Desde ese momento en adelante, Jaime y Elena White tuvieron que tener en cuenta el hecho de que eran una familia. Pronto los Howland invitaron a la pareja a establecerse en las habitaciones de la planta alta de su casa en Topsham. Sobre esto Elena de White escribió lo siguiente: MV 43.4
En el mes de octubre, el Hno. y la Hna. Howland, de Topsham, nos ofrecieron amablemente una parte de su casa que nosotros aceptamos gozosos, y nos instalamos con muebles prestados. Éramos pobres y preveíamos tiempos difíciles (NB, p. 114). MV 43.5
Podrían citarse muchos incidentes para ilustrar su pobreza. La joven pareja estaba decidida a ser financieramente independiente, de modo que Jaime se ocupó en trabajar como jornalero. Consiguió trabajo acarreando piedra cuando se abrió una vía férrea cerca de Brunswick. La piel de sus manos se desgastó hasta el punto de sangrar en muchos lugares, y luego tuvo dificultad para recoger su salario. Los Howland dividieron generosamente lo que tenían con la joven pareja en esos tiempos de depresión económica. Luego Jaime cortó leña apilada en un bosque cercano, trabajando desde temprano hasta tarde para ganar cincuenta centavos por día. Dolores severos que sufría en su costado le hacían pasar noches insomnes. Pero la joven pareja resolvió vivir dentro de sus recursos, y sufrir antes que endeudarse. Con su presupuesto muy limitado, Elena sólo tenía suficiente dinero para medio litro de leche por día para su niño y para ella. Luego llegó el día cuando tuvo que eliminar el gasto de nueve centavos para la provisión de leche para tres días para tener suficiente dinero a fin de comprar algo de tela para una prenda de vestir para el bebé. “Renuncié a la leche —escribió— y compré la tela para una batita a fin de cubrir los bracitos desnudos de mi niñito” (1LS, p. 243). Ella escribió en cuanto a su experiencia: MV 43.6
Nos esforzamos en mantenemos de buen ánimo y en confiar en el Señor... Un día que no teníamos nada para comer, mi esposo fue a ver a su empleador para pedirle dinero o provisiones. El día era tormentoso y tuvo que andar 5 kilómetros (3 millas) de ida y otros tantos de vuelta bajo la lluvia. Vino a casa cargado con un saco de provisiones dividido en diferentes compartimentos, y así cruzó por el pueblo de Brunswick, donde a menudo había dado conferencias. MV 44.1
Al verlo entrar en casa, muy fatigado, sentí desfallecer mi corazón. Mi primera idea fue que Dios nos había desamparado. Le dije a mi esposo: “¿A esto hemos llegado? ¿Nos ha dejado el Señor?” No pude contener las lágrimas, y lloré amargamente largo rato hasta desmayarme (NB, p. 114-115). MV 44.2
La joven madre había llegado al punto más bajo en su experiencia. ¿Por qué, oh, por qué sufrían tantas penurias cuando ellos se habían consagrado a la causa de Dios? Al recuperar el conocimiento, sintió la influencia animadora del Espíritu de Dios. MV 44.3
Durante seis meses siguieron viviendo en la residencia de los Howland, pero realmente fue un tiempo de prueba. Según Jaime, él sufría más mental y corporalmente que lo que podía expresar con pluma y papel (JW a Leonard y Elvira Hastings, 27 de abril, 1848). MV 44.4
Entonces Jaime y Elena comprendieron verdaderamente cuál era la razón de sus dificultades. Ella había pensado que ahora que tenían un niño le sería imposible viajar y que debían efectuar un cambio en su programa. Una visión de Dios reveló el propósito de las pruebas que estaban enfrentando: MV 44.5
Se me mostró que el Señor nos había estado probando para nuestro bien, a fin de preparamos para trabajar en favor del prójimo; que él había perturbado nuestra tranquilidad para que no nos arrellanáramos cómodamente en nuestro hogar. Nuestra labor había de emplearse en bien de las almas, y si hubiésemos prosperado, nos hubiera parecido tan agradable el hogar que no hubiéramos querido abandonarlo. Dios permitió las pruebas a fin de preparamos para conflictos todavía más graves con que íbamos a tropezar en nuestros viajes (NB, p. 115). MV 44.6
Una experiencia desconsoladora reforzó el mensaje de la visión. Henry se enfermó gravemente y pronto cayó en la inconsciencia. Nada de lo que sus padres o amigos pudieran hacer proporcionó alivio. Reconociendo que habían hecho de su pequeño Henry “una excusa para no viajar y trabajar por el bien de otros”, temían que Dios estaba por quitar la base para sus excusas. Agonizando en oración, le prometieron a Dios que si salvaba la vida del niño irían confiando en él a cualquier lugar adonde pudiera enviarlos. Por fe reclamaron las promesas de Dios. Desde el momento de esta decisión y de este acto de consagración, la fiebre bajó y Henry comenzó a recobrarse. He aquí lo que Elena de White escribió al respecto: “La luz del cielo estaba atravesando las nubes y resplandeciendo sobre nosotros una vez más. Reavivó la esperanza. Nuestras oraciones recibieron misericordiosa respuesta” (1LS, p. 244; ver NB, p. 116). MV 44.7