A medida que se acercaba la hora de llegar a California, tarde el jueves de noche, la Sra. White sintió que a duras penas podría soportar la esperada fiesta que marca tradicionalmente el día final de un viaje. Willie vino adonde ella estaba y le dijo: “Nos estamos acercando a la última noche del viaje, cuando tendremos más ruido que nunca antes; pero estoy orando para que venga una tormenta” (MS 29, 1901). “También yo”, replicó su madre. MV 387.2
Ese miércoles de noche, todavía temiendo la parranda del día siguiente, Elena de White encontró una pequeña antecámara y se recostó. Se quedó dormida, pero pronto fue despertada por una voz que le hablaba. Mientras recuperaba la conciencia, se dio cuenta qué quería decir. “El cuarto estaba lleno de una dulce fragancia, como de hermosas flores”. Luego se quedó dormida una vez más y se despertó de la misma manera. He aquí lo que escribió al respecto: MV 387.3
Oí que se me hablaba, y se me aseguró que el Señor me protegería, que él tenía un trabajo para mí. Me fue dado un mensaje de consuelo, de aliento y de orientación, y fui grandemente bendecida (Ibíd.). MV 387.4
Parte del mensaje que le llegó en ese tiempo fue la certeza de que debía despreocuparse en cuanto a un punto en particular. Era la cuestión de dónde debería vivir en Norteamérica. En los primeros años había vivido en Battle Creek, Michigan, cuando su esposo dirigía la iglesia y administraba la Review and Herald Publishing House. Luego habían vivido en Oakland, California, cuando Jaime comenzó la revista Signs of the Times. Después de la muerte de su esposo, Elena había vivido en una casa en Healdsburg, California, sólo a pocas cuadras del colegio. Ella era todavía dueña de esta casa. Justo antes de partir para Australia había vivido nuevamente en Battle Creek. ¿Y ahora dónde debería establecerse? La pregunta le había preocupado desde el momento que había planeado dejar Australia. MV 387.5
La visión que se le dio ese miércoles de noche durante la última semana del viaje la tranquilizó. Ella escribió al respecto: “El Señor se me reveló... y me confortó, asegurándome que tenía un refugio preparado para mí, donde yo tendría tranquilidad y descanso” (Carta 163, 1900). MV 387.6
¡Qué reconfortante fue saber que Dios ya tenía algo en mente para ella! Cuánto deseaba que pudiera saber precisamente qué era o dónde estaba. MV 387.7