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24—Temperancia SE1 191

«¿NO SABÉIS que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9: 24-27). SE1 191.1

Tanto en el círculo familiar como en la iglesia hemos de dar preeminencia a la temperancia cristiana. Ella debe ser un elemento vivo y activo que reforme los hábitos, las inclinaciones y los caracteres. La intemperancia constituye la base de todo mal en nuestro mundo. En general, hemos hablado poco sobre la temperancia cristiana. Fallamos en presentar la urgencia de este tema a los padres cristianos. Los padres y madres debieran ser persuadidos, SE1 191.2

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Septiembre de 1893. Manuscrito 50, 1893. en el temor del Señor, no solo a abstenerse de toda bebida embriagante, sino también del té, el café y la carne.

Yo voy más lejos. La temperancia debe practicarse tanto al cocinar los alimentos como en la variedad de platos que ponen sobre la mesa, a fin de que la madre pueda economizar todo esfuerzo posible. No es esencial una gran variedad de productos para sostener la vida; puesto que ello perjudica los órganos digestivos y genera un conflicto en el estómago. Con la bendición de Dios, el alimento sencillo, simple, sostendrá la vida y será lo mejor para todo el cuerpo. SE1 192.1

Pocos se dan cuenta de que generalmente se ingiere más comida de la que realmente se necesita. Todo lo que se come en exceso recarga el estómago y perjudica a toda la estructura humana. Cuando el estómago tiene trabajo en demasía se cansa. Esta fatiga repercute en todo el organismo. El niño no puede entender por qué se siente tan cansado e impaciente, y supone que tiene hambre y que debe comer algo. El problema verdadero es que los órganos digestivos han sido severamente recargados y necesitan descansar. Pero se ingiere más comida y los pobres órganos agotados se enferman y se inflaman. El resultado son la indigestión y un hígado enfermo. SE1 192.2

Las madres deben ser instruidas al respecto. Las tortas dulces deben dejarse fuera de la mesa pues son perjudiciales para el estómago y el hígado. Los dulces que los niños comen afectan la vitalidad. Por ley del hogar todo lo que haga impura la sangre tiene que ser descartado de la mesa. Especialmente, tiene que darse a los niños pequeños comida saludable. No se les debe dar ni té ni café. Su alimento no debería contener especias u otra clase de condimento. La comida más sencilla es la más saludable y la que mantiene el templo de Dios en la condición más saludable. SE1 192.3

Si la paz de Cristo habita en el corazón, el alimento sencillo, acompañado por un buen apetito, se disfrutará. Hemos de cumplir el mandato: «Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Cor. 10: 31). «Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col. 3: 17). Pero, ¿cuánto piensan en Dios los que dicen ser cristianos? ¿Cuánta con-versación santificada se entabla en la mesa familiar? Si se pensara en Dios cuando comemos y bebemos, el valioso talento del habla sería frecuentemente empleado para su gloria. SE1 192.4

¿No procuraremos evitar el pecado de Belsasar cuando en su sacrilega fiesta honraba a los dioses de plata y oro? En esta fiesta el rey y sus nobles bebían vino en los vasos sagrados de la casa del Señor. El vino confundió los sentidos de los libertinos hasta que nada fue demasiado sagrado como para que ellos no lo no profanaran. El mismo rey los encabezó en la blasfemia, haciendo un despliegue de profanación desafiante. SE1 192.5

En el mismo momento cuando la comilona estaba en su apogeo, una mano no humana trazó en la pared del salón donde se celebraba el banquete la condenación del rey y de su reino. «Mene, Mene, Tekel, Uparsin” fueron las palabras escritas, y esta fue la interpretación dada por Daniel: «Pesado has sido en balanza y hallado falto [...]. Tu reino ha sido roto y dado a los medos y a los persas». Y el relato nos dice: «La misma noche fue muerto Belsasar, rey de los caldeos” (Dan. 5: 25, 27-28, 30). SE1 193.1

Nunca se imaginó Belsasar que un vigilante invisible contemplaba su orgía idolátrica. Pero no hay nada que se diga o haga que no quede registrado en los libros del cielo. Las místicas palabras trazadas por la pálida mano, certifican que Dios es testigo de todo lo que hacemos y que es deshonrado por los festines y las orgías. No podemos ocultar nada de la vista de Dios. No podemos evadir nuestra responsabilidad ante él. Dondequiera que estemos y cualquier cosa que hagamos, somos responsables ante Aquel a quien pertenecemos por creación y redención SE1 193.2

Dios ha asignado una obra a cada ser humano. Todos podemos ser colaboradores con él. Padres, ustedes tienen en las Escrituras la expresión de la voluntad de Dios. Èl ha declarado que tan solo hay dos grupos en nuestro mundo: los obedientes y los desobedientes. Aunque somos seres humanos caídos, sin embargo, podemos estar en terreno ventajoso. Cristo tomó la naturaleza humana sobre sí mismo para que la humanidad pudiera tocar a la divinidad y se aferrara al Dios infinito. SE1 193.3

El Señor nos ha dado facultades y talentos para que podamos distinguir entre el bien y el mal. Lo lograremos si rehusamos ceder a las tentaciones de Satanás, que está jugando el juego de la vida por cada persona. Pero si aturdimos nuestras facultades por el uso de drogas, no podremos distinguir entre lo correcto y el error, entre lo sagrado y lo común. Este tipo de pecado está a nuestra propia puerta. Hemos entregado nuestras facultades a Satanás, y los hábitos egoístas e impuros nos atan como si fueran cadenas de acero. SE1 193.4

Pero Dios es paciente, lleno de misericordia y longanimidad, y aunque el ser humano se encuentra en abyecta esclavitud, si se vuelve de su maldad y confiesa sus pecados, colocándose bajo la protección de Dios, encontrará ayuda. Se ha hecho provisión para que todos seamos salvos. Los que reciben a Cristo y creen en él como su Salvador personal recibirán la vida eterna. SE1 193.5

Cristo ama a toda persona. Entregó su vida para salvarnos. Dice: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo» (Juan 15: 10-11). «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra» (Mat. 28: 18). Cristo murió en la cruz para atraernos a él, y quiere vernos gozosos con ese gozo que solamente él puede dar: el gozo de la obediencia. SE1 194.1

«Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros». Amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, es el cumplimiento de la ley. Cristo tiene un tesoro lleno de valiosos dones para cada alma. «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15: 13). Luego Jesús nos dice quiénes son sus amigos: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15: 14). La obra de santificación consiste en la gozosa ejecución de los deberes diarios en perfecta obediencia a los mandamientos de Dios. La falta de cooperación con Cristo en la gran obra de la redención, constituye una falta que toda la eternidad no podrá satisfacer. SE1 194.2

Dios acoge al ser humano tan pronto como este reconoce que no hay nada en sí mismo que lo haga merecedor de la salvación. Debe rendirse como un siervo que está listo para servir a Aquel que dio su vida para redimirlo. Cuando el ser humano deja de confiar en todo lo que haya hecho o puede hacer para salvarse, cuando se entrega para ser salvado por Cristo, demuestra que valora el sacrificio hecho en su favor, que tiene confianza para encomendar su alma a Dios. Esa persona puede decir por fe: «Sé que guardará mi depósito para aquel día” (2 Tim. 1: 12). SE1 194.3

Es nuestro deber prestar obediencia implícita a los requerimientos divinos. Nuestra fe debe asirse a la misericordia y el perdón de nuestros pecados. Luego, creyendo que nuestros pecados son perdonados, no hemos de transitar más en la senda de la transgresión, sino rendirnos a la voluntad de Dios. Cada día que fallamos en hacer la voluntad de Dios, le robamos al que dijo: «No sois vuestros, pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios» (1 Cor. 6: 19-20). SE1 194.4

Mientras avanzamos paso a paso, confiando, creyendo, alcanzando el objetivo de nuestra fe, que es la salvación de nuestras almas, el camino se hará claro para nosotros. Pero aunque no siempre podamos decir por qué se nos pide hacer esto o aquello, hemos de obedecer sin preguntar. A Abraham se le pidió que abandonara su hogar paterno. No podía ver el futuro, pero por la fe salió a una tierra extraña, sin saber a dónde iba. Estaba completamente seguro de que Dios sí lo sabía, y que todo lo que tenía que hacer era confiar en la dirección divina y avanzar en obediencia a los mandatos de Dios. SE1 195.1

No hemos de apoyarnos en el ser humano. Hemos de consultar a Dios. Hemos de colocar toda nuestra confianza en él. Caminar por fe y no por vista no quiere decir que hemos de cerrar nuestros ojos y no ver nada. Debemos abrir nuestros ojos tanto como sea posible, pero deben estar fijos en el Salvador. Si seguimos mirándole, él nos guiará a toda la verdad. Èl es el Alfa y la Omega, el autor y el consumador de nuestra fe. SE1 195.2

«Reconócelo en todos tus caminos y él hará derechas tus veredas”. Esta es la promesa. Dios debe ser consultado a cada paso. No desea que confiemos en seres humanos que necesitan ellos mismos caminar cuidadosamente delante de Dios. El que piensa estar firme, mire que no caiga. Si miramos a los hombres obtendremos ayuda humana, pero si suplicamos por la dirección divina estaremos a salvo en la seguridad de que Dios dirige nuestros pasos. SE1 195.3

Los discernimiento de Abraham no estaban cerrados cuando decidió que lo mejor que podía hacer era separarse de Lot, aunque había sido como un padre para él. No podía soportar contiendas y disensiones, ni siquiera entre los pastores. No podía reinar la paz en su mente si su relación estaba perturbada por diferencias desagradables. La separación le resultaba dolorosa, pero así debía ser. SE1 195.4

Abraham le dio a Lot la preferencia en la elección para que este no fuera luego tentado a suponer que al separarse, el patriarca estaba procurando sus propios intereses. Lot eligió un hermoso lugar cerca de Sodoma. La tierra que eligió poseía ventajas naturales, pero él no se detuvo a investigar la moral ni la religión de los sodomitas. Conocemos bien la historia posterior. Y llegó la hora en que tuvo que huir de la ciudad corrupta, que había sido ensombrecida por crímenes de toda clase. Se le permitió advertir a sus hijas y yernos, pero ellos se negaron a escuchar su advertencia como tampoco escucharon sus enseñanzas. Se mofaron de su fe en Dios y perecieron en la destrucción de Sodoma. Esta es una lección para todos nosotros. Debiéramos ser cuidadosos al seleccionar el lugar donde habitarán nuestras familias. Debemos buscar la ayuda del Señor en la preparación de nuestros hijos y en la elección de su profesión. Cada familia ha de buscar a Dios constantemente, confiando en su sabia dirección. Se requiere agudeza de discernimiento para evitar el erróneo curso de acción que nos lleva a procurar las ventajas mundanales. SE1 195.5

La voluntad del Señor debe ser nuestra voluntad. Dios debe ser lo primero, lo último y lo mejor en todo. Hemos de estar dispuestos a aprender como si fuésemos niños y movernos con cuidado, depositando toda nuestra confianza en Dios. Nuestros intereses eternos están en juego en cada paso que damos; sea que nos movamos hacia el cielo, hacia la ciudad cuyo Hacedor y Constructor es Dios, o nos movamos hacia los intereses terrenales, hacia las atracciones de Sodoma. SE1 196.1

Dios no consulta nuestras opiniones ni preferencias. Èl conoce lo que no conocen los seres humanos: los resultados futuros de cada acción. Por lo tanto, nuestros ojos deberían centrarse en él y no en las ventajas mundanales presentadas por Satanás. El enemigo nos dice que si le prestamos atención, alcanzaremos grandes alturas de conocimiento. «Seréis como Dios», le dijo a Eva, «si coméis del árbol prohibido por Dios”. La prueba dada a Adán y a Eva fue muy simple, pero no pudieron soportarla. Desobedecieron a Dios, y esa transgresión abrió las puertas de la calamidad sobre nuestro mundo. SE1 196.2

Los mandamientos de Dios deben ser obedecidos por todos. «Haz esto —declara el Eterno— y vivirás” (Luc. 10: 28). Sin embargo, a pesar de que los hombres y mujeres tienen delante de ellos la historia de la caída, que les muestra que la desobediencia en las cosas pequeñas es lo mismo a la vista de Dios que la desobediencia en las cosas grandes, los mandamientos de Dios son pasados por altos y ridiculizados. SE1 196.3

La señal de peligro ha sido presentada en la Palabra de Dios, al mostrarnos que todos los que transgreden la ley de Dios están bajo la pena de muerte. Si el Señor castigara de inmediato al transgresor que rechaza la ley, los hombres y las mujeres tendrían temor de hacer el mal que ahora se comete en nuestro mundo, aquellos a quienes ningún ruego o advertencia les impide seguir sus propias opiniones, abandonarían sus pecados. SE1 196.4

Pero aunque los seres humanos no tienen discernimiento para verlo, el castigo por el pecado es tan cierto como si se hubiera ejecutado cuando el pecado fue cometido, a menos que el pecador se arrepienta y se vuelva a Dios. La paciencia y tolerancia del Señor serán apreciadas por los que se arrepienten, y él los salvará del pecado. Pero los que continúan desobedeciendo, recibirán un castigo que será proporcional a su rebelión contra el Dios del cielo. SE1 196.5

Muchos hacen caso omiso a la luz y a las oportunidades que Dios les ha concedido y siguen su camino con terquedad. Así lo hizo Belsasar. Aunque Dios se le había revelado en honra y majestad a Nabucodonosor, Belsasar cerró sus ojos a la luz y eligió su propio derrotero. Daniel le declaró: «El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor, tu padre, el reino, la grandeza, la gloria y la majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaban y temían delante de él. A quien le placía, mataba, y a quien le placía, daba vida; engrandecía a quien le placía, y a quien le placía, humillaba. Pero cuando su corazón se ensoberbeció y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino y despojado de su gloria. Fue echado de entre los hijos de los hombres, su mente se hizo semejante a la de las bestias y con los asnos monteses fue su habitación. Le hicieron comer hierba, como al buey, y su cuerpo se empapó del rocío del cielo, hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place. Pero tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón sabiendo todo esto, sino que contra el Señor del cielo te has ensoberbecido; hiciste traer ante ti los vasos de su Casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas bebisteis vino de ellos; además diste alabanza a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven ni oyen ni saben; pero nunca honraste al Dios en cuya mano está tu vida y de quien son todos tus caminos” (Dan. 5: 18-23). SE1 197.1

Esta historia se escribió para nuestra enseñanza, para que no hagamos como hizo este rey idólatra. El carácter de Abraham era en todo aspecto el opuesto al de Belsasar. La obediencia práctica de Abraham a los mandatos del Señor, revelaba un seguro crecimiento en el conocimiento espiritual, y cada prueba adicional era una renovación de la confianza que Dios había depositado en él. En mente y propósito era uno con Dios, y Dios le revelaba los acontecimientos futuros. Cristo declaró: «Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día, y lo vio y se gozó» (Juan 8: 56). «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios» (Juan 7: 17). SE1 197.2

Pero Belsasar se ensoberbeció contra el Señor: «Tú [...] no has humillado tu corazón sabiendo todo esto, sino que contra el Señor del cielo te has ensoberbecido” (Dan. 5: 23). «Si no se ejecuta enseguida la sentencia para castigar una mala obra, el corazón de los hijos de los hombres se dispone a hacer lo malo» (Ecl. 8: 11). Con frecuencia la paciencia y la tolerancia de Dios vuelve a los transgresores osados e insensibles. SE1 197.3

Es tiempo de que el mensaje de la paciencia de Dios sea proclamado con el propósito de guiar a las personas al arrepentimiento; y también es el mismo tiempo de que se les diga que la paciencia de Dios tiene límites. Como Belsasar, los hombres pueden aumentar su actitud presuntuosa y desafiante, hasta que traspasen el límite. La blasfemia puede estar tan desarrollada como para agotar la paciencia de la longanimidad de Dios. SE1 198.1

Vivimos en un tiempo cuando hay multitudes que no temen a Dios. Nuestra época se distingue por su depravación extremadamente ofensiva al Señor. Los pastores y los miembros de iglesia se empeñan celosamente en tratar de anular la ley de Dios. Han reducido estos santos preceptos a letra muerta. Ha llegado el tiempo cuando Dios debe vindicar su gloria ante los transgresores de su ley. SE1 198.2

Cristo entregó su vida con el fin de establecer por siempre ante el universo celestial, ante los mundos no caídos y ante un mundo caído, la inmutabilidad de la ley de Dios. Pero el mundo religioso ha expuesto al Señor del cielo a la vergüenza. Rehúsan recibir su ley como la regla de esta vida, y a causa de esta indiferencia, el mundo está volviendo a ser como era antes del diluvio. Como ahora, en aquel tiempo la gente estaba comiendo y bebiendo, plantando y edificando, casándose y dándose en casamiento, en total olvido de Dios. Vino el diluvio y los destruyó a todos. Así será el día cuando el Hijo del hombre se manifieste. SE1 198.3

En medio de la complacencia, el festín y el olvido de Dios, se dará la orden de desenvainar la espada del Señor para poner fin a la insolencia y a la desobediencia de los seres humanos. Las oraciones del pueblo de Dios han ascendido: «Tiempo es de actuar, Jehová, porque han invalidado tu Ley” (Sal. 119: 126). Estas oraciones serán contestadas muy pronto. Cuando los hombres traspasen el límite de la gracia, el Señor dejará que el mundo compruebe que él es Dios. SE1 198.4

Casi ha llegado el tiempo cuando la transgresión ya no será tolerada, cuando Dios interferirá para poner freno a ola desbordada de iniquidad. En ese tiempo, ¿cuál será el rumbo de aquellos que afirman temer a Dios y respetar sus mandamientos? ¿Serán arrastrados por el poder aparente de la avasalladora marea del mal? ¿Acaso serán tentados por el menosprecio arrojado sobre la ley de Dios, a pensar que no importa cuál día observen? ¿No prestarán atención a la palabra de Dios? «Así que guardaréis el sábado, porque santo es para vosotros; el que lo profane, de cierto morirá. Cualquier persona que haga alguna obra en él, será eliminada de su pueblo. Seis días se trabajará, pero el día séptimo es día de descanso consagrado a Jehová. Cualquiera que trabaje en sábado, ciertamente morirá. Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo a lo largo de sus generaciones como un pacto perpetuo. Para siempre será una señal entre mí y los hijos de Israel, porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y descansó» (Éxo. 31: 14-17). SE1 198.5

¿No dirán todos que la palabra del Señor es firme y debe ser obedecida? La ley de Dios llegará a ser cada vez más y más importante para nosotros al contemplar el resultado de la transgresión sobre los caracteres de los desobedientes. Si somos guiados por el Espíritu de Cristo, nuestra percepción del valor y la santidad de la ley de Jehová aumentarán en proporción al verla despreciada y pisoteada por pies impíos y malvados. Nuestras palabras serán: «Han invalidado tu Ley: Por eso he amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro» (Sal. 119: 126, 127). SE1 199.1

Esta es la santificación que alcanzan aquellos cuyo amor a la ley de Dios aumenta según el desprecio de los transgresores. Se necesita de esta confianza acrecentada en la ley, porque el fraude, la violencia y el crimen están aumentando vertiginosamente. Los hombres muestran su odio hacia Dios mientras luchan contra una ley que él ha declarado «santa, justa y buena”. Se abren tabernas en cada ciudad. Estas son trampas mortales, y sus dueños, que buscan acumular ganancias a costo de la pobreza, miseria y males, provocan al Señor de los ejércitos para que los destruya. SE1 199.2

Dios da a todos un tiempo de prueba; sin embargo, los seres humanos pueden llegar el punto donde nada más pueden esperar de Dios indignación y castigo. Todavía no ha llegado ese tiempo, pero se acerca velozmente. Las naciones pasarán de un nivel de pecaminosidad a otro. Los niños, educados y acostumbrados en la transgresión, desarrollarán el mal ocasionado sobre ellos por padres que no tienen temor de Dios en sus corazones. SE1 199.3

Ya los juicios de Dios han comenzado a caer sobre el mundo por medio de diversas calamidades para que los hombres se arrepientan y se conviertan a la verdad y a la justicia. Pero la lámpara de los que endurecen sus corazones en la iniquidad será apagada por el Señor. Han vivido solamente para ellos mismos, y la muerte debe sobrevenirles. SE1 199.4

Cuando se alcance el límite de la gracia, Dios ordenará la destrucción del transgresor. Se levantará en su Todopoderoso carácter como Dios sobre todos los dioses, y los que han obrado en su contra, confabulados con el gran rebelde, serán tratados según sus obras. SE1 200.1

En su visión de los últimos días Daniel preguntó: «Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas? Èl respondió: “Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán limpios, emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá; pero los entendidos comprenderán [...]. Bienaventurado el que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días. En cuanto a ti, tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días”» (Dan. 12: 8-13). Daniel ha estado en pie en su heredad desde que se quitó el sello y la luz de la verdad ha estado brillando sobre sus visiones. Se levanta en su heredad, dando el testimonio que debía ser proclamado al fin de los días. SE1 200.2

«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo. “Será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confu-sión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, a perpetua eternidad. Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia aumentará” (Dan. 12: 1-4). SE1 200.3