El caso de Ana More
El sábado siguiente nos reunimos con la iglesia de Orleans, donde mi esposo presentó el caso de nuestra muy lamentada hermana, Ana More. Cuando el Hno. Amadon nos visitó el verano pasado, dijo que la Hna. More había estado en Battle Creek, y no habiendo hallado allí empleo, había viajado al condado de Leelenaw para hallar un hogar en casa de un antiguo amigo que había sido su colaborador en los campos misioneros del Africa Central. Mi esposo y yo nos sentimos muy apenados al ver que esta querida sierva de Cristo se haya visto en la necesidad de privarse de la compañía de los de su fe, y decidimos invitarla a que viniera a hacer su hogar con nosotros. Escribimos invitándola a encontrarnos en Wright cuando fuéramos allá a cumplir con nuestro compromiso, y se viniera a casa con nosotros. Pero no llegó a Wright. Incluyo aquí su respuesta a nuestra carta, fechada el 29 de agosto de 1867, que recibimos en Battle Creek:1TPI 576.3
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ANA MORE”.
Al recibir esta carta, decidimos mandar la suma necesaria a la Hna. More tan pronto como tuviéramos tiempo. Pero antes de tener un momento disponible decidimos ir a Maine, y volver en pocas semanas, para poder hacerla venir antes que se cerrara la temporada de navegación. Y cuando decidimos quedarnos para trabajar en Maine, New Hampshire, Vermont y Nueva York, le escribimos a un hermano en este condado para que viera a los hermanos principales del vecindario y consultara con ellos acerca de mandar a buscar a la Hna. More y proveerle un hogar hasta que volviéramos. Pero se descuidó el asunto hasta que se cerró la navegación, y cuando volvimos hallamos que nadie se había interesado en ayudar a la Hna. More a llegar a esta comarca, donde pudiera venir a nuestro hogar cuando volviéramos. Nos sentimos apenados y muy afligidos, y en una reunión que tuvimos en Orleans el segundo sábado después de haber vuelto, mi esposo les presentó el caso a los hermanos. Mi esposo publicó un informe de lo que fue dicho y hecho en relación con la Hna. More, en la Review del 18 de febrero de 1868, como sigue:1TPI 578.1
con la Hna. More no han cumplido con su deber. Se acordó entonces por voto unánime, invitarla a hacer su hogar entre los hermanos de esta zona hasta el congreso de la Asociación General, ocasión en la cual se presentaría su caso a nuestro pueblo. El Hno. Andrews, que estaba presente, aprobó plenamente la acción de los hermanos”.1TPI 578.2
A juzgar por lo que desde entonces hemos llegado a saber acerca del tratamiento frío e indiferente que se le dio a la Hna. More en Battle Creek, es evidente que al decir que en este caso no había nadie que fuera especialmente digno de censura, mi esposo expresó una opinión demasiado caritativa. Al saber todos los detalles del caso, ningún cristiano podría dejar de culpar a todos los miembros de esa iglesia que conocían las circunstancias y no se interesaron personalmente por ayudarla. Por cierto que era deber de los oficiales hacer esto e informar a la iglesia, si otros no tomaban antes las cosas en sus manos. Pero los miembros individuales de esa iglesia, o de cualquier otra, no tienen derecho alguno de sentirse exentos de interesarse por personas que estén en una situación tal. Después de lo que se publicó en la Review acerca de esta abnegada sierva de Cristo, hubiera sido lógico que cada lector de la revista domiciliado en Battle Creek hubiera hecho contacto personal con ella para informarse en cuanto a sus necesidades.1TPI 579.1
La Hna. Strong, esposa del pastor P. Strong, Jr., estuvo en Battle Creek al mismo tiempo que la Hna. More. Ambas llegaron el mismo día y se fueron al mismo tiempo. La Hna. Strong, que se halla a mi lado, dice que la Hna. More deseaba que ella intercediera en su favor, para que le dieran empleo de modo que pudiera quedarse entre los guardadores del sábado. La Hna. More declaró estar dispuesta a hacer cualquier cosa, pero que su preferencia era enseñar. También le pidió al pastor A. S. Hutchins que presentara su caso a los hermanos principales en la oficina de la Review, y tratara de conseguirle una escuela. El Hno. Hutchins cumplió con gusto este encargo. Pero no se le dio ánimo, porque parecía no haber ninguna vacante. También la Hna. More le dijo a la Hna. Strong que se hallaba en la pobreza y tendría que irse al condado de Leelenaw si no lograba hallar trabajo en Battle Creek. Con frecuencia se lamentaba en términos conmovedores por verse obligada a dejar a los hermanos.1TPI 579.2
La Hna. More le escribió al Hno. Thompson en relación con su invitación a hacer su hogar con su familia, y deseaba esperar hasta recibir la respuesta. La Hna. Strong la acompañó en su búsqueda de un lugar donde quedarse hasta recibir la respuesta del Sr. Thompson. En un lugar se le dijo que podía quedarse desde el miércoles hasta el viernes de mañana; entonces tendrían que salir. Esta hermana le contó el caso de la Hna. More a su propia hermana que vivía cerca y era también guardadora del sábado. Cuando volvió, le dijo a la Hna. More que podía quedarse con ella hasta el viernes por la mañana, pero que su hermana había dicho que no le resultaba conveniente recibirla. Más tarde la Hna. Strong supo que la verdadera excusa era que la hermana no conocía a la Hna. More. Podría haberla recibido, pero no quiso hacerlo.1TPI 579.3
La Hna. More le preguntó entonces a la Hna. Strong qué debía hacer. La Hna. Strong era casi una extraña en Battle Creek, pero pensó que podría acomodarla con la familia de un hermano pobre, conocido suyo, que recientemente había llegado procedente del condado de Montcalm. En eso tuvo éxito. La Hna. More se quedó hasta el martes, día en que partió rumbo al condado de Leelenaw, vía Chicago. Allí pidió prestado dinero para completar su jornada. En Battle Creek había por lo menos algunos que conocían sus necesidades, puesto que no se le cobró nada por su breve permanencia en el Instituto.1TPI 580.1
En cuanto volvimos del este, mi esposo, al saber que, a pesar de nuestro pedido, no se había hecho nada por acomodar a la Hna. More en un lugar que le permitiera venir en seguida a nuestro hogar en cuanto volviéramos, le escribió que viniera tan pronto como le fuera posible, a lo cual ella respondió como sigue:1TPI 580.2
“Leland, Condado de Leelenaw, Míchigan,
20 de febrero de 1868.
“Mi querido Hno. White,
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“ANA MORE
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A. M.”
Ha muerto, pero a pesar de ello habla. Los que hayan visto su necrología en un número reciente de la Review, leerán sin duda con mucho interés sus cartas que he incluido aquí. La Hna. More podría haber sido una bendición para cualquier familia de guardadores del sábado que hubiera apreciado su valor, pero ahora duerme. Nuestros hermanos de Battle Creek y de esta vecindad podrían haber provisto un hogar más que bienvenido para Jesús en la persona de esta mujer piadosa. Pero se pasó la oportunidad. No era conveniente. No la conocían. Era de edad avanzada, y podría convertirse en una carga. Fueron sentimientos así los que la excluyeron de los hogares de los profesos amigos de Jesús, que esperan su pronto advenimiento, y la separaron de quienes ella amaba, haciéndola ir a los que se oponían a su fe, al norte de Míchigan, en medio de los hielos invernales, a morir de frío. Murió en calidad de mártir por el egoísmo y la codicia de los profesos guardadores de los mandamientos.1TPI 583.3
Con este caso, la Providencia ha administrado una terrible reprensión contra la conducta de los que no recibieron a esta extraña. Pero no era en realidad una extraña. Se conocía su reputación, pero nadie la recibió. Muchos sentirán tristeza al pensar en cómo la Hna. More anduvo por Battle Creek rogando por un hogar entre el pueblo que ella había escogido. Y cuando la sigan a Chicago en su imaginación, y la vean pedir allí prestado el dinero necesario para afrontar los gastos del viaje al lugar de su descanso definitivo -y cuando piensen en esa tumba en el condado de Leelenaw, donde descansa esa preciosa desterrada—, que Dios tenga piedad de los que son culpables en su caso.1TPI 584.1
¡Pobre Hna. More! Ella duerme, pero nosotros hicimos lo que pudimos. Mientras estábamos en Battle Creek, a fines de agosto, recibimos la primera de las dos cartas que he publicado, pero no teníamos dinero que mandarle. Mi esposo escribió a Wisconsin y Iowa pidiendo fondos, y recibió setenta dólares con que costearnos los gastos de viajar a esas convocaciones occidentales, celebradas en septiembre pasado. Esperábamos que tendríamos medios para enviarle en cuanto volviéramos del Oeste, y pagar así su viaje a nuestro nuevo hogar en el condado de Montcalm.1TPI 584.2
Nuestros generosos amigos del oeste habían provisto los medios necesarios. Pero cuando decidimos acompañar al Hno. Andrews a Maine, el asunto se pospuso hasta nuestro retorno. No esperábamos estar en el este por más de cuatro semanas, lo cual nos habría dado tiempo más que suficiente para mandar traer a la Hna. More después de nuestro retorno, y hacer que llegara a nuestro hogar antes del cierre de la temporada de navegación. Y cuando decidimos quedar en el este varias semanas más de lo que habíamos pensado, no perdimos tiempo en dirigirnos a varios hermanos de esta zona, recomendándoles que hicieran venir a la Hna. More y proveyeran para ella un hogar hasta nuestro regreso. Repito: Hicimos lo que pudimos.1TPI 584.3
Pero, ¿por qué habríamos de sentir interés por esta hermana, más que por otros? ¿Qué esperábamos de esta misionera agotada? No podría hacer los trabajos de nuestro hogar, y en casa teníamos sólo un niño al cual ella le podría enseñar. Y por cierto que no se podría esperar mucho de alguien tan desgastado como lo estaba ella, que ya tenía casi sesenta años. No teníamos ningún uso específico para ella, excepto para traer a nuestro hogar la bendición de Dios. Hay muchas razones por las cuales nuestros hermanos debieran haberse interesado más que nosotros en el caso de la Hna. More. Nosotros nunca la habíamos visto, y no teníamos otros medios de conocer su historia, su devoción a la causa de Cristo y la humanidad, que los que tenían todos los lectores de la Review. Nuestros hermanos de Battle Creek habían visto a esta noble mujer, y algunos de ellos conocían en mayor o menor grado sus deseos y necesidades. Nosotros no teníamos dinero con qué ayudarle; ellos sí. Nosotros ya estábamos sobrecargados de trabajo y necesitábamos tener en casa a personas que tuvieran la fortaleza y la vivacidad de la juventud. En vez de ayudar a otros, nosotros mismos necesitábamos ayuda. Pero la mayor parte de nuestros hermanos de Battle Creek están en tal situación que la Hna. More no habría significado para ellos el menor cuidado o carga. Tienen tiempo y fuerzas, y se hallan comparativamente libres de necesidad.1TPI 584.4
Sin embargo, nadie se interesó en este caso en la medida en que nosotros lo hicimos. Hasta le hablé a la congregación en pleno, antes que viajáramos al este el otoño pasado, acerca de su descuido de la Hna. More. Me referí al deber de darle honor a quien se le debe honor; me parecía que la sabiduría se había apartado de los prudentes a tal grado que no les era posible apreciar el valor moral. Les dije a los miembros de esa congregación que entre ellos había muchos que tenían tiempo para reunirse, para cantar y tocar sus instrumentos musicales; tenían dinero para darle al artista con el fin de multiplicar sus propias imágenes, o para gastar en las diversiones públicas; pero no tenían nada para darle a una misionera desgastada que había abrazado de corazón la verdad presente, y que había venido a vivir entre quienes tenían una fe tan preciosa como la suya. Les aconsejé detenerse y considerar lo que estábamos haciendo, y les propuse que guardaran sus instrumentos musicales durante tres meses, y tomaran tiempo para humillarse delante de Dios en autoexamen, arrepentimiento y oración hasta que aprendieran cuáles son los derechos que Dios reclama sobre ellos como sus hijos profesos. Mi alma se conmovió al sentir el mal que se le había hecho a Jesús en la persona de la Hna. More, y hablé personalmente con varias personas acerca de esto.1TPI 585.1
Este asunto no sucedió en algún rincón. Pero a pesar de que el asunto se hizo público, seguido de la grande y buena obra en Battle Creek, la iglesia no hizo ningún esfuerzo por redimir el pasado haciendo venir a la Hna. More. Y alguien, la esposa de uno de nuestros pastores, declaró más tarde: “No veo por qué los Hnos. White hacen tanto alboroto por la Hna. More. Creo que no comprenden el caso”. ¡Por cierto que no comprendimos el caso! Es mucho peor de lo que habíamos supuesto. Si lo hubiéramos comprendido, nunca habríamos dejado Battle Creek sin haber establecido plenamente ante la congregación el pecado que significó haberla dejado alejarse de ellos, y sin habernos cerciorado de que se tomaban las medidas necesarias para llamarla a regresar.1TPI 585.2
Un miembro de esa iglesia, comentando el alejamiento de la Hna. More, ha dicho en resumen: “Ahora nadie se siente inclinado a responsabilizarse de tales casos. El Hno. White siempre se encargó de ellos”. Así era. Los llevaba a su hogar hasta que cada silla y cada cama tenía ocupante; entonces visitaba a sus hermanos y los hacía encargarse de los que él no podía atender. Si necesitaban medios, les daba y luego invitaba a otros a seguir su ejemplo. En Battle Creek tiene que haber hombres que hagan lo que él hizo, o la maldición de Dios seguirá a esa iglesia. No sólo un hombre; hay allí cincuenta que pueden hacer más o menos como él hizo.1TPI 586.1
Nos dicen que debemos volver a Battle Creek. No estamos listos para dar ese paso. Probablemente nunca sea nuestro deber hacerlo. Llevamos allí pesadas cargas, hasta que no pudimos seguirlas llevando. Dios hará que los hombres y mujeres fuertes de ese lugar se repartan esas cargas entre sí. Los que se mudan a Battle Creek, que aceptan posiciones allí, pero que no están listos a poner sus manos a esta obra, estarían mil veces mejor en otra parte. Hay quienes pueden ver y sentir, y con gozo le hacen bien a Jesús en la persona de sus santos. Que tengan lugar para obrar. Que los que no pueden hacer esto vayan a donde no estorben la obra de Dios.1TPI 586.2
Esto se aplica especialmente a los que se hallan a la cabeza de la obra. Si ellos hacen mal, todo anda mal. Mientras mayor sea la responsabilidad, mayor es la ruina en caso de infidelidad. Si los hermanos dirigentes no cumplen fielmente su deber, los dirigidos no cumplirán el suyo. Los que están a la cabeza de la obra en Battle Creek deben ser ejemplos del rebaño en todo lugar. Si hacen esto, tendrán una gran recompensa. Si no hacen esto y de todos modos aceptan tales posiciones, tendrán que dar una cuenta pavorosa.1TPI 586.3
Nosotros hicimos lo que pudimos. Si hubiéramos podido tener medios a nuestro alcance el verano y otoño pasados, la Hna. More estaría hoy con nosotros. Cuando vimos cuál era nuestra verdadera condición, como la hemos descrito en el Testimonio número 13, ambos afrontamos la situación con optimismo, y dijimos que no queríamos la responsabilidad de manejar medios. Esto fue un error. Dios quiere que tengamos medios para que, como ha sucedido en lo pasado, podamos ayudar donde se necesite hacerlo. Satanás quiere atar nuestras manos en este respecto, e inducir a otros a ser descuidados, insensibles y codiciosos, de modo que siga la cruel obra que se vio en el caso de la Hna. More.1TPI 586.4
Vemos a marginados, viudas, huérfanos, pobres dignos y pastores en necesidad, y muchas oportunidades de usar medios para la gloria de Dios, el avance de su causa y el alivio de los santos sufrientes, y deseo tener medios que usar para Dios. La experiencia de haber pasado casi un cuarto de siglo viajando en forma extensa y sintiendo la condición de los que necesitaban ayuda, nos califica para hacer uso juicioso del dinero de nuestro Señor. He comprado mi propio papel de escribir, comprado mis propios sellos postales, y he pasado buena parte de mi vida escribiendo para bien de otros, y todo lo que he recibido por esta obra, que me ha cansado y gastado en forma terrible, no alcanzaría para cubrir el diezmo de lo que he gastado en sellos postales. Cuando se me han ofrecido medios, los he rehusado, o los he dedicado a instituciones de caridad como la Asociación Publicadora. No volveré a hacer esto. Seguiré cumpliendo con mi deber en la obra, como siempre, pero mis temores de recibir medios para usarlos para el Señor se han disipado. Este caso de la Hna. More me ha despertado plenamente para ver la obra de Satanás en el acto de privarnos de medios económicos.1TPI 587.1
¡Pobre Hna. More! Cuando supimos que había muerto, mi esposo se sintió sumamente mal. Ambos sentimos como si hubiera desaparecido una querida madre, cuya compañía hubieran anhelado nuestros corazones. Algunos podrán decir: ‘Si hubiéramos estado en lugar de los que supieron algo de los deseos y necesidades de esta querida hermana, no hubiéramos actuado como ellos’. Espero que nunca tengan que sufrir las punzadas de la conciencia que algunos deben sentir por haber estado tan interesados en sus propios asuntos que rehusaron llevar ninguna responsabilidad en su caso. Que Dios tenga piedad de los que le tienen tanto miedo a ser engañados, que descuidaron a una digna y abnegada sierva de Cristo. Como excusa por este descuido se ofreció la siguiente observación: Nos han mordido tantas veces que les tenemos temor a los extraños. ¿Fue eso lo que nos instruyeron el Señor y sus discípulos, que fuésemos muy cautelosos y no recibiéramos a los extraños, para no arriesgarnos a cometer un error y que nos mordieran la mano por cuidar de una persona indigna?1TPI 587.2
Pablo exhorta a los hebreos: “Permanezca el amor fraternal”. No nos engañemos pensando que hay un tiempo cuando no se necesitará esta exhortación, cuando podrá terminarse el amor fraternal. El apóstol continúa: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. Leamos (Mateo 25), desde el (versículo 31) en adelante. Leedlo, hermanos, la próxima vez que abráis la Biblia en vuestras devociones familiares matinales o vespertinas. Las buenas obras que realizaron aquellos a quienes se les dio la bienvenida al reino, le fueron hechas a Cristo en la persona de su pueblo sufriente. Los que hicieron esas buenas obras no sentían que hubieran hecho nada por Cristo. No habían hecho más que cumplir su deber para con la humanidad sufriente. Los que estaban a la mano izquierda no podían comprender que habían abusado de Cristo al descuidar las necesidades de su pueblo. Pero habían descuidado a Jesús en la persona de sus santos, y por este descuido debían ser consignados al castigo eterno. Y se especifica en forma definida un punto de su descuido en estos términos: “Fui forastero y no me recogisteis”.1TPI 588.1
Estas cosas no suceden sólo en Battle Creek. Me lleno de pesar al ver cuánto egoísmo hay por todas partes entre los profesos guardadores del sábado. Cristo ha ido a preparar para nosotros mansiones eternas, ¿y rehusaremos proveer para él un hogar por unos pocos días, en la persona de sus santos rechazados? El Salvador dejó su hogar en la gloria, su majestad y su elevado comando, por salvar al hombre perdido. Se hizo pobre para que nosotros, a través de su pobreza, pudiéramos ser hechos ricos. Se sometió al oprobio, de modo que el hombre pudiera ser exaltado y se le proveyera un hogar de belleza incomparable, y firme como el mismo trono de Dios. Los que al fin ganen la victoria y se sienten con Cristo en su trono, seguirán el ejemplo de Jesús, y por elección libre y feliz, se sacrificarán por él en la persona de sus santos. Los que no puedan hacer esto por su propia elección, serán echados fuera, al castigo eterno. 1TPI 588.2
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