Capítulo 51—Nuestro deber para con el mundo
“PORQUE de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito.” “No envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él.” El amor de Dios abarca a toda la humanidad. Cristo, al comisionar a sus discípulos, dijo: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura.” 4TS 345.1
Cristo quería que se hiciese en favor de los hombres una obra mayor que la que se había visto hasta entonces. No quería que tan grande número de personas eligiese permanecer bajo la bandera de Satanás, y quedar alistado entre los rebeldes al gobierno de Dios. El Redentor del mundo no quería que la herencia que él había comprado viviese y muriese en sus pecados. ¿Por qué, pues, son tan pocos los alcanzados y salvados?—Es porque tantos de los que profesan ser cristianos están obrando en forma similar al gran apóstata. Millares de los que no conocen a Dios podrían estar hoy regocijándose en su amor si los que aseveran servirle obrasen como Dios obró.4TS 345.2
Las bendiciones de la salvación, tanto temporales como espirituales, son para toda la humanidad. Son muchos los que se quejan de Dios porque el mundo está tan lleno de necesidad y sufrimiento; pero Dios no quiso nunca que existiese esta miseria. Nunca quiso que un hombre tuviese abundancia de los lujos de la vida, mientras que los hijos de otros lloraran por pan. El Señor es un Dios benévolo. Ha hecho amplia provisión para las necesidades de todos, y por medio de sus representantes, a quienes ha confiado sus bienes, quiere que las necesidades de todas sus criaturas sean suplidas.4TS 345.3
Lean los que creen la Palabra de Dios las instrucciones contenidas en Levítico y Deuteronomio. Allí aprenderán qué clase de educación se daba a las familias de Israel. Mientras que el pueblo elegido por Dios debía destacarse y ser santo, separado de las naciones que no le conocían, había de tratar bondadosamente al extranjero. No debía despreciarlo porque no pertenecía a Israel. Los israelitas habían de amar al extranjero, porque Cristo moriría tan ciertamente para salvarlo como para salvar a Israel. En sus fiestas de agradecimiento, cuando recordaban los israelitas las misericordias de Dios, el extranjero había de recibir la bienvenida. En el tiempo de la mies, debían dejar en el campo una porción para el extranjero y el pobre. Así los extranjeros habían de participar también de las bendiciones espirituales de Dios. El Señor Dios de Israel ordenó que fuesen recibidos si querían elegir la sociedad de los que le reconocían. De esta manera, aprenderían la ley de Jehová, y lo glorificarían mediante su obediencia.4TS 345.4
Así también hoy Dios desea que sus hijos impartan bendiciones al mundo, tanto en las cosas espirituales como en las temporales. Para cada discípulo de toda época son pronunciadas estas preciosas palabras del Salvador: “Ríos de agua viva correrán de su vientre.” 4TS 346.1
Pero en vez de impartir los dones de Dios, muchos de los que profesan ser cristianos están engolfados en sus propios intereses estrechos, y privan egoístamente a sus semejantes de las bendiciones de Dios.4TS 346.2
Mientras que Dios en su providencia ha cargado la tierra de sus bondades, y llenado sus alfolíes con las comodidades de la vida, hay por todas partes necesidades y miserias. La liberal Providencia ha puesto abundancia de bienes en las manos de sus agentes humanos para suplir las necesidades de todos; pero los mayordomos de Dios son infieles. En el mundo que profesa ser cristiano se gasta en extravagante ostentación lo suficiente para suplir las necesidades de todos los hambrientos y vestir a todos los desnudos. Muchos de los que han tomado sobre sí el nombre de Cristo están gastando su dinero en placeres egoístas, en la satisfacción de los apetitos carnales, en bebidas alcohólicas y manjares suculentos, en casas, ropas y muebles lujosos, mientras que dedican apenas una mirada de compasión y una palabra de simpatía a los dolientes.4TS 346.3
¡Cuánta miseria existe en el corazón mismo de nuestros países llamados cristianos! Pensemos en la condición de los pobres en nuestras grandes ciudades. Hay allí multitudes de seres humanos que no reciben tanto cuidado o consideración como las bestias. Hay miles de niños miserables, haraposos y hambrientos, con el vicio y la degradación escritos en el rostro. Las familias están amontonadas en miserables tugurios, muchos de los cuales son sótanos obscuros que chorrean humedad y suciedad. Nacen niños en aquellos terribles lugares. Los niños y los jóvenes no contemplan nada atrayente, nada de la hermosura de las cosas naturales que Dios ha creado para deleitar los sentidos. Se deja a estos niños criarse y amoldar su carácter por preceptos bajos, por la miseria y los malos ejemplos que los rodean. Oyen el nombre de Dios solamente en blasfemia. Las palabras impuras, los efluvios del alcohol y el tabaco, la degradación moral de toda clase se presentan a sus ojos y pervierten sus sentidos. De estas moradas de miseria, se elevan clamores por alimento y ropa por parte de muchos que no saben nada de la oración.4TS 347.1
Nuestras iglesias tienen que hacer una obra de la cual muchos tienen poca idea, una obra que casi no ha sido tocada todavía. “Tuve hambre—dice Cristo,—y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fuí huésped, y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.” Algunos piensan que el dar dinero para esta obra es todo lo que se les exige, pero es un error. El dinero donado no puede reemplazar al ministerio personal. Es bueno que demos nuestros recursos, y muchos más debieran hacerlo; pero se requiere de todos el servicio personal según sus fuerzas y oportunidades.4TS 347.2
La obra de reunir a los menesterosos, los oprimidos, los dolientes, los indigentes, es la obra que cada iglesia que cree la verdad para este tiempo debiera haber estado haciendo desde hace mucho. Debemos manifestar la tierna simpatía del samaritano supliendo las necesidades físicas, alimentando a los hambrientos, trayendo a los pobres sin hogar a nuestras casas, pidiendo de Dios cada día gracia y fuerza que nos habiliten para alcanzar las mismas profundidades de la miseria humana, y ayudar a aquellos que no pueden ayudarse. Al hacer esta obra, tenemos una oportunidad favorable para presentar a Cristo el crucificado.4TS 348.1
Cada miembro de la iglesia debe sentir que es su deber especial trabajar por los que viven en su vecindario. Estudiad cómo podéis ayudar mejor a los que no tienen interés en las cosas religiosas. Mientras visitáis a vuestros amigos y vecinos, manifestad interés en su bienestar espiritual, tanto como en el temporal. Presentad a Cristo como Salvador que perdona el pecado. Invitad a vuestros vecinos a vuestra casa, y leed con ellos la preciosa Biblia y los libros que explican sus verdades. Esto, unido a sencillos himnos y oraciones fervientes, conmoverá su corazón. Enséñese a los miembros de la iglesia a hacer esta obra. Es tan esencial como salvar a las almas entenebrecidas de los países extranjeros. Mientras algunos sienten preocupación por las almas lejanas, sientan preocupación los muchos que están en casa por las preciosas almas que los rodean, y trabajen tan diligentemente para su salvación.4TS 348.2
Las horas que con tanta frecuencia se dedican a las diversiones que no refrigeran ni el cuerpo ni el alma, debieran dedicarse a visitar a los pobres, los enfermos y los dolientes, o ayudar a algún necesitado.4TS 348.3
Al tratar de ayudar a los pobres, los despreciados, los abandonados, no trabajéis como montados en los zancos de vuestra dignidad y superioridad, porque de esta manera no lograréis nada. Sed verdaderamente convertidos, y aprended de Aquel que es manso y humilde de corazón. Debemos poner al Señor siempre delante de nosotros. Como siervos de Cristo, digámonos, no sea que lo olvidemos: “He sido comprado con precio.”4TS 349.1
Dios no sólo pide nuestra benevolencia, sino también nuestro comportamiento alegre, nuestras palabras esperanzosas, nuestro apretón de manos. A medida que visitamos a los afligidos hijos de Dios, hallaremos a algunos que han perdido la esperanza. Devolvámosles la alegría. Hay quienes necesitan el pan de vida; leámosles la Palabra de Dios. Sobre otros se extiende una tristeza que ningún bálsamo ni médico terrenal puede sanar; oremos por ellos, y llevémoslos a Jesús.4TS 349.2
En ocasiones especiales, algunos ceden a un sentimentalismo que los lleva a movimientos impulsivos. Sienten que de esta manera están haciendo gran servicio para Cristo, pero tal no es el caso. Su celo muere pronto, y entonces descuidan el servicio de Cristo. Lo que Dios acepta no es un servicio espasmódico; no son arrebatos de actividad emotiva lo que puede hacer bien a nuestros semejantes. Los esfuerzos espasmódicos para hacer bien causan con frecuencia mayor perjuicio que beneficio.4TS 349.3
Los métodos de ayudar a los menesterosos deben ser considerados con cuidado y oración. Debemos pedir sabiduría a Dios, porque él sabe mejor que los mortales de vista tan corta, cómo debe cuidarse a las criaturas que él ha hecho. Hay algunos que dan sin hacer diferencia a todo aquel que solicita su ayuda. En esto yerran. Al tratar de ayudar a los menesterosos, debemos tener cuidado de darles la ayuda debida. Hay quienes, cuando se les ayuda, continuarán haciéndose objetos especiales de la caridad. Dependerán de otros mientras vean algo de lo cual puedan depender. Dándoles más tiempo y atención que lo debido, podemos estimular su ociosidad, inactividad, extravagancia e intemperancia.4TS 349.4
Cuando damos a los pobres debemos preguntarnos “¿Estoy estimulando la prodigalidad? ¿Estoy ayudándoles o perjudicándoles?” Nadie que puede ganarse la vida tiene derecho a depender de los demás.4TS 350.1
El dicho: “El mundo me debe el sostén,” tiene en sí la esencia de la mentira, del fraude y el robo. El mundo no debe el sostén a nadie que pueda trabajar y ganarse la vida. Pero si alguno llega a nuestra puerta y pide alimento, no debemos despedirlo hambriento. Su pobreza puede ser el resultado de la desgracia.4TS 350.2
Debemos ayudar a aquellos que, con grandes familias que sostener, tienen que luchar constantemente con la debilidad y la pobreza. Más de una madre viuda con sus niños privados del padre trabaja más de lo que sus fuerzas le permiten a fin de conservar a sus pequeñuelos consigo, y proveerles alimento y ropa. Muchas madres tales han muerto por exceso de trabajo. Cada viuda necesita el consuelo de las palabras esperanzosas y alentadoras, y hay muchas que debieran tener ayuda material.4TS 350.3
Algunos hombres y mujeres de Dios, algunas personas de discernimiento y sabiduría, debieran ser designadas para atender a los pobres y menesterosos, en primer lugar a los de la familia de la fe. Dichas personas debieran presentar su informe a la iglesia, y dar su parecer en cuanto a lo que debe ser hecho.4TS 350.4
En vez de estimular a los pobres a pensar que pueden conseguir que se les provea gratis o casi gratis lo que necesitan para comer y beber, debemos ponerlos en situación de ayudarse a sí mismos. Debemos esforzarnos por proveerles trabajo y, si es necesario, enseñarles a trabajar. Enséñese a los miembros de las familias pobres a cocinar, a hacer y arreglar su propia ropa, a cuidar debidamente el hogar. Enséñese cabalmente a los niños y niñas algún oficio u ocupación útil. Debemos educar a los pobres a sostenerse a sí mismos. Esto será verdadera ayuda, porque no sólo les dará sostén propio, sino que los habilitará para ayudar a otros.4TS 350.5
Es propósito de Dios que los ricos y los pobres estén íntimamente ligados por los vínculos de la simpatía y el espíritu servicial. El nos invita a interesarnos en todo caso de sufrimiento y necesidad que llegue a nuestro conocimiento.4TS 351.1
No pensemos que es rebajar nuestra dignidad atender a la humanidad doliente. No miremos con indiferencia y desprecio a los que han arruinado el templo del alma. Ellos son objeto de la compasión divina. El que los creó a todos, tiene interés en todos. Aun los que han caído más bajo no están fuera del alcance de su amor y compasión. Si somos verdaderamente sus discípulos, manifestaremos el mismo espíritu. El amor que sea inspirado por nuestro amor hacia Jesús, verá en cada alma, sea pobre o rica, un valor que no puede ser medido por el cálculo humano. Revele nuestra vida un amor superior a cuanto pueda expresarse en palabras.4TS 351.2
Con frecuencia, el corazón de los hombres se endurece bajo la reprensión; pero no puede resistir el amor expresado en Cristo. Debemos invitar al pecador a no sentirse desechado de Dios. Invitémoslo a mirar a Cristo, que es el único capaz de sanar el alma leprosa de pecado. Revelémoslo a los desesperados y desalentados dolientes, prisioneros de esperanza. Sea nuestro mensaje: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” 4TS 351.3
Se me ha indicado que la obra misionera médica descubrirá en las mismas profundidades de la degradación, hombres que, aunque se han entregado a costumbres intemperantes y disolutas, responderán a la debida clase de trabajo. Pero es necesario reconocerlos y estimularlos. Se necesita un esfuerzo firme, paciente y ferviente para elevarlos. No pueden restaurarse a sí mismos. Pueden oír el llamamiento de Cristo, pero sus oídos están demasiado embotados para discernir su significado; sus ojos están demasiado ciegos para ver lo bueno que está en reserva para ellos. Están muertos en delitos y pecados. Sin embargo, aun éstos no están excluídos del banquete del evangelio. Han de recibir la invitación: “Venid.” Aunque se sientan indignos, el Señor dice: “Fuérzalos a entrar.” No escuchéis excusa alguna. Con amor y bondad, asíos de ellos. “Mas vosotros, oh amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando por el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, para vida eterna. Y recibid a los unos en piedad, discerniendo: mas haced salvos a los otros por temor, arrebatándolos del fuego.” Haced sentir a las conciencias los terribles resultados de la transgresión de la ley de Dios. Demostrad que no es Dios quien causa el dolor y el sufrimiento, sino que el hombre, por su propia ignorancia y pecado, ha traído esta condición sobre sí mismo.4TS 351.4
Esta obra, debidamente realizada, salvará a muchos pobres pecadores que han sido descuidados por las iglesias. Muchos que no pertenecen a nuestra fe están anhelando esa misma ayuda que los cristianos tienen el deber de dar. Si el pueblo de Dios quisiera manifestar verdadero interés en sus vecinos, muchos serían alcanzados por las verdades especiales para este tiempo. Nada puede dar tanto carácter a la obra como el ayudar a la gente donde está. Miles podrían estar regocijándose hoy en el mensaje, si los que aseveran amar a Dios y guardar sus mandamientos quisieran trabajar como Cristo trabajó.4TS 352.1
Cuando la obra misionera médica gane así a hombres y mujeres a un conocimiento salvador de Cristo y su verdad, se podrá invertir sin peligro dinero y fervientes labores en ella; porque es una obra que perdurará. 4TS 353.1
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Más de un padre que ha muerto en la fe, confiado en la eterna promesa de Dios, abandonó a sus amados con la plena confianza de que el Señor cuidaría de ellos. ¿Y cómo provee Dios para los desamparados? No hace un milagro mandándoles maná del cielo; no envía cuervos a llevarles alimento; pero realiza un milagro en los corazones humanos, expulsando el egoísmo del alma, abriendo las fuentes de la benevolencia. Prueba el amor de los que profesan seguirle confiando a sus tiernas misericordias a los afligidos y enlutados.4TS 353.2
Acojan a estos niños en su corazón y en su hogar aquellos que tienen el amor de Dios. No es el mejor plan cuidar de los huérfanos en instituciones grandes. Si no tienen parientes que puedan atenderlos, los miembros de nuestras iglesias deben adoptarlos en sus familias o hallar hogar adecuado para ellos en otras familias.—Testimonies for the Church 6:281.4TS 353.3