Capítulo 36—Los diezmos y ofrendas
Testimonios Selectos Tomo 3
- Contents- Prefacio
- Capítulo 1—Eres guardián de tu hermano
- Capítulo 2—La responsabilidad de los padres
- Capítulo 3—La fe en Dios
- Capítulo 4—Prepárate para encontrarte con tu Dios
- Capítulo 5—El privilegio y el deber de la iglesia
- Capítulo 6—Casas de culto
- Capítulo 7—Lecciones de las parábolas
- Capítulo 8—Deberes para con los hijos
- Capítulo 9—En nombre de nuestra denominación
- Capítulo 10—Los pobres
- Capítulo 11—Nuestro deber para con los pobres
- Capítulo 12—La religión en la familia
- Capítulo 13—El poder de Satanás
- Capítulo 14—El futuro
- Capítulo 15—Padres e hijos
- Capítulo 16—Peligros de la juventud
- Capítulo 17—Andad en la luz
- Capítulo 18—La oración de David
- Capítulo 19—La debida observancia del sábado
- Capítulo 20—Una carta de cumpleaños
- Capítulo 21—El engaño de las riquezas
- Capítulo 22—La contaminación moral
- Capítulo 23—Una mente equilibrada
- Capítulo 24—El orgullo y los pensamientos vanos
- Capítulo 25—La tolerancia entre los hermanos
-
- Capítulo 27—La guerra contra el yo
- Capítulo 28—La complacencia del apetito
- Capítulo 29—Peligro de los aplausos
- Capítulo 30—El trabajo por los que yerran
- Capítulo 31—El amor y el deber
-
- Capítulo 33—¿Negaremos a Cristo?
- Capítulo 34—Vivamos día a día
- Capítulo 35—Despreciadores de los reproches
- Capítulo 36—Los diezmos y ofrendas
- Capítulo 37—El estado del mundo
- Capítulo 38—El estado de la iglesia
- Capítulo 39—El amor del mundo
- Capítulo 40—La presunción
- Capítulo 41—El poder del apetito
- Capítulo 42—La unidad de la iglesia
- Capítulo 43—Avancemos
-
- Capítulo 45—La prueba
- Capítulo 46—El poder del amor
- Capítulo 47—La obediencia voluntaria
- Capítulo 48—La necesidad de la armonía
- Capítulo 49—El carácter sagrado de los mandamientos de Dios.
-
- Capítulo 51—Preparación para la venida de Cristo.
-
- Capítulo 53—Influencia de una juventud piadosa.
- Capítulo 54—Carácter sagrado de los votos.
- Capítulo 55—Los testamentos y legados.
- Capítulo 56—La relación de los miembros de la iglesia
- Capítulo 57—Casamientos antibíblicos
- Capítulo 58—El aprovechamiento de los talentos
- Capítulo 59—Los siervos de Dios
- Capítulo 60—Amonestaciones a los hombres muy atareados.
- Capítulo 61—La influencia de las compañías.
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Capítulo 36—Los diezmos y ofrendas
La misión de la iglesia de Cristo es la de salvar a los pecadores que perecen. Consiste en darles a conocer el amor de Dios hacia los hombres, y ganarlos para Cristo por la eficacia de ese amor. La verdad para este tiempo debe ser proclamada hasta en los rincones obscuros de la tierra, y esta obra puede empezar en nuestro propio país. Los que siguen a Cristo no deben vivir egoístamente; sino que, imbuídos con el Espíritu de Cristo, deben obrar en armonía con él.3TS 161.1
La actual frialdad e incredulidad tienen sus causas. El amor del mundo y los cuidados de la vida separan el alma de Dios. El agua de la vida debe estar en nosotros, fluir de nosotros, brotar para vida eterna. Debemos manifestar externamente lo que Dios obra en nosotros. Si el cristiano quiere disfrutar de la luz de la vida, debe aumentar sus esfuerzos para traer a otros al conocimiento de la verdad. Su vida debe caracterizarse por el ejercicio y los sacrificios para hacer bien a otros; y entonces no habrá ya quejas de que falte el gozo.3TS 161.2
Los ángeles están siempre empeñados en trabajar para la felicidad de otros. Este es su gozo. Lo que los corazones egoístas considerarían como un servicio humillante, o sea el servir a los miserables y de carácter y posición en todo inferior, es la obra de los ángeles puros y sin pecado de los atrios reales del cielo. El espíritu abnegado del amor de Cristo es el espíritu que predomina en el cielo, y es la misma esencia de su felicidad.3TS 161.3
Los que no sienten placer especial en tratar de beneficiar a los demás, en trabajar, aun con sacrificio, para hacer lo bueno, no pueden tener el espíritu de Cristo o del cielo, porque no tienen unión con la obra de los ángeles celestiales, y no pueden participar en la felicidad que les imparte elevado gozo. Cristo ha dicho: “Habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento.” Si el gozo de los ángeles consiste en ver a los pecadores arrepentirse, ¿no consistirá el gozo de los pecadores salvados por la sangre de Cristo, en ver a otros arrepentirse y volverse a Cristo por su intermedio? Al obrar en armonía con Cristo y los santos ángeles, experimentaremos un gozo que no puede sentirse fuera de esta obra.3TS 161.4
El principio de la cruz de Cristo impone a todos los que creen la pesada obligación de negarse a sí mismos, de impartir la luz a otros y de dar de sus recursos para extender la luz. Si están en relación con el cielo, se dedicarán a la obra en armonía con los ángeles.3TS 162.1
El principio de los mundanos consiste en obtener cuanto puedan de las cosas perecederas de esta vida. El egoísta amor a la ganancia es el principio que rige su vida. Pero el gozo más puro no se encuentra en las riquezas, ni donde la avaricia está siempre anhelando más, sino donde reina el contentamiento, y donde el amor abnegado es el principio dirigente. Son millares los que están pasando su vida en la sensualidad, y cuyos corazones están llenos de quejas. Son víctimas del egoísmo y del descontento mientras en vano se esfuerzan por satisfacer sus mentes con la sensualidad. Pero la desdicha está estampada en sus mismos rostros y detrás de ellos hay un desierto, porque su conducta no es fructífera en buenas obras.3TS 162.2
En la medida en que el amor de Cristo llene nuestros corazones y domine nuestra vida, quedarán vencidas la codicia, el egoísmo y el amor a la comodidad, y tendremos placer en hacer la voluntad de Cristo, cuyos siervos aseveramos ser. Nuestra felicidad estará entonces en proporción con nuestras obras abnegadas, impulsadas por el amor de Cristo.3TS 162.3
La sabiduría divina ha indicado, en el plan de salvación, la ley de acción y reacción, la cual hace doblemente bendecida la obra de beneficencia en todas sus modalidades. El que da a los menesterosos beneficia a los demás, y es beneficiado él mismo en un grado aún mayor. Dios podría haber alcanzado su objeto en la salvación de los pecadores sin la ayuda del hombre, pero él sabía que el hombre no podría ser feliz sin desempeñar en la gran obra una parte en la cual estuviera cultivando la abnegación y benevolencia.3TS 162.4
Para que el hombre no perdiese los bienaventurados resultados de la benevolencia, nuestro Redentor trazó el plan de alistarle como su colaborador. Por un encadenamiento de circunstancias que exigiría sus manifestaciones de caridad, concede al hombre el mejor medio de cultivar la benevolencia, y le mantiene dando habitualmente para ayudar a los pobres y adelantar su causa. Envía a sus pobres como representantes suyos. Por las necesidades de éstos últimos, un mundo arruinado está sacando de nosotros talentos de recursos y de influencia, destinados a presentar a los hombres la verdad por cuya falta perecen. En la medida en que nosotros atendemos a estos llamados mediante nuestro trabajo y actos de benevolencia, nos vamos asemejando a la imagen de Aquel que por nosotros se hizo pobre. Al impartir, bendecimos a otros y así acumulamos verdaderas riquezas.3TS 163.1
Ha habido en la iglesia una gran falta de benevolencia cristiana. Los que estaban en la mejor posición para obrar en pro del adelantamiento de la causa de Dios, han hecho poco. Dios ha traído misericordiosamente a una clase al conocimiento de la verdad para que apreciase el inestimable valor de ésta en comparación con los tesoros terrenales. Jesús les ha dicho: “Seguidme.” Los está probando con una invitación a la cena que él ha preparado. Está mirando para ver qué carácter adquirirán, y si considerarán sus propios intereses como de mayor valor que las riquezas eternas. Muchos de estos amados hermanos están ahora, por sus actos, formulando las excusas mencionadas en la siguiente parábola:3TS 163.2
“El entonces le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya está todo aparejado. Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le dijo: He comprado una hacienda, y necesito salir y verla; te ruego que me des por excusado. Y el otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; ruégote que me des por excusado. Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Y vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de la familia, dijo a su siervo: Ve presto por las plazas y por las calles de la ciudad, y mete acá los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos.”3TS 163.3
Esta parábola representa correctamente la condición de muchos de los que profesan creer la verdad presente. El Señor les ha enviado una invitación a venir a la cena que él ha preparado para ellos con gran costo para sí; pero los intereses mundanales les parecen de mayor importancia que el tesoro celestial. Están invitados a tomar parte en cosas de valor eterno; pero sus fincas, sus ganados y los intereses de su hogar les parecen de importancia tanto mayor que la obediencia a la invitación celestial, que predominan sobre toda atracción divina, y estas cosas terrenales son una excusa para desobedecer al mandato celestial: “Venid, que ya está todo aparejado.” Estos hermanos están siguiendo ciegamente el ejemplo de los que son representados en la parábola. Miran a sus posesiones mundanales y dicen: No, Señor, no puedo seguirte; “te ruego que me des por excusado.”3TS 164.1
Las mismas bendiciones que Dios ha dado a estos hombres, para probarlos, para ver si darán “lo que es de Dios, a Dios,” las usan como excusa por no poder obedecer los requerimientos de la verdad. Han asido sus tesoros terrenales en los brazos, y dicen: “Debo cuidar de estas cosas; no debo descuidar las cosas de esta vida; estas cosas son mías.” Así el corazón de estos hombres ha llegado a ser tan duro como el camino trillado. Cierran la puerta de su corazón al mensajero celestial que les dice: “Venid, que ya está todo aparejado,” pero la abren para dejar entrar las cargas del mundo y las congojas comerciales, y Jesús llama en vano.3TS 164.2
Su corazón está tan cubierto de espinas y de los cuidados de esta vida que las cosas celestiales no pueden hallar cabida en él. Jesús invita a los cansados y cargados, y les promete descanso si quieren acudir a él. Les invita a cambiar el amargo yugo del egoísmo y la codicia, que los hace esclavos de Mammón, por su yugo que, según él declara, es suave y su carga ligera. El dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” El quisiera que ellos pusieran a un lado las pesadas cargas de las congojas y las perplejidades mundanales y tomasen su yugo de abnegación y sacrificio por los demás. Esta carga les resultará fácil. Los que se nieguen a aceptar el alivio que Cristo les ofrece, y continúen llevando el amargo yugo del egoísmo, imponiendo a sus almas tareas sumamente pesadas en los planes que hacen para acumular dinero para la complacencia egoísta, no han experimentado la paz y el descanso que se hallan en llevar el yugo de Cristo, y las cargas de la abnegación y la benevolencia desinteresada que Cristo llevó en su favor.3TS 165.1
Cuando el amor del mundo se posesiona del corazón, y llega a constituir una pasión dominante, no queda lugar para la adoración a Dios, porque las facultades superiores de la mente se someten a la esclavitud de Mammón, y no pueden retener pensamientos de Dios y del cielo. La mente pierde su recuerdo de Dios, y se estrecha y atrofia en su afición por acumular dinero.3TS 165.2
Por causa del egoísmo y amor al mundo, estos hombres han estado perdiendo gradualmente su comprensión de la magnitud de la obra para estos postreros días. No han educado su mente para dedicarse a servir a Dios. No tienen experiencia en ese sentido. Sus propiedades han absorbido sus afectos y eclipsado la magnitud del plan de salvación. Mientras que están mejorando y ampliando sus planes mundanales, no ven la necesidad de ampliar y extender la obra de Dios. Invierten sus recursos en cosas temporales, pero no en las eternas. Su corazón ambiciona más recursos. Dios los ha hecho depositarios de su ley, para que dejasen resplandecer para otros la luz que les ha sido dada tan misericordiosamente. Pero han aumentado de tal manera sus congojas y ansiedades que no tienen tiempo para beneficiar a otros con su influencia, para conversar con sus vecinos, para orar con y por ellos, y para tratar de comunicarles el conocimiento de la verdad.3TS 165.3
Estos hombres son responsables por el bien que podrían hacer, pero que se excusan de hacer por causa de las congojas y cargas mundanales que embargan su mente y absorben sus afectos. Hay almas por las cuales Cristo murió, que podrían ser salvas por sus esfuerzos personales y ejemplo piadoso. Hay almas preciosas que están pereciendo por falta de la luz que Dios ha dado a los hombres para que la reflejasen sobre la senda de los demás. Pero la luz preciosa queda oculta bajo el almud, y no alumbra a aquellos que están en la casa.3TS 166.1
Cada uno es mayordomo de Dios. A cada uno el Maestro ha confiado sus recursos; pero el hombre pretende que estos recursos son suyos. Cristo dice: “Negociad entre tanto que vengo.” Está acercándose el tiempo en que Cristo requerirá lo suyo con interés. El dirá a cada uno de sus mayordomos: “Da cuenta de tu mayordomía.” Los que han ocultado el dinero de su señor en un pañuelo, enterrándolo en la tierra, en vez de confiarlo a los banqueros, y los que han despilfarrado el dinero de su Señor gastándolo en cosas innecesarias en vez de ponerlo a interés invirtiéndolo en su causa, no recibirán la aprobación del Maestro, sino una condenación decidida. El siervo inútil de la parábola trajo el talento a Dios y dijo: “Te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste, y recoges donde no esparciste; y tuve miedo, y fuí, y escondí tu talento en la tierra: he aquí tienes lo que es tuyo.” Su Señor recoge sus palabras y declara: “Malo y negligente siervo, sabías que siego donde no sembré y que recojo donde no esparcí; por tanto te convenía dar mi dinero a los banqueros, y viniendo yo, hubiera recibido lo que es mío con usura.”3TS 166.2
Este siervo inútil no ignoraba los planes de Dios, pero se propuso firmemente estorbar el propósito de Dios, y luego le acusó de injusticia al exigir el rédito de los talentos a él confiados. Esta misma queja y murmuración es hecha por una clase numerosa de hombres pudientes que profesan creer la verdad. Como el siervo infiel, temen que el aumento del talento que Dios les prestó les sea exigido para adelantar la difusión de la verdad; por lo tanto, lo inmovilizan invirtiéndolo en tesoros terrenales y sepultándolo en el mundo, y lo comprometen de tal manera que no tienen nada o casi nada para invertir en la causa de Dios. Lo han enterrado, temiendo que Dios exigiese parte del capital o del interés. Cuando, al exigírselo su Señor, traen la cantidad que les fué dada, vienen con ingratas excusas por no haberla confiado a los banqueros, invirtiendo en su causa, para ejecutar su obra, los recursos que Dios les había prestado.3TS 167.1
El que comete un desfalco con los bienes de su Señor no sólo pierde el talento que Dios le prestó, sino también la vida eterna. De él se dice: “Al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera.” El siervo fiel, que invierte su dinero en la causa de Dios para salvar almas, emplea sus recursos para gloria de Dios y recibirá el elogio del Maestro: “Bien, buen siervo y fiel: sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu Señor.” ¿Cuál será el gozo de nuestro Señor? Será el gozo de ver almas salvadas en el reino de gloria. “El cual, habiéndole sido propuesto gozo, sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza, y sentóse a la diestra del trono de Dios.”3TS 167.2
La idea de la mayordomía o administración debe tener una influencia práctica sobre todo el pueblo de Dios. La parábola de los talentos, debidamente comprendida, desterrará la avaricia, a la que Dios llama idolatría. La benevolencia práctica dará vida espiritual a millares de los que nominalmente profesan la verdad, pero que actualmente se lamentan sobre sus tinieblas. Los transformará de egoístas y codiciosos adoradores de Mammón en fervientes y fieles colaboradores de Cristo en la salvación de los pecadores.3TS 167.3
El fundamento del plan de salvación fué puesto con sacrificio. Jesús abandonó las cortes reales y se hizo pobre para que por su pobreza nosotros fuésemos hechos ricos. Todos los que participan de esta salvación, comprada para ellos a tan infinito precio por el Hijo de Dios, seguirán el ejemplo del verdadero Modelo. Cristo fué la principal piedra del ángulo y debemos edificar sobre este cimiento. Cada uno debe tener un espíritu de abnegación y sacrificio. La vida de Cristo en la tierra fué una vida de desinterés: se distinguió por la humillación y el sacrificio. ¿Y podrán los hombres, participantes de la gran salvación que Cristo vino a traerles del cielo, negarse a seguir a su Señor y compartir su abnegación y sacrificio? Dice Cristo: “Yo soy la vid. vosotros los pámpanos.” “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará: y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más fruto.” El mismo principio vital, la savia que fluye por la vid. nutre los pámpanos para que florezcan y lleven fruto. ¿Es el siervo mayor que su señor? ¿Practicará el Redentor del mundo la abnegación y el sacrificio por nosotros, y los miembros del cuerpo de Cristo practicarán la complacencia propia? La abnegación es una condición esencial del discipulado.3TS 168.1
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí. niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.’ Yo voy adelante en la senda de la abnegación. Nada requiero de vosotros, mis seguidores, sino aquello de lo cual yo, vuestro Señor, os he dado ejemplo en mi propia vida.3TS 168.2
El Salvador del mundo venció a Satanás en el desierto de la tentación. Venció para mostrar al hombre cómo puede vencer. El anunció en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los quebrantados: para predicar el año agradable del Señor.”3TS 168.3
La gran obra que Jesús anunció que había venido a hacer, fué confiada a los que le siguen en la tierra. Cristo, como nuestra cabeza, nos guía en la gran obra de salvación, y nos invita a seguir su ejemplo. Nos ha dado un mensaje mundial. Esta verdad debe extenderse a todas las naciones, lenguas y pueblos. El poder de Satanás había de ser disputado y había de quedar vencido por Cristo y también por sus discípulos. Una gran guerra había de reñirse contra las potestades de las tinieblas. Y a fin de que esta obra se lleve a cabo con éxito, se requieren recursos. Dios no se propone mandarnos recursos directamente del cielo, sino que confía en las manos de sus seguidores, talentos de recursos para que los usen con el fin de sostener esta guerra.3TS 169.1
El ha dado a su pueblo un plan para recoger sumas suficientes para que la empresa se sostenga. El plan de Dios en el sistema del diezmo es hermoso en su sencillez e igualdad. Todos pueden practicarlo con fe y valor porque es de origen divino. En él se combinan la sencillez y la utilidad, y no requiere profundidad de conocimiento para comprenderlo y ejecutarlo. Todos pueden creer que son capaces de hacer una parte en llevar a cabo la preciosa obra de salvación. Cada hombre, mujer y joven puede llegar a ser un tesorero del Señor, un agente para satisfacer las demandas de la tesorería. Dice el apóstol: “Cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pudiere.”3TS 169.2
Por este sistema se alcanzan grandes objetos. Si todos lo aceptasen, cada uno sería un vigilante y fiel tesorero de Dios, y no faltarían recursos para llevar a cabo la gran obra de proclamar el último mensaje de amonestación al mundo. La tesorería estará llena si todos adoptan este sistema, y los contribuyentes no serán más pobres por ello. Mediante cada inversión hecha, llegarán a estar más vinculados a la causa de la verdad presente. Estarán atesorando para sí buen fundamento para lo por venir,” a fin de “que echen mano a la vida eterna.”3TS 169.3
Al ver los que trabajan con perseverancia y sistemáticamente que sus esfuerzos benevolentes tienden a alimentar el amor hacia Dios y sus semejantes, y que sus esfuerzos personales están extendiendo su esfera de utilidad, comprenderán que hay una gran bendición en colaborar con Cristo. La iglesia cristiana, por lo general, no reconoce los derechos de Dios sobre ella en cuanto a dar ofrendas de las cosas que posee, para sostener la guerra contra las tinieblas morales que están inundando al mundo. Nunca podrá la causa de Dios adelantar como debiera hacerlo hasta que los seguidores de Cristo trabajen activa y celosamente.3TS 170.1
Cada miembro individual de la iglesia debe sentir que la verdad que él profesa es una realidad, y todos deben trabajar desinteresadamente. Algunos ricos se sienten inclinados a murmurar porque la obra de Dios se está extendiendo, y se necesita dinero. Dicen que no acaban nunca los pedidos de recursos. Un objeto tras otro se está presentando en demanda de ayuda. A los tales queremos decir que esperamos que la causa de Dios se extenderá de tal manera que habrá mayores ocasiones y pedidos más frecuentes y urgentes de que la tesorería supla lo necesario para proseguir la obra.3TS 170.2
Si el plan de la benevolencia sistemática fuese adoptado por cada persona y llevado plenamente a cabo, habría una constante provisión en la tesorería. Los ingresos afluirían como una corriente constantemente alimentada por rebosantes fuentes de benevolencia. El dar ofrendas es una parte de la religión evangélica. ¿Acaso la consideración del precio infinito pagado por nuestra redención no nos impone solemnes obligaciones pecuniarias, así como el deber de consagrar todas nuestras facultades a la obra del Maestro?3TS 170.3
Tendremos una deuda que arreglar con el Maestro antes de mucho cuando él diga: “Da cuenta de tu mayordomía.” Si los hombres prefieren poner a un lado los derechos de Dios y retener egoístamente todo lo que él les da, él callará por el momento y continuará probándoles frecuentemente aumentando sus mercedes, dejando que sus bendiciones continúen fluyendo; y estos hombres seguirán tal vez recibiendo honores de los hombres sin que la iglesia los censure; pero antes de mucho Dios les dirá: “Da cuenta de tu mayordomía.” Dice Cristo: “Por cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mí lo hicisteis.” “No sois vuestros. Porque comprados sois por precio,” y estáis bajo la obligación de glorificar a Dios con vuestros recursos, así como en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, que son suyos. “Comprados sois por precio,” “no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo.” El pide, en recompensa de los dones que nos ha confiado, que ayudemos en la salvación de las almas. El dió su sangre y nos pide nuestro dinero. Mediante su pobreza somos hechos ricos, y ¿nos negaremos a devolverle sus propios dones?3TS 171.1
Dios no depende del hombre para sostener su causa. Podría haber mandado recursos directamente del cielo para suplir su tesorería, si su providencia lo hubiese considerado mejor para el hombre. El podría haber ideado medios por los cuales los ángeles hubiesen sido enviados a publicar la verdad al mundo sin intervención de los hombres. Podría haber escrito las verdades en el firmamento y haber dejado que éste declarase al mundo sus requisitos en caracteres vivos. Dios no depende del oro o la plata de ningún hombre. El dice: “Mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados.” “Si yo tuviere hambre, no te lo diría a ti: porque mío es el mundo y su plenitud.” Cualquiera que sea la necesidad que exista de que intervengamos en el adelantamiento de la causa de Dios, lo ha ordenado a propósito para nuestro bien. El nos ha honrado haciéndonos colaboradores suyos. Ha ordenado que fuese necesaria la cooperación de los hombres, a fin de que pudiesen ejercitar su benevolencia.3TS 171.2
En su sabia providencia, Dios ha dejado que los pobres estuviesen siempre con nosotros, para que al par que presenciásemos las diversas formas de necesidad y sufrimiento en el mundo, fuésemos probados y puestos en situación de desarrollar un carácter cristiano. Ha puesto a los pobres entre nosotros para arrancar de nosotros la simpatía y el amor cristianos.3TS 172.1
Los pecadores, que están pereciendo por falta de conocimiento, serán dejados en la ignorancia y las tinieblas a menos que los hombres les lleven la luz de la verdad. Dios no enviará a los ángeles del cielo para hacer la obra que ha dejado al hombre. El ha dado a todos una obra que hacer por esta misma razón, a saber, para que los pudiese probar y para que ellos revelasen su verdadero carácter. Cristo pone a los pobres entre nosotros como representantes suyos. “Tuve hambre—dice,—y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber.” Cristo se identifica con la humanidad doliente en la persona de los hijos de los hombres que sufren. Hace suyas sus necesidades y acoge sus desgracias en su seno.3TS 172.2
Las tinieblas morales de un mundo arruinado suplican a los hombres y mujeres cristianos que realicen esfuerzos individuales, que den de sus recursos y de su influencia, para asimilarse la imagen de Aquel que, aunque poseía riquezas infinitas, por nuestra causa se hizo pobre. El Espíritu de Dios no puede morar con aquellos a quienes mandó el mensaje de su verdad, pero que necesitan que se les ruegue antes que sientan su deber de colaborar con Cristo. El apóstol pone de relieve el deber de dar por motivos superiores a la mera simpatía humana, porque los sentimientos son conmovidos. Da realce al principio de que debemos trabajar abnegadamente y con sinceridad para gloria de Dios.3TS 172.3
Las Escrituras requieren de los cristianos que participen de un plan de benevolencia activa que les haga manifestar constantemente interés en la salvación de sus semejantes. La ley moral ordenaba la observancia del sábado, que no era una carga excepto cuando esa ley era transgredida y los hombres se veían sujetos a las penalidades que entrañaba su violación. Igualmente, el sistema del diezmo no era una carga para aquellos que no se apartaban del plan. El sistema ordenado a los hebreos no ha sido abrogado ni reducido su vigor por Aquel que lo originó. En vez de carecer de fuerza ahora, tiene que ser llevado a cabo más plena y extensamente, puesto que la salvación por Cristo solo, debe ser proclamada con mayor plenitud en la era cristiana.3TS 172.4
Jesús hizo saber al joven príncipe que la condición a él impuesta para tener la vida eterna consistía en poner por obra en su vida los requisitos especiales de la ley, que consistían en que amase a Dios de todo su corazón, de toda su alma, de toda su mente y con todas sus fuerzas, y a su prójimo como a sí mismo. Mientras los sacrificios típicos cesaron a la muerte de Cristo, la ley original, grabada en tablas de piedra, permaneció inmutable, imponiendo sus exigencias al hombre de todos los tiempos. Y en la era cristiana, el deber del hombre no fué limitado, sino definido más especialmente y expresado más sencillamente.3TS 173.1
El evangelio, para extenderse y ampliarse, requería mayores provisiones para sostener la guerra después de la muerte de Cristo, y esto hizo que la ley de dar ofrendas fuese una necesidad más urgente que bajo el gobierno hebreo. Dios no requiere menos ahora, sino mayores dones que en cualquier otro período del mundo. El principio trazado por Cristo es que los dones y ofrendas deben ser proporcionales a la luz y bendiciones disfrutados. El dijo: “Porque a cualquiera que fué dado mucho, mucho será vuelto a demandar de él.”3TS 173.2
Los primeros discípulos respondían a las bendiciones de la era cristiana mediante obras de caridad y benevolencia. El derramamiento del Espíritu de Dios, después de que Cristo dejó a sus discípulos y ascendió al cielo, los condujo a la abnegación y al sacrificio propio para salvar a otros. Cuando los santos pobres de Jerusalén se hallaban en angustia, Pablo escribió a los cristianos gentiles acerca de las obras de benevolencia y dijo: “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, y en palabra, y en ciencia, y en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, que también abundéis en esta gracia.”3TS 173.3
Aquí la benevolencia es puesta al lado de la fe, del amor y de la diligencia cristiana. Los que piensan que pueden ser buenos cristianos y cerrar sus oídos y corazones a los llamados que Dios dirige a su generosidad, están terriblemente engañados. Hay quienes profesan tener gran amor por la verdad, y, por lo menos de palabra, tienen interés en ver adelantar la verdad, pero no hacen nada para ello. La fe de los tales es muerta, no siendo hecha perfecta por las obras. El Señor no cometió nunca un error como el de convertir a un alma y dejarla bajo el poder de la avaricia.3TS 174.1
El sistema del diezmo se remonta hasta más allá del tiempo de Moisés. Aun ya en tiempos tan remotos como los días de Adán, se requería de los hombres que ofreciesen a Dios donativos religiosos, es decir, antes que el sistema definido fuese dado a Moisés. Al cumplir con los requisitos de Dios, habían de manifestar en sus ofrendas el aprecio de las misericordias y bendiciones de Dios para con ellos. Esto continuó durante las generaciones sucesivas y fué llevado a cabo por Abrahán, quien dió diezmos a Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo. El mismo principio existía en los días de Job. Mientras Jacob estaba en Betel, peregrino, desterrado y sin dinero, se acostó una noche, solitario y abandonado, teniendo una piedra por almohada, y allí prometió al Señor: “De todo lo que me dieres, el diezmo lo he de apartar para ti.” Dios no obliga a los hombres a dar. Todo lo que ellos dan debe ser voluntario. El no quiere que su tesorería esté llena de ofrendas dadas de mala gana.3TS 174.2
El Señor quiso poner al hombre en íntima relación consigo, y en simpatía y amor con sus semejantes, imponiéndole la responsabilidad de realizar acciones que contrarrestasen el egoísmo y fortaleciesen su amor por Dios y el hombre. El plan de que hubiese sistema en la benevolencia fué ideado por Dios para beneficio del hombre, quien se inclina a ser egoísta y a cerrar su corazón a las acciones generosas. El Señor requiere que se hagan donativos en tiempos determinados, quedando así establecido que las ofrendas lleguen a constituir un hábito y la benevolencia sea considerada como un deber cristiano. El corazón, abierto por un donativo, no debe tener tiempo de enfriarse egoístamente y cerrarse antes que se otorgue el próximo. La corriente ha de fluir continuamente, manteniendo así abierto el conducto por medio de actos de benevolencia.3TS 175.1
En cuanto a la cantidad requerida, Dios ha especificado que sea la décima parte de los ingresos. Esto queda a cargo de la conciencia y la benevolencia de los hombres, cuyo juicio debe ejercerse libremente en este sistema del diezmo. Y aunque ha quedado librado a la conciencia, se ha trazado un plan bastante definido para todos. No se requiere compulsión alguna.3TS 175.2
En la dispensación mosaica, Dios pedía de los hombres que diesen la décima parte de todas sus entradas. Les confiaba las cosas de esta vida, como talentos que debían ser perfeccionados y devueltos a él. El ha requerido la décima parte, y la exige como lo mínimo que le debemos devolver. Dice: Os doy las nueve décimas, mientras requiero una décima; es mía. Cuando los hombres retienen el diezmo, roban a Dios. Las ofrendas por el pecado, las ofrendas pacíficas y de agradecimiento a Dios, eran también exigidas en adición al diezmo de las entradas.3TS 175.3
Todo lo que se retiene de lo que Dios pide, el diezmo de las entradas, está registrado en los libros del cielo como un robo hecho a él. Los que lo cometen defraudan a su Creador, y cuando este pecado de negligencia les es presentado, no es suficiente que cambien su conducta y empiecen desde entonces a obrar según el debido principio. Esto no corregirá las cifras escritas en los registros celestiales por su desfalco de la propiedad a ellos confiada para que la devuelvan al Prestamista. Deben arrepentirse de su trato infiel con Dios y de su baja ingratitud.3TS 175.4
“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? Los diezmos y las primicias. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y vaciaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.” Aquí se hace una promesa de que si todos los diezmos son traídos al alfolí, Dios derramará su bendición sobre los obedientes.3TS 176.1
“Increparé también por vosotros al devorador, y no os corromperá el fruto de la tierra; ni vuestra vid en el campo abortará, dice Jehová de los ejércitos. Y todas las gentes os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos.” Si todos los que profesan la verdad cumplen con los requisitos de Dios en cuanto a dar el diezmo, que Dios llama suyo, la tesorería estará ampliamente provista para llevar a cabo la gran obra de salvar a los hombres.3TS 176.2
Dios da al hombre los nueve décimos, mientras que reclama un décimo para fines sagrados, así como dió al hombre seis días para su trabajo, y se reservó y puso aparte el séptimo día para sí. Porque, como el sábado, el diezmo de las entradas es sagrado. Dios se lo reservó para sí. El llevará a cabo su obra en la tierra con el aumento de los recursos que confió al hombre.3TS 176.3
Dios requería de su antiguo pueblo tres congregaciones anuales. “Tres veces cada un año parecerá todo varón tuyo delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere: en la solemnidad de los ázimos, y en la solemnidad de las semanas, y en la solemnidad de las cabañas. Y no parecerá vacío delante de Jehová: Cada uno con el don de su mano, conforme a la bendición de Jehová tu Dios, que te hubiere dado.” Nada menos que una tercera parte de sus entradas se consagraba a los fines sagrados y religiosos.3TS 176.4
Cuando quiera que los hijos de Dios, en cualquier época de la historia del mundo ejecutaron alegre y voluntariamente su plan en la benevolencia sistemática y en dones y ofrendas, han visto cumplirse la permanente promesa de que la prosperidad acompañaría todas sus labores en la misma proporción en que obedeciesen sus requisitos. Siempre que reconocieron los derechos de Dios y cumplieron con sus requerimientos, honrándole con su substancia, sus alfolíes rebosaban; pero cuando robaron a Dios en los diezmos y las ofrendas, tuvieron que darse cuenta de que no sólo le estaban robando a él, sino a sí mismos; porque él limitaba las bendiciones que les concedía en la proporción en que ellos limitaban las ofrendas que le hacían a él.3TS 177.1
Algunos declararán que ésta es una de las leyes rigurosas que pesaban sobre los hebreos. Pero ésta no era una carga para el corazón voluntario que amaba a Dios. Únicamente cuando la naturaleza egoísta se fortalecía por la retención de aquellos recursos, el hombre perdía de vista las consideraciones eternas, y estimaba los tesoros terrenales más que las almas. El Israel de Dios de estos últimos tiempos, tiene necesidades aún más urgentes que el Israel de antaño. Debe ser llevada a cabo una obra grande e importante en un tiempo muy corto. Nunca quiso Dios que la ley del sistema del diezmo no rigiese entre su pueblo; antes quiso que el espíritu de sacrificio se ampliase y profundizase para la obra final.3TS 177.2
La benevolencia sistemática no debe ser hecha una compulsión sistemática. Lo que Dios considera aceptable son las ofrendas voluntarias. La verdadera benevolencia cristiana brota del principio del amor agradecido. El amor a Cristo no puede existir sin un amor correspondiente hacia aquellos a quienes él vino a redimir. El amor a Cristo debe ser el principio dominante del ser, que rija todas las emociones y todas las energías. El amor redentor debe despertar todo el tierno afecto y la devoción abnegada que pueda existir en el corazón del hombre. Cuando tal es el caso, no se necesitarán llamados conmovedores para quebrantar su egoísmo y despertar sus simpatías dormidas, para arrancar ofrendas en favor de la preciosa causa de la verdad.3TS 177.3
Jesús nos compró a un precio infinito. Toda nuestra capacidad y nuestra influencia pertenecen en verdad a nuestro Salvador y deben ser dedicadas a su servicio. Haciéndolo así, manifestamos nuestra gratitud por haber sido redimidos de la esclavitud del pecado por la preciosa sangre de Cristo. Nuestro Salvador está siempre obrando por nosotros. Ascendió al cielo e intercede en favor de los rescatados por su sangre. Intercede delante de su Padre y presenta las agonías de la crucifixión. Alza sus heridas manos e intercede por su iglesia para que sea guardada de caer en la tentación.3TS 178.1
Si nuestra percepción fuese avivada hasta poder comprender esta maravillosa obra de nuestro Salvador en pro de nuestra salvación, ardería en nuestro corazón un amor profundo y ardiente. Entonces nuestra apatía y fría indiferencia nos alarmarían. Una completa devoción y benevolencia, impulsadas por un amor agradecido, impartirán a la más pequeña ofrenda, al sacrificio voluntario, una fragancia divina que harán inestimable el don. Pero después de haber entregado voluntariamente a nuestro Redentor todo lo que podemos darle, por valioso que sea para nosotros, si consideramos nuestra deuda de gratitud a Dios tal cual es en realidad, todo lo que podamos haber ofrecido nos parecerá muy insignificante y pobre. Pero los ángeles toman estas ofrendas que a nosotros nos parecen deficientes, y las presentan como una fragante ofrenda delante del trono y son aceptadas.3TS 178.2
Como discípulos de Cristo no nos damos cuenta de nuestra verdadera situación. No tenemos opiniones correctas respecto de nuestra responsabilidad como siervos de Cristo. El nos ha adelantado el salario en su vida de sufrimiento y sangre derramada, para ligarnos así en servidumbre voluntaria. Todas las buenas cosas que tenemos son un préstamo de nuestro Salvador. Nos ha hecho mayordomos. Nuestras ofrendas más íntimas, nuestros servicios más humildes, presentados en fe y amor, pueden ser dones consagrados para salvar almas en el servicio del Maestro y para promover su gloria. El interés y la prosperidad del reino de Cristo deben superar a toda otra consideración. Los que hacen de sus placeres e intereses egoístas los objetos principales de su vida, no son mayordomos fieles.3TS 178.3
Los que se nieguen a sí mismos para hacer bien a otros y se consagren a sí mismos y todo lo que tienen al servicio de Cristo, experimentarán la felicidad que el egoísta busca en vano. Dice nuestro Salvador: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo.” La caridad “no busca lo suyo.” Es el fruto de aquel amor desinteresado y de aquella benevolencia que caracterizaron la vida de Cristo. La ley de Dios en nuestro corazón, subordinará nuestros propios intereses a las consideraciones elevadas y eternas. Cristo nos ordena que busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia. Tal es nuestro primero y más alto deber. Nuestro Maestro amonestó expresamente a sus siervos a que no se hicieran tesoros en la tierra; porque al hacerlo su corazón se fijaría en las cosas terrenales más bien que en las celestiales. En esto es donde muchas pobres almas han dejado naufragar su fe. Han contrariado directamente las órdenes expresas de nuestro Señor y han permitido que el amor al dinero llegase a ser la pasión dominante de su vida. Son intemperantes en sus esfuerzos para adquirir recursos. Están tan embriagados con su insano deseo de riquezas como el borracho por la bebida.3TS 179.1
Los cristianos se olvidan de que son siervos del Maestro; de que ellos mismos, su tiempo y todo lo que tienen, le pertenecen. Muchos son tentados y los más son vencidos por las engañosas incitaciones que Satanás les presenta a invertir su dinero donde les reportará el mayor provecho en pesos y centavos. Son tan sólo pocos los que consideran las obligaciones que Dios les ha impuesto de hacer que su principal ocupación sea la satisfacción de las necesidades de su causa, dejando que sus propios deseos sean atendidos en último término. Son pocos los que invierten dinero en la causa de Dios en proporción a sus recursos. Muchos han inmovilizado su dinero en propiedades que deben vender, antes de poder invertirlo en la causa de Dios y darle así un uso práctico. Hacen de ello una excusa para hacer tan sólo poco en la causa de su Redentor. Han enterrado su dinero tan efectivamente como el hombre de la parábola. Roban a Dios el diezmo, que él reclama como suyo, y al robarle a él se despojan del tesoro celestial.3TS 179.2
El plan de la benevolencia sistemática no oprime penosamente a ningún hombre. “Cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pudiere; para que cuando yo llegare, no se hagan entonces colectas.” Los pobres no quedan excluídos del privilegio de dar. Ellos, tanto como los pudientes, pueden tener una parte en esta obra. La lección que Cristo dió con respecto a las dos blancas de la viuda, nos demuestra que la ofrenda voluntaria más ínfima de los pobres, si es dada con un corazón lleno de amor, es tan aceptable como los mayores donativos de los ricos.3TS 180.1
En las balanzas del santuario, los donativos de los pobres, hechos por amor a Cristo, no son estimados según la cantidad dada, sino según el amor que motiva el sacrificio. Las promesas de Jesús llegarán a ser tan seguramente una realidad para el pobre generoso, que tiene tan sólo poco que ofrecer, pero lo da con liberalidad, como para el pudiente que da de su abundancia. El pobre hace un sacrificio de lo poco que posee y lo siente en realidad. Se niega a sí mismo algunas de las cosas que necesita para su propia comodidad, mientras que el rico da de su abundancia y no siente ninguna necesidad, no se niega nada de lo que realmente le hace falta. Por lo tanto, hay en la ofrenda del pobre un elemento sagrado que no se encuentra en la ofrenda del rico, porque los ricos dan de su abundancia. La providencia de Dios arregló todo el plan de la benevolencia sistemática para beneficio del hombre. Su providencia nunca se paraliza. Si los siervos de Dios siguen las puertas que abre su providencia, todos trabajarán activamente.3TS 180.2
Los que retienen lo que pertenece a la tesorería de Dios, y acumulan sus recursos para sus hijos, ponen en peligro el interés espiritual de sus hijos. Ponen su propiedad, que es una piedra de tropiezo para ellos, en el camino de sus hijos para que también tropiecen con ella para perdición suya. Muchos están cometiendo una gran equivocación respecto de las cosas de esta vida. Economizan, privándose a sí mismos y a otros del bien que podrían recibir por el uso correcto de los medios que Dios les ha prestado, y se vuelven egoístas y avarientos. Descuidan sus intereses espirituales, y se atrofian en su desarrollo religioso; todo por el afán de acumular riquezas que no pueden usar. Dejan su propiedad a sus hijos, y en nueve casos de cada diez es para sus herederos una maldición aun mayor de lo que ha sido para ellos. Los hijos, confiados en las propiedades de sus padres, con frecuencia no alcanzan a tener éxito en esta vida, y generalmente fracasan completamente en cuanto a obtener la vida venidera. El mejor legado que los padres pueden dejar a sus hijos es un conocimiento del trabajo útil y el ejemplo de una vida caracterizada por la benevolencia desinteresada. Por una vida tal demuestran el verdadero valor del dinero, que debe ser apreciado únicamente por el bien que realizará en el alivio de las necesidades propias y ajenas y en el adelantamiento de la causa de Dios.3TS 181.1
Algunos están dispuestos a dar de acuerdo con lo que tienen, y piensan que Dios no tiene más derecho sobre ellos porque no tienen grandes recursos. No tienen entradas de las cuales puedan ahorrar después de pagar las cosas necesarias para su familia. Pero son muchos los miembros de esta clase que podrían preguntarse: ¿Estoy yo dando de acuerdo a lo que podría haber tenido? Dios quiso que las facultades de su cuerpo y de su mente fuesen puestas a contribución. Algunos no han perfeccionado hasta lo sumo la habilidad que Dios les ha dado. El trabajo ha sido encargado al hombre. Fué relacionado con la maldición, porque así lo hizo necesario el pecado. El bienestar físico, mental y moral del hombre hacen necesaria una vida de trabajo útil. “No perezosos en los quehaceres,” es la recomendación del inspirado apóstol Pablo.3TS 182.1
Nadie, sea rico o pobre, puede glorificar a Dios por una vida de indolencia. Todo el capital que tienen muchos pobres son su tiempo y su fuerza física, y con frecuencia los malgastan en el amor a la comodidad y a la indolencia negligente, de manera que no tienen nada que traer a su Señor en diezmos y ofrendas. Si los cristianos carecen de sabiduría para hacer que su trabajo rinda la mayor utilidad, y para hacer una aplicación juiciosa de sus facultades físicas y mentales, deben tener mansedumbre y humildad para recibir el consejo de sus hermanos, a fin de que el mejor juicio de ellos supla sus deficiencias. Muchos pobres que están ahora conformes con no hacer nada para beneficio de sus semejantes y para el adelantamiento de la causa de Dios, podrían hacer mucho si quisieran. Ellos son responsables delante de Dios por su capital de fuerza física, tanto como el rico lo es por su capital de dinero.3TS 182.2
Algunos que debieran hacer ingresar recursos en la tesorería de Dios, quieren recibir de ella. Hay quienes son pobres ahora y podrían mejorar su condición por un empleo juicioso de su tiempo, evitando las especulaciones, como la explotación de patentes de invención, y refrenando su inclinación a confiar en tales especulaciones para obtener recursos de una manera más fácil que por el trabajo paciente y perseverante. Si los que no han tenido éxito en la vida estuviesen dispuestos a recibir instrucción, podrían adquirir hábitos de abnegación y economía estricta y tener la satisfacción de ser dispensadores de caridad en vez de receptores de ella. Hay muchos siervos perezosos. Si hiciesen cuanto esté a su alcance, experimentarían una bendición tan grande al ayudar a otros que en realidad se darían cuenta que “más bienaventurada cosa es dar que recibir.”3TS 182.3
Debidamente dirigida, la benevolencia ejercita las energías mentales y morales de los hombres y los incita a una muy saludable acción para beneficiar a los necesitados y fomentar la causa de Dios. Si los que tienen recursos se dieran cuenta de que son responsables delante de Dios por cada peso que gastan, sus supuestas necesidades serían mucho menores. Si la conciencia estuviese despierta, testificaría de inútiles gastos para satisfacer el apetito, el orgullo, la vanidad, el amor a las diversiones, y reprocharía el despilfarro del dinero del Señor, que debiera haber sido dedicado a su causa. Los que malgastan los bienes de su Señor, tendrán que dar pronto cuenta de su conducta al Maestro.3TS 183.1
Si los que profesan ser cristianos usasen menos de su fortuna para adornar su cuerpo y hermosear sus propias casas, y consumiesen menos de los lujos extravagantes y destructores de la salud en sus mesas, podrían colocar sumas mucho mayores en la tesorería del Señor. Imitarían así a su Redentor, que dejó el cielo, sus riquezas y su gloria, y por amor de nosotros se hizo pobre, a fin de que pudiésemos tener las riquezas eternas. Si somos demasiado pobres para devolver fielmente a Dios los diezmos que él requiere, somos ciertamente demasiado pobres para vestirnos costosamente y comer lujosamente; porque malgastamos así el dinero de nuestro Señor en cosas perjudiciales para agradarnos y glorificarnos a nosotros mismos. Debemos inquirir diligentemente: ¿Qué tesoro hemos asegurado en el reino de los cielos? ¿Somos ricos para con Dios?3TS 183.2
Jesús dió a sus discípulos una lección respecto de la avaricia. “Y refirióles una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había llevado mucho; y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde juntar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis alfolíes, y los edificaré mayores, y allí juntaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; repósate, come, bebe, huélgate. Y díjole Dios: Necio, esta noche vuelven a pedir tu alma; y lo que has prevenido, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico en Dios.”3TS 184.1
La duración y felicidad de la vida no consiste en la cantidad de nuestras posesiones terrenales. Este rico insensato, en su egoísmo supremo, se había amontonado tesoros que no podía emplear. Había vivido solamente para sí. Se había extralimitado en los negocios, había hecho ganancias ilícitas y no había ejercitado la misericordia o el amor de Dios. Había robado a los huérfanos y a las viudas, o defraudado a sus semejantes para aumentar su creciente reserva de posesiones mundanales. Podía haberse hecho tesoro en los cielos en bolsas que no envejecen, pero por su avaricia perdió ambos mundos. Los que humildemente usan para gloria de Dios los recursos que él les confió, recibirán antes de mucho su tesoro de la mano del Maestro con la bendición: “Bien, buen siervo y fiel; ... entra en el gozo de tu Señor.”3TS 184.2
Cuando consideramos el sacrificio hecho para la salvación de los hombres, nos arroba el asombro. Cuando el egoísmo clama por la victoria en el corazón de los hombres, y ellos se sienten tentados a retener la proporción que deben dedicar a cualquiera buena obra, deben fortalecer sus principios de lo recto por el pensamiento de que el que era rico en el tesoro inestimable del cielo, se apartó de todo ello y se hizo pobre. No tuvo dónde reclinar su cabeza. Y todo este sacrificio fué hecho en nuestro favor, para que tuviésemos las riquezas eternas.3TS 184.3
Cristo asentó sus propios pies en la senda de la abnegación y el sacrificio, senda que todos sus discípulos deben recorrer si quieren ser finalmente exaltados con él. Acogió en su propio corazón las tristezas que el hombre debe sufrir. Con frecuencia la mente de los mundanos se embota. Pueden ver tan sólo las cosas terrenales, que eclipsan la gloria y el valor de las cosas celestiales. Hay hombres que rodearán la tierra y el mar para obtener ganancias terrenales, y sufrirán privaciones y sufrimientos para alcanzar su objeto, y, sin embargo, se apartan de los atractivos del cielo, y no consideran las riquezas eternas. Los que se hallan comparativamente en la pobreza, son los que hacen más para sostener la causa de Dios. Son generosos con lo poco que poseen. Han fortalecido sus impulsos generales por la generosidad continua. Cuando sus gastos apremiaban sus entradas, su pasión por las riquezas terrenales no tuvo cabida u oportunidad de fortalecerse.3TS 185.1
Pero muchos, cuando empiezan a juntar riquezas materiales, empiezan a calcular cuánto tardarán antes de hallarse en posesión de cierta suma. En su ansiedad por amontonar riquezas, dejan de enriquecerse para con Dios. Su benevolencia no se mantiene a la par con su acumulación. A medida que su pasión por las riquezas aumenta, sus afectos se vinculan con su tesoro. El aumento de su propiedad fortalece el intenso deseo de tener más, hasta que algunos consideran que el dar al Señor un diezmo es una contribución severa e injusta. La inspiración ha declarado: “Cuando se aumenten las riquezas, no pongáis en ellas vuestro corazón.” Muchos han dicho: “Si yo fuese tan rico como Fulano, multiplicaría mis dones a la tesorería de Dios. No haría otra cosa con mi riqueza sino emplearla para el adelantamiento de la causa de Dios.” Dios ha probado a algunos de éstos dándoles riquezas; pero con las riquezas vinieron las tentaciones más intensas, y su benevolencia fué mucho menor que en los días de su pobreza. Un ambicioso deseo de mayores riquezas absorbió su mente y corazón y cometieron idolatría.3TS 185.2
El que regala a los hombres riquezas infinitas y una vida eterna de bienaventuranza en su reino como recompensa de la obediencia fiel, no aceptará un corazón dividido. Estamos viviendo en medio de los peligros de los últimos días, cuando se manifiesta todo lo que puede apartar de Dios la mente y los afectos. Podremos discernir y apreciar nuestro deber únicamente cuando lo consideremos a la luz que irradia de la vida de Cristo. Así como el sol sale por el oriente y baja por el occidente, llenando el mundo de luz. así el que sigue verdaderamente a Cristo será una luz para el mundo. Saldrá al mundo como una luz brillante y resplandeciente, para que aquellos que están en tinieblas sean iluminados y calentados por los rayos que despida. Cristo dice de los que le siguen: “Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.”3TS 186.1
Nuestro gran Ejemplo era abnegado, y ¿debe la conducta de los que profesan seguirle hallarse en tan marcado contraste con la suya? El Salvador lo dió todo por un mundo que perecía, sin retenerse a sí mismo siquiera. La iglesia de Dios está dormida. Sus miembros están debilitados por la inacción. De todas partes del mundo nos llegan voces que nos dicen: “Pasad y ayudadnos,” pero no hay movimiento en respuesta. De vez en cuando se realiza un débil esfuerzo; algunos manifiestan que quisieran ser colaboradores del Maestro; pero con frecuencia se deja a los tales trabajar casi solos.3TS 186.2
La verdad es poderosa, pero no es puesta en práctica. No es suficiente poner solamente dinero sobre el altar. Dios llama a hombres voluntarios para que proclamen la verdad a otras naciones, lenguas y pueblos. No es nuestro número ni nuestras riquezas lo que nos dará una victoria señalada; sino la devoción al trabajo, el valor moral, el ardiente amor por las almas y un celo incansable e invariable.3TS 186.3
Son muchos los que han considerado a la nación judía como un pueblo digno de lástima, porque se le hacía contribuir constantemente para el sostén de su religión. Pero Dios, quien creó al hombre y le proveyó todas las bendiciones de que goza, sabía lo que era mejor para él. Y por su bendición hacía que las nueve décimas fueran para los judíos de más valor que la cantidad entera sin su bendición. Si algunos, por egoísmo, robaban a Dios o le traían una ofrenda que no fuese perfecta, lo seguro era que seguía a ello el desastre y la pérdida. Dios lee los motivos del corazón. Conoce los propósitos de los hombres, y les recompensará a su debido tiempo según lo hayan merecido.3TS 187.1
El sistema especial del diezmo se fundaba en un principio que es tan duradero como la ley de Dios. Este sistema del diezmo era una bendición para los judíos, de lo contrario Dios no se lo habría dado. Así también será una bendición para los que lo lleven a cabo hasta el fin del tiempo. Nuestro Padre celestial no creó el plan de la benevolencia sistemática para enriquecerse, sino para que fuese una gran bendición para el hombre. Vió que este sistema de beneficencia era precisamente lo que el hombre necesitaba.3TS 187.2
Aquellas iglesias que son más sistemáticas y generosas en sostener la causa de Dios, son las más prósperas espiritualmente. La verdadera generosidad, en el que sigue a Cristo, identifica su interés con el Maestro. En el trato de Dios con los judíos y su pueblo hasta el fin del tiempo, él requiere una benevolencia sistemática en proporción a sus entradas. El plan de salvación fué basado en el infinito sacrificio del Hijo de Dios. La luz del evangelio que irradia de la cruz de Cristo, reprende el egoísmo y estimula la generosidad y la benevolencia. No es de lamentar que aumenten los pedidos de recursos. En su providencia, Dios está llamando a su pueblo a que salga de su limitada esfera de acción para emprender mayores cosas. En este tiempo, en que las tinieblas morales están cubriendo el mundo, se necesitan esfuerzos ilimitados. La mundanalidad y la avaricia están royendo las vísceras de los hijos de Dios. Ellos deben comprender que su misericordia es la que multiplica las demandas de recursos. El ángel de Dios coloca los actos benevolentes al lado de la oración. El dijo a Cornelio: “Tus oraciones y tus limosnas han subido en memoria a la presencia de Dios.”3TS 187.3
En sus enseñanzas, Cristo dijo: “Pues si en las malas riquezas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?” La salud y la prosperidad espiritual de la iglesia dependen en extenso grado de su benevolencia sistemática. Es como la corriente sanguínea que debe fluír por todo el ser, vivificando todo miembro del cuerpo. Aumenta el amor por las almas de nuestros semejantes, porque por la abnegación y el sacrificio propio somos puestos en más íntima relación con Cristo, quien por nosotros se hizo pobre. Cuanto más invirtamos en la causa de Dios para ayudar en la salvación de las almas, tanto más cerca a nuestro corazón será traída. Si nuestro número fuese reducido a la mitad de lo que es, pero todos trabajasen con devoción, tendríamos un poder que haría temblar al mundo. A los que trabajan activamente, Cristo ha dirigido estas palabras: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”3TS 188.1
Encontraremos oposición proveniente de motivos egoístas, del fanatismo y del prejuicio; sin embargo, con valor indómito y fe viva, debiéramos sembrar junto a todas las aguas. Los agentes de Satanás son formidables; debemos hacerles frente y combatirlos. Nuestras labores no han de limitarse a nuestro propio país. El campo es el mundo; la mies está madura. La orden dada por Cristo a los discípulos antes de ascender fué: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura.”3TS 188.2
Nos sentimos profundamente apenados al ver a algunos de nuestros predicadores cobijando a las iglesias, haciendo aparentemente algunos esfuerzos, pero no obteniendo casi ningún resultado por sus labores. El campo es el mundo. Salgan a un mundo incrédulo, y trabajen para convertir las almas a la verdad. Indicamos a nuestros hermanos y hermanas el ejemplo de Abrahán, quien subió al monte Moria para ofrecer a su único hijo, a la orden de Dios. Esto era obediencia y sacrificio. Moisés se encontraba en las cortes reales, y tenía delante de sí la perspectiva de una corona. Pero se apartó de este soborno tentador, y “rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón; escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecado. Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios.”3TS 189.1
Los apóstoles no contaron su vida por preciosa, regocijándose de haber sido tenidos por dignos de sufrir oprobio por el nombre de Cristo. Pablo y Silas sufrieron la pérdida de todo. Sufrieron los azotes, y fueron arrojados brutalmente al frío piso de una mazmorra, en una posición muy dolorosa, con los pies elevados y sujetos en el cepo. ¿Llegaron protestas y quejas a los oídos del carcelero? ¡Oh, no! Desde la cárcel interior, se elevaron voces que rompían el silencio de la noche con cantos de gozo y alabanza a Dios. Estos discípulos estaban animados por un profundo y ferviente amor por la causa de su Redentor, por la cual ellos sufrían.3TS 189.2
En la medida en que la verdad de Dios llene nuestro corazón, absorba nuestros afectos, y rija nuestra vida, tendremos por gozo el sufrir por la verdad. Ni las paredes de la cárcel, ni la hoguera del martirio, podrán entonces dominarnos ni impedirnos en la gran obra.3TS 189.3
“Ven, oh alma mía, al Calvario.”3TS 190.1
Observa la humilde vida del Hijo de Dios. El fué “varón de dolores, experimentado en quebranto.” Contempla su ignominia, su agonía en el Getsemaní, y aprende lo que es abnegación. ¿Estamos sufriendo necesidad? También la sufrió Cristo, la Majestad del cielo. Pero su pobreza era por causa nuestra. ¿Nos contamos entre los ricos? Así se contaba él también. Pero consintió por causa nuestra en hacerse pobre, para que por su pobreza pudiésemos ser hechos ricos. En Cristo tenemos la abnegación ejemplificada. Su sacrificio consistió no meramente en abandonar los atrios reales del cielo, en ser juzgado por hombres perversos como un criminal y pronunciado culpable, en ser entregado a la muerte como malhechor, sino en llevar el peso de los pecados del mundo. La vida de Cristo reprende nuestra indiferencia y frialdad. Estamos acercándonos al tiempo del fin, cuando Satanás ha bajado, con grande ira, sabiendo que le queda poco tiempo. Está trabajando con todo engaño de injusticia en aquellos que perecen. Nuestro gran Jefe ha dejado la guerra en nuestras manos para que la prosigamos con vigor. No estamos haciendo una vigésima parte de lo que podríamos hacer si estuviésemos despiertos. La obra es demorada por el amor a la comodidad y una falta del espíritu abnegado del cual Cristo nos dió un ejemplo en su vida.3TS 190.2
Se necesitan colaboradores de Cristo, hombres que sientan la necesidad de extender los esfuerzos. La obra de nuestras prensas no debe disminuir sino duplicarse. Las escuelas deben establecerse en diferentes lugares, para educar a nuestra juventud y prepararla para trabajar en el adelantamiento de la verdad.3TS 190.3
Ya se ha malgastado muchísimo tiempo, y los ángeles llevan al cielo el registro de nuestra negligencia. Nuestra condición dormida y nuestra falta de consagración nos ha hecho perder preciosas oportunidades que Dios nos envió en las personas de aquellos que estaban calificados para ayudarnos en nuestra actual necesidad.3TS 190.4
Sentimos angustia de espíritu porque hemos perdido algunos de los dones que podríamos tener ahora si hubiésemos estado despiertos. Se ha impedido a los obreros que penetrasen en la ya blanca mies. Incumbe a los hijos de Dios humillar su corazón delante de él, y en la más profunda humillación orar al Señor que perdone nuestra apatía y complacencia egoísta, y borre el vergonzoso registro de deberes descuidados y privilegios dejados sin aprovechar. En la contemplación de la cruz del Calvario, el verdadero cristiano abandonará la idea de restringir sus ofrendas a lo que no le cuesta nada, y oirá en sonidos como de trompeta:3TS 191.1
“Ve, trabaja en mi viña;
Pronto podrás descansar.”3TS 191.2
Cuando Jesús estaba por ascender al cielo, señaló los campos de la mies y dijo a sus seguidores: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio.” “De gracia recibisteis, dad de gracia.” ¿Nos negaremos a nosotros mismos para que se pueda recoger la mies que se pierde?3TS 191.3
Dios pide talentos de influencia y de recursos. ¿Nos negaremos a obedecer? Nuestro Padre celestial concede dones y solicita que le sea devuelta una porción para probarnos si somos dignos de tener el don de la vida eterna.3TS 191.4