Ahora, supongamos que alguien dice: «Jesús me ha perdonado y ya no necesito de la ley, ya no tengo que vivir obedeciéndola». Se podría hacer la siguiente pregunta: «¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?». Claro que no. Si alguien roba dinero de mi cartera, y luego viene y me confiesa el delito, me pide que lo perdone, y yo lo perdono; luego se va y hace lo mismo otra vez, ¿no sería esto uno muestra de que no hay cambio alguno en su vida? Lo mismo ocurre con aquellos que han pedido a Dios que los perdone y persisten en transgredir su ley. Dicen: «Señor, Señor», pero él les contesta: «Apártense de mí. Aunque los perdoné gratuitamente, ustedes siguen haciendo lo mismo». Su actitud condujo a otros en el camino de los transgresores. Por esta razón se les llama hacedores de maldad. Este mismo curso de acción fue el medio utilizado para extraviar a otros por el mal camino. SE1 25.4
Cristo oró al Padre con estas palabras: «Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad» (Juan 17: 17-19). Fíjense bien en estas palabras: «Yo me santifico a mí mismo». Así él lleva una vida de perfecta obediencia, porque él es el modelo perfecto. Luego continúa y dice: «Para que ellos sean santificados”. ¿Por medio de qué? ¿Mediante de las emociones? ¿Por los sentimientos? No. Por medio de la verdad. No podemos confiar en las emociones, debemos conocer la verdad. SE1 26.1
Ahora bien, aquí Cristo está orando a su Padre para que santifique a sus seguidores por medio de la verdad. Hay una verdad que santifica, que tiene un poder santificador sobre el creyente. Y se espera que todos los presentes nos preguntemos qué es la verdad. SE1 26.2
Si hemos de creer la verdad y ser santificados por ella, entonces debemos escudriñar las Escrituras para que sepamos cuál es la verdad. Si lo hacemos, no edificaremos sobre un fundamento falso. Pero si no lo hacemos, al final descubriremos que hemos cometido un grave error y que hemos edificado sobre la arena; por lo tanto, seremos barridos cuando lleguen la tormenta y la tempestad. Anhelo la vida eterna aunque me cueste el ojo derecho y aunque me cueste el brazo derecho. La pregunta que debo hacerme es: ¿Estoy bien con Dios? ¿Estoy sirviéndole en humildad y mansedumbre de espíritu? SE1 26.3