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Testimonios para la Iglesia, Tomo 8

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    La experiencia de Juan el Bautista

    Juan el Bautista fue enseñado por el Señor en su vida del desierto. Estudiaba las revelaciones de Dios en la naturaleza. Bajo la dirección del Divino Espíritu, estudiaba los pergaminos de los profetas. De día y de noche, su estudio y meditación eran de Cristo, hasta que su mente, corazón y alma se colmaron de la visión gloriosa.8TPI 346.4

    Contemplaba al Rey en su hermosura, y perdía de vista el yo. Contemplaba la majestad de la santidad y reconocía su propia ineficiencia y falta de mérito. Lo que debía declarar era el mensaje de Dios. Era en el poder de Dios y su justicia que se mantendría firme. Estaba listo para salir como mensajero del cielo, sin temor a lo humano, porque había contemplado lo divino. Podía mantenerse con valor delante de la presencia de los monarcas del mundo porque con temor y temblor se había postrado ante el Rey de reyes.8TPI 346.5

    Juan declaró su mensaje sin tener que recurrir a argumentos sutiles o teorías rebuscadas. De manera impresionante y con carácter, pero llena de esperanza, su voz se escuchaba en el desierto diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mateo 3:2. Con un poder nuevo e inusitado, su voz conmovía a la gente. La nación entera se conmovió. Las multitudes acudían al desierto.8TPI 347.1

    Campesinos indoctos y pescadores de comarcas circunvecinas; soldados romanos de las barracas de Herodes; capitanes luciendo sus espadas al costado, listos para aplastar cualquier tipo de rebelión, los publicanos avaros venidos de sus puestos; los sacerdotes del Sanhedrín con sus filacterias, todos escuchaban absortos; y todos, aún el fariseo y el saduceo, el burlador frío e insensible, salieron -aplacadas sus muecas- con el corazón movido a compunción por sus pecados. Herodes en su palacio oyó el mensaje, y este gobernante arrogante y endurecido por el pecado tembló al escuchar la llamada al arrepentimiento.8TPI 347.2

    En esta era, poco antes de la Segunda Venida de Cristo en las nubes de los cielos, ha de hacerse una obra tal como la de Juan el Bautista. Dios busca a hombres que preparen a un pueblo que esté firme en el gran día del Señor. El mensaje que precedió al ministerio público de Cristo fue: “Arrepentíos, publicanos y pecadores; arrepentíos, fariseos y saduceos; arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mateo 4:17. Como pueblo que cree en el pronto advenimiento de Cristo, tenemos un mensaje que dar: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios”. Amós 4:12. Nuestro mensaje ha de ser tan directo como lo fue el de Juan. Reprendió a reyes por su iniquidad. A pesar de que su vida estaba en peligro, no se detuvo en declarar la Palabra de Dios. Y nuestra obra en esta era ha de ser hecha con igual fidelidad.8TPI 347.3

    Para poder dar un mensaje como el que dio Juan, debemos tener una experiencia espiritual como la suya. La misma obra debe realizarse en nosotros. Debemos contemplar a Dios, y al contemplarlo, perderemos de vista el yo.8TPI 348.1

    Juan por naturaleza padecía de las mismas faltas y debilidades comunes a la humanidad; pero el toque del amor divino lo había transformado. Al haber comenzado el ministerio de Cristo, los discípulos de Juan vinieron donde él con la queja de que todos los hombres seguían al nuevo Maestro, pero Juan demostró cuán plenamente comprendía su relación con el Mesías, y cuán alegremente le extendía la bienvenida a Aquel cuyo camino él había preparado.8TPI 348.2

    “No puede el hombre recibir nada -declaró- si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Juan 3:27-30.8TPI 348.3

    Mirando con fe al Redentor, Juan había alcanzado la cumbre de la abnegación. Se interesaba, no en atraer a los hombres a sí mismo, sino en elevar sus pensamientos más y más, hasta que descansaran en el Cordero de Dios. Él mismo había sido sólo una voz, un clamor en el desierto. Ahora, con gozo aceptaba el silencio y las sombras, para que la vista de todos se volviese a la Luz de la vida.8TPI 348.4

    Los que son fieles a su llamamiento como mensajeros de Dios no procurarán la honra personal. El amor propio quedará absorbido en el amor de Cristo. Reconocerán que su obra es proclamar, como lo hizo Juan el Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Levantarán a Jesús, y con él la humanidad entera será levantada. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Isaías 57:15.8TPI 348.5

    El alma del profeta, vaciada del yo, se llenó de la luz del Divino. En lenguaje que era casi el paralelo de las palabras del mismo Cristo, dio testimonio de la gloria del Salvador. “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos ... Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida”. Juan 3:31-34.8TPI 349.1

    En esta exaltación de Cristo todos sus seguidores han de participar. El Salvador pudo decir: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la de mi Padre”. Juan 5:30. Y, como dijo Juan, “Dios no da el Espíritu por medida”. Así es con los seguidores de Cristo. Podemos recibir la luz del cielo sólo mientras estemos dispuestos a vaciarnos del yo. Podemos discernir el carácter de Dios, y aceptar a Cristo por la fe, sólo al consentir sujetar todo pensamiento a la voluntad de Cristo. A todos los que hagan esto, el Espíritu Santo les será dado sin medida. En Cristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él...” Colosenses 2:9, 10.8TPI 349.2

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