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La Historia de la Redención

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    Capítulo 53—El santuario celestial

    El pasaje que sobre todos los demás había sido el fundamento y la columna de la fe adventista, es esta declaración: “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”. Daniel 8:14. Esas habían sido palabras familiares para todos los creyentes en la pronta venida del Señor. Miles de labios repitieron gozosamente esta profecía como si fuera el santo y seña de su fe. Todos creían que de los acontecimientos predichos por ella dependían sus más brillantes expectativas y sus esperanzas más acariciadas. Se demostró ya que esos días proféticos terminaron en el otoño de 1844. En concordancia con el resto del mundo cristiano, los adventistas sostenían entonces que la tierra—o a lo menos una porción de ella—era el santuario, y que la purificación del santuario era la de la tierra por medio de los fuegos del gran día final. Creían que eso ocurriría en ocasión de la segunda venida de Cristo. De allí la conclusión de que Jesús volvería a la tierra en 1844.HR 393.1

    Pero el tiempo señalado llegó, y el Señor no apareció. Los creyentes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar; su interpretación de la profecía debía estar equivocada; pero, ¿cuál era el error? Muchos cortaron temerariamente el nudo de la dificultad negando que los 2.300 días terminaran en 1844. Ninguna razón se podía dar para asumir esa actitud, excepto que Cristo no había venido en el momento cuando se lo esperaba. Argumentaron que si los días proféticos hubieran terminado en 1844, Cristo habría venido para limpiar el santuario mediante la purificación de la tierra con fuego; y puesto que no había venido, los días no podía haber terminado.HR 393.2

    Aunque la mayor parte de los adventistas abandonó sus antiguos cálculos de los períodos proféticos y por lo tanto negó la validez del movimiento que se basaba en ellos, unos pocos no estuvieron dispuestos a renunciar a puntos de fe y a una experiencia que tenían el apoyo de las Escrituras y del testimonio especial del Espíritu de Dios. Creían que habían adoptado sanos principios de interpretación en su estudio de las Escrituras, y que era su deber aferrarse firmemente a las verdades que ya habían obtenido, y continuar en el mismo plan de investigación bíblica. Con ferviente oración revisaron sus convicciones, y estudiaron las Escrituras para descubrir su error. Como no encontraron error alguno en su explicación de los períodos proféticos, se decidieron a examinar más cuidadosamente el tema del santuario.HR 394.1

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