobación ajena, aun cuando esta aprobación no sea merecida. Los que profesan amar a Dios y guardar sus mandamientos, deben renunciar a la exaltación propia, o no pueden esperar ser bendecidos por su favor divino.3TS 263.1

    La influencia moral y religiosa del Instituto Sanitario debe ser elevada para recibir la aprobación del Cielo. La complacencia del egoísmo hará ciertamente que el Espíritu de Dios se retire agraviado del lugar. Los médicos, el superintendente y sus ayudantes deben trabajar armoniosamente en el espíritu de Cristo, estimando cada uno a los demás como mejores que sí mismo.3TS 263.2

    El apóstol Judas dice: “Recibid a los unos en piedad, discerniendo.” Este discernimiento no debe ejercerse en espíritu de favoritismo. No debe apoyarse al espíritu que implica: “Si Vd. me favorece, le favoreceré también.” Esta es una política mundana y profana que desagrada a Dios. Induce a hacer favores y rendir admiración por causa de la ganancia. Manifiesta parcialidad hacia algunos, con la expectativa de obtener ventajas por su medio. Nos induce a tratar de obtener su buena voluntad por la indulgencia, a fin de que seamos tenidos en mayor estima que otros tan dignos como nosotros. Es difícil para uno mismo ver sus propios errores; pero cada uno debe darse cuenta de cuán cruel es el espíritu de envidia y rivalidad, desconfianza, censura y disensión.3TS 263.3

    Llamamos a Dios nuestro Padre; aseveramos ser hijos de una misma familia; y cuando manifestamos la disposición a disminuir el respeto e influencia de otros para elevarnos a nosotros mismos, agradamos al enemigo y agraviamos a Aquel a quien profesamos seguir. La ternura y la misericordia que Cristo ha revelado en su propia vida preciosa, deben ser para nosotros ejemplo de la manera en que debemos tratar a nuestros semejantes y especialmente a los que son nuestros hermanos en Cristo.3TS 263.4

    Dios nos está beneficiando continuamente, pero somos demasiado indiferentes a sus favores. Hemos sido amados con ternura infinita, y sin embargo, muchos de los nuestros tienen poco amor unos hacia otros. Somos demasiado severos para con aquellos a quienes suponemos están en error, y somos muy sensibles a la menor censura o duda expresada respecto de nuestra propia conducta.3TS 264.1

    Se hacen inferencias y se lanzan críticas de unos a otros; pero al mismo tiempo los que expresan estas inferencias y críticas son ciegos respecto de sus propios fracasos. Otros pueden ver sus errores, pero ellos no los pueden ver. Estamos recibiendo diariamente las bondades del cielo, y debe brotar de nuestro corazón una amante gratitud hacia Dios, que nos haga simpatizar con nuestros vecinos y hacer nuestros sus intereses. El pensar y meditar en la bondad de Dios hacia nosotros cerraría las puertas del alma a las sugestiones de Satanás.3TS 264.2

    Diariamente queda comprobado el amor de Dios hacia nosotros; y sin embargo, no pensamos en sus favores y somos indiferentes a sus súplicas. El trata de impresionarnos con su espíritu de ternura, su amor y tolerancia; pero apenas si reconocemos los indicios de su bondad y poco nos percatamos de la lección de amor que él desea que aprendamos. Algunos, como Amán, olvidan todos los favores de Dios, porque Mardoqueo está delante de ellos y no es castigado; porque sus corazones están llenos de enemistad y odio, más bien que de amor, el espíritu de nuestro amado Redentor, que dió su preciosa vida por sus enemigos. Profesamos tener el mismo Padre, estar dirigiéndonos a la misma patria inmortal, disfrutar de la misma solemne fe y creer el mismo mensaje de prueba, y sin embargo, muchos están en disensión unos con otros como niños rencillosos. Algunos que están trabajando en el mismo ramo de la obra tienen divergencias con otros; y, por lo tanto, están en divergencia con el Espíritu de Cristo.3TS 264.3

    El amor a la alabanza ha corrompido muchos corazones. Los que han estado relacionados con el Instituto Sanitario han manifestado a veces un espíritu de censura para con los planes trazados; y Satanás les ha hecho ejercer influencia sobre otras mentes, que los aceptaron a ellos como sin culpa, mientras que acusaban a quienes eran inocentes de haber errado. Es un espíritu perverso el que se deleita en la vanidad de las obras propias, el que se jacta de sus excelentes cualidades, que trata de hacer aparecer a los otros como inferiores, a fin de exaltarse a sí mismo, pretendiendo más gloria que lo que el frío corazón está dispuesto a dar a Dios. Los discípulos de Cristo oirán las instrucciones del Maestro. El nos ha ordenado que nos amemos unos a otros como él nos amó. La religión está fundada en el amor a Dios, el cual también nos induce a amarnos unos a otros. Está llena de gratitud, humildad, longanimidad. Es abnegada, tolerante, misericordiosa y perdonadora. Santifica toda la vida, y extiende su influencia sobre los demás.3TS 265.1

    Los que aman a Dios no pueden abrigar odio o envidia. Mientras que el principio celestial del amor eterno llena el corazón, fluirá a los demás, no simplemente porque se reciban favores de ellos, sino porque el amor es el principio de acción, y modifica el carácter, gobierna los impulsos, domina las pasiones, subyuga la enemistad y eleva y ennoblece los afectos. Este amor no se reduce a incluir solamente “a mí y a los míos,” sino que es tan amplio como el mundo y tan alto como el cielo, y está en armonía con el de los activos ángeles. Este amor, albergado en el alma, suaviza la vida entera, y hace sentir su influencia en todo su alrededor. Poseyéndolo, no podemos sino ser felices, sea que la fortuna nos favorezca o nos sea contraria. Si amamos a Dios de todo nuestro corazón, debemos amar también a sus hijos. Este amor es el Espíritu de Dios. Es el adorno celestial que da verdadera nobleza y dignidad al alma y asemeja nuestra vida a la del Maestro. Cualesquiera que sean las buenas cualidades que tengamos, por honorables y refinados que nos consideremos, si el alma no está bautizada con la gracia celestial del amor hacia Dios y hacia nuestros semejantes, nos falta verdadera bondad, y no estamos listos para el cielo, donde todo es amor y unidad.3TS 265.2

    Algunos que antes amaban a Dios y vivían gozándose diariamente en sus favores, están ahora en continua agitación. Vagan en las tinieblas y una lobreguez desesperante, porque están nutriendo al yo. Se están esforzando tanto por favorecerse a sí mismos que todas las demás consideraciones quedan anonadadas en este esfuerzo. Dios, en su providencia, quiso que ninguno pudiera obtener felicidad viviendo sólo para sí. El gozo de nuestro Señor consistía en soportar trabajos y oprobios por los demás, a fin de que pudiese por ello beneficiarlos. Podemos ser felices al seguir su ejemplo, y vivir para beneficiar a nuestros semejantes.3TS 266.1

    Nuestro Señor nos invita a tomar su yugo y llevar su carga. Al hacerlo, podemos ser felices. Al llevar el yugo que nos impongamos nosotros mismos y nuestras propias cargas, no hallamos descanso; pero al llevar el yugo de Cristo, encontramos descanso para el alma. Los que quieran hacer una gran obra para el Maestro, pueden encontrarla precisamente donde están, haciendo bien y olvidándose de sí mismos, siendo abnegados, recordando a los demás y llevando alegría dondequiera que vayan.3TS 266.2

    Es muy necesario que la compasiva ternura de Cristo sea manifestada en todas las ocasiones y todos los lugares; no me refiero a aquella ciega simpatía que transigiría con el pecado y permitiría que el mal obrar acarrease oprobio a la causa de Dios, sino a aquel amor que es el principio dominante de la vida, que fluye naturalmente hacia los otros en buenas obras, recordando que Cristo dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis.”3TS 266.3

    Los que están en el Instituto Sanitario están empeñados en una gran obra. Durante la vida de Cristo, los enfermos y afligidos eran objeto de su cuidado especial. Cuando él envió a sus discípulos les ordenó sanar a los enfermos, como también predicar el evangelio. Cuando mandó los setenta, les ordenó que sanasen a los enfermos, y luego les predicasen que el reino de Dios se había acercado. La salud física era lo primero que se había de cuidar, a fin de que ello preparase las mentes para ser alcanzadas por aquellas verdades que los apóstoles habían de predicar.3TS 267.1

    El Salvador del mundo dedicó más tiempo y trabajos a sanar a los afligidos por enfermedades que a predicar. Su última orden a sus apóstoles, representantes suyos en la tierra, era que impusieran las manos a los enfermos para que sanasen. Cuando venga el Maestro, elogiará a aquellos que hayan visitado a los enfermos y aliviado las necesidades de los afligidos.3TS 267.2

    Somos tardos en aprender la poderosa influencia de las cosas pequeñas, y su relación con la salvación de las almas. En el Instituto Sanitario, los que desean ser misioneros, tienen un gran campo en el cual trabajar. Dios no quiere que algunos de nosotros constituyan una minoría privilegiada, que sean considerados con gran deferencia, mientras se descuida a los demás. Jesús era la Majestad del cielo; sin embargo se rebajó a ministrar a los más humildes, sin consideración de personas ni posición.3TS 267.3

    Los que tienen todo su corazón en el trabajo, hallarán en el Instituto Sanitario bastante que hacer para el Maestro en el alivio de aquellos que sufren y se hallan bajo su cuidado. Nuestro Señor, después de realizar el trabajo más humillante por sus discípulos, les recomendó que siguiesen su ejemplo. Esto había de recordarles constantemente que no debían sentirse superiores al más humilde santo.3TS 267.4

    Los que profesan nuestra exaltada fe, que guardan los mandamientos de Dios y esperan la pronta venida de nuestro Señor, deben ser distintos y separados del mundo que los rodea, deben ser un pueblo peculiar, celoso de buenas obras. Entre las peculiaridades que deben distinguir al pueblo de Dios del mundo, en estos postreros días, se cuenta su humildad y mansedumbre. “Aprended de mí—dice Cristo,—que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” Tal es el reposo que tantos anhelan y para cuya obtención gastan vanamente tiempo y dinero. En vez de albergar la ambición de ser iguales a otros en honra y posición, o tal vez superiores, debemos tratar de ser humildes y fieles siervos de Cristo. El espíritu de engrandecimiento propio creó contención entre los apóstoles aun mientras Cristo estaba con ellos. Disputaban acerca de quién era el mayor entre ellos. Jesús se sentó, y llamando a los doce, les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos.”3TS 268.1

    Cuando la madre de dos hijos presentó una petición para que sus hijos fueran favorecidos en manera especial, sentándose el uno a su derecha y el otro a su izquierda en su reino. Jesús les hizo comprender que la honra y gloria de su reino iban a ser el reverso de la gloria y honra de este mundo. Cualquiera que desee ser grande, debe ser un humilde siervo de los demás; y todo aquel que desee ser el principal debe ser el siervo, así como el Hijo de Dios era ministro y siervo de los hijos de los hombres.3TS 268.2

    Además, nuestro Salvador enseñó a sus discípulos a no desear posiciones y nombres. “No queráis ser llamados Rabbí; ... ni seáis llamados maestros. ... El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se ensalzare, será humillado.” Jesús citó al doctor de la ley el sagrado código dado en el Sinaí: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento; y a tu prójimo como a ti mismo.” Le dijo que si hacía esto, entraría en la vida.3TS 268.3

    “A tu prójimo como a ti mismo.” Surge la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” Su respuesta es la parábola del buen samaritano, la cual nos enseña que cualquier ser humano que necesita nuestra simpatía y nuestros buenos servicios, es nuestro prójimo. Los dolientes e indigentes de todas clases son nuestros prójimos; y cuando llegamos a conocer sus necesidades, es nuestro deber aliviarlas en cuanto sea posible. En esta parábola se saca a luz un principio que todos los que siguen a Cristo debieran adoptar. Suplid primero las necesidades temporales de los menesterosos, aliviad sus menesteres y sufrimientos físicos, y luego hallaréis abierta la puerta del corazón, donde podréis implantar las buenas semillas de virtud y religión.3TS 269.1

    A fin de ser felices, debemos luchar por alcanzar aquel carácter que Cristo manifestó. Una notable peculiaridad de Cristo era su abnegación y benevolencia. El no vino a buscar lo suyo. Anduvo haciendo bien, y esto era su comida y bebida. Siguiendo el ejemplo del Salvador, podemos estar en santa comunión con él; y tratando diariamente de imitar su carácter y seguir su ejemplo, seremos una bendición para el mundo, y obtendremos para nosotros contentamiento aquí y recompensa eterna en la otra vida.3TS 269.2

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