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Notas biográficas de Elena G. de White

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    La causa adventista en Portland

    En junio de 1842, el Sr. Miller dio su segunda serie de conferencias en la iglesia de la calle Casco, en Portland. Yo sentía que era un gran privilegio para mí asistir a esas conferencias, pues estaba sumida en el desánimo y no me sentía preparada para encontrarme con mi Salvador. Esta segunda serie creó mucha mayor conmoción en la ciudad que la primera. Salvo pocas excepciones, las diferentes denominaciones le cerraron las puertas de sus iglesias al Sr. Miller. Muchos discursos, pronunciados desde diferentes púlpitos, trataron de exponer los supuestos errores fanáticos del conferenciante; pero multitudes de ansiosos oyentes asistían a sus reuniones, y muchos eran los que no podían entrar en la casa donde se realizaban las conferencias. Las congregaciones guardaban inusitado silencio y prestaban gran atención.NBEW 29.3

    La manera de predicar del Sr. Miller no era florida o retórica, sino que presentaba hechos sencillos y alarmantes, que despertaban a sus oyentes de su descuidada indiferencia. El apoyaba sus declaraciones y teorías con pruebas bíblicas a medida que progresaba en la exposición. Un poder convincente acompañaba sus palabras, y parecía darles el sello de un lenguaje de verdad.NBEW 30.1

    Manifestaba cortesía y simpatía. Cuando todos los asientos en la casa estaban ocupados, y la plataforma y los lugares que circundaban el púlpito parecían atestados, lo he visto abandonar el púlpito, caminar por un pasillo y tomar algún hombre anciano y débil por la mano para encontrarle algún asiento. Luego regresaba y continuaba con su discurso. Con justa razón lo llamaban “el padre Miller”, porque cuidaba con interés a los que se colocaban bajo su ministerio, era afectuoso en sus modales y tenía una disposición cordial y un corazón tierno.NBEW 30.2

    Era un orador interesante, y sus exhortaciones, dirigidas tanto a cristianos profesos como a personas impenitentes, eran poderosas y al punto. A veces sus reuniones respiraban una solemnidad tan pronunciada que hasta parecía penosa. Un sentido de la crisis inminente en los acontecimientos humanos impresionaba las mentes de las multitudes que lo escuchaban. Muchos se rendían a la convicción del Espíritu de Dios. Ancianos de cabello cano y mujeres de edad buscaban, con pasos temblorosos, los asientos ansiosos [destinados a los oyentes más fervorosos]; aquellos que se hallaban en el vigor de la madurez, los jóvenes y los niños, eran profundamente conmovidos. Los gemidos, la voz del llanto y de la alabanza a Dios se mezclaban en el altar de la oración.NBEW 30.3

    Yo creía las solemnes palabras pronunciadas por el siervo de Dios, y mi corazón se dolía cuando alguien se oponía o se burlaba. Asistía frecuentemente a las reuniones, y creía que Jesús vendría pronto en las nubes del cielo; pero mi ansiedad era estar preparada para encontrarlo. Mi mente se espaciaba constantemente en el tema de la santidad de corazón. Anhelaba por sobre todas las cosas obtener esta gran bendición, y sentir que yo había sido completamente aceptada por Dios.NBEW 31.1

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